lunes, 11 de mayo de 2009

Se “Cancela” la Gracia de Dios

La alerta sanitaria que se determinó en la Ciudad de México hace poco más de una semana en virtud de la aparición de un nuevo virus de influenza, hasta ahora nos deja varias enseñanzas que conviene tener presente no sólo para los ciudadanos mexicanos sino para la conducta que se habrá de asumir en un futuro cercano.

En primer lugar, los resultados han arrojado que esta cepa viral ha sido más que benigna, lo que ha ocasionado la lamentable pérdida de 22 vidas humanas. (Cualquier vida humana que se pierde es lamentable, pero en el contexto actual y dada las circunstancias, el número de decesos es mínimo. Más muertes hay diario por el terrorismo, narcotráfico, aborto, diabetes, neumonías típicas, Sida, enfermedades sexuales o accidentes de tráfico). Por tanto, resultó desproporcionado a todas luces las medidas adoptadas por el gobierno local del D.F., y que resultaron en un contrasentido y descoordinadas con el resto del país.; no así las que tomó el gobierno federal por indicación protocolaria de la Organización Mundial de la Salud, como la cancelación de las actividades escolares a todos niveles. Por eso, una toma de decisiones de esta naturaleza no debe de recaer al capricho de los responsables de los estados y/o municipios del territorio nacional, sino concentrarse en una autoridad superior sanitaria, como ocurre por ejemplo en los Estados Unidos.

Las decisiones del gobierno del D.F. son tan absurdas que el cerrar restaurantes, por ejemplo, demostraron ser medidas extrema, injustas y no necesarias, pues resulta una falta de coordinación que estén cerrados comercios debidamente establecidos que sí pagan impuestos, y queden abiertos un sinnúmero de fondas informales y puestos de comida callejeros de los que hay miles en la Ciudad de México, y que no pagan impuestos y que no cuentan tampoco con las medidas de salubridad mínimas requeridas, pero cuyos dueños y trabajadores son los que mayormente apoyan en las marchas y concentraciones del partido político al que corresponde el gobierno del D.F. Asimismo, resulta un contrasentido que se cierren los restaurantes de la zona metropolitana pero estén abiertos los de la zona conurbada que pertenecen a otro estado territorial, el Estado de México, pero que virtual y de hecho todo mundo entiende que se encuentran en la Ciudad de México, como son los que está ubicados en la zona norte. Y esto sin contar con la afectación económica y la pérdida millonaria para todos estos establecimientos comerciales. Estas medidas pudieran tomarse si fuera un caso verdaderamente extremo, pero no en el caso presente.

A vistas de los resultados de la benignidad del virus, y tomando en cuenta todas las medidas adoptadas, se crea una psicosis interna y un pánico externo al extremo de que ciudadanos de la capital al salir al extranjero, o incluso fuera de la Ciudad de México, son vistos como potenciales transmisores de un virus “mortal”, que ni es tal, que tiene cura y que resulta verdaderamente escandaloso todo lo que se ha hecho para anunciar que sólo ha habido 22 muertes, en una ciudad que tiene, para el lector que no lo sepa, 20 millones de habitantes.

Esto se agrava por el hecho de que el día de mañana cuando verdaderamente brote un virus mortal, incurable, desconocido y que tome cientos de miles y millones de personas, ocurrirá entonces lo del cuento del lobo, que ya no se asumirá con seriedad, pues la percepción del pueblo mexicano es que nos dieron - como se dice coloquialmente - “atole con el dedo”, pues como se ha dicho hay una inconsistencia entre las medidas adoptadas y el mal que se ha atacado.

Pero lo más grave no es esto. Lo que resultó para asombro y vergüenza son las medidas que adoptó la Jerarquía de la Iglesia en México, pues se “canceló” la Gracia de Dios en momentos que más lo necesita el hombre, el fiel cristiano. Entonces resulta que sin estar obligado a ello, la Iglesia determinó que se cancelaba y se suspendía el culto público tanto el domingo 26 de abril como el día de hoy, 3 de mayo. Además, se impuso que la comunión fuera recibida en la mano. Como sucede con frecuencia, esto se llevó al extremo para “tomarse unas vacaciones”, pues muchas iglesias cerraron toda la semana y no hubo celebraciones litúrgicas, confesiones, ni impartición de otros sacramentos, pues estamos, se decía, en máxima alerta sanitaria. Efectivamente, 22 muertos, ¡máxima alerta sanitaria!... Más aún, he recibido muchos correos de fieles que me han comentado que en otras ciudades de la República Mexicana también se suspendieron, sin razón alguna, la celebración de la Santa Misa, y han obligado a los fieles a tomar forzosamente la comunión en la mano.

Así las cosas, los fieles hemos quedado desamparados, solos, sin asistencia pastoral, y solo con algunas iglesias abiertas o recorte de celebraciones litúrgicas, y los domingos sin poder cumplir con el precepto de la Santa Misa. Se comentó vagamente de un llamado a hacer una novena, pero quedó en el olvido porque muy pocos se enteraron ni que existía, y mucho menos de qué se trataba.

Qué lejos quedan aquellos tiempos en que hombres y mujeres enamorados de Dios, por llevar el Evangelio de Cristo, el Amor de Dios y la impartición de los sacramentos de la confesión y de la Eucaristía a los fieles, expusieron sus vidas al contagio de verdaderas enfermedades mortales e incurables, como fue el caso por ejemplo del Beato Damián de Veuster, sacerdote belga que misionó en las islas hawaiianas, particularmente en Molokai, y de ahí la película que se hizo sobre su vida y obra: Molokai, la Isla Maldita, cuyos habitantes estaban enfermos de lepra; todo esto a mediados del siglo XIX. En este caso particular del virus de la influenza en México, ni es mortal, ni es incurable y ha mostrado, repetimos, una marcada benignidad, al extremo de que solo ha muerto 1 persona en los Estados Unidos.

Me parece que se debió de haber asumido otra postura distinta que sin violar las disposiciones del gobierno federal, básicamente de evitar las concentraciones masivas de personas, pudiera haberse aprovechado esta coyuntura de una especie de Semana Santa prolongada en la Ciudad de México (sin restaurantes, sin teatros, sin cines, sin bares, sin recreación alguna, sin espectáculos deportivos, sin bodas, sin fiestas, etc.) para hacer un verdadero llamado de parte de la Iglesia para que el hombre volviera a Dios, confiara en Él, se reconciliara con Él, y cualesquiera otras normas para que el hombre entendiera que todo esto que está sucediendo, al final de cuentas, debería contribuir a buscar la Gracia de Dios para estar preparados ante posibles futuras eventualidades que pudieran verdaderamente acercarnos a nuestro encuentro personal con Dios.

La voz de la Iglesia se apagó y esto no puede volver a suceder, pues como se ha dicho en anteriores colaboraciones, grandes catástrofes por desastres naturales le esperan al hombre de hoy, por su alejamiento de Dios, por su obstinada vida de pecado, por el rechazo a las leyes divinas, y que como sabemos, en México tristemente se han establecido conductas que responden a estos actos lamentables de inmoralidad y falta de fe.

No sabemos si habrá un rebrote o no de este virus que pueda traer en el futuro cercano muchas muertes, pero estamos seguros y ciertos que como dice la Virgen en sus mensajes: “el sufrimiento será necesario, la oración y el sacrificio serán mandatorios”. Se vienen tiempos mucho muy difíciles donde simultáneamente y de forma sucesiva ocurrirán grandes eventos que ocasionarán angustia, zozobra, carencias físicas, desastres, sufrimiento, enfermedad y muertes, tanto de índole física como espiritual. A la Iglesia y al Papa les esperan grandes pruebas y sufrimientos. Socialmente habrá levantamientos y revoluciones en el mundo completo y los gobiernos se preparan para la guerra y la muerte. El egoísmo humano ha alcanzado dimensiones insospechadas y en este mundo de “no ser” podemos esperar de todo, pues hombres malvados preparan un tiempo de gran desolación para hacerse del poder mundial con verdadera instigación satánica a costa de la humanidad completa . De igual forma, hombres malvados planifican la oscuridad de la Iglesia y el Santo Padre y el trono de Pedro correrán gran peligro.

Dicho en otras palabras, una inmensa nube tenebrosa y maléfica cubre la tierra entera. El hombre sólo encontrará en la fe su salvación, pero no una fe filosófica ni teórica ni de libro o de memoria, sino vivencial, una fe profunda en hombres de oración y sacrificio profundo capaces de estar sin comer varios días y semanas, de no dormir por varias noches, o dormir a la intemperie y en medio de grandes carencias y desolación. Si el hombre no se reviste con una armadura sólida de oración y sacrificio no podrá resistir a lo que vendrá pues emocionalmente no lo aguantará, pues estamos acostumbrados a todo, a comer 3 veces al día, a dormir 8 horas, a tener techo, luz y agua, a que no nos falte nada y no nos hemos acostumbrado y preocupado en llevar una vida de negación personal, de sacrificio intenso, y al final de cuentas, de virtud probada.

Por eso insistimos en que la Iglesia en México debió de aprovechar esta circunstancia para contribuir en el desarrollo moral y espiritual de los fieles que le han sido encomendados. Lo menos indicado era tomar la decisión de cancelar todo culto público, es decir, la gracia de Dios, cuando más necesitado está el hombre de Dios, de voltear a Él, pues es el único consuelo y esperanza que nos puede proveer de la fe necesaria para verdaderamente salir adelante ante este tipo de eventualidades y las que vendrán en situaciones mucho más graves que la que se ha afrontado en estos días, particularmente en la Ciudad de México. Ojalá y cada uno tome conciencia de esta necesidad ante lo que está por venir y particularmente también saquemos el propósito de rezar por los sacerdotes y obispos de nuestra Iglesia en México para que despierten del letargo espiritual, pues su responsabilidad adquiere mayor peso en estos tiempos difíciles en que vivimos y ante otros eventos que verdaderamente sí probarán la fe y la paciencia.

Luis Eduardo López Padilla

3 de Mayo del 2009

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