sábado, 3 de abril de 2021

LA SABIDURÍA Y EL PODER DE LA CRUZ (5 - 6 y 7)


Estamos en pleno Triduo Pascual, el alma de Jesucristo, separada ya del cuerpo por su muerte, fue al Limbo de los Santos Padres, el lugar donde las almas de los justos del Antiguo Testamento eran recogidas y esperaban la redención de Jesucristo, no fueron introducidas en el cielo antes de la muerte de Jesucristo porque por el pecado de Adán el cielo estaba cerrado, y convenía que el primero que entrase en él fuese Jesucristo, que con su muerte lo abrió de nuevo. 

Al tercer día de fallecido Cristo se unió de nuevo a su cuerpo para no separarse jamás, quiso dilatar hasta el tercer día su propia resurrección para mostrar con evidencia que verdaderamente había muerto. 

Mañana por la mañana el sepulcro estará vació, Nuestro Señor Jesucristo habrá resucitado. Aleluya!

La certeza de la Resurrección del Señor es tan real que no se puede negar, sin negar primero la ciencia y la razón, ciertamente, no sólo nos consta por el testimonio de los testigos oculares del momento y de la Iglesia por dos mil años, sino porque nos dejó dos PRUEBAS FÍSICAS de su Resurrección, la Santa Sábana (Turín, Italia) y el Sudario (Oviedo, España) que cubrieron su cuerpo y rostro en el sepulcro.

Les sugerimos conocer la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo, recogidos en el siguiente libro:

         
        Maria Grazia Siliato (1926-2018),                                         SOLICITE EL LIBRO A              
      arquéologa, historiadora suiza.                                  CENTRO.SANBENITO@GMAIL.COM
                                                                                                          

La Resurrección de Cristo, es el acontecimiento más grandioso visto por la Humanidad, es la realidad que da sentido y significado a todo lo que la Religión Católica representa, es tan así que el Apóstol San Pablo llega a decir con palabras elocuentes y contundentes:

“Quiero ahora, hermanos míos, renovaros la memoria de la buena nueva que os he predicado, que vosotros recibisteis, en el cual estáis firmes, y por el cual sois salvados, a fin de que veáis si lo conserváis de la manera que os lo prediqué, porque de otra suerte en vano habríais abrazado la fe.

 

En primer lugar, pues, os he enseñado lo mismo que yo aprendí del Señor, es a saber, que Cristo murió por nuestros pecados conforme a las Escrituras. Y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, según las mismas Escrituras. Y que se apareció a Cefas, o Pedro, y después a los once apóstoles. Posteriormente se dejó ver en una sola vez de más de quinientos hermanos juntos, de los cuales, aunque han muerto algunos, la mayor parte viven todavía. Se apareció también a Santiago, y después a los apóstoles todos. Finalmente, después de todos se me apareció también a mí, que vengo a ser como un abortivo, siendo como soy el menor de los apóstoles, que ni merezco ser llamado apóstol, pues que perseguí la Iglesia de Dios. Mas por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no ha sido estéril en mí; antes he trabajado más copiosamente que todos; pero no yo sino más bien la gracia de Dios que está conmigo. Así que tanto yo, como ellos, esto es lo que predicamos todos, y esto habéis creído vosotros.

 

Ahora bien, si se predica a Cristo como resucitado de entre los muertos, ¿cómo es que algunos de vosotros andan diciendo que no hay resurrección de muertos?

 

Pues si no hay resurrección de muertos, como dicen ellos, tampoco resucitó Cristo. Mas si Cristo no resucitó, luego vana es nuestra predicación, y vana es también nuestra fe. Además de eso somos convencidos por testigos falsos respecto a Dios; por cuanto hemos testificado contra Dios, diciendo que resucitó a Cristo, al cual no ha resucitado, si los muertos no resucitan. Porque en verdad que, si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vana es vuestra fe, pues todavía estáis en vuestros pecados. Por consiguiente, aun los que murieron creyendo en Cristo, son perdidos sin remedio. Si nosotros sólo tenemos esperanza en Cristo mientras dura nuestra vida, somos los más desdichados de todos los hombres.


Pero Cristo, hermanos míos, ha resucitado de entre los muertos, y ha venido a ser como las primicias de los difuntos. Porque, así como por un hombre vino la muerte al mundo, por un hombre debe venir también la resurrección de los muertos. Que, así como en Adán mueren todos, así en Cristo todos serán vivificados. Cada uno por su orden Cristo el primero; después los que son de Cristo y que han creído en su venida. En seguida será el fin del mundo; cuando Jesucristo hubiere entregado su reino, o Iglesia, a su Dios y Padre, cuando haya destruido todo imperio, y toda potencia, y toda dominación. Entretanto debe reinar, hasta ponerle a todos los enemigos debajo de sus pies. Y la muerte será el último enemigo destruido; porque todas las cosas las sujetó Dios debajo de los pies de su Hijo. Mas cuando dice la Escritura: Todas las cosas están sujetas a él, sin duda queda exceptuado aquel que se las sujetó todas. Y cuando ya todas las cosas estuvieren sujetas a él, entonces el Hijo mismo quedará sujeto en cuanto hombre al que se las sujetó todas, a fin de que en todas las cosas todo sea de Dios.


De otra manera, ¿qué harán aquellos que se bautizan para aliviar a los difuntos, si absolutamente los muertos no resucitan? ¿Por qué, pues, se bautizan por los muertos? ¿Y a qué fin a toda hora nos exponemos nosotros a tantos peligros? No hay día, tenedlo por cierto, hermanos, en que yo no muera por asegurar la gloria vuestra y también mía, que está en Jesucristo nuestro Señor. ¿De qué me sirve (hablando como hombre) haber combatido en Éfeso contra bestias feroces, si no resucitan los muertos? En este caso, no pensemos más que en comer y beber, puesto que mañana moriremos.


No deis lugar a la seducción, las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres. Estad alerta, ¡oh justos!, y guardaos del pecado; porque entre nosotros hay hombres que no conocen a Dios, lo digo para confusión vuestra.”

(Cfr. I Corintios, 1-34)