EXPOSICIÓN DEL SALMO 3
Traducción: José Cosgaya García, OSA
Revisión: Pío de Luis Vizcaíno, OSA
1. [v.1] Salmo de David, cuando escapaba de la faz de su hijo Absalón. Lo que está dicho 1, yo me dormí y cogí el sueño y me levanté, porque el Señor me acogerá2, persuade de que este salmo ha de interpretarse respecto a la persona de Cristo. En efecto, más que a la historia en que se escribe que David había escapado de la faz de3 su hijo, que guerreaba contra él, suena a la pasión y resurrección del Señor. Y porque acerca de los discípulos de Cristo está escrito «mientras está con ellos el novio, no ayunan los hijos del novio4», no sorprende que al discípulo impío que le traicionó5 se le designe hijo impío suyo. Aunque se puede interpretar que históricamente escapó de su faz cuando, tras marcharse aquel, se retiró al monte6 con los demás, sin embargo, se interpreta bien que Cristo escapó simbólicamente7 de su faz cuando el Hijo de Dios, esto es, el Poder y la Sabiduría de Dios8, abandonó la mente de Judas, después que el diablo lo invadió por entero, según lo que está escrito9 «y el diablo entró en su corazón10», no porque Cristo se reconoció inferior al diablo, sino porque, al marcharse Cristo, el diablo [la] poseyó. Supongo que a esta retirada se la llama en el salmo «escapada» a causa de la urgencia, cosa que también es indicada por la palabra del Señor11, el cual dice: Lo que haces, hazlo pronto12. Según costumbre, hablamos también de modo que, respecto a lo que no nos viene a la mente, decimos «se me escapa», y acerca de un hombre doctísimo decimos: «Nada se le escapa». Por eso, la Verdad13 se escapó de la mente de Judas cuando dejó de iluminarlo.
Por otra parte, Absalón se dice en nuestra lengua, como algunos traducen, «paz del padre». Ora en la historia de los reinos —porque Absalón dirigía una guerra contra su padre—, ora en la historia del Nuevo Testamento —porque Judas fue el traidor14 del Señor—, puede parecer extraño cómo puede entenderse «paz del padre». Pero, por un lado, quienes allí leen atentamente, ven que, en aquella guerra, con el hijo fue pacífico David, que con gran dolor le lloró muerto, pues decía: Absalón, hijo mío, ¡quién me dará morir en tu lugar!15. Por otro lado, en la historia del Nuevo Testamento, mediante la paciencia de nuestro Señor —tan grande y admirable [ella] porque, aunque no ignoraba sus planes, durante tanto tiempo lo aguantó cual a una buena persona; cuando lo admitió al banquete en el que encomendó y entregó a los discípulos la figura de su cuerpo y de su sangre; porque, por último, en la traición misma aceptó el beso16—, se entiende bien que Cristo demostró a su traidor17 la paz, aunque lo devastaba la guerra interna de tan perverso plan y por esta razón Absalón se entiende como «paz del padre» porque el padre tuvo una paz que no tuvo él.
2. [v.2—3] Señor, ¿por qué se han multiplicado quienes me atribulan? Se han multiplicado tanto que, incluso de entre el grupo de los discípulos de Cristo no faltó quien se acercase al grupo de los perseguidores. Muchos se alzan sobre mí. Muchos dicen a mi alma: «No hay salvación para él en su Dios». Está claro que, si no hubieran perdido la esperanza de que iba a resucitar, evidentemente, no le habrían matado. A esto equivalen aquellas expresiones: Baje de la cruz si es Hijo de Dios, y: A otros ha salvado, a sí mismo no puede [salvarse]18. Ni siquiera, pues, Judas le habría traicionado, si no hubiese sido del grupo de quienes iban a despreciar a Cristo, al decir: No hay salvación para él en su Dios.
3. [v.4] Tú, en cambio, Señor, eres quien me asume: al modo humano19 se dice a Dios [esto], porque la asunción del hombre es la Palabra hecha carne20. Mi gloria: gloria suya llama a Dios también aquel a quien la Palabra de Dios21 asumió de manera que fue hecho Dios junto con ella. Aprendan los soberbios, que no oyen con gusto cuando se les dice: ¿Qué tienes que no hayas recibido? Pues bien, si lo has recibido, ¿por qué te glorías, como si no lo hubieras recibido?22 Y el que levanta mi cabeza. Creo que a propósito de esto ha de entenderse la mente humana misma, porque no absurdamente se la nomina cabeza del alma. Esta se ha adherido a la descollante sobreeminencia de la Palabra que asumió al hombre23, y en cierto modo se ha fundido con ella, sin que la tirase por los suelos la humillación de la pasión, ¡tan grande!
4. [v.5] Con mi voz grité al Señor. Esto es, no con la voz del cuerpo, que se emite con el ruido del aire batido, sino con la voz del corazón, la cual guarda silencio ante los hombres y, en cambio, ante Dios suena como un grito. Mediante esta voz fue escuchada Susana24, y el Señor en persona ha preceptuado que con esta voz se ore sin ruido en las alcobas cerradas, esto es, en las soledades del corazón25. Que con esta voz se ora menos, si ningún sonido de palabras se produce desde el cuerpo, nadie lo diga cómodamente, porque, incluso cuando callados oramos en los corazones, si se interponen pensamientos ajenos al sentimiento del orante, aún no se puede decir: Con mi voz grité al Señor. Tampoco se dice con razón esto, sino cuando sola el alma, sin arrastrar durante la oración nada de la carne ni nada de las intenciones carnales, habla al Señor donde él escucha solo. Por otra parte, se menciona también el grito, precisamente por la fuerza de la intención misma.
Y me escuchó desde su monte santo. Que el monte es ciertamente el Señor en persona, lo tenemos dicho mediante un profeta, según está escrito que una piedra no cortada por manos creció hasta el tamaño de un monte26. Pero esto no puede interpretarse de acuerdo a la persona de aquel, a no ser que quizá quisiera decir así: Me escuchó desde mí mismo cual desde su monte santo, pues habitaba en mí, esto es, en ese monte mismo. En cambio, es más claro y más fácil, si lo entendemos en el sentido de que Dios le escuchó desde su justicia. Justo era, en efecto, que al Inocente asesinado, y al que se le dieron males a cambio de bienes27, lo resucitase de entre los muertos, y diera a los perseguidores su merecido. De hecho, leemos: Tu justicia es como los montes de Dios28.
5. [v.6] Yo me dormí y cogí el sueño. No inconvenientemente puede advertirse que «yo» está puesto para indicar que por su voluntad soportó la muerte, según aquello: El Padre me ama precisamente, porque yo dejo mi vida para tomarla de nuevo. Nadie me la quita. Tengo potestad para dejarla y tengo potestad para tomarla de nuevo29. Afirma, pues: «No me cogisteis y matasteis vosotros cual contra mi voluntad, sino que yo me dormí y cogí el sueño y me levanté, porque el Señor me acogerá». Por otra parte, incontables veces las Escrituras ponen «sueño» en vez de «muerte»; por ejemplo, el Apóstol dice: No quiero que vosotros, hermanos, estéis en la ignorancia respecto a los que recibieron la dormición30.
Por qué se ha añadido «cogí el sueño», después que ya se hubiera dicho «me dormí», no hay que preguntarlo, pues las Escrituras tienen habituales repeticiones de esta naturaleza; por ejemplo, muchas he mostrado en el salmo segundo31. Por otra parte, algunos códices tienen «me dormí y me adormecí», y otros de otra manera, según pudieron traducir lo que en griego está puesto: εγω δε και υπνωσα. A no ser que quizá pueda la dormición interpretarse a propósito del moribundo y, en cambio, el sueño, a propósito del muerto, de modo que la dormición sea eso mediante lo que se pasa al sueño, como el despertarse es eso mediante lo que se pasa a la vigilia. No supongamos que estas repeticiones están en los divinos libros como inútiles adornos del discurso. Una buena interpretación de «yo me dormí y cogí el sueño» es esta: «Yo me rendí a la pasión, y se siguió la muerte».
Y me levanté porque el Señor me protegerá. Principalmente es de advertir cómo en una sola frase ha puesto el verbo de tiempo pretérito y futuro. En efecto, por una parte ha dicho «me levanté», lo cual es acerca del pasado; por otra, «me protegerá», lo cual es acerca del futuro, cuando, evidentemente, no podrá levantarse, sino gracias a esa protección. Pero en profecía32 se mezclan bien con las cosas pasadas las futuras, para indicar unas y otras. Porque se profetizan las venideras, según el tiempo son futuras pero, según el conocimiento de quienes profetizan, han de tenerse por ya sucedidas. Se mezclan también verbos del tiempo presente, que en su lugar, cuando salgan al paso, se expondrán.
6. [v.7] No temeré a millares de gente que me circunda. Está escrito en el evangelio cuán gran gentío lo rodeaba a él, sufriente y crucificado33. ¡Ponte en pie, Señor! ¡Ponme a salvo, Dios mío! «Ponte en pie» se dice no a Dios dormido o acostado, sino que es costumbre de las divinas Escrituras, ciertamente no por doquier, sino donde puede decirse convenientemente, atribuir a la persona de Dios lo que hace en nosotros; por ejemplo, al decirse que habla él, cuando por don suyo hablan los profetas, los apóstoles o cualesquiera mensajeros de la verdad. A esto se debe aquello: ¿Acaso queréis recibir una prueba de ese que habla en mí, Cristo?34 En efecto, no asevera «de ese por cuya iluminación o por cuyo mandato hablo», sino que el hablar lo atribuye directamente a aquel por don del cual hablaba.
7. [v.8] Porque tú golpeaste a todos los que se me oponían sin motivo. No hay que puntuar como si fuese una sola frase: Ponte en pie, Señor; ponme a salvo, Dios mío35, porque tú golpeaste a todos los que se me oponían sin motivo. En efecto, no pone a salvo precisamente por haber golpeado a sus enemigos, sino que, más bien, puesto él está a salvo, los golpeó. Tiene que ver, pues, con lo que sigue, de modo que el sentido es éste: Porque tú golpeaste a todos los que se me oponían sin motivo, pulverizaste los dientes de los pecadores, esto es, pulverizaste los dientes de los pecadores, precisamente porque golpeaste a todos los que se me oponían. Sin duda, el castigo de quienes se oponían es [ese por el] que sus dientes fueron pulverizados, esto es, fueron llevadas a la nada, cual al polvo, las palabras de los pecadores que con ultrajes desgarraban al Hijo de Dios, de modo que los dientes los interpretamos así: palabras ultrajantes. A estos dientes dice el Apóstol: Ahora bien, si os mordéis mutuamente, cuidado no os destrocéis mutuamente36.
Por dientes de los pecadores pueden también tomarse los jefes de los pecadores, por cuya autoridad uno es desgajado de la sociedad de quienes viven rectamente y, por así decirlo, es incorporado a quienes viven mal. A estos dientes son contrarios los dientes de la Iglesia, la autoridad de los cuales desgaja del error de los gentiles y de doctrinas varias a los creyentes, y los injerta en aquella, que es el cuerpo de Cristo37. A Pedro se dijo que con estos dientes comiera animales sacrificados38, esto es, matando en los paganos lo que eran, y transmutándolo en lo que él era. Y de estos dientes se dice a la Iglesia: Tus dientes, como rebaño39 de esquiladas que sube del baño, todas las cuales paren mellizos40 y entre ellas no hay estéril41. Estos son quienes preceptúan rectamente y viven según preceptúan; quienes hacen lo que está dicho42: Brillen vuestras obras ante los hombres, para que bendigan a vuestro Padre, que está en los cielos43. En efecto, estimulados por su autoridad, los hombres creen a Dios, que habla y actúa mediante ellos, y separados del mundo, al que se habían amoldado44, pasan a los miembros de la Iglesia. Y de esos dientes mediante los que se hace esto, con razón se dice que son semejantes a ovejas esquiladas, precisamente porque han abandonado las cargas de las gestiones terrenas y, tras subir del baño, de la ablución de las manchas del mundo mediante el sacramento del bautismo, todas paren mellizos ya que, al amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente45, y al prójimo como a sí46 mismos, ponen por obra los dos preceptos acerca de los que está dicho47: De estos dos preceptos penden la Ley entera y los profetas48, entre las cuales no hay estéril, porque devuelven a Dios tales frutos. Según ese sentido, pues, «pulverizaste los dientes de los pecadores» ha de entenderse así, esto es, golpeando a todos los que se me oponían sin razón, llevaste al fracaso a los príncipes de los pecadores. De hecho, según el relato evangélico, los príncipes le persiguieron, mientras el gentío de la clase inferior le honraba.
8. [v.9] Del Señor es la salvación, y sobre tu pueblo tu bendición. En una única frase ha preceptuado a los hombres qué creer, y por los creyentes ha orado. Efectivamente, cuando se dice «del Señor es la salvación», la palabra se dirige a los hombres, y sigue así, y sobre tu pueblo tu bendición, no de modo que todo se diga a los hombres, sino que se vuelve hacia Dios una oración en favor del pueblo mismo al que se ha dicho: Del Señor viene la salvación. ¿Qué, pues, asevera sino esto: «Nadie presuma de sí49, porque del Señor es poner a salvo de la muerte. Efectivamente, ¡desdichado de mí! ¿Quién me librará del cuerpo de esta muerte? La gracia de Dios mediante Jesucristo, Señor nuestro50. Por tu parte, Señor, bendice a tu pueblo51 que espera de ti la salvación52».
9. De otro modo puede este salmo interpretarse también respecto a la persona de Cristo, esto es, de forma que [este] hable entero. Entero, digo: con su cuerpo, cuya cabeza es, según el Apóstol, que dice: Por vuestra parte, vosotros sois cuerpo y miembros de Cristo53. Él, pues, es la cabeza de este cuerpo. Por eso dice en otro lugar: Pues bien, mientras hacemos en la caridad la verdad, mediante todo crezcamos en ese, que es la cabeza, Cristo, en virtud del cual está ligado conjuntamente y compacto el cuerpo entero54. En el profeta, pues, la Iglesia y su cabeza, establecidas por todo el disco de las tierras entre las borrascas de las persecuciones —y sabemos que esto ya ha sucedido—, dicen juntas: Señor, ¿por qué se han multiplicado quienes me atribulan? Muchos se alzan frente a mí55, ansiosos de exterminar el nombre cristiano. Muchos dicen a mi alma: «No hay salvación para él en su Dios»56. En efecto, si no creyeran que la Iglesia, que se propaga abundantísimamente, no atañe al cuidado de Dios, de otro modo no esperarían poder ellos destruirla. Tú, en cambio, Señor, eres quien me asume57: en Cristo, por supuesto. Efectivamente, también la Iglesia fue asumida en aquel hombre por la Palabra que se hizo carne y acampó entre nosotros58, porque ha hecho que en los cielos nos sentemos a una con él59. De hecho, cuando la cabeza va por delante, siguen a continuación los demás miembros. En efecto, ¿quién nos separará de la caridad de Cristo?60 Con razón, pues, también la Iglesia dice: Tú eres quien me asume, mi gloria61, ya que, cuando entiende por gracia y misericordia62 de quién ella es de tal categoría, no se atribuye a sí misma el destacar. Y el que levanta mi cabeza63, o sea, a ese mismo que, primogénito de entre los muertos64, ha subido al cielo65.
Con mi voz grité al Señor, y me escuchó desde su monte santo66. Esta es la oración de todos los santos67, el olor de suavidad que sube en presencia68 del Señor. De hecho, la Iglesia es ya escuchada desde ese monte que es también su cabeza, o desde aquella justicia de Dios, en razón de la cual sus elegidos son liberados, y los perseguidores de estos son castigados. Diga también el pueblo de Dios: Yo me dormí y cogí el sueño y me levanté, porque el Señor me acogerá69, para unirse y adherirse a su cabeza. De hecho, porque ha sido tomado de entre los pecadores acerca de los cuales está dicho70 globalmente: En cambio, quienes duermen, de noche duermen71, a este pueblo está dicho: Levántate, tú que duermes, ponte en pie de entre los muertos y te tocará Cristo72. Diga también: No temeré a millares de gente que me circunda73, a saber, de los gentiles que me asedian para erradicar por doquier, si pudieran, el nombre cristiano. Pero ¿cómo temerlos, si la sangre de los mártires inflamaba cual aceite el ardor de la caridad respecto a Cristo?
¡Ponte en pie, Señor! ¡Ponme a salvo, Dios mío!74 Precisamente a su cabeza puede el cuerpo decir esto ya que fue salvado, al ponerse en pie ella, que subió a lo alto, llevó cautiva la cautividad, dio dones a los hombres75. Por cierto, respecto a la predestinación dice esto un profeta76, en la medida en que esa mies77 madura, de la que se habla en el evangelio, depositó en tierra a nuestro Señor, cuya salvación está en su resurrección, el cual se dignó morir por nosotros78.
Porque tú golpeaste a todos los que se me oponían sin motivo, pulverizaste los dientes de los pecadores79. Al reinar ya la Iglesia, los enemigos del nombre cristiano fueron golpeados por la vergüenza, y ora sus palabras maldicientes, ora su principado fueron reducidos a nada. Creed, pues, hombres, que del Señor es la salvación, y, en cuanto a ti, Señor, esté sobre tu pueblo tu bendición80.
10. Cuando el tropel de vicios y pasiones guía según la ley del pecado81 a la mente racional, que conserva su aplomo, también cada uno de nosotros puede decir: Señor, ¿por qué se han multiplicado quienes me atribulan? Muchos se alzan frente mí82. Y porque, casi siempre, por la acumulación de los vicios se desliza subrepticiamente la desesperación de la sanación —como si los vicios mismos ultrajasen al alma, o también el diablo y sus ángeles83 actuasen mediante sugerencias perniciosas para que desesperemos—, se dice con toda verdad: Muchos dicen a mi alma: «No hay salvación para él en su Dios»84.
Tú, en cambio, Señor, eres quien me asume85. En efecto, la esperanza es esta: que [el Señor] se ha dignado asumir en Cristo la naturaleza humana. Mi gloria (ibíd.): según la regla de que nadie se atribuya nada. Y el que levanta mi cabeza (ibíd.): o a ese mismo que es cabeza de todos nosotros86, o al espíritu de cada uno de nosotros, que es la cabeza del alma y de la carne, pues cabeza de la mujer es el varón, y la cabeza del varón es Cristo87. Pues bien, se levanta la cabeza, cuando puede decirse: con la mente sirvo a la ley de Dios88, de modo que las demás cosas del hombre se sometan sosegadas, cuando, en la resurrección de la carne, la muerte sea absorbida en la victoria89.
Con mi voz grité al Señor90: con aquella voz íntima e intensísima. Y me escuchó desde su monte santo (ibíd.): desde ese mismo mediante el cual acudió en ayuda nuestra, y gracias a este Mediador91 nos escucha. Yo me dormí y cogí el sueño y me levanté, porque el Señor me acogerá92. ¿Quién de los creyentes no puede decir esto, al recordar la muerte de sus pecados y el don de la regeneración?93 No temeré a millares de gente que me circunda94. Además de estas que la Iglesia soportó y soporta universalmente, también cada uno tiene sus tentaciones, de modo que, asediado por ellas, dice: ¡Ponte en pie, Señor! ¡Ponme a salvo, Dios mío!95, esto es, haz que me ponga en pie.
Porque tú golpeaste a todos los que se me oponían sin motivo96: con razón se dice, respecto a la predestinación, acerca del diablo y sus ángeles97, los cuales se ensañan no sólo contra el entero cuerpo de Cristo, sino también contra todos y cada uno en particular. Pulverizaste los dientes de los pecadores98. Cada cual tiene sus maldicientes. Además tiene modelos de vicios, que intentan cortarlo del cuerpo de Cristo. Pero del Señor es la salvación99. Hay que evitar la soberbia y decir: Mi alma se adhirió detrás de ti100. Y sobre tu pueblo tu bendición, esto es, sobre cada uno de nosotros.
Notas:
1 Mt 1,22
2 Sal 3,6
3 2S 15,14
4 Mt 9,15
5 Mt 27,3
6 Mt 26,30
7 Ap 11,8
8 1Co 1,24
9 Lc 20,17
10 Jn 13,2
11 Sal 32,6
12 Jn 13,27
13 Jn 14,6
14 Mc 14,44
15 2S 18,33
16 Mt 26,49
17 Mc 14,44
18 Mt 27,42.40; Sab 2,18
19 Rm 3,5
20 Jn 1,14
21 Ap 19,13
22 1Co 4,7
23 Jn 1,14
24 Dn 13,44
25 Mt 6,6
26 Dn 2,34.35
27 Pr 17,13
28 Sal 35,7
29 Jn 10,17-18
30 1Ts 4,13
31 Cf. En. Ps. 2,3.7.8
32 Si 42,23
33 Mc 15,35
34 2Co 13,3
35 Sal 3,7
36 Ga 5,1
37 1Co 12,27
38 Hch 10,13
39 Ct 6,5
40 Ct 4,2
41 Ct 6,5
42 Mt 1,22
43 Mt 5,16
44 Rm 12,2
45 Mc 12,30
46 Mc 12,33
47 Mt 5,31
48 Mt 22,40
49 Jdt 6,15
50 Rm 7,24-25
51 Sal 27,9
52 Ba 4,22
53 1Co 12,27
54 Ef 4,15-16
55 Sal 3,2
56 Sal 3,3
57 Sal 3,4
58 Jn 1,14
59 Ef 2,6
60 Rm 8,35
61 Sal 3,4
62 Sab 4,15
63 Sal 3,4
64 Col 1,18
65 Jn 3,13
66 Sal 3,5
67 Ap 8,4
68 Si 35,8
69 Sal 3,6
70 Mt 5,31
71 1Ts 5,7
72 Ef 5,14
73 Sal 3,7
74 Sal 3,7
75 Ef 4,8
76 Sal 67,19
77 Mt 9,37
78 Rm 5,8
79 Sal 3,8
80 Sal 3,9
81 Rm 7,23
82 Sal 3,2
83 Mt 25,41
84 Sal 3,3
85 Sal 3,4
86 Rm 4,16
87 1Co 11,3
88 Rm 7,25
89 Rm 15,54
90 Sal 3,5
91 1Tm 2,5
92 Sal 3,6
93 Tt 3,5
94 Sal 3,7
95 Sal 3,7
96 Sal 3,8
97 Mt 25,41
98 Sal 3,8
99 Sal 3,9
100 Sal 62,9
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