MES DE MARÍA INMACULADA
POR EL PRESBÍTERO
RODOLFO VERGARA ANTÚNEZ
DÍA DECIMOCTAVO
CONSAGRADO A HONRAR EL SEPTIMO DOLOR DE MARIA
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS DEL MES
¡Oh María! durante el bello Mes que os está consagrado, todo resuena con vuestro nombre y alabanzas. Vuestro santuario resplandece con nuevo brillo y nuestras manos os han elevado un trono de gracia y de amor, desde donde presidís nuestras fiestas y escucháis nuestras oraciones y votos. Para honraros, hemos esparcido frescas flores a vuestros pies y adornado vuestra frente con guirnaldas y coronas. Mas ¡oh María! no os dais por satisfecha con estos homenajes: hay flores cuya frescura y lozanía jamás pasan y coronas que no se marchitan. Estas son las que Vos esperáis de vuestros hijos; porque el más hermoso adorno de una madre es la piedad de sus hijos, y la más bella corona que pueden deponer a sus pies es la de sus virtudes. Sí; los lirios que Vos nos pedís son la inocencia de nuestros corazones; nos esforzaremos pues, durante el curso de este Mes consagrado a vuestra gloria ¡oh Virgen santa! en conservar nuestras almas puras y sin mancha y en separar de nuestros pensamientos, deseos y miradas aún la sombra misma del mal. La rosa cuyo brillo agrada a vuestros ojos es la caridad, el amor a Dios y a nuestros hermanos: nos amaremos, pues, los unos a los otros como hijos de una misma familia, cuya madre sois, viviendo todos en la dulzura de una concordia fraternal. En este Mes bendito procuraremos cultivar en nuestros corazones la humildad, modesta flor que os es tan querida; y con vuestro auxilio llegaremos a ser puros, humildes, caritativos, pacientes y resignados. ¡Oh María! haced producir en el fondo de nuestros corazones todas estas amables virtudes; que ellas broten, florezcan y den al fin frutos de gracia para poder ser algún día dignos hijos de la más santa y de la mejor de las madres. Amén.
CONSIDERACIÓN
Temerosos los discípulos de que el sagrado cuerpo del Salvador sufriera nuevos ultrajes, si permanecía por más tiempo en la cruz, solicitaron de Pilatos autorización para bajarlo del suplicio y darle honrosa sepultura. Pilatos consintió sin dificultad en ello; Jesús fue desenclavado de la cruz por manos de sus discípulos.
De esta suerte se lamentaría la dolorida Madre teniendo en sus brazos el cuerpo de Jesús. ¡Pobre madre! aún le quedaba que apurar otro no menos amargo trago. Los discípulos arrancan de los brazos de María el cuerpo de su Hijo para conducirlo al sepulcro; y ella tiene el dolor de seguir hasta la tumba esos restos queridos, y después de acariciarlos por última vez ve colocar sobre ellos una pesada losa. No hay nada más cruel para el corazón de una Madre que ver entregar a la tierra el fruto de sus entrañas. ¡Oh, cuánto hubiera dado María por tener el consuelo de ser sepultada con Jesús en el sepulcro! –
En el corazón atribulado de María se levantaba un pensamiento que hacía aún más penoso su martirio. Ella veía, a través de los siglos venideros, que los padecimientos y la muerte de Jesús habían de ser ineficaces para un gran número, y que a pesar de los azotes, las espinas y la cruz, multitud de pecadores se habían de condenar. Veía que la pasión de su Hijo no estaba aún terminada y que en la serie de los siglos sus heridas habían de ser mil y mil veces nuevamente abiertas -No contristemos con nuestra ingratitud y con nuestros pecados el lacerado corazón de María, que bastante ha padecido ya por nosotros. Ella nos dice amorosamente desde el cielo: Pecadores, volved al corazón herido de mi Jesús. Venid; contemplad las llagas que en él han abierto vuestros pecados; no renovéis esas llagas, mirad que renováis también mis dolores y que así demostráis sentimientos más crueles que los de los verdugos. Ellos no lo conocían; pero Vosotros sabéis que es vuestro Dios, vuestro Redentor. Ellos obedecían a las órdenes de jueces inicuos, vosotros obedecéis a vuestras pasiones y a vuestros desordenados deseos. Ellos, en fin, no habían recibido ningún beneficio de Jesús, pero vosotros habéis sido rescatados con su sangre.
EJEMPLO
María, Salud de los enfermos.
BASÍLICA DE NUESTRA SEÑORA DE LA ESPINA ( Francia)
En 1872 había en una comunidad de Nuestra Señora de los Dolores de la ciudad de Cholón una religiosa que padecía, desde siete años, una parálisis que la colocó al borde del sepulcro. Rebelde a todos los recursos de la ciencia, los médicos habían declarado que no les quedaba nada que hacer. La enferma era muy devota de María, y a Ella clamó en el extremo de su aflicción. Una noche se le apareció en sueño la superiora del Convento, que había muerto hacía algunos meses, y le dijo que quedaría curada de su enfermedad si hacía una peregrinación al santuario de Nuestra Señora de l’Epine, situado a una jornada del Convento.
La enferma pidió con vivas instancias que se la condujera a este santuario animada de la más segura esperanza de que allí obtuviera su curación. Pero el mal, que cada día tomaba mayores creces, hacía poco menos que imposible la traslación a un lugar tan distante, pues tenía todo un lado del cuerpo sin acción ni movimiento. Pero fue preciso acceder a los reiterados ruegos de la paciente y transportarla con indecible trabajo en un vehículo, acompañada y sostenida de varias personas. Durante el trayecto su estado se agravó considera-blemente y se redoblaron sus padecimientos hasta el punto de inspirar muy serios temores por su vida. Pero, al fin, venciendo innumerables dificultades, llegó al santuario y fue acomodada como mejor se pudo en la capilla de la Santísima Virgen.
El capellán de la comunidad subió al altar para celebrar el Santo Sacrificio de la Misa, después de haber rezado con los circunstantes una parte del Rosario y cantado el Salve Regina. Poco antes de terminar la Misa, sintió la enferma una conmoción violenta en toda la parte enferma de su cuerpo, y poniéndose de rodillas por sí sola, exhaló un grito de júbilo, diciendo. ¡Estoy sana! En seguida se levantó sin ningún auxilio extraño y fue a arrodillarse a la tarima del altar para dar gracias a su soberana bienhechora. Al verla, todos los circunstantes quedaron estupefactos, y derramando lágrimas de ternura y admiración, exclamaban: ¡Milagro, milagro! – El cura, testigo presencial de aquel prodigio, entonó el Te Deum y levantó un acta que firmaron todos los que lo habían presenciado.
La que acababa de tener la dicha de ser objeto de un favor tan especial de la Santísima Virgen fue sacada en triunfo de la Iglesia. Nadie se cansaba de mirarla, como si no pudiesen dar crédito a sus propios ojos. No fue menos patética la escena al llegar al monasterio. Todos prorrumpieron en entusiastas aclamaciones, cuando vieron bajar del carruaje con la firmeza y precipitación de la que nunca ha estado enferma, a la que pocas horas antes habían visto partir arrastrándose trabajosamente, como un cuerpo a quien la vida abandona de prisa.
Se dirige en seguida a casa del médico, que pocos días antes la había abandonado, desesperando de su curación. Jamás hombre alguno se halló más perplejo; y rindiéndose a la evidencia declaró que aquella curación instantánea y completa no era obra natural.
Haz que en mi alma estén de fijo
para que siempre llore,
las llagas del Crucifijo.
ORACIÓN
¡Oh María! permíteme que yo pueda acompañarte siempre en tu amarga soledad; yo no quiero dejarte sola, quiero unir mis lágrimas a las tuyas para llorar la muerte de mi Redentor. ¡Ah! madre atribulada, tú no lloras sólo por la muerte de tu Hijo, que lloras también por mí; porque yo he muerto muchas veces por el pecado y muchas veces he contristado tu corazón de madre con mis ofensas; mil veces he renovado los tormentos de la pasión con mis ingratitudes y he pisoteado la sangre vertida por mí en la cruz. Pero tú que eres misericordiosa y compasiva, tú que perdonaste a los verdugos que crucificaron a Jesús, tú que amas a los pecadores con entrañas de madre, alcánzame la gracia de ser en adelante el compañero de tus dolores y de tu soledad, por mi fidelidad y amor a Jesús y por la compasión de sus padecimientos. Haz nacer en mi corazón un horror sincero al pecado que fue la causa de tus dolores y de los de Jesús; que viva siempre arrepentido de todas las culpas con que he manchado mi vida pasada, para que, llorándolas amargamente en la tierra, merezca gozar un día de la eterna bienaventuranza. Amén.
Oración final para todos los días
¡Oh María!, Madre de Jesús, nuestro Salvador, y nuestra buena Madre nosotros venimos a ofreceros con estos obsequios que traemos a vuestros pies, nuestros corazones, deseosos de seros agradables, y a solicitar de vuestra bondad un nuevo ardor en vuestro santo servicio. Dignaos presentarnos a vuestro divino Hijo; que en vista de sus méritos y a nombre de su santa Madre dirija nuestros pasos por el sendero de la virtud; que haga lucir, con nuevo esplendor, la luz de la fe sobre los infortunados pueblos que gimen por tanto tiempo en las tinieblas del error; que vuelvan hacia él y cambie tantos corazones rebeldes, cuya penitencia regocijará su corazón y el vuestro; que confunda a los enemigos de su Iglesia, y que, en fin, encienda por todas partes el fuego de su ardiente caridad, que nos colme de alegría en medio de las tribulaciones de esta vida y de esperanza para el porvenir. Amén.
PRÁCTICAS ESPIRITUALES
1. Ingresar en alguna Cofradía o Congregación que tenga por objeto honrar al Sagrado Corazón de Jesús, o si esto se hubiese hecho, renovar su consagración a este su divino Corazón.
2. Hacer una comunión espiritual en agradecimiento del amor que nos profesa el Sagrado Corazón de Jesús y de sus inmensos beneficios.
3. Hacer un acto de reparación y desagravio por las injurias de que es objeto en el Sacramento del Altar.
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