viernes, 14 de mayo de 2021

ALGUNAS HISTORIAS DEL PADRE PÍO EN LA SANTA MISA Y EN EL CONFESIONARIO

 


El Padre Pío confesando a numerosos fieles penitentes que hacían largas filas para confesarse 


Confesionario del Padre Pío

El Padre Pío, dice uno de sus superiores, es un sacerdote que cumple asiduamente con sus deberes de estado. Se levanta a las tres y media y se prepara para la misa en su celda para no molestar a nadie, y luego va directamente a la sacristía.

Al principio, las mujeres formaban fila para confesarse desde las dos de la mañana, y a veces la policía debía dirigir a la multitud que se apiñaba junto al confesionario. Desde enero de 1950, todas las penitentes debieron conseguir un número de orden para evitar confusiones. En 1952 hubo que adoptar el mismo sistema también para los hombres.

Confesar es su principal vocación, la que le permite apaciguar su insaciable sed de almas. Desea ser considerado exclusivamente como confesor. No predica, y el Santo Oficio le ha prohibido escribir desde 1924. Empero, el Padre Pío no tiene en cuenta los límites de la resistencia física. Él examina, juzga, condena y absuelve según lo que Dios le inspira. Su confesionario es más que una cátedra, más que un tribunal, es una clínica para las almas. Acoge a los penitentes de diversas maneras, según las necesidades de cada uno y sin plan preconcebido. Abre los brazos a éste en una exuberancia de alegría, diciéndole de dónde viene aún antes de que haya abierto la boca. Y a otros los llena de reproches, los amonesta y hasta los trata con rudeza. A algunos se niega a recibirlos y les dice que vuelvan más adelante, cuando estén mejor preparados. La misma afabilidad, la misma sonrisa de bienvenida, la misma severidad se prodiga al sabio, al personaje, al paisano humilde e ignorante.

La condición social del penitente nada cuenta, sólo ve su alma, su alma al desnudo. Suele suceder que tenga más indulgencia con un gran pecador que lo conmueve por su ignorancia de las leyes divinas, que un creyente que no cumple con sus deberes religiosos, una de esas personas que se dicen católicas pero que por pereza no dedican a Dios ni una hora por semana. En donde no encuentra hipocresía sino sinceridad, se muestra bondadoso, con una benevolencia que dilata el corazón del penitente cuando le dice: "Ve en paz, Jesús te ha puesto a prueba y te bendice". Pero a veces sorprende por su brusquedad, cuando con palabras duras y cortantes denuncia el escándalo, sobre todo los chismes y mentiras de las mujeres. Se mostraba inflexible con los penitentes que consideran la murmuración como una falta leve. Con mayor severidad aún, condena el Padre Pío los pecados contra la pureza y la maternidad, y no perdona sin estar seguro de un firme y categórico propósito de enmienda. Los malhechores que van contra la generación y el matrimonio, deberán pasar varios meses de prueba antes de ser absueltos.

A menudo cierra la mirilla del confesionario en la cara de un penitente sin interrogarlo. Esto ha ocurrido hasta con personas que se confesaban periódicamente en otro lugar. ¿Por qué?. Porque posee el don divino de ver como en un relámpago lo que se le escapa a los confesores ordinarios.

El Padre Pío, a no dudarlo, sufre una verdadera agonía cuando el Señor le ordena tratar con dureza a un alma, pero lo hace así para que su penitente tome conciencia y comprenda que los Sacramentos y la Comunión no son cosa de juego. Que es algo grave lavar su alma y recibir a Cristo, a ese Cristo Jesús a quien ama el Padre Pío, mientras el pecador y la multitud lo desconocen.

A una de sus hijas espirituales que le confesó que le era insoportable la vista de sus enemigos, le contestó: "Si tú no amas como el Señor quiere que los ames, firmarás tu propia condenación. Haz el bien a tus enemigos por amor a Jesús". Así comenta el texto evangélico que dice: "Amad a vuestros enemigos, haced bien a quienes aborrecen, rogad por los que os persiguen y calumnian, y así seréis hijos de vuestro Padre que está en los Cielos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis?".

¿En qué forma confiesa?. A menudo sabe de antemano lo que el penitente le va a decir. Si éste se olvida de mencionar un detalle cualquiera de un pasado lejano, el Padre Pío se lo recuerda. A veces hace breves preguntas que sirven para abreviar las confesiones y que resultan impresionantes prueba de su doble vista.

¿Cómo puede saber? El Padre conoce a cada penitente mejor de lo que él mismo se conoce, y al arrodillarse ante él, el pecador ve con más claridad sus pecados. Sin embargo, el Padre no dice todo lo que descubre. A veces se queda silencioso, a la espera. El penitente siente su conciencia removida hasta lo más hondo, y no puede mantener en secreto el pecado que ocultaba. Lo confiesa, y el confesor dice simplemente:"Eso es lo que esperaba".

Un joven complotaba matar a su mujer y simular que se trataba de un suicidio, para poder así continuar sin tropiezos una unión ilícita. A fin de apartar toda sospecha de culpabilidad, consintió en escoltar a su compañera a San Giovanni. No bien puso los pies en la Iglesia, ella se sintió atraída por una fuerza magnética hacia la sacristía, que se encuentra en el otro extremo de la Iglesia, detrás del altar mayor. El Padre Pío, desocupado en ese momento, se acercó para interrogarle. El hombre no había pronunciado una sola palabra, cuando sintió que lo tomaban del brazo y lo empujaban con violencia: "Sal , sal de aquí!, le gritaba el fraile. Miserable!, ¿ignoras que no tienes el derecho de manchar tus manos con la sangre de tu esposa?".

El hombre huyó como empujado por la tormenta. Durante dos días vagó sin rumbo. En la imposibilidad de recuperar la calma, volvió al monasterio, y el Padre Pío lo acogió como acogía Jesús a los grandes pecadores. Cuando el hombre hubo terminado su tremenda confesión, le dijo: "No teníais hijos y ambos deseabais uno. Vuelve a tu hogar, y vuestro deseo se cumplirá". Cuando su mujer, a quien nunca había visto el Padre Pío, vino un día a confesarse, a las primeras palabras que pronunció, oyó que el Padre le decía: "No temas nada ya, tu marido no te hará ningún mal". Después de años de esterilidad, ella dio a luz una criatura.

Un sacerdote había ido a San Giovanni para confesarse con el Padre Pío, y tuvo que cambiar tren en Bolonia. Cuando hubo terminado su confesión, el Padre le preguntó si no haba omitido nada. El sacerdote contestó con sinceridad que no recordaba nada más; entonces replicó el Padre Pío: "No lo hizo usted con malicia, pero se trata de una negligencia grave que ha ofendido al Señor. Usted llegó a Bolonia a las cinco de la mañana. Como las iglesias estaban cerradas, usted se fue al hotel para descansar un poco antes de decir misa y se quedó dormido hasta las tres de la tarde. Ya no era hora de la misa, y su negligencia ofendió a Dios".

Antes de que se pronuncie palabra alguna, el Padre Pío sabe si el que se acerca a él es sincero o no, si es un convencido o un simple curioso. Un médico entró cierta vez en la sacristía, pareció cambiar de idea y volvió a salir. ¿Quién es ése?, ya volverá, afirmó rotundamente el Padre. En efecto, el médico volvió bien pronto. Al instante le dijo el Padre: Usted es un delincuente, y quiere eludir el Tribunal. Lea de una vez esa carta!. Se trataba de la recomendación de un amigo. El médico la leyó, palideció, cayó de rodillas a los pies del Padre, imploró perdón y lo obtuvo.

Nuestro capuchino lee también el pensamiento a la distancia, como lo prueba un número incalculable de hechos. He aquí uno como muestra:

Dos hermanas habían logrado a duras penas que su padre les permitiera ir a ver al Padre Pío, pero le habían prometido formalmente no besarle el guante, ese guante besado por tantos labios, por temor al contagio. Las jóvenes lo prometieron, pero cuando vieron entrar al capuchino a la iglesia, y a la gente apiñarse en torno suyo, no pudieron resistir la tentación. Entonces él las miró sonriendo: "¿Han olvidado su promesa? ".

Cuenta un conocido médico italiano que una noche de enero de 1936, estaba en la celda del Padre Pío con éste y otros dos laicos. De pronto el Capuchino se arrodilla y les pide que recen "por un alma que está a punto de compadecer ante el tribunal de Dios". Todos se arrodillaron, y luego el Padre les preguntó: "¿saben ustedes por quién han rezado? - No - fue la respuesta. Pues por el Rey de Inglaterra."

Entonces intervino el doctor: pero Padre, leí en los diarios de hoy que el Rey tiene un ligero resfrío sin ninguna novedad. El Padre Pío se contentó con responder: "Créanme". Cuando llegaron los diarios a mediodía, se vio que el Rey de Inglaterra había fallecido en el momento preciso en que el Padre Pío pidió simultáneamente a sus amigos oración.

Una joven de Benevento, cuyo marido había perdido la vista, recibió esta explicación del Padre Pío: "Su ceguera garantiza su salvación, tiene que permanecer ciego, es un castigo que Dios le envío por haber golpeado a su padre". La pobre mujer no podía creer a sus oídos. En cuanto al lisiado, empezó por negar, pero acabó por reconocer que a la edad de dieciséis años había golpeado brutalmente a su padre con una barra de hierro.

El Padre Pío era un gran trabajador del confesionario. Pero su carisma de visión de almas le daba una herramienta muy especial, en su tarea de convertir a muchos de sus visitantes. Durante décadas las personas peregrinaron de a miles a San Giovanni, buscando la sanación de los pecados a través de un instrumento como el Santo del Gargano. Qué bueno sería encontrar en estos tiempos muchos fieles deseosos de lavar sus almas con el agua de la misericordia, como aquellos que acudían a ver a Pío. Qué bueno sería también encontrar sacerdotes dispuestos a sacrificarse en el confesionario, como lo hacía el Padre Pío

La Misa del Padre Pío.

Desde que el Padre Pio hace la señal de la Cruz al pie del altar de San Francisco, su rostro se transfigura. Ya no es sólo el sacerdote que celebra el Santo Sacrificio, es también el hombre de Dios, el elegido para dar testimonio de su existencia, elegido para colaborar con Dios en el martirio de las cinco llagas, el oficiante que es crucificado con Él y que muere místicamente con Él en cada una de las misas.

Cristo habita en el Padre Pío y el Padre Pío hace suya la encarnación de Cristo. Si el Padre Pío no estuviese modelado en Cristo, ¿cómo explicar los sufrimientos que se reflejan en su rostro, las contracciones de su cuerpo, sus esfuerzos para levantarse después de sus genuflexiones, como si el peso de la cruz lo abrumara?. ¿Y qué decir de sus estados de éxtasis prolongados, que lo transportan lejos de este mundo caótico? Se lo ve inclinar la cabeza, sonreír con esa sonrisa luminosa con que acepta los pedidos de sus fieles, y de pronto estalla, y sus lágrimas caen abundantes. Los testigos siguen mudos e inmóviles esta misa cuya celebración dura dos horas. ¿Dos horas?. No!, parecen dos minutos!. Los fieles de ayer, los de todos los momentos y aún los que nunca fueron creyentes, todos de rodillas, parecen clavados al suelo, fijos sus ojos en esas manos diáfanas. Extática persuasión que transforma a los incrédulos, a los masones, a los protestantes, a los ateos, en fervientes católicos. Por pedido de Pío XII, después de la liberación de Roma, miles de soldados americanos recibieron autorización para asistir a la misa del Padre Pío, lo que tuvo como resultado la conversión de muchos muchachos protestantes.

El momento de la Consagración siempre es el punto cúlmine de la Misa de Pío. Eleva la Hostia, el Cuerpo de Cristo, y se queda inmóvil por largos minutos, interminables. Sus oraciones llegan al Cielo, mientras admira a Nuestro Señor Presente en la Eucaristía. Cuando se le pregunta porque toma tanto tiempo en la Consagración, él se limita a responder: ¿acaso existe un tiempo para rezarle al Señor?.

Pío es el testimonio de la importancia de la Eucaristía como centro de nuestras vidas. Cristo Vivo se hace presente en todos los altares, alrededor del mundo, todas las horas de todos los días del año. Ese es el misterio del Sacrificio Perpetuo. Y es el Padre Pío quien mejor nos muestra cómo un alma consagrada debe vivir la entrega de Nuestro Señor. Todos los sacerdotes del mundo debieran tomar su ejemplo de piedad frente a la Celebración de la entrega que Dios hace por nuestra salvación. Este profundo misterio parece ser olvidado por el mundo actual, que tiende a cometer el enorme error de considerar la Misa como una recordación, y no como lo que realmente es: Cristo vivo presente en los Altares!

La Presencia Celestial en la vida de Pío.

El Padre Pío vivió rodeado del Cielo desde temprana edad. El contacto con Jesús, María, los ángeles custodios, santos y almas del purgatorio, era habitual para él. Pero raramente daba testimonio, debido a su humildad. Sin embargo, era imposible ocultar sus contactos. En cierta oportunidad se escucharon aplausos y gritos en la iglesia, sin que nadie fuera visible. Ante la pregunta a Pío, él dijo: he estado orando por muchos soldados muertos en la guerra, y un grupo de ellos ha venido a agradecer mi oración, ya que iban camino del purgatorio hacia el Cielo.

A un niño enfermo, Pío se le presentó en bilocación y le anunció la futura visita de la Virgen. Cuando el niño hubo recibido la Presencia de la Madre del Cielo, Pío se volvió a presentar y le dijo: es hermosa, ¿no?. Yo la he visto muchas veces pero aún no dejo de admirarme de su belleza. Tú la recordarás por el resto de tu vida.

Daba especial importancia a los ángeles custodios. Nuestros ángeles nos siguen durante toda la vida, y aún después, y sin embargo no los consideramos. Debemos orarles, pedirles ayuda, reconocer su presencia como siervos de Dios, puestos allí para nuestra asistencia. La oración de los ángeles custodios debe ser dicha diariamente, así como deben ser invocados para nuestro consuelo y ayuda. Pío tuvo muchas oportunidades para manifestar la presencia de los ángeles a sus circunstanciales visitantes.

Por supuesto que la Presencia de Cristo en la vida de Pío era resaltable, su oración era un diálogo permanente con el Señor, y su testimonio de imitación se manifestaba a través de sus Estigmas.

No puede entenderse al Padre Pío en su acabada magnitud espiritual, sin aceptar abiertamente lo sobrenatural en nuestro mundo. La Presencia Celestial se manifiesta en el mundo de diversas formas, y el Santo del Gargano era como una puerta abierta al Cielo, para dar testimonio de esperanza a quienes tenemos débil nuestra fe.

El perfume a santidad del Padre Pío.

El olor de santidad, no solo en sentido figurado, es cosa familiar en los Siervos de Dios. Es inútil decir que los incrédulos se ríen a carcajadas de él, como también de sus estigmas. Pero también contra eso tropieza la ciencia. Ningún desinfectante, ni la tintura de yodo, ni el fenol, pueden engendrar ese olor agradable, muy peculiar, que emana de la sangre de las llagas del Padre Pío, como lo han confirmado los diversos estudios médicos que se le realizaron. Además estos han observado que la sangre no se corrompe, como ocurriría normalmente, de no tratarse de un fenómeno sobrenatural.

El olor es fugaz. Los visitantes a la celda de Pío sugieren que cuando un individuo lo percibe es señal de que Dios derrama sobre él una gracia por intercesión del Padre Pío. Perfumes de violetas, lirios, rosas, incienso y tabaco fresco, a veces de gran persistencia, como lo atestigua el Dr. Festa ( fallecido en 1940 ). Éste ha escrito: "Cuando examiné por primera vez el costado del Padre Pío, guardé un trocito de género manchado de sangre, pensando examinarlo en el microscopio. Como carezco de olfato, no observé nada extraño. Pero un personaje de importancia y otros señores que volvían conmigo de San Giovanni a Roma, y que nada sabían del género guardado en mi caja de instrumentos, percibieron - pese al viento que entraba por la ventanilla del auto - un olor muy marcado, igual al que según ellos emanaba del Padre Pío.

En Roma, durante largo tiempo, ese género fue conservado en un armario de mi consultorio, y a tal punto llenaba de efluvios la habitación que muchos de mis pacientes me preguntaban espontáneamente de dónde venia ese perfume."

Don Carlos Predriale, escribano genovés esperaba en la sacristía la llegada del Padre Pío, acompañado de su hijito de tres años. No bien entró aquel, el niño tiró de la manga a su padre, preguntando: "¿Papá, qué es lo que tiene tan rico olor?".

Una noche de verano, en el quinto piso de un edificio situado en el centro de Génova, un grupo de señoras hablaban del Padre Pío. De pronto dos de ellas sintieron un efluvio con un característico perfume a violetas, mientras las otras no sintieron nada. Pero un poco más tarde, una tercera señora -un ser de excepción, por otra parte- entrando en la sala tuvo la impresión de entrar en un campo de violetas. Esto no quiere decir que haya que estar en estado de gracia para percibir "el olor de santidad". Por el contrario, hay incrédulos y grandes pecadores que han sido sensibles a él, como primera señal de su conversión. No es, pues, un premio al mérito ni a la fe.

La señora Vera Berlotto Bianco, de Veglio Mosso, escribió: "Siempre tengo muchísimo gusto de hablar de nuestro querido Padre Pío. El sábado pasado recibí la visita de un profesor que goza de gran renombre en Biella: deseaba que le diera unos datos sobre el Padre. Para asombro nuestro, nos inundó de pronto una deliciosa fragancia que persistió desde las nueve hasta las once. Qué alegría para mi marido y para mí!. El profesor se sintió tan conmovido, que decidió ir a San Giovanni. Dichoso de él!".

Otro testimonio de julio de 1949. "Discúlpeme que vuelva a insistir sobre las gracias que ha realizado para mí el Padre Pío. El 11 de febrero mi madre estaba grave. Yo oí una voz - la del Padre Pío - que me urgía a que fuese a verla, porque se moría. Partí sin demora, y después de un viaje de 50 km. llegué justo a tiempo para recoger su último suspiro". "La segunda gracia la obtuve el Jueves Santo. De pronto me inundó un fuerte olor a incienso, luego a rosas, y comprendí que el Padre se me había manifestado en esa forma". "Finalmente, la tercera gracia, la más importante para mí, la recibí el 27 de julio. Esa mañana fui despertado por un violento aroma de violetas, cuya intención comprendí cuando el cartero me trajo una carta de un hermano al que no veía desde treinta y dos años atrás, y al que creía muerto."

Es habitual el caso de perfumes celestiales, rosas, incienso, violetas, en eventos de Presencia Celestial. En muchas apariciones de María se produce este fenómeno, yo da un testimonio de fe y conversión poderoso. Sólo aquellos que lo vivieron saben lo majestuoso que es sentir que el Cielo todo se manifiesta detrás de un hecho tan simple como percibir con los sentidos, algo que físicamente no está allí. Además, es habitual que el Cielo deje testigos que no sienten los perfumes, como forma de corroborar que se trata de un hecho místico o. No son más que señales de Presencia, regalos. La cuestión es qué hacemos con ellos, una vez recibidos. ¿Podemos seguir viviendo como antes?. ¿Nos lo permite nuestra conciencia?.

La reacción de la Iglesia a la existencia del Padre Pío.

Podemos decir sin dudarlo que el santo del Gargano sufrió la incomprensión de muchos sacerdotes durante buena parte de su vida. De hecho tuvo prohibición de escribir desde 1924 hasta su muerte. También estuvo confinado en su celda durante casi una década, sin poder celebrar misa, confesar, tener contacto con el mundo exterior. Muchísimos investigadores de la iglesia fueron enviados desde el vaticano a San Giovanni, con la aparente intención de demostrar que lo que allí ocurría no era cierto ni posible. Sin embargo, Pío siempre amó a la iglesia, cuerpo Místico de Jesús. Con absoluta obediencia y entrega, cumplió todo lo que se le pidió, con la asistencia de Jesús y María. Finalmente, durante la década de 1930 fueron liberándose las limitaciones, y volvió a su vida monacal más abierta. Con el paso de los años, hubo varios intentos de reunirlo con el Santo Padre, que nunca llegaron a realizarse.

Sin embargo fue el pueblo quien dio la nota, más allá del intento oficial de ocultar o acallar sus estigmas y manifestaciones: la gente.

El pueblo siempre creyó, y se volcó de a miles, durante décadas, a visitarlo. Y cuando más se lo limitaba desde la iglesia, más fuerte era el grito pacífico de resistencia. Todo indicó que no podía silenciarse el llamado de Dios a San Giovanni Rotondo. Y es el haber pasado por estas pruebas lo que da más validez y crédito a su santidad.

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El diablo vino a confesarse con el Padre Pío

El Padre Pío escribió en una ocasión:

Un día, mientras escuchaba confesiones, un hombre vino al confesionario donde estaba yo. Era alto, guapo, vestido con cierto refinamiento, y era amable y educado.

Comenzó a confesar sus pecados, que eran de todo tipo: contra Dios, contra el hombre y contra la moral ¡Todos los pecados eran desagradables!

Estaba desorientado, de hecho por todos los pecados que me dijo, pero le respondí con la Palabra de Dios, el ejemplo de la Iglesia y la moral de los santos”.    

Pero el enigmático penitente me respondió palabra por palabra, justificando sus pecados, siempre con extrema habilidad y cortesía.

Excusó todas las acciones pecaminosas, haciéndolas sonar bastante normales y naturales, incluso comprensibles en el nivel humano.

Continuó de esta manera con los pecados que eran horribles contra Dios, Nuestra Señora, los Santos, siempre usando argumentos irrespetuosos. Él mantuvo esto incluso con el más grave de los pecados que se podían conjurar en la mente del hombre más pecador”.

“Las respuestas que me dio con tan hábil sutileza y malicia me sorprendieron. Me preguntaba: ¿quién es él? ¿De qué mundo viene?, y traté de mirarlo para leer algo en su rostro.

Al mismo tiempo, me concentré en cada palabra que decía, tratando de descubrir alguna pista sobre su identidad…

Pero de repente; a través de una luz vívida, radiante e interna, claramente reconocí quién era.

Con un sonido y el tono imperial le dije: “¡Larga vida a Jesús, larga vida a María!” Tan pronto como pronuncié estos dulces nombres y potentes, Satanás desapareció al instante en un reguero de fuego, dejando tras de sí un hedor insoportable”.

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Un confesor clarividente

La Confesión era el principal trabajo diario del Padre Pío. Él hacía este trabajo mirando dentro de los penitentes. Por ello, no era posible mentirle al Padre Pío durante una confesión. El veía dentro del corazón de los hombres. A menudo, cuando los pecadores eran tímidos, el Padre Pío enumeraba sus pecados durante la confesión.

El Padre Pío invitaba a todos los fieles a confesarse al menos una vez por semana. Él decía: “Aunque una habitación quede cerrada, es necesario quitarle el polvo después de una semana.

En el sacramento de la Confesión, el Padre Pío era muy exigente. Él no soportaba a los que iban a él sólo por curiosidad.

Un fraile contó: Un día el Padre Pío no dio la absolución a un penitente y luego le dijo : “Si tú vas a confesarte con otro sacerdote, tú te vas al infierno junto con el otro que te de la absolución”. El entendía que el Sacramento de la Confesión era profanado por los hombres que no querían cambiar de vida. Ellos se hallan culpa

Antes de que se pronunciara palabra alguna, el Padre Pío sabía si el que se acercaba a él era sincero o no, si era un convencido o un simple curioso. Un médico entró cierta vez en la sacristía, pareció cambiar de idea y volvió a salir. ¿Quién es ése?, "ya volverá", afirmó rotundamente el Padre. En efecto, el médico volvió bien pronto. Al instante le dijo el Padre Pío: "Usted es un delincuente, y quiere eludir el Tribunal. Lea de una vez esa carta!" Se trataba de la recomendación de un amigo. El médico la leyó, palideció, cayó de rodillas a los pies del Padre, imploró perdón y lo obtuvo.

Más pecado

Un señor fue a confesarse con el Padre Pío, a San Giovanni Redondo, entre 1954 y  1955. Cuando acabó la acusación de los pecados, el Padre Pío le preguntó: “¿Tienes otro”? y él contestó: “no padre”. El Padre repitió la pregunta: “¿tienes otro”?,  “no, padre”. Por tercera vez  el Padre Pío le preguntó: “¿tienes otro”?. A la tercera respuesta negativa se acaloró el huracán. Con la voz del Espíritu Santo el hombre quedó petrificado por la vergüenza que pasó frente a mucha gente. Luego trató de decir algo. Pero el Padre Pío le dijo: “Estás callado, cotilla, tú has hablado bastante; ahora yo quiero hablar: ¿Es verdadero que frecuentas las salas de fiestas”? – Usted, padre” – “¿Sabes tú que el baile es una invitación al pecado”?

El hombre se fue asombrado y no supo qué cosa decir ya que tenía el carné de socio de una sala de fiestas en su billetera. El hombre prometió no cometer otros pecados y después de mucho tiempo tuvo la absolución.

Otras anécdotas

Un joven complotaba matar a su mujer y simular que se trataba de un suicidio, para poder así continuar sin tropiezos una unión ilícita. A fin de apartar toda sospecha de culpabilidad, consintió en escoltar a su compañera a San Giovanni. No bien puso los pies en la Iglesia, ella se sintió atraída por una fuerza magnética hacia la sacristía, que se encuentra en el otro extremo de la Iglesia, detrás del altar mayor. El Padre Pío, desocupado en ese momento, se acercó para interrogarle. El hombre no había pronunciado una sola palabra, cuando sintió que lo tomaban del brazo y lo empujaban con violencia: “Sal , sal de aquí!, le gritaba el fraile. Miserable!, ¿ignoras que no tienes el derecho de manchar tus manos con la sangre de tu esposa?”.

El hombre huyó como empujado por la tormenta. Durante dos días vagó sin rumbo. En la imposibilidad de recuperar la calma, volvió al monasterio, y el Padre Pío lo acogió como acogía Jesús a los grandes pecadores. Cuando el hombre hubo terminado su tremenda confesión, le dijo: “No teníais hijos y ambos deseabais uno. Vuelve a tu hogar, y vuestro deseo se cumplirá”. Cuando su mujer, a quien nunca había visto el Padre Pío, vino un día a confesarse, a las primeras palabras que pronunció, oyó que el Padre le decía: “No temas nada ya, tu marido no te hará ningún mal”. Después de años de esterilidad, ella dio a luz una criatura.

Leía el pensamiento

El padre capuchino leía también el pensamiento a la distancia, como lo prueba un número incalculable de hechos. He aquí uno como muestra:

Dos hermanas habían logrado a duras penas que su padre les permitiera ir a ver al Padre Pío, pero le habían prometido formalmente no besarle el guante, ese guante besado por tantos labios, por temor al contagio. Las jóvenes lo prometieron, pero cuando vieron entrar al capuchino a la iglesia, y a la gente apiñarse en torno suyo, no pudieron resistir la tentación. Entonces él las miró sonriendo: “¿Han olvidado su promesa? “.

Las mentiras

Un día, un señor le dijo al Padre Pío: “Padre, yo digo mentiras cuándo estoy con mis amigos. Lo hago para mantenerlos alegres “. Y el Padre Pío contestó: “Eh, ¿quieres tú ir al infierno bromeando?!

Faltar a la Santa Misa sin motivo grave

A los principios de los años ’50, un joven médico fue a confesarse con el Padre Pío. Él dijo sus pecados y luego se quedó en silencio. El Padre Pío le preguntó al joven médico si tenía algún pecado que añadir pero el médico le respondió que no. Entonces el Padre Pío le dijo al médico: “recuerda que en los días festivos no se puede faltar tampoco a una sola Misa, porque ello es pecado mortal”. En aquel momento el joven recordó haber “faltado” a una cita dominical con la Misa, un mes antes.

Una trampa

Una señora estaba angustiada porque el marido no quería confesarse. En ocasión de su onomástico, le pidió al marido un regalo.

"¡Lo que quieras!" Le contestó éste. "¡ Acompáñame a San Giovanni Rotondo!" Se puso rabioso. "¡ Esto es una trampa! ¡Esto no es honesto!" "¿Por qué no es honesto? ¿No me prometiste darme lo que yo quisiera?"

La acompañó a regañadientes y estando siempre de mal humor. Llegando por la tarde a San Giovanni Rotondo, lo primero que le dijo fue: "¡Mañana mismo nos regresamos en el primer tren!" "¡Está bien!" le contestó la señora.

Durante toda la noche no pudieron dormir. A las dos de la madrugada todo el mundo se levantó para asegurarse un lugar en la Misa de las siete.

Se levantaron también ellos. Pero el marido, siempre de mal humor, dijo a la señora: "Si quieres, que te acompañe, déjame en paz y no pidas que me confiese".

Durante la misa le tocó un lugar bastante cerca del padre Pío. La señora rezaba por la conversión de su esposo. Terminada la celebración, el primero en seguir al Padre Pío rumbo a la sacristía para la confesión, fue exactamente este señor. Después de un rato regresó donde estaba su esposa, y, con un rostro lleno de luz y alegría exclamó:

"¡Hecho! ¡Ya me confesé!" "¡Que hombre es este Padre Pío! ¡Me detuvo y me puso como nuevo!" "¿Cómo no confesarse después de una  misa como ésta?"

Luego, echando el brazo al cuello de su Señora, le dijo: "¡No conviene que nos vayamos pronto! ¡Quedémonos una semana!" 

La murmuración 

Cuando uno habla mal de un amigo suyo se está destruyendo su reputación y el honor del hermano que tiene en cambio derecho a gozar de consideración. 

Un día el Padre Pío dijo a un penitente: "Cuando tú murmuras de una persona quiere decir que tú no quieres a aquella persona, tú has sacado a la persona de tu corazón. Pero sabes que, cuando sacas a un hombre de tu corazón, también Jesús se va fuera de tu corazón junto con aquel hombre."

La murmuración

Una vez, el Padre Pío fue invitado a bendecir una casa. Pero cuando llegó a la entrada de la cocina él dijo: "Aquí hay serpientes, yo no entro". Y luego le dijo a un sacerdote que a menudo frecuentaba aquella casa para comer: “no vayas a esa casa porque ellos dicen cosas feas de sus hermanos”.

La blasfemia 

Un hombre era originario de la Región de las Marcas. Él partió de su país, con un amigo suyo, en un camión. Transportaban muebles cerca de San Giovanni Redondo. Mientras hicieron la última subida, antes de llegar al destino, el camión se rompió y se paró. Intentaron hacer arrancar el motor pero no tuvieron éxito. 

El chófer perdió la calma y lleno de cólera blasfemó. Al día  siguiente, los dos hombres  fueron a San Giovanni Redondo donde vivía la hermana de uno de los dos hombres. Con la ayuda de su  hermana lograron ir al Padre Pío para confesarse. 

Entró el primer hombre pero el Padre Pío lo cazó afuera. Luego le llegó el turno al chófer que empezó el coloquio y le dijo al Padre Pío: “Me he irritado". Pero el Padre Pío gritó: "¡Desdichado! has blasfemado a nuestra Mamá! ¿Qué te ha hecho la Virgen"?. Y lo mandó fuera.

El demonio está mucho más cerca de los que blasfeman

En un hotel de San Giovanni Redondo no era posible descansar ni de día ni de noche porque estaba una niña endemoniada que chillaba de modo que daba susto. La mamá de la niña la llevaba cada día a la Iglesia. Ahí esperó a que el Padre Pío liberara a la niña del espíritu del mal. También en la iglesia la niña gritó muchísimo. Una mañana, el Padre Pío tras haber confesado a algunas mujeres se encontró frente a él a la niña que gritaba espantosamente. La niña fue retenida con dificultad por dos o tres hombres. El Padre Pío, ya aburrido de todo aquel trasiego, dio un golpe con su pie a la niña y luego golpeó la cabeza de la niña y dijo: "Ahora" basta! 

La pequeña cayó a la tierra. El  Padre Pío le pidió a un médico que estuvo presente, que llevara a la niña a San Michele, al santuario del Monte San Ángel. Cuando el grupo llegó al destino, entraron a la gruta donde había aparecido San Michele. La niña se reanimó, pero nadie logró acercarla al altar dedicado al ángel. En el medio de la confusión, un fraile tomó la mano de la niña y tocó el altar. La niña cayó a tierra como si hubiera sido fulminada. Se levantó  más tarde y como si nada hubiera sucedido le preguntó a su mamá: “¿podrías comprarme un helado"? 

Ante ésto, el grupo de personas volvió a San Giovanni Redondo para informar y agradecer al Padre Pío. Pero el Padre Pío le dijo a la mamá: "dile a tu marido que no blasfeme más, de otro modo el demonio vuelve."

La magia 

El Padre Pío prohibió cada forma de magia, de espiritismo y de prácticas de lo oculto. Una señora cuenta: "Yo me confesé  con el Padre Pío en el mes de noviembre del 1948. Entre las otras cosas que le dije al Padre es que en nuestra familia estábamos preocupados porque una tía leyó las cartas. El Padre con tono perentorio dijo: "Echad fuera enseguida aquella cosa."

El aborto 

Un día, el padre Romero le preguntó al Padre Pío: "Padre, esta mañana le ha negado la absolución a una señora por haberse hecho un aborto. ¿Por qué ha sido tan riguroso con aquella pobre desgraciada"? 

El Padre Pío contestó: "El día en que los hombres, asustados por el estampido económico, de los daños físicos o de los sacrificios económicos, pierdan el horror del aborto, será un día terrible para la humanidad. Porque es justo aquel el día en que deberían demostrar  tener horror por ello. El aborto no es solamente homicidio también es suicidio. ¿Y con los que vemos sobre el dobladillo cometer con un solo golpe uno y otro delito, queremos tener el ánimo de enseñar nuestra fe? ¿Queremos recobrarlos  o no"? 

"¿Por qué suicidio"?  preguntó el padre Romero . 

Tú comprenderías este suicidio de la raza humana, si con el ojo de la razón, vieras ´la belleza y la alegría´ de la tierra poblada de viejos y despoblada de niños: quemada como un desierto. Entonces entenderías la doble gravedad del aborto: con el aborto siempre se mutila también la vida de los padres”.

El Divorcio 

En la familia unida y santa, el  Padre Pío vio el lugar donde brota la fe. Él dijo: “el divorcio es el pasaporte por el infierno”

Una joven señora, cuando acabó la confesión de sus pecados, como penitencia el Padre Pío le indicó. ”tienes que encerrarte en el silencio del ruego y salvarás tu matrimonio.

La señora se sorprendió ya que su relación matrimonial no tenía problemas. Después de mucho tiempo, ella tuvo grandes problemas en su matrimonio pero al estar preparada y siguiendo el consejo del Padre Pío, superó aquel triste momento evitando la destrucción de la familia.


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