Con este post iniciaremos un camino largo de estudio de cada uno de los dogmas que componen el depositum fidei de nuestra Santa Religión. Era ésta una tarea postergada y deseada por muchos años en nuestro Blog, que la Verdad fuera expuesta y estudiada con el espacio y rigor necesario para beneficio de las almas sedientas de buena y santa doctrina.
Hoy más que nunca se hace urgente estudiar los dogmas de la fe católica ante la gran apostasía y confusión que se da entre los creyentes, agravada aún más, por la ausencia de un magisterio válido y legítimo que nos confirme en la Doctrina heredada de N.S. Jesucristo y de sus Apóstoles.
Los Santos Dogmas son la guía segura para no perderse entre las tinieblas de la incredulidad, relatividad y anarquía moral de nuestra época.
Quiera Dios nuestro Señor y la Santísima Virgen María bendecir este estudio para mayor Gloria de Dios y Salvación de las almas.
El Editor, + PAX
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EL DOGMA DE LA FE
INTRODUCCIÓN
CAPÍTULO PRIMERO
LA TEOLOGÍA EN GENERAL
§ 1
Esencia y misión de la Teología
I. La Revelación divina como fundamento de la Teología
A) La expresión Teología como vocablo derivado del griego significa literalmente, discurso, palabra, ciencia de Dios. Designaban con el nombre de teólogos, en el seno del mundo grecorromano de la Antigüedad pagana, a los poetas y filósofos que ofrecían una explicación mitológica del Cosmos. Para el mismo Aristóteles, «teología» y «mitología» son conceptos totalmente idénticos.
Sólo ocasionalmente emplea el vocablo «teología» con significado de «filosofía primera», es decir Metafísica, contraponiéndola a la Filosofía de la Naturaleza y a las Matemáticas. Para los estoicos «teología» abrazaba todos aquellos estudios relativos a Dios, ya se tratase de conocimiento mitológico, filosófico o litúrgico.
Los cristianos dudaron mucho tiempo y tardaron en decidirse a aceptar la palabra teología, tan contaminada por la mitología pagana, para designar sus esfuerzos orientados hacia un saber más profundo del Dios vivo, que se nos reveló en Cristo. Al principio tuvo con todo un sentido análogo al que le daban los pensadores paganos: conjunto de ideas que se poseían acerca de Dios antes de la venida del Mesías.
En el empleo cristiano de este vocablo, Clemente de Alejandría, y más especialmente Orígenes, forman los dos primeros eslabones, que se aclaran y complementan con la aportación de Eusebio de Cesárea. A partir de Eusebio, el vocablo «teología» entra a formar parte, de un modo fijo, en el lenguaje teológico de la cristiandad oriental. Es cierto que durante mucho tiempo su uso quedó limitado a designar las enseñanzas referentes a la Trinidad, reservando la palabra «economía» para las relativas al plan divino sobre la Salvación del hombre. En las regiones de habla latina, la palabra «teología» no se generalizó, con un sentido igual al que le damos nosotros hasta tiempos de Abelardo. Lo que nosotros llamamos Teología, ellos lo designaron durante mucho tiempo con la expresión «doctrina sagrada» (sacra doctrina).
B) La Teología, palabra de Dios, es un habla de naturaleza especial. Su peculiaridad afecta a su contenido y a su origen. Trata de Dios y viene de El. El hombre solamente puede hablar de Dios después que Dios ha hablado de sí mismo con el hombre: sólo puede el hombre decir lo que Dios ha dicho de Sí. De cualquier forma que sea el habla—la expresión—que el hombre emplea de Dios, es una mera repetición. Presupone una previa palabra de Dios dirigida al hombre, una manifestación personal de Dios. Debemos, pues, tratar de escuchar e interpretar esa manifestación, si queremos hablar de Dios o acerca de El.
C) ¿Cómo ha hablado Dios al hombre? De hecho Dios lo ha realizado de dos maneras esencialmente distintas y a su vez íntimamente ligadas: por obra de la Creación y mediante Cristo. La actividad divina preparadora de Cristo en el Antiguo Testamento pertenece a este segundo modo de comunicarse Dios al hombre. Estos modos nosotros los denominamos revelación natural y revelación sobrenatural.
La revelación natural.
1. La revelación divina se realiza en primer lugar en la Creación, en la que Dios muestra su poder, su libertad, su hermosura, su magnificencia, su majestad. Dios se representa a sí mismo en el mundo creado por Él como en la borrosa imagen de un espejo; de tal modo que por medio del mundo lo que Dios "a tenido oculto se revela y lo invisible se hace visible" (Rom. 1, 19 y sigs.).
La palabra que Dios dirige al hombre por la Creación, a la que también pertenece la misma naturaleza del ser humano, la podemos escuchar en la experiencia religiosa de la humanidad. A Dios lo podernos oír en el hombre—en mí o en los otros—, en las cosas o en los acontecimientos. En todo podemos escuchar el latir de Dios. Nos enseña esta experiencia que Dios actúa universalmente, que todo lo gobierna como la propia entidad y poder subsistentes, como el valor eterno, la obligación irrecusable y la exigencia incondicional. Un ser santo y misterioso, esencialmente distinto de cuanto existe que no sea El. Puede la razón esclarecer y justificar, siendo esa la misión de la ciencia de las Religiones, esos conocimientos experimentales de Dios, anteriores a los conocimientos de carácter científico puro.
De forma breve, ensayemos a visualizar el camino que el hombre recorre en su conocimiento hacia Dios. Pronto, en cuanto adquiere cierta madurez espiritual, se siente dentro de un mundo con el que le relacionan múltiples y diversos vínculos. Luego tratará de interpretar ese mundo en que vive y su propio ser humano. Descubre de una manera directa- el hombre—los objetos, las apariciones de las cosas en su conciencia. A partir de aquí es cuando empieza a desvelar la esencia de los seres concretos y las mutuas relaciones que los unen entre si. Palpa el hombre su relatividad y se siente constreñido a encontrar las condiciones absolutas de su existencia y actividad. Así, paso a paso, sus reflexiones le conducen hasta Dios, de quien ha recibido cuanto necesita en su labor de búsqueda y encuentro. La debida respuesta al habla que Dios le dirige en la Creación la dará el hombre cuando reconozca que tanto él mismo como el mundo en que vive depende y se deriva de Dios.
No sólo proviene de Dios el material sobre el cual trabaja el hombre en sus reflexiones y conatos por entender el mundo. La misma razón es ya un don de Dios y no es otra cosa que la fuerza de que el hombre dispone para llevar a feliz término sus observaciones y deducciones. La razón ha sido creada por Dios y depende totalmente de El. Dios es su soporte. Dios actúa en todas sus operaciones. El hombre, sin embargo, tiene también su parte: actúa conforme a las leyes y potencias que Dios ha implantado en su razón y que pertenecen a su misma esencia. La razón humana, pues, ve las cosas en una determinada luz, que proviene de ella misma; Dios se la otorgó como propiedad y sigue conservándosela en un continuo proceso de comunicación.
Aquellas cosas de Dios no manifestadas de alguna manera en la Creación no las podrá percibir la razón si cuenta sólo con sus propias fuerzas. Trascienden la capacidad de nuestro entendimiento, mucho más que las ondas situadas por encima o por debajo de una longitud determinada trascienden la capacidad de nuestros órganos de percepción.
Por muy reales que sean esas cosas divinas, si Dios no nos las ha manifestado por medio de la Creación y atendiendo exclusivamente a la fuerza cognitiva nuestra, con relación a ellas no existe la Palabra de Dios.
Esto no es todo. Puede incluso darse el caso de que el hombre no perciba lo que la Creación le revela de Dios. No podemos perder de vista que la manifestación de Dios en lo creado no es directa y clara, sino como bajo un velo: al espíritu humano puede pasársele por alto o dar una mala interpretación de la Palabra de Dios. Peligro que se agrava por el estado de caída [pecado original] en que vivimos, con nuestra soberbia, la poca capacidad visual de nuestro espíritu y la pereza de nuestro corazón. Puede suceder que el hombre, anclado en sí y en la contemplación de la grandeza de las cosas de este mundo, no trascienda como debe, llegando a la contemplación de la grandeza de Dios, de la que lo terreno no es sino imagen y débil signo. Puede suceder que llegue hasta confundir ambas grandezas que son totalmente distintas: la de Dios y la de la Creación (Rom. 23). Para el hombre concreto y viviente que somos cada uno de nosotros, hemos de confesarlo, la Revelación natural de Dios es claro-oscura, borrosa e incluso difícil de entender.
Admitamos el caso mejor: el hombre interpreta rectamente la Revelación natural de Dios. Entonces sus conocimientos culminarán en la constatación de que él mismo y el mundo no son realidades absolutas; de que tanto él como el mundo están ordenados hacia Dios; de que el yo humano alberga en su propia esencia las necesarias fuerzas para percibir a Dios y lo divino.
Pero Dios no nos ha dejado ni siquiera en este mejor caso. Dios se ha revelado a los hombres de una forma que trasciende toda posibilidad reveladora que encierre la Creación. Dios nos habló con otra Palabra clara y distinta. En ella nos manifestó una realidad a la que nunca habríamos podido llegar por el mero análisis de las cosas y fenómenos que nos rodean. Trasciende la posibilidad de la Creación y, sin embargo, depende en cierto modo de las posibilidades expresivas que ofrece la Creación. Si no dependiera, no podríamos entenderla en el estado actual de encarnación (cuerpo animado por el alma) en el que nos encontramos. Dios se manifiesta mediante sucesos, signos, símbolos y palabras tomadas de la Creación como material sobre el que introducirá contenidos nuevos que no pueden encontrarse en el mundo por una sencilla razón: porque no existen en él.
A esta Revelación la llamamos Revelación sobrenatural, Revelación en sentido estricto. Al hablar de Revelación, sin algún aditamento, nos estamos refiriendo a ella.
La Revelación sobrenatural.
2. La Palabra de la Revelación sobrenatural utiliza formas de este mundo, pero no se deriva de él. Dios, cuando habla la Palabra de la Revelación sobrenatural, adopta formas de este mundo: pone los objetos, los acontecimientos y los mismos hombres, al servicio de la Revelación sobrenatural. Estas realidades pueden ser útiles a la Revelación sobrenatural con carácter de signo, ya que entre ellas y la manifestación divina sobrenatural median relaciones de afinidad y semejanza, no obstante las diferencias fundamentales.
Por ejemplo, Cristo dijo en una ocasión: «Soy el Pan de Vida». ¿Qué quiso expresar con ello? Que desempeña con relación a la vida verdadera, propiamente tal y eterna, una función análoga a la que el pan realiza con respecto a la vida natural y pasajera. Ahora bien: en esta relación—Cristo es a la vida espiritual lo que el pan es a la vida corporal—hay tanto de semejanza como de desemejanza. Cristo puede significar lo que El representa para la vida del hombre con la expresión «Yo soy el Pan de la Vida», en virtud de esta semejanza de que venimos hablando. En cambio, por faltar esta semejanza no podría decir: «Yo soy la Piedra de la vida». El pan, pues, es un instrumento adecuado a la Revelación sobrenatural por sus propiedades naturales y por su función en la vida del hombre. Para expresar esto hemos dicho que entre la Revelación natural y la sobrenatural hay una analogía entis [de ser]. Sabemos que la auténtica analogía importa tanto semejanza dentro de la desemejanza, como desemejanza en la semejanza misma. Advirtiendo que la fuerza tónica y esencial la cargamos sobre la desemejanza, que siempre ha de ser lo principal cuando comparamos lo natural con lo sobrenatural. La analogía del ser es necesaria para que rastreemos lo sobrenatural que tiene que servirse de palabras y símbolos terrenales. Pero en definitiva lo que significan esas palabras y símbolos elevados a la categoría de vehículos de expresión de lo sobrenatural, no lo podemos deducir plenamente de su mero significado natural. Tenemos que percibirlos inmersos en una nueva luz, la de la Revelación; y para no errar en su interpretación hay que examinar qué nuevo sentido une al Dios que se revela con la palabra humana-y los signos de las criaturas. La analogía entis se nos convierte en analogía fidei, que tiene sus fundamentos en la primera. Sobre esto hemos de volver a tratar.
3. Dios no actúa de igual manera en la Revelación sobrenatural a como lo hace, por ejemplo, en el mundo y su curso. No opera por medio de leyes naturales, aunque éstas hayan sido creadas, impuestas y conservadas por El. En la Revelación Dios suspende el cauce de los acontecimientos naturales y de la historia humana y se dirige en acción inmediata a seres concretos, vasos de su particular elección. Estos seres ven con claridad y distinción la realidad divina, reconocen con suma certeza que es Dios quien les habla y que están obligados a seguir transmitiendo ese mensaje a los demás hombres. Palpan el origen divino de este mensaje o en la misma palabra revelada o en los signos externos que la garantizan: no puede provenir de este mundo.
Continuará ...
Bibliografía sugerida:
- El Magisterio de la Iglesia, Denzinger, Herder, 1963
- Suma Teológica, Santo Tomás de Aquino, versión Leonina, Moya y Plaza, 1880
- Suma Teológica, Santo Tomas de Aquino, BAC, 1947.
- Compendio de teología dogmática, Pbro. Vicente Solano, Lérida, 1858, 2 Tomos.
- Manual de Teología Dogmática, P. Jesús Bujanda, Razón y Fe, 1957.
- Manual de teología dogmática, Ludwig Ott, Herder. 1966, primera edición 1958.
- Teología dogmática, Michael Schmaus, Rialp 1960, primera edición 1955.
- Suma de Teología Escolástica, PP. Jesuitas, BAC, 1951
- Teología del Dogma Católico. P. Javier de Abárzuza. Stvdivm, 1961
- La Evolución homogénea del dogma católico, Francisco Marín-solá, BAC, 1952
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