jueves, 20 de mayo de 2021

SALMO 4: ORACIÓN DEL JUSTO PERSEGUIDO (2°parte) Comentado por San Agustín de Hipona

 


San Agustín de Hipona


EXPOSICIÓN DEL SALMO 4

Traducción: José Cosgaya García, OSA

Revisión: Pío de Luis Vizcaíno, OSA


1. [v.1] Para el fin, salmo, cántico de David. Cristo es el fin de la ley para justificación a favor de todo el que cree 1. De hecho, este fin denota perfección, no consumación. Por otra parte, puede preguntarse si todo cántico es un salmo o más bien, todo salmo es cántico, o si hay algunos cánticos que no pueden llamarse salmos, o algunos salmos que no pueden llamarse salmos. Pero hay que prestar atención a las Escrituras, no sea que cántico indique alegría. Por otra parte, se llama salmos a los que se cantan acompañados del salterio. La historia cuenta 2 que el profeta David se sirvió de él con ocasión de un gran misterio. No es este el lugar de tratar de este asunto, porque exige investigación prolongada y disquisición larga. De momento, ahora debemos aguardar o palabras del hombre del Señor 3 posteriores a la resurrección, o palabras del hombre que dentro de la Iglesia cree y espera en él.

2. [v.2] Cuando invocaba, me escuchó el Dios de mi justicia. Cuando invocaba, afirma, me escuchó Dios, de quien procede mi justicia. En la tribulación me diste anchura: de las angustias de la tristeza me condujiste a la anchura de los gozos. Por cierto, tribulación y angustia sobre toda alma de hombre que comete el mal 4. En cambio, no tiene angustias del corazón, aunque sus perseguidores se las introduzcan desde fuera, el que dice: Gozamos en las tribulaciones, sabedores de que la tribulación produce paciencia, hasta aquello donde asevera: la caridad de Dios ha sido derramada en nuestros corazones mediante el Espíritu Santo que nos ha sido dado 5.

Por otra parte, si el cambio de persona, el hecho de que de la tercera, donde dice «escuchó», pasa inmediatamente a la segunda, donde dice «me diste anchura», no obedece a razones de variedad o de agrado, extraña por qué primero quiso como indicar a los hombres que él había sido escuchado, y después dirigir la palabra a quien le prestaba oídos. A no ser que, tras haber indicado cómo fue escuchado, en esa anchura del corazón prefiriera hablar con Dios, para mostrar también de este modo qué significa recibir anchura en el corazón, esto es, tener derramado en el corazón a Dios, para conversar con él interiormente.

Con razón, esto se aplica a la persona de quien, al creer en Cristo, ha sido iluminado. En cambio, no veo cómo esto puede ajustarse a la del hombre del Señor, al que asumió la Sabiduría de Dios 6, pues ella no lo abandonó nunca. Pero, como este ruego suyo es indicio de nuestra debilidad, así también el mismo Señor puede hablar de esa repentina anchura del corazón, en vez de sus fieles, cuyo papel desempeñó él también cuando aseveró: Tuve hambre y me alimentasteis; tuve sed y me disteis de beber 7, etcétera. Por tanto, «me diste anchura» también aquí puede decirlo en vez de uno de sus más pequeños 8, que conversa con Dios, cuya caridad tiene [aquel] derramada en el corazón mediante el Espíritu Santo que nos ha sido dado 9.

Ten misericordia de mí y escucha mi oración. ¿Por qué ruega de nuevo, aunque ya ha indicado haber sido escuchado y haber recibido anchura? ¿Lo ha hecho por nosotros, de quienes se dice: Si, en cambio, esperamos lo que no vemos, mediante la paciencia aguardamos 10, o para que en el que ha creído se complete lo que se ha incoado?

3. [v.3] Hijos de los hombres, ¿hasta cuándo pesados de corazón? Pase que vuestro error ha ya persistido, afirma, hasta la venida del Hijo de Dios. ¿Por qué, pues, seguís siendo pesados de corazón? ¿Cuándo vais a poner fin a las falacias, si no lo ponéis en presencia de la Verdad? ¿Para qué amáis la vaciedad y buscáis la mentira? ¿Para qué queréis ser dichosos a base de cosas ínfimas? Dichosos hace sola la Verdad 11, por la que son verdaderas todas las cosas. Efectivamente, vaciedad de vaciedades y todo vaciedad. ¿Qué abundancia tiene el hombre mediante toda su fatiga con que se fatiga bajo el sol? 12 ¿Para qué, pues, dejáis que os retenga el amor de las cosas temporales? ¿Para qué vais a la zaga de lo ínfimo, como si fuese lo primordial, si aquello es vaciedad y mentira? De hecho, ansiáis que permanezcan con vosotros las cosas que, todas, pasan como sombra 13.

4. [v.4] Y sabed que el Señor hizo admirable a su santo. ¿A cuál sino a ese al que resucitó de los infiernos 14 y en el cielo colocó a su derecha? 15 Se increpa, pues, al género humano para que, por fin, del amor de este mundo se vuelva a él. Pero si a alguien perturba la conjunción añadida, porque asevera «y sabed», es fácil que en las Escrituras observe que este tipo de locución es familiar al lenguaje en que hablaron los profetas 16. Efectivamente, con frecuencia hallas que se inicia así: Y le dijo el Señor 17, y le fue dirigida la palabra del Señor 18. Aunque no haya precedido nada a lo que se añada lo siguiente, esa conjunción copulativa insinúa tal vez que la expresión de la verdad con la voz está ligada a la visión que acontece en el corazón. Pero aquí puede decirse que la frase anterior, ¿Para qué amáis la vaciedad y buscáis la mentira?, está puesta como si se dijera: No améis la vaciedad ni busquéis la mentira. Puesto así esto, sigue con expresión justificadísima: Y sabed que el Señor hizo admirable a su santo. Pero el diapsalma intercalado prohíbe unir esta con la anterior.

En efecto, ora sea, como algunos afirman, una palabra hebrea que significa «hágase», ora [sea] griega, que indica un intervalo al salmodiar, de modo que psalma es lo que se salmodia y, en cambio, diapsalma es el silencio intercalado al salmodiar, de forma que, como sympsalma se llama a la unión de las voces al cantar, así [se llama] diapsalma a la separación de ellas, en la cual se muestra cierta pausa de la continuación, que ha sido separada; sea, pues, aquello o esto o alguna otra cosa, es ciertamente probable que, donde se intercala un diapsalma, el significado se continúa y se une de modo no correcto.

5. El Señor me escuchará, cuando haya gritado a él. Creo que aquí se nos amonesta a implorar la ayuda de Dios con gran aplicación del corazón, esto es, con un grito interno e incorpóreo, porque, como hay que felicitarse por la iluminación en esta vida 19, así hay que orar por el descanso tras esta vida. Por tanto, o de la persona del creyente que evangeliza, o de la persona del Señor mismo hay que entenderlo como si dijera: el Señor os escuchará, cuando hayáis gritado a él.

6. [v.5] Airaos y no pequéis. Por cierto, al pensamiento venía [esto]: ¿quién es digno de ser escuchado, o cómo el pecador no grita en vano al Señor? Afirma, pues: airaos y no pequéis. Esto puede interpretarse de dos modos. O «aun si os airáis, no pequéis», esto es, «aun si surge un movimiento anímico que por castigo del pecado ya no es controlable, al menos no consientan con él la razón y la mente que dentro ha sido regenerada según Dios 20, para que con la mente sirvamos a la ley de Dios, si aún servimos con la carne a la ley del pecado» 21. O «haced penitencia»22, esto es, «airaos con vosotros mismos por los pecados pasados y dejad de pecar en adelante».

Lo que decís en vuestros corazones: se sobreentiende «decidlo», de modo que la frase completa es: «lo que decís, decidlo en vuestros corazones», esto es, no seáis el pueblo acerca del cual está dicho 23: Con los labios me honran, pero su corazón está lejos de mí 24.

Compungíos en vuestras alcobas. Esto equivale a lo que ya se ha dicho: en vuestros corazones. En efecto, estas son las alcobas acerca de las cuales también el Señor nos aconseja que oremos dentro de ellas, cerradas las puertas 25. Pues bien, «compungíos» se refiere o al dolor de la penitencia, de modo que el alma se compunja, al castigarse a sí misma para que, condenada en el juicio de Dios, no sea atormentada, o a un estímulo, como si se aplicasen aguijones, a fin de que nos despertemos para ver la luz de Cristo. Por otra parte, algunos dicen que es mejor que se lea no «compungíos», sino «abríos», porque en el salterio griego está κατανύγητε, que se refiere a aquella anchura del corazón 26, de modo que sea acogido el derramamiento de la caridad mediante el Espíritu Santo 27.

7. [v.6] Sacrificad el sacrificio de justicia y esperad en el Señor. Lo mismo dice en otro salmo: Sacrificio para Dios es un espíritu contribulado 28. Por eso no es disparatado entender que aquí el sacrificio de justicia es el mismo que se hace mediante la penitencia. En efecto, ¿qué hay más justo que airarse cada cual por sus pecados, más bien que por los ajenos, y que, al castigarse a sí mismo, ofrezca a Dios un sacrificio? ¿O el sacrificio de justicia son las obras justas posteriores a la penitencia? De hecho, tal vez no es disparatado que el diapsalma intercalado insinúe precisamente el tránsito de la vida vieja a la vida nueva 29, de manera que, extinguido o debilitado mediante la penitencia el hombre viejo 30, el sacrificio de justicia se ofrece a Dios en consonancia con la regeneración del hombre nuevo31, cuando el alma ya purificada se ofrece y se pone a sí misma sobre el altar de la fe para que el fuego divino, esto es, el Espíritu Santo la envuelva. Por consiguiente, el sentido es éste: Sacrificad el sacrificio de justicia y esperad en el Señor, esto es, vivid rectamente y esperad el don del Espíritu Santo 32, para que os ilumine la Verdad 33 a la que habéis creído.

8. [v.7] De todos modos, «esperad en el Señor» está dicho herméticamente aún. En efecto, ¿qué cosas se esperan, sino los bienes? Pero, porque cada cual quiere pedir a Dios el bien que ama, y no es fácil encontrar a quienes amen los bienes interiores, esto es, los atañentes al hombre interior 34 —únicos que amar, pues de los demás hay que hacer uso según la necesidad, no para disfrutar del gozo—, tras haber dicho «esperad en el Señor», sorprendentemente ha añadido: Muchos dicen: «¿Quién nos muestra los bienes?». Esta expresión y esta pregunta son las cotidianas de todos los tontos e inicuos, ora deseen la paz y tranquilidad de la vida mundana, mas por la perversidad del género humano no las hallan, los cuales, ciegos, incluso osan criticar la trama ordenada de los hechos, ya que embrollados por sus culpas suponen que cualquier tiempo pasado fue mejor, ora duden o desesperen de la vida futura que se nos promete, los cuales dicen frecuentemente: «¿Quién sabe si son cosas verdaderas, o quién ha venido de los infiernos 35 a darlo a conocer?».

Por tanto, para responder a la pregunta de quienes dicen «¿Quién nos muestra los bienes?», magnífica y brevemente muestra, pero a quienes ven por dentro, qué bienes han de buscarse. Afirma: Ha sido grabada en nosotros la luz de tu rostro, Señor. Esta luz es el bien total y auténtico del hombre, que ven no los ojos, sino la mente. Pues bien, ha dicho «grabada en nosotros», como el denario está grabado con la imagen del rey. En efecto, el hombre ha sido hecho a imagen y semejanza 36 de Dios, que echó a perder pecando. Su bien, pues, es auténtico y eterno, si se graba renaciendo. Creo que también tiene que ver con esto —cosa que algunos entienden clarividentemente— lo que el Señor, vista la moneda del César, asevera, Devolved al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios 37, como si dijera: «Igual que el César os exige la impresión de su imagen, así también Dios, de modo que, como se devuelve a aquel la moneda, así se devuelva a Dios el alma, iluminada y grabada por la luz de su rostro».

Pusiste alegría en mi corazón. Por la alegría, pues, no hay que preguntar fuera, a quienes, todavía pesados de corazón, aman la vaciedad y buscan la mentira 38 sino que [ha de buscarse] dentro, donde ha sido grabada la luz del rostro de Dios. En efecto, como asevera el Apóstol, Cristo habita en el hombre interior 39. Por cierto, a éste concierne ver la verdad, por haber dicho aquél: Yo soy la verdad 40. Y cuando hablaba en el apóstol, que dice: ¿Acaso queréis recibir una prueba de ese que en mí habla, Cristo? 41, le hablaba, evidentemente, no fuera, sino en el corazón mismo, esto es, en la alcoba donde se ha de orar 42.

9. [v.8—9] Pero los hombres que van en pos de lo temporal, que son ciertamente muchos 43, al no poder ver dentro de sí mismos los bienes auténticos y garantizados, no saben decir otra cosa sino: ¿Quién nos muestra los bienes? 44. Así, pues, en consecuencia, acerca de estos se dice con toda razón lo que añade: Desde el tiempo del trigo, del vino y del aceite suyos se han multiplicado. Por cierto, no está de más que se haya añadido «suyos». En efecto, también hay un trigo de Dios, pues es el pan vivo que ha bajado del cielo 45. También hay un vino de Dios; efectivamente, afirma: Se embriagarán con la abundancia de tu casa 46. También hay un aceite de Dios, del que está dicho 47: Ungiste con aceite mi cabeza 48.

Pues bien, esos muchos que dicen: «¿Quién nos muestra los bienes?» 49, y no ven que el reino de Dios está dentro de 50 ellos, se han multiplicado desde el tiempo del trigo, del vino y del aceite suyos. En efecto, multiplicación no siempre significa abundancia, y casi siempre [significa] escasez, porque el alma entregada a los placeres temporales se inflama siempre de apetitos desordenados y no puede saciarse y, torturada por múltiples y tormentosos pensamientos, no se le permite ver el simple bien. Es cual aquella de la que se dice: En efecto, el cuerpo, que se corrompe, embota al alma, y la habitación terrena deprime a la mente, que piensa en muchas cosas 51. Tal alma, colmada de innumerables fantasías por el cese y reemplazo de los bienes temporales, esto es, desde el tiempo del trigo, del vino y del aceite suyos, se ha multiplicado de modo que no puede hacer lo que está preceptuado: Pensad con bondad acerca del Señor y buscadle con simplicidad de corazón 52. De hecho, esa multiplicidad se opone vivamente a esta simplicidad. Y, por eso, abandonados estos que son muchos, o sea, multiplicados por el ansia de lo temporal, y que dicen: «¿Quién nos muestra los bienes?» que han de buscarse no con los ojos, fuera, sino dentro, con simplicidad de corazón, el varón fiel 53 se regocija y dice: En paz, en esto mismo, dormiré profundamente y cogeré el sueño.

En efecto, tales [varones fieles] esperan con razón la omnímoda alienación de la mente respecto a las cosas mortales y el olvido de las desdichas de este mundo, [alienación y olvido] que conveniente y proféticamente son indicados por los nombres de dormición profunda y sueño, [y] en los cuales ninguna perturbación puede interrumpir la suprema paz. Pero esto no se posee ya en esta vida 54, sino que ha de esperarse [para] después de esta vida. Esto lo muestran también esos verbos mismos que son de tiempo futuro. En efecto, no está dicho «dormí profundamente y cogí el sueño», ni «duermo profundamente y cojo el sueño», sino: Dormiré profundamente y cogeré el sueño. Entonces esto corruptible se vestirá de incorrupción, y esto mortal se vestirá de inmortalidad; entonces la muerte será absorbida en la victoria 55. Esto es [eso] acerca de lo cual se dice: Si, en cambio, esperamos lo que no vemos, mediante la paciencia aguardamos 56.

10. [v.10] Por tanto, congruentemente añade y dice lo último: Porque tú, Señor, me has hecho habitar singularmente en la esperanza. Aquí no ha dicho «harás», sino «me has hecho». En quien, pues, existe esta esperanza, también existirá de verdad lo que se espera. Y atinadamente asevera «singularmente» pues puede oponerse como réplica contra esos muchos que, multiplicados desde el tiempo del grano, del vino y del aceite suyos 57, dicen: «¿Quién nos muestra los bienes58. En efecto, perece esta multiplicidad, mas la singularidad se mantiene entre los santos, acerca de los cuales se dice en los Hechos de los Apóstoles: Ahora bien, la multitud de quienes habían creído tenía una sola alma y un solo corazón 59. Singulares, pues, y simples, esto es, apartados de la multitud y turba de las cosas que nacen y mueren, debemos ser amadores de la eternidad y de la unidad, si ansiamos estar adheridos al único Dios y Señor nuestro.

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