TE ADORAMOS, OH CRISTO, Y TE BENDECIMOS PORQUE CON TU SANTA CRUZ REDIMISTE AL MUNDO
La muerte en la cruz sufrida por el Hijo de Dios hecho hombre es infinitamente eficaz para hacer comprender los atributos divinos, la justicia y la misericordia, la malicia del pecado y el valor de nuestra alma. Para borrar el pecado, un Dios derrama su sangre y muere en medio de los más terribles dolores. ¡Cuán grande debe ser el valor de mi alma si para rescatarla se necesitó la sangre de un Dios!
El suplicio de la cruz estaba reservado a los esclavos y a los malhechores. El Salvador del mundo, cargado con nuestras iniquidades, quiere pasar por este suplicio humillante y cruel. Los verdugos colocaron sobre sus hombros una pesada cruz, que Él abraza con amor y lleva penosamente hasta el Calvario, lugar destinado a las ejecuciones. El camino que conducía a él tenia una longitud de 750 metros. Al recorrer esta vía dolorosa, Jesús, extenuado por tantos sufrimientos, cae tres veces. Al salir de Jerusalén, se halla incapaz de dar un paso, llevando la cruz a cuestas; los soldados obligan aun hombre de Cirene a que ayude a la víctima. Jesús se encuentra con su Santísima Madre, y su corazón
se desgarra de pena. Más adelante, una piadosa mujer, llamada la Verónica, enjuga su divino rostro, y el Señor, agradecido, deja impresa en el sudario su santa faz.
Llegado al Calvario, Jesús despojado de sus vestiduras, es clavado en la cruz por cuatro clavos, que hacen penetrar a fuerza de golpes de martillo, enormes clavos en sus pies y manos. Cuando la
víctima queda clavada, en medio de atroces sufrimientos, los verdugos levantan la cruz y la dejan caer de golpe en el hoyo preparado de antemano. Cada sacudida produce en todos los miembros de Jesús un estremecimiento de espantosos dolores... Era mediodía.
Dos ladrones fueron también crucificados con Él, uno a la derecha y otro a la izquierda. Así se cumplía la profecía que dice: Ha sido contado entre los malhechores. Sobre la cruz, el Salvador, levantado entre la tierra y el cielo, pronuncia siete palabras. Ora por sus verdugos; promete el Paraíso al ladrón arrepentido; entrega a María por madre a Juan y luego calla por espacio de tres horas. En aquel momento, el sol se obscurece y densas tinieblas cubren la tierra. Jesús ruega ante la justicia divina
por los pecadores. Viendo el número de los réprobos que no querrán aprovecharse de sus méritos, deja escapar un grito de desconsuelo hacia su Padre: ¡Dios mío, Dio mío! ¿Por qué me has abandonado?.
Después se vuelve a los hombres para decirles: Tengo sed... Tengo sed de la salvación de vuestras almas... Por último anuncia que todo se ha consumado: las profecías se han cumplido; el precio de nuestro rescate está pagado. El Redentor profiere un gran grito, pone su alma en las manos de su Padre, e inclinando la cabeza expiró... Eran las tres de la tarde.
La naturaleza entera pareció llorar la muerte de su Creador: la tierra tembló, las rocas del Calvario se partieron, se desgarró el velo del Templo, las tumbas se abrieron... El centurión romano, que guardaba a los ajusticiados exclamó: ¡Ese hombre era realmente el Hijo de Dios!
Jesús murió en la Cruz; a juicio de sus enemigos, la ignominia de ese suplicio, debía aniquilar para siempre los proyectos del Salvador; mas, al contrario, esa misma Cruz se convierte en símbolo del triunfo. Sin más ciencia que la de Jesús crucificado, sin más apoyo que la virtud de la Cruz, a pesar del poder de los césares y de los sofismas de los filósofos, a pesar de la corrupción de la sociedad y de la austeridad de las leyes cristianas.
El misterio de Jesucristo muerto en la cruz por rescatar a los hombres, librarlos de la esclavitud del demonio y abrirles el cielo es el misterio de la Redención. Jesucristo ha satisfecho a la justicia
divina por nuestros pecados y ha merecido la gloria del cielo y las gracias necesarias para alcanzarla.
Oración del Ofertorio de hoy en la Santa Misa:
A través de la señal de la Santa Cruz protege a tu pueblo, oh Señor, de las trampas de todos sus enemigos, para que podamos ofrecerte un servicio digno y nuestro sacrificio sea aceptable para ti.
Reflexiones tomadas y adaptadas de La Religión Demostrada del P. Alberto Hillaire
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