Exorcismo
completo de León XIII contra satanás
Invoca a San Miguel Arcángel como consecuencia de
una visión de los ángeles rebeldes atacando Roma.
Hay distintas
versiones de este exorcismo del papa León XIII invocando a San Miguel Arcángel
para expulsar a los demonios, pero lo que ha circulado más es la oración que se
rezaba al finalizar la misa antes que fuera quitada en 1968. Ahora traemos todo
el exorcismo. Este exorcismo y sus oraciones nacieron de una visión terrible
que tuvo León XIII el 13 de octubre de 1884.
CÓMO NACE SU CONOCIDA ORACIÓN EXORCÍSTICA
El
padre Domenico Pechenino escribe:
«No recuerdo el año exacto. Una mañana el Sumo Pontífice León XIII había
celebrado la santa misa y estaba asistiendo a otra de agradecimiento, como era
habitual. De pronto, le vi levantar enérgicamente la cabeza y luego mirar algo
por encima del celebrante. Miraba fijamente, sin parpadear, pero con un aire de
terror y de maravilla, demudado. Algo extraño, grande, le ocurría.
Finalmente, como volviendo en sí, con un ligero pero enérgico ademán, se
levanta. Se le ve encaminarse hacia un despacho privado. Los familiares le
siguen con premura y ansiedad.
Le dicen en voz baja: ‘Santo Padre, ¿no se siente bien? ¿Necesita algo?’
Responde: ‘Nada, nada.
Al cabo de media hora hace llamar al secretario de la Congregación de
Ritos y, dándole un folio, le manda imprimirlo y enviarlo a todos los obispos
diocesanos del mundo.
¿Qué contenía? La
oración que rezamos al final de la misa junto con el pueblo, con la súplica a
María y la encendida invocación al príncipe de las milicias celestiales,
implorando a Dios que vuelva a lanzar a satanás al infierno».
En aquel escrito se ordenaba también rezar
esas oraciones de rodillas. Lo antes escrito, que también había sido
publicado en el periódico La settimana del clero el 30 de marzo de 1947, no
cita las fuentes de las que se tomó la noticia. Pero de ello resulta el modo
insólito en que se ordenó rezar esa plegaria, que fue expedida a los obispos
diocesanos en 1886.
Como confirmación de la que escribió el padre
Pechenino tenemos el autorizado testimonio del cardenal Nasalli Rocca que, en
su carta pastoral para la cuaresma, publicada en Bolonia en 1946, escribe:
«León XIII escribió él mismo esa oración. La frase [los demonios] ‘que
vagan por el mundo para perdición de las almas’ tiene una explicación
histórica, que nos fue referida varias veces por su secretario particular,
monseñor Rinaldo Angeli.
León XIII experimentó verdaderamente la visión de
los espíritus infernales que se concentraban sobre la Ciudad Eterna (Roma); de esa
experiencia surgió la oración que quiso hacer rezar en toda la Iglesia.
El la rezaba con voz vibrante y potente: la oímos muchas veces en la
basílica vaticana. No sólo esto, sino que escribió de su puño y letra un
exorcismo especial contenido en el Ritual romano (edición de 1954, tít. XII, c.
III, pp. 863 y ss.).
El recomendaba a los obispos y los sacerdotes que rezaran a
menudo ese exorcismo en sus diócesis parroquiales. El, por su parte, lo
rezaba con mucha frecuencia a lo largo del día».
EL EXORCISMO DE LEÓN XIII
En
el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Salmo 67.
Levántese Dios y sean dispersados sus enemigos
y huyan de su presencia los que le odian. Como se disipa el humo se disipen
ellos, como, se derrite la cera ante el fuego, así perecerán los impíos ante
Dios.
Salmo 34.
Señor, pelea contra los que me atacan;
combate a los que luchan contra mí. Sufran una derrota y queden avergonzados
los que me persiguen a muerte. Vuelvan la espalda llenos de oprobio los que
maquinan mi perdición. Sean como polvo frente al viento cuando el Ángel del
Señor los desbarate. Sea su camino oscuro y resbaladizo, cuando el Ángel del
Señor los persiga.
Porque sin motivo me tendieron redes de
muerte, sin razón me abrieron trampas mortales.
Que les sorprenda un desastre imprevisto, que
los enrede la red que para mí escondieron; que caigan en la misma trampa que me
abrieron. Mi alma se alegra con el Señor y gozará de su salvación. Gloria al
Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y
siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.
SÚPLICA A SAN MIGUEL
ARCÁNGEL
Gloriosísimo príncipe de la milicia
celestial, Arcángel San Miguel, defiéndenos en la lucha que mantenemos
combatiendo “contra los principados y potestades, contra los caudillos de este
mundo tenebroso, contra los espíritus malignos esparcidos por los aires” (Ef.
6, 12). Ven en auxilio de los hombres que Dios creó incorruptibles a su imagen
y semejanza (Sap. 2, 23), y a tan “alto precio rescatados” (I Cor. 6, 20) de la
tiranía del demonio. Con las huestes de los ángeles buenos pelea hoy los
combates del Señor, como antaño luchaste contra Lucifer, corifeo de la soberbia
y contra sus ángeles apóstalas. Ellos no pudieron vencer, y perdieron su lugar
en el Cielo. “Fue precipitado el gran dragón, la antigua serpiente el
denominado diablo y Satanás, el seductor del universo: fue precipitado a la
tierra y con él fueron arrojados sus ángeles” (Apoc. 12,8-9).
He aquí que el antiguo enemigo y homicida se
ha erguido con vehemencia. Disfrazado de “ángel de luz” (II Cor. 11, 14) con la
escolta de todos los espíritus malignos rodea e invade la tierra entera, y se
instala en todo lugar, con el designio de borrar allí el nombre de Dios y de su
Cristo, de arrebatar las almas destinadas a la corona de la gloria eterna, de
destruirlas y perderlas para siempre. Como el más inmundo torrente, el maligno
dragón derramó sobre los hombres de mente depravada y corrompido corazón, el
veneno de su maldad: el espíritu de la mentira, de la impiedad y de la
blasfemia; el letal soplo de la lujuria, de todos los vicios e iniquidades.
Los más taimados enemigos han llenado de
amargura a la Iglesia, esposa del Cordero Inmaculado, le han dado a beber
ajenjo, han puesto sus manos impías sobre todo lo que para Ella es más querido.
Donde fueron establecidas la Sede de San Pedro y la Cátedra de la Verdad como
luz para las naciones, ellos han erigido el trono de la abominación de la
impiedad, de suerte que, golpeado el Pastor, pueda dispersarse la grey. Oh
invencible adalid, ayuda al pueblo de Dios contra la perversidad de los
espíritus que le atacan y dale la victoria.
La Iglesia te venera como su guardián y
patrono, se gloría que eres su defensor contra los poderes nocivos terrenales e
infernales; Dios te confió las almas de los redimidos para colocarlos en el
estado de la suprema felicidad. Ruega al Dios de la paz que aplaste al demonio
bajo nuestros pies, para que ya no pueda retener cautivos a los hombres y dañar
a tu Iglesia. Ofrece nuestras oraciones al Altísimo, para que cuanto antes
desciendan sobre nosotros las misericordias del Señor (Salmo 78, 8), y sujeta al
dragón, la antigua serpiente, que es el diablo y Satanás, y, una vez
encadenado, precipítalo en el abismo, para que nunca jamás pueda seducir a las
naciones (Apoc. 20).
Después de esto, confiados en tu protección y
patrocinio, con la sagrada autoridad de la Santa Madre Iglesia, nos disponemos
a rechazar la peste de los fraudes diabólicos, confiados y seguros en el Nombre
de Jesucristo, nuestro Dios y Señor.
V. He
aquí la Cruz del Señor, huid poderes enemigos.
R.
Ha vencido el León de la tribu de Judá, la raíz de David.
V. Señor,
que tu misericordia venga sobre nosotros.
R.
Como lo esperamos de Ti.
V. Señor,
escucha nuestra oración.
R. Y
llegue a Ti nuestro clamor.
(El
Señor esté con vosotros. (Sólo si es un sacerdote)
R. Y
con tu espíritu).
OREMOS
Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo,
invocamos tu santo Nombre y suplicantes imploramos tu clemencia, para que, por
la intercesión de la Inmaculada siempre Virgen María Madre de Dios, del
Arcángel San Miguel, de San José Esposo de la Santísima Virgen, de los santos
Apóstoles Pedro y Pablo y de todos los Santos, te dignes prestarnos tu auxilio
contra Satanás y todos los demás espíritus inmundos que vagan por el mundo para
dañar al género humano y para la perdición de las almas. Amén.
EXORCISMO
Te exorcizamos todo espíritu maligno, poder
satánico, ataque del infernal adversario, legión, concentración y secta
diabólica, en el nombre y virtud de Nuestro Señor Jesucristo, para que salgas y
huyas de la Iglesia de Dios, de las almas creadas a imagen de Dios y redimidas
por la preciosa Sangre del Divino Cordero. En adelante no oses, perfidísima
serpiente, engañar al género humano, perseguir a la Iglesia de Dios, zarandear
a los elegidos y cribarlos como el trigo. Te lo manda Dios Altísimo, a quien en
tu insolente soberbia aún pretendes asemejarte, “el cual quiere que todos los
hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (II Tim. 2). Te lo
manda Dios Padre te lo manda Dios Hijo; te lo manda Dios Espíritu Santo. Te lo
manda la majestad de Cristo, el Verbo eterno de Dios hecho hombre, quien para
salvar a la estirpe perdida por tu envidia, “se humilló a sí mismo hecho
obediente hasta la muerte” (Fil. 2); el cual edificó su Iglesia sobre roca
firme, y reveló que los “poderes del infierno nunca prevalecerían contra ella,
Él mismo había de permanecer con ella todos los días hasta el fin de los
tiempos” (Mat. 28, 20). Te lo manda el santo signo de la Cruz y la virtud de
todos los Misterios de la fe cristiana. Te lo manda la excelsa Madre de Dios,
la Virgen María, quien con su humildad desde el primer instante de su
Inmaculada Concepción aplastó tu orgullosa cabeza.
Te lo manda la fe de los santos Apóstoles
Pedro y Pablo y de los demás Apóstoles. Te lo manda la sangre de los mártires y
la piadosa intercesión de todos los Santos y Santas. Por tanto, maldito dragón
y toda legión diabólica, te conjuramos por Dios vivo, por Dios verdadero, por Dios
santo, que “de tal modo amó al mundo que entregó a su unigénito Hijo, para que
todo el que crea en Él no perezca, sino que viva la vida eterna” (Juan 3); cesa
de engañar a las criaturas humanas y deja de suministrarles el veneno de la
eterna perdición; deja de dañar a la Iglesia y de poner trabas a su libertad.
Huye Satanás, inventor y maestro de toda falacia, enemigo de la salvación de
los hombres. Retrocede ante Cristo, en quien nada has hallado semejante a tus
obras. Retrocede ante la Iglesia una, santa, católica y apostólica, la que el
mismo Cristo adquirió con su Sangre. Humíllate bajo la poderosa mano de Dios.
Tiembla y huye, al ser invocado por nosotros el santo y terrible Nombre de
Jesús, ante el que se estremecen los infiernos, a quien están sometidas las
Virtudes de los cielos, las Potestades y las Dominaciones; a quien los
Querubines y Serafines alaban con incesantes voces diciendo: Santo, Santo,
Santo es el Señor, Dios de los Ejércitos.
Señor,
escucha mi oración.
R. Y
llegue a Ti mi clamor.
[El
Señor esté con vosotros. (Sólo si es un sacerdote)]
R. Y
con tu espíritu].
OREMOS
Dios del Cielo y de la tierra, Dios de los
Ángeles, Dios de los Arcángeles, Dios de los Patriarcas, Dios de los Profetas,
Dios de los Apóstoles, Dios de los Mártires, Dios de los Confesores, Dios de
las Vírgenes, Dios que tienes el poder de dar la vida después de la muerte, el
descanso después del trabajo, porque no hay otro Dios fuera de Ti, ni puede
haber otros sino Tú mismo, Creador de todo lo visible y lo invisible, cuyo
reino no tendrá fin: humildemente te suplicamos que tu gloriosa Majestad se
digne libramos eficazmente y guardamos sanos de todo poder, lazo, mentira y
maldad de los espíritus infernales. Por Cristo Nuestro Señor. Amén.
V. De
las asechanzas del demonio.
R.
Líbranos, Señor.
V. Haz
que tu Iglesia te sirva con segura libertad.
R.
Te rogamos, óyenos.
V. Dígnate
humillar a los enemigos de tu Iglesia.
R.
Te rogamos, óyenos.
(Se
rocía con agua bendita el lugar y a los presentes).
Señor,
no recuerdes nuestros delitos ni los de nuestros padres, ni tomes venganza de
nuestros pecados (Tobías 3, 3).
Padre
nuestro….
Y
ahora rezar la siguiente oración:
PODEROSA INVOCACIÓN PARA
PEDIR PROTECCIÓN
¡Adoración!
¡Adoración! ¡Adoración! ¡A Ti oh arma poderosa!
¡Adoración!
¡Adoración! ¡Adoración! ¡A Tu Sangre Preciosa! Misericordioso Jesucristo
Agonizante, derrama Tu Sangre Preciosa sobre las almas. Satisface nuestra sed,
y vence al enemigo. Amén.
Poderosa
Sangre de Salvación, combate al enemigo. (3 veces).
Y
finalmente:
ORACIÓN DE COMBATE A
SAN MIGUEL
Se llama primero a San Miguel, pidiéndole
permiso al Padre celestial con el rezo de un Padrenuestro. Luego se dice la
oración que se enseñó para estos tiempos:
San Miguel Arcángel,
defiéndenos en la batalla.
Sé nuestro amparo contra la perversidad y asechanzas del demonio.
Reprímale Dios, pedimos suplicantes,
y tú, Oh Príncipe de la milicia celestial,
arroja al infierno con el divino poder a satanás,
y a todos los espíritus malignos
que andan dispersos por el mundo
para la perdición de las almas. Amen.