sábado, 12 de diciembre de 2020

¿CÓMO AMAR AL PECADOR SIN APROBAR EL PECADO? por Tomasso di Pastenes

 



¿CÓMO AMAR AL PECADOR SIN APROBAR EL PECADO?

por Tomasso di Pastenes

Hay un eslogan habitual entre católicos y cristianos, en general visto como una máxima compasiva: "debemos odiar el pecado, pero no al pecador".

La dificultad es que esta paráfrasis nacida de San Agustín de Hipona, a menudo no se entiende ni aplica bien. Muchos creyentes ven en esta glosa como una licencia de ver al pecador como una víctima de su pecado, y no como el autor del pecado que comete. Esta interpretación también ha influido en el actual derecho penal de los países, en cuanto a ver al delincuente como una víctima de la sociedad opulenta y consumista.

El pecador peca, no cabe duda. Luego, ¿podemos separar al pecado del pecador cuando, para ser honestos, en el Juicio Particular el pecador será condenado por el pecado?  N. S. Jesucristo no nos dice: "Tú puedes venir al cielo, pero enviaré tu pecado al infierno". No. Las decisiones de la persona son de la persona. En el Juicio Final, el pecador quedará condenado junto con su pecado.

Mientras tanto, aquí y ahora ¿cómo hago para odiar el pecado y amar al pecador correctamente?  Esto es especialmente difícil cuando hay algunos pecadores que niegan que son pecadores, y dicen: "yo nací así, no puedes condenar el pecado sin condenarme a mí.  Si no quieres odiarme debes aceptarme a mí y todo lo que yo hago y a lo que tú llamas 'pecado´."  Frente a este dilema, está la tentación de ser indiferente al pecado, que nada me importe un rábano, contentándome con encogerme de hombros y negar la realidad del pecado.

Pero ¿Cómo amo al pecador y odio el pecado cuando se trata de cuestiones de moral práctica como defender a mis hijos de un ejemplo de inmoralidad?  ¿Cómo amo al pecador sin aprobar su pecado?  ¿Qué sucede en una situación en que permito y me hago cómplice de una adicción, me rindo ante la violencia o simplemente no hago absolutamente nada frente a una situación intolerable confundiendo ser amable con ser condescendiente? ¿Qué sucede si "odiar el pecado y amar al pecador" se convierte en una máscara, de falsa bondad o prudencia, para evitar comprometernos con la verdad, en pereza ante nuestro deber de cumplir la ley divina, proteger a los inocentes y en la ausencia de una verdadera preocupación o compasión por las personas que quedan atrapadas en comportamientos que son destructivos para ellos, para los demás y para la sociedad?

Veamos un ejemplo cotidiano: el tío Manuel es divorciado y se ha vuelto a casar, ahora con Gabriela.  Quieren pasar las fiestas de fin de año con nosotros y ser aceptados como esposo y esposa.  Sin embargo, yo no apruebo esa relación y les digo a mis hijos que divorciarse y volverse a casar está mal (salvo cuando un proceso canónico establece con certeza que no hubo verdadero matrimonio).  Cuando Manuel y Gabriela llegan, ¿les doy una cálida bienvenida, les muestro las habitaciones de huéspedes y les abro un par de cervezas?  ¿Qué sucede con la tía Marta, de quien Manuel se divorció para casarse con una mujer más joven y atractiva?  ¿Qué sucede con sus hijos?  ¿Con quién pasarán ellos estas fiestas?  ¿Acaso mi cálida bienvenida a Manuel y Gabriela equivale a una bofetada en el rostro a Marta y sus hijos? Mis intentos, en este caso, de amar al pecador y, a la vez, odiar el pecado en realidad me conducen en aprobar el pecado, a confundir a mis hijos sobre el matrimonio y a ser cruel e hiriente con la esposa agredida y sus hijos.  Para ser justos con la agredida y con el fin de defender el matrimonio cristiano, debiera pedirles a Manuel y a Gabriela que pasen las fiestas en otro lugar.

Por este motivo los católicos, solían excluir a quienes rompían las reglas.  Y lo hacían para proteger no sólo las reglas, sino que a todos los que estaban intentando vivir según esas reglas, porque algunas veces la mejor manera de amar al pecador y odiar el pecado es hablar abiertamente con el pecador acerca de su pecado grave y advertirle de su mal vivir, por cierto, esos católicos fieles querían vivir según esas reglas y ayudar a todos los que quisieran vivir según esas reglas ya que estaban convencidos que era la mejor manera y el modo más eficaz de construir una vida feliz y plena, en esta vida y en la otra. Entendían estos que la gente que rompía las reglas estaba rompiendo el matrimonio y lo estaban rompiendo para todos.  Por ese motivo, quienes rompían el matrimonio eran excluidos de las ventajas del matrimonio y de la vida familiar.  Eran excluidos no por ser malos con ellos, sino para fortalecer y defender una institución tan frágil como la del matrimonio, se tenía claro que por el bien común está bien sacrificar el bien particular cuando es necesario, tal como hace el cirujano.

Hoy, lamentablemente, ya no hacemos eso, y si algunos lo hacen, lo hacen sin la fuerza suficiente, no obstante, aún queda en algunos pocos fieles la interrogante: ¿Cómo puedo amar al pecador y odiar el pecado? Desde un punto de vista moral práctico, algunas veces se deberá rechazar al pecador antes de rechazar el pecado, pero esto no es peor que darse cuenta de que no siempre puedes abrazar los opuestos y algunas veces se deberá elegir entre el menor de dos males. Veamos otro ejemplo muy actual, Mario es tu hermano y quiere visitarte junto a su pareja, Juan.  Están "casados" y manifiestan su estilo de vida homosexual abiertamente.  Esperan que los recibas como miembros de la familia, compartir el cuarto de huéspedes y que tú actúes como si esto fuera perfectamente normal.  Sin embargo, en tu casa viven niños y estás haciendo lo mejor que puedes para criarlos y para que comprendan el verdadero sentido que el matrimonio tiene para la vida de los seres humanos.  Les has enseñado que la relación entre Mario y Juan no es acorde con ese sentido.  Entonces, ¿Qué harás? Deberás elegir entre dos bienes. Uno superior y otro inferior. Pensarás que el bien de preservar lo que tus hijos entienden por matrimonio cristiano sin confusiones ni compromisos es mucho más importante que ser amable con Mario y Juan.  Después de todo, ni Mario ni Juan son miembros de tu familia inmediata y a pesar de que querrías ser amable con ellos, tu deber de ser fiel con Dios y tus hijos está primero. 

Esto no difiere demasiado de otras elecciones que se hacen entre dos bienes en pugna.  Los principios morales según la Fe y la razón son muy claros: solo el bien es más excelente y tiene derecho, el mal no lo tiene en modo alguno, y como el bien mayor prevalece sobre el bien menor, no puede haber equívocos al respecto, es del todo evidente. En este ámbito, tenemos otro ejemplo concreto, quiero llevar a mis hijos a unas grandiosas vacaciones por Europa, pero también quiero pagarles una buena carrera universitaria.  Elijo la universidad, bien mayor y duradero.

Aunque tengamos el deseo de ser agradables con todo el mundo y amar al pecador odiando el pecado, algunas veces el pecador se sentirá excluido por nosotros, es algo que no se puede evitar. Para muchos este conflicto natural los hace vacilar. Pero ¿acaso soy la única persona que actualmente se siente intimidada por esta idea que todos deben ser agradables, amables y tolerantes con todo el mundo sin poder hacer preguntas o juicios?  ¿No es ésta una suerte de chantaje emocional lo que me lleva aprobar algo que no puedo ni quiero aprobar? Son "intimidadores" o “manipuladores” quienes me presionan con sus tácticas agresivas y pasivas de chantaje y acoso. Sin embargo, la verdad es que puedo defender la Fe y las sanas costumbres y respaldar lo que creo sin comprometer esos principios ni ser desagradable con las personas que no las comparten. ¿El ser recto quiere decir que tengo que andar por ahí buscando la manera de ser áspero y descalificador con los demás?  Claro que no.  Hacemos lo que podemos para ser amables, tolerantes y cordiales con todos, pero hay límites. El sentido común exige límites.  Los principios imponen límites. Algunas veces la mejor manera de amar al pecador y odiar el pecado será hablar abiertamente con el pecador acerca de su delicada situación y advertirle, luego, de ser necesario, apartarse hasta que se enmienda.  Si hay un alcohólico en la familia, no le haces ningún favor si pones excusas y lo justificas. Si tu esposo te golpea todos los viernes por la noche y quema a los niños con un cigarro, no le haces ningún favor si lo dejas entrar cuando llega ebrio a casa.

Finalmente, el verdadero amor por el pecador es verlo tal cual es realmente y olvidar cualquier tipo de problema, adicción, ruptura o confusión que sufra y facilitar que la verdad, caridad y gracia regeneradora de Dios sea activa y fructífera en su vida.  La mayoría de nosotros somos un desastre y cuanto antes nos demos cuenta, mejor. Además, la persona más compasiva es la que se da cuenta de lo que la asombrosa gracia de Dios ha hecho y cómo la ha rescatado y que desea la misma salvación para los demás. Entonces, lo primero es, nuestra propia conversión y en el largo y duro camino del arrepentimiento, de la enmienda y del resurgir espiritual que se fomente el verdadero amor por el pecador y el odio al pecado.  El odio al pecado porque vemos cómo ha destruido nuestras propias vidas por alejarnos de Dios y el amor por el pecador porque podemos ver qué podría ser y en lo que podría convertirse si tan sólo cediera a la acción regeneradora de la gracia divina. Por este motivo, Santa Juliana de Norwich escribe que Dios nos mira con lástima, pero sin reproches.  Su misericordia es eterna por esa criatura, pero también es eterna su justicia.  Ama al pecador, porque puede ver lo caída y rota que puede llegar a ser y odia el pecado porque puede ver cómo ha enfermado y deformado su ser. Cuando empecemos a tener ese tipo de mirada eterna y sobrenatural, podremos empezar a odiar el pecado y amar al pecador verdaderamente. Lo demás son tonterías sentimentales, ilusiones románticas o indulgencias bienintencionadas pero inefectivas y dañinas para la Gloria de Dios, la salvación de las almas y la derrota del mal.

 

Preguntemos a Santo Tomás de Aquino, príncipe de los teólogos, sobre esta cuestión:

 

Suma teológica - Parte II-IIae - Cuestión 34

 

Artículo 3: ¿Es pecado todo odio al prójimo?

Objeciones por las que parece que no todo odio al prójimo es pecado:

1. Ningún pecado se encuentra entre los preceptos o consejos de la ley divina, a tenor de estas palabras de Prov 8,8: Justos son todos los dichos de mi boca; nada hay en ellos astuto ni tortuoso. Pero en San Lucas 14,26 leemos que, si alguno viene a mí y no odia a su padre y a su madre, no puede ser mi discípulo. Por tanto, no todo odio al prójimo es pecado.

2. No puede haber pecado en imitar a Dios. Ahora bien, odiamos a algunos imitando a Dios, a tenor de lo que escribe el Apóstol en Rom 1,30: Calumniadores, aborrecidos de Dios. En consecuencia, podemos odiar a algunos sin pecado.

3. Nada natural es pecado, porque, como escribe el [San Juan ] Damasceno en el II libro, el pecado consiste en el apartamiento de lo que es conforme a la naturaleza. Ahora bien, es connatural a cualquiera odiar lo que le es contrario y trabajar por su destrucción. No parece, pues, que sea pecado que uno odie a su enemigo.

Contra esto: está el testimonio de 1 Jn 2,9 que dice: Quien odia a su hermano anda en tinieblas. Las tinieblas espirituales son el pecado. En consecuencia, no se puede odiar al prójimo sin pecado.

Respondo: El odio se opone al amor, como ya hemos expuesto (1-2 q.29 a.1, sedcontra; a.2 arg.1 y ad. 2). Luego tanta razón de mal tiene el odio cuanto de bien tiene el amor. Pues bien, al prójimo se le debe amor por lo que ha recibido de Dios, o sea, por la naturaleza y por la gracia, y no por lo que tiene de sí mismo o del diablo, o sea, por el pecado y la falta de justicia. Por eso es lícito odiar en el hermano el pecado y lo que conlleva de carencia de justicia divina; no se puede, empero, odiar en él, sin incurrir en pecado, ni la naturaleza misma ni la gracia. Pero el hecho mismo de odiar en el hermano la culpa y la deficiencia de bien corresponde también al amor del mismo, ya que igual motivo hay para amar el bien y odiar el mal de una persona. De ahí que el odio al hermano en absoluto es siempre pecado.

A las objeciones:

1. Por mandamiento de Dios debemos honrar a los padres en cuanto están unidos a nosotros por la naturaleza y por la afinidad, como aparece en Éxodo 20,12. Deben ser odiados si constituyen para nosotros impedimento para allegarnos a la perfección de la justicia divina.

2. En los calumniadores, Dios odia la culpa, no la naturaleza. Por eso podemos odiar sin culpa a los calumniadores.

3. Los hombres no se oponen a nosotros por los bienes que reciben de Dios; bajo este aspecto debemos amarles. Se oponen, en cambio, por promover enemistades contra nosotros, y esto es culpa de ellos. Bajo este aspecto debemos odiarles, ya que debemos odiar en ellos aquello que les hace enemigos nuestros.

 

Nota: Los subrayados son nuestros {Nota del editor}