¿CÓMO
AMAR AL PECADOR SIN APROBAR EL PECADO?
por Tomasso
di Pastenes
Hay un eslogan habitual entre
católicos y cristianos, en general visto como una máxima compasiva: "debemos
odiar el pecado, pero no al pecador".
La dificultad es que esta paráfrasis nacida de San Agustín de Hipona, a menudo no se entiende ni aplica bien. Muchos creyentes ven en esta glosa como una licencia de ver al pecador como una víctima de su pecado, y no como el autor del pecado que comete. Esta interpretación también ha influido en el actual derecho penal de los países, en cuanto a ver al delincuente como una víctima de la sociedad opulenta y consumista.
El pecador peca, no cabe
duda. Luego, ¿podemos separar al pecado del pecador cuando, para ser honestos,
en el Juicio Particular el pecador será condenado por el pecado? N. S. Jesucristo
no nos dice: "Tú puedes venir al cielo, pero enviaré tu pecado al infierno".
No. Las decisiones de la persona son de la persona. En el Juicio Final, el
pecador quedará condenado junto con su pecado.
Mientras tanto, aquí y ahora
¿cómo hago para odiar el pecado y amar al pecador correctamente? Esto es
especialmente difícil cuando hay algunos pecadores que niegan que son pecadores,
y dicen: "yo nací así, no puedes condenar el pecado sin condenarme a
mí. Si no quieres odiarme debes aceptarme a mí y todo lo que yo hago y a
lo que tú llamas 'pecado´." Frente a este dilema, está la
tentación de ser indiferente al pecado, que nada me importe un rábano, contentándome
con encogerme de hombros y negar la realidad del pecado.
Pero ¿Cómo amo al pecador y
odio el pecado cuando se trata de cuestiones de moral práctica como defender a
mis hijos de un ejemplo de inmoralidad? ¿Cómo amo
al pecador sin aprobar su pecado? ¿Qué sucede en una situación en que
permito y me hago cómplice de una adicción, me rindo ante la violencia o
simplemente no hago absolutamente nada frente a una situación intolerable
confundiendo ser amable con ser condescendiente? ¿Qué sucede si "odiar
el pecado y amar al pecador" se convierte en una máscara, de falsa bondad
o prudencia, para evitar comprometernos con la verdad, en pereza ante nuestro
deber de cumplir la ley divina, proteger a los inocentes y en la ausencia de
una verdadera preocupación o compasión por las personas que quedan atrapadas en
comportamientos que son destructivos para ellos, para los demás y para la
sociedad?
Veamos un ejemplo cotidiano:
el tío Manuel es divorciado y se ha vuelto a casar, ahora con Gabriela.
Quieren pasar las fiestas de fin de año con nosotros y ser aceptados como
esposo y esposa. Sin embargo, yo no apruebo esa relación y les digo a mis
hijos que divorciarse y volverse a casar está mal (salvo
cuando un proceso canónico establece con certeza que no hubo verdadero
matrimonio). Cuando Manuel y Gabriela llegan, ¿les doy una
cálida bienvenida, les muestro las habitaciones de huéspedes y les abro un par
de cervezas? ¿Qué sucede con la tía Marta, de quien Manuel se divorció
para casarse con una mujer más joven y atractiva? ¿Qué sucede con sus
hijos? ¿Con quién pasarán ellos estas fiestas? ¿Acaso mi cálida
bienvenida a Manuel y Gabriela equivale a una bofetada en el rostro a Marta y
sus hijos? Mis intentos, en este caso, de amar al pecador y, a la vez, odiar el
pecado en realidad me conducen en aprobar el pecado, a confundir a mis hijos
sobre el matrimonio y a ser cruel e hiriente con la esposa agredida y sus
hijos. Para ser justos con la agredida y con el fin de defender el
matrimonio cristiano, debiera pedirles a Manuel y a Gabriela que pasen las fiestas
en otro lugar.
Por este motivo los católicos,
solían excluir a quienes rompían las reglas. Y lo hacían para proteger no
sólo las reglas, sino que a todos los que estaban intentando vivir según esas
reglas, porque algunas veces la mejor manera de amar al pecador y odiar el
pecado es hablar abiertamente con el pecador acerca de su pecado grave y advertirle
de su mal vivir, por cierto, esos católicos fieles querían vivir según esas
reglas y ayudar a todos los que quisieran vivir según esas reglas ya que estaban
convencidos que era la mejor manera y el modo más eficaz de construir una vida
feliz y plena, en esta vida y en la otra. Entendían estos que la gente que
rompía las reglas estaba rompiendo el matrimonio y lo estaban rompiendo para
todos. Por ese motivo, quienes rompían el matrimonio eran excluidos de
las ventajas del matrimonio y de la vida familiar. Eran excluidos no por
ser malos con ellos, sino para fortalecer y defender una institución tan frágil
como la del matrimonio, se tenía claro que por el bien común está bien
sacrificar el bien particular cuando es necesario, tal como hace el cirujano.
Hoy, lamentablemente, ya no
hacemos eso, y si algunos lo hacen, lo hacen sin la fuerza suficiente, no
obstante, aún queda en algunos pocos fieles la interrogante: ¿Cómo puedo amar
al pecador y odiar el pecado? Desde un punto de vista moral práctico, algunas
veces se deberá rechazar al pecador antes de rechazar el pecado, pero esto no
es peor que darse cuenta de que no siempre puedes abrazar los opuestos y
algunas veces se deberá elegir entre el menor de dos males. Veamos otro ejemplo
muy actual, Mario es tu hermano y quiere visitarte junto a su pareja,
Juan. Están "casados" y manifiestan su estilo de vida
homosexual abiertamente. Esperan que los recibas como miembros de la
familia, compartir el cuarto de huéspedes y que tú actúes como si esto fuera
perfectamente normal. Sin embargo, en tu casa viven niños y estás
haciendo lo mejor que puedes para criarlos y para que comprendan el verdadero
sentido que el matrimonio tiene para la vida de los seres humanos. Les
has enseñado que la relación entre Mario y Juan no es acorde con ese
sentido. Entonces, ¿Qué harás? Deberás elegir entre dos bienes. Uno superior
y otro inferior. Pensarás que el bien de preservar lo que tus hijos entienden
por matrimonio cristiano sin confusiones ni compromisos es mucho más importante
que ser amable con Mario y Juan. Después de todo, ni Mario ni Juan son
miembros de tu familia inmediata y a pesar de que querrías ser amable con
ellos, tu deber de ser fiel con Dios y tus hijos está primero.
Esto no difiere demasiado de
otras elecciones que se hacen entre dos bienes en pugna. Los principios
morales según la Fe y la razón son muy claros: solo el bien es más excelente y
tiene derecho, el mal no lo tiene en modo alguno, y como el bien mayor prevalece
sobre el bien menor, no puede haber equívocos al respecto, es del todo
evidente. En este ámbito, tenemos otro ejemplo concreto, quiero llevar a mis
hijos a unas grandiosas vacaciones por Europa, pero también quiero pagarles una
buena carrera universitaria. Elijo la universidad, bien mayor y duradero.
Aunque tengamos el deseo de
ser agradables con todo el mundo y amar al pecador odiando el pecado, algunas
veces el pecador se sentirá excluido por nosotros, es algo que no se puede
evitar. Para muchos este conflicto natural los hace vacilar. Pero ¿acaso soy la
única persona que actualmente se siente intimidada por esta idea que todos
deben ser agradables, amables y tolerantes con todo el mundo sin poder
hacer preguntas o juicios? ¿No es ésta una suerte de chantaje emocional
lo que me lleva aprobar algo que no puedo ni quiero aprobar? Son
"intimidadores" o “manipuladores” quienes me presionan con sus
tácticas agresivas y pasivas de chantaje y acoso. Sin embargo, la verdad es que
puedo defender la Fe y las sanas costumbres y respaldar lo que creo sin
comprometer esos principios ni ser desagradable con las personas que no las
comparten. ¿El ser recto quiere decir que tengo que andar por ahí buscando la
manera de ser áspero y descalificador con los demás? Claro que no.
Hacemos lo que podemos para ser amables, tolerantes y cordiales con todos, pero
hay límites. El sentido común exige límites. Los principios imponen
límites. Algunas veces la mejor manera de amar al pecador y odiar el pecado será
hablar abiertamente con el pecador acerca de su delicada situación y advertirle,
luego, de ser necesario, apartarse hasta que se enmienda. Si hay un
alcohólico en la familia, no le haces ningún favor si pones excusas y lo justificas. Si
tu esposo te golpea todos los viernes por la noche y quema a los niños con un
cigarro, no le haces ningún favor si lo dejas entrar cuando llega ebrio a casa.
Finalmente, el verdadero
amor por el pecador es verlo tal cual es realmente y olvidar cualquier tipo de
problema, adicción, ruptura o confusión que sufra y facilitar que la verdad, caridad
y gracia regeneradora de Dios sea activa y fructífera en su vida. La
mayoría de nosotros somos un desastre y cuanto antes nos demos cuenta, mejor.
Además, la persona más compasiva es la que se da cuenta de lo que la asombrosa
gracia de Dios ha hecho y cómo la ha rescatado y que desea la misma salvación
para los demás. Entonces, lo primero es, nuestra propia conversión y en el
largo y duro camino del arrepentimiento, de la enmienda y del resurgir
espiritual que se fomente el verdadero amor por el pecador y el odio al
pecado. El odio al pecado porque vemos cómo ha destruido nuestras
propias vidas por alejarnos de Dios y el amor por el pecador porque
podemos ver qué podría ser y en lo que podría convertirse si tan sólo cediera a
la acción regeneradora de la gracia divina. Por este motivo, Santa Juliana de
Norwich escribe que Dios nos mira con lástima, pero sin reproches. Su
misericordia es eterna por esa criatura, pero también es eterna su justicia.
Ama al pecador, porque puede ver lo caída y rota que puede llegar a ser y odia
el pecado porque puede ver cómo ha enfermado y deformado su ser. Cuando
empecemos a tener ese tipo de mirada eterna y sobrenatural, podremos empezar a
odiar el pecado y amar al pecador verdaderamente. Lo demás son tonterías
sentimentales, ilusiones románticas o indulgencias bienintencionadas pero
inefectivas y dañinas para la Gloria de Dios, la salvación de las almas y la
derrota del mal.
Preguntemos a Santo Tomás de
Aquino, príncipe de los teólogos, sobre esta cuestión:
Suma
teológica - Parte II-IIae - Cuestión 34
Artículo 3: ¿Es pecado todo
odio al prójimo?
Objeciones por las que
parece que no todo odio al prójimo es pecado:
1. Ningún pecado se
encuentra entre los preceptos o consejos de la ley divina, a tenor de estas
palabras de Prov 8,8: Justos son todos los dichos de mi boca; nada hay en
ellos astuto ni tortuoso. Pero en San Lucas 14,26 leemos que, si alguno
viene a mí y no odia a su padre y a su madre, no puede ser mi discípulo.
Por tanto, no todo odio al prójimo es pecado.
2. No puede haber pecado en
imitar a Dios. Ahora bien, odiamos a algunos imitando a Dios, a tenor de lo que
escribe el Apóstol en Rom 1,30: Calumniadores, aborrecidos de Dios. En
consecuencia, podemos odiar a algunos sin pecado.
3. Nada natural es pecado,
porque, como escribe el [San Juan ] Damasceno en el II libro, el pecado consiste en el
apartamiento de lo que es conforme a la naturaleza. Ahora bien, es
connatural a cualquiera odiar lo que le es contrario y trabajar por su
destrucción. No parece, pues, que sea pecado que uno odie a su enemigo.
Contra esto: está el
testimonio de 1 Jn 2,9 que dice: Quien odia a su hermano anda en tinieblas.
Las tinieblas espirituales son el pecado. En consecuencia, no se puede odiar al
prójimo sin pecado.
Respondo: El
odio se opone al amor, como ya hemos expuesto (1-2 q.29 a.1, sedcontra; a.2
arg.1 y ad. 2). Luego tanta razón de mal tiene el odio cuanto de bien tiene el
amor. Pues bien, al prójimo se le debe amor por lo que ha recibido de Dios,
o sea, por la naturaleza y por la gracia, y no por lo que tiene de sí mismo
o del diablo, o sea, por el pecado y la falta de justicia. Por eso es lícito
odiar en el hermano el pecado y lo que conlleva de carencia de justicia
divina; no se puede, empero, odiar en él, sin incurrir en pecado, ni la
naturaleza misma ni la gracia. Pero el hecho mismo de odiar en el hermano
la culpa y la deficiencia de bien corresponde también al amor del mismo, ya que
igual motivo hay para amar el bien y odiar el mal de una persona. De ahí que el
odio al hermano en absoluto es siempre pecado.
A las objeciones:
1. Por mandamiento de Dios
debemos honrar a los padres en cuanto están unidos a nosotros por la naturaleza
y por la afinidad, como aparece en Éxodo 20,12. Deben ser odiados si
constituyen para nosotros impedimento para allegarnos a la perfección de la
justicia divina.
2. En los calumniadores,
Dios odia la culpa, no la naturaleza. Por eso podemos odiar sin culpa a los
calumniadores.
3. Los hombres no se oponen
a nosotros por los bienes que reciben de Dios; bajo este aspecto debemos
amarles. Se oponen, en cambio, por promover enemistades contra nosotros, y
esto es culpa de ellos. Bajo este aspecto debemos odiarles, ya que debemos
odiar en ellos aquello que les hace enemigos nuestros.
Nota: Los subrayados son nuestros
{Nota del editor}