ARTÍCULO VIII
CREO EN EL
ESPÍRITU SANTO.
El Espíritu Santo es la tercera
persona de la Santísima Trinidad.
Se llama Espíritu Santo, porque procede del Padre y
del Hijo por espiración o amor.
Al Espíritu Santo se le atribuyen
especialmente la santificación de las almas y la dirección de la Iglesia.
Los dones del Espíritu Santo son siete:
Sabiduría, Entendimiento, Consejo,
Fortaleza, Ciencia, Piedad y Temor de Dios.
Sabiduría para conocer las cosas de Dios y encontrar gusto
en ellas.
Entendimiento para entender las verdades de la fe y saber
obrar conforme a ellas.
Consejo para elegir pronto y decididamente el bien.
Fortaleza para cumplir con valor nuestros deberes.
Ciencia para saber usar bien de las cosas creadas y
dirigirlas a Dios, su último fin.
Piedad para amar a Dios como a Padre.
Temor de Dios para temer el ofender a Dios más que cualquier otro
mal.
Los frutos del Espíritu Santo. Son doce:
Caridad, Gozo, Paz, Paciencia,
Benignidad, Bondad, Longanimidad, Mansedumbre, Fe, Modestia, Continencia y
Castidad.
Caridad es el amor con que los buenos aman a Dios.
Gozo es la alegría que causa a los buenos el ser amigos de
Dios.
Paz es la tranquilidad y quietud de ánimo en que viven los buenos.
Paciencia es la resignación y gusto con que los buenos se
conforman a la voluntad de Dios en cualquier tribulación.
Benignidad es el modo suave con que los buenos tratan a todos.
Bondad es la voluntad y el deseo que tienen los buenos
de hacer al prójimo todo el bien posible.
Longanimidad es el grande ánimo que tienen los buenos; pues
toda su confianza está puesta en Dios.
Mansedumbre es la igualdad de ánimo con que los buenos
sufren las injurias, sin indignarse.
Fe es la fidelidad con que los justos creen todo lo que
Dios ha revelado.
Modestia es el cuidado, recato y delicadeza con que los
buenos proceden en todos sus actos.
Continencia es la solicitud que tiene los buenos para
reprimir las pasiones desordenadas.
Castidad es aquella pureza interior que guardan los buenos,
aborreciendo las cosas deshonestas y huyendo de las ocasiones.
¡Cuán hermosa es el alma que tiene los
dones y Frutos del Espíritu Santo!
Los tiene el alma que está en gracia de
Dios.
En esta alma tiene el Espíritu Santo su
morada especial.
ARTICULO IX
LA SANTA IGLESIA
CATÓLICA
LA COMUNIÓN DE
LOS SANTOS.
La palabra Iglesia significa
sociedad o congregación.
Iglesia de Jesucristo es la
sociedad visible fundada por N. S. Jesucristo.
La Iglesia de Jesucristo es militante,
purgante y triunfante.
Iglesia militante: la forman los que
están en este mundo.
Iglesia purgante: la forman los que están en el purgatorio.
Iglesia triunfante: la forman los que están en el cielo.
Para llegar a la Iglesia triunfante es
necesario pertenecer primero a la Iglesia militante.
El noveno artículo del Credo se refiere
especialmente a la Iglesia militante.
Jesucristo fundó la Iglesia para que los
hombres puedan hallar siempre en ella todos los medios necesarios para su
eterna salvación.
Estos medios son: la verdadera fe, el
sacrificio y los sacramentos; además los mutuos auxilios espirituales, como la
oración, el consejo y el ejemplo.
Para salvarse es necesario pertenecer de
hecho, o a lo menos con el deseo implícito, a la verdadera iglesia de
Jesucristo.
La Iglesia de Jesucristo es: perpetua e
infalible.
Perpetua significa que ha de
durar hasta el fin del mundo.
Infalible significa que no puede
errar.
Jesucristo dijo: Las puertas del
infierno no prevalecerán contra ella.
Yo estaré con vosotros hasta el fin
de los siglos.
El infierno prevalecería y Jesucristo no
estaría siempre con la Iglesia, si ésta errara o desapareciera.
La Iglesia Católica.
La Iglesia Católica es la sociedad de
los fieles cuya cabeza es el Papa.
Para pertenecer a la Iglesia católica es
necesario:
1º- Estar bautizado.
2º- Creer todas las verdades de la fe.
3º- Reconocer al Papa como cabeza de la
Iglesia.
4º- No estar excomulgado.
No pertenecen a la Iglesia Católica:
Los infieles, herejes, cismáticos,
apóstatas y excomulgados.
Infiel es el que no está bautizado.
Hereje es el cristiano que niega con pertinacia alguna
verdad de la fe.
Cismático es el cristiano que no reconoce al Papa como
cabeza de la Iglesia.
Apóstata es el que niega con acto externo la fe católica
que antes profesaba.
Excomulgado es el cristiano que ha sido privado por la
Iglesia de los bienes espirituales comunes a todos los fieles.
El pecado, si por él no se incurre en la
excomunión, no impide el pertenecer a la Iglesia.
La verdadera Iglesia
de Jesucristo.
La verdadera Iglesia militante de
Jesucristo es la Iglesia Católica.
La Iglesia Católica se llama también
Romana, porque el Jefe de ella es el Sumo Pontífice de Roma.
Las notas o señales por las cuales se
reconoce la verdadera Iglesia militante de Jesucristo son: una, santa, católica
y apostólica.
Una: porque Jesucristo fundó una sola.
Santa: porque Jesucristo es Santo y la fundó para
santificarnos.
Católica: la palabra católica significa universal; Jesucristo
fundó su Iglesia para todos los hombres hasta el fin del mundo.
Apostólica: Jesucristo confió su propagación y gobierno a los
apóstoles y a sus legítimos sucesores.
Estas notas o señales las reúne
solamente la Iglesia Católica.
La Iglesia Católica es una: porque siempre ha tenido y tiene en todas partes una
misma fe, unos mismos sacramentos y una misma cabeza.
Es santa: porque su cabeza, Jesucristo, es el Santo de
los santos, sus sacramentos son santos, su doctrina es santa y hace santos a
los que la practican.
Digan sus enemigos, si hay en la
doctrina católica algo que no dirija al hombre hacia Dios, fuente de toda santidad.
La religión católica prescribe una
pureza de costumbres admirable.
Esta es la principal causa porque es tan
odiada por los malos.
Sólo la religión católica tiene
santos, esto es, personas de virtudes tan extraordinarias que el mismo Dios da
testimonio de ellas con hechos sobrenaturales.
Nada prueba contra la santidad de la
Iglesia que haya católicos, y aún ministros del altar, que observen mala
conducta.
La Santa Iglesia católica condena la
mala conducta de toda persona, sea quien fuere.
El que es malo, lo es precisamente
porque no cumple con lo que prescribe la santa Iglesia Católica.
Es católica por razón de la doctrina, del tiempo y del lugar.
Por razón de la doctrina. La doctrina de la Iglesia Católica ha sido siempre la
misma, sin cambio alguno.
Al declarar la Iglesia que una verdad es
de fe, no establece una nueva doctrina; solamente obliga en conciencia a creer
aquella verdad, como revelada por Dios.
En materia de disciplina la Iglesia
puede cambiar sus leyes según las exigencias de los tiempos y lugares.
Por razón del tiempo. La Iglesia
Católica existe desde que la fundó Jesucristo.
El fundador de la Iglesia Católica es
Jesucristo; si hubiera sido otro, sabríamos quién fue.
Las demás religiones, que se llaman
cristianas, cuentan su existencia desde varios años y aún siglos después de
Jesucristo.
Sabemos quiénes fueron los fundadores de
esas religiones; casi todos fueron católicos que se rebelaron contra la Santa
Madre Iglesia.
El protestantismo empezó a existir
quince siglos después de N. S. Jesucristo.
Afirmar que el protestantismo es la
verdadera religión cristiana es admitir que la verdadera religión cristiana
empezó a existir 1500 años después de N. S. Jesucristo.
Los mismos fundadores del protestantismo
fueron católicos y después protestantes.
El protestantismo no fue, pues, fundado
por N. S. Jesucristo, y por consiguiente, no es la verdadera religión
cristiana.
Por razón de los lugares. La Iglesia
católica es para todos los hombres y está extendida en toda la tierra.
La catolicidad es tan propia de la
Iglesia Romana, que en todas partes es llamada católica, y católicos son
llamados sus hijos.
Es apostólica, porque viene de los apóstoles y tiene la misma
doctrina que ellos enseñaron.
Los milagros.
Sólo la Iglesia católica tiene el sello
divino que es el milagro.
Milagro es un hecho sensible, superior a
todas las fuerzas y leyes de la naturaleza.
Por consiguiente, el milagro sólo puede
venir de Dios.
N. S. Jesucristo probó con milagros su
divinidad.
También los muchos milagros habidos a
favor de la religión católica prueban que es la verdadera religión.
Ninguna otra religión puede citar milagro alguno auténtico en su favor.
El Papa.
La Iglesia católica es la verdadera
Iglesia de Jesucristo, porque en ella está el Papa.
El Papa es el Romano Pontífice,
sucesor de San Pedro, Vicario de Cristo en la tierra.
Jesucristo dijo a San Pedro:
“Tú eres Pedro y sobre esta Piedra
edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”.
“Y a ti te daré las llaves de los
cielos; y todo lo que ligares en la tierra, ligado será en los cielos y todo lo
que desatares en la tierra será también desatado en los cielos”. (SAN MATEO, XVI, 18 y 19)
Con estas palabras Jesucristo constituye
a Pedro cimiento y jefe supremo de su Iglesia.
La Iglesia debe existir hasta el fin del
mundo; luego las prerrogativas de Pedro han de pasar a sus sucesores hasta el
fin del mundo.
La Iglesia no puede estar fuera de su
cimiento.
El cimiento de la Iglesia es pedro y sus
sucesores.
Luego donde están Pedro y sus sucesores
allí está la Iglesia.
Legítimos Pastores de la Iglesia.
Los legítimos Pastores de la Iglesia
son el Papa y los Obispos unidos a él.
El Papa es el obispo de Roma, sucesor de
San Pedro.
Los Obispos son los sucesores de los
Apóstoles.
Jesucristo es el jefe principal o cabeza
invisible de la Iglesia. Mas la Iglesia, como sociedad perfecta y visible, debe
tener un jefe visible.
El jefe visible en toda la Iglesia es el
Papa quien representa a Jesucristo en la tierra.
El Obispo, con dependencia del Papa, es
el jefe de su diócesis.
El Obispo en la cura de almas se ayuda
de los sacerdotes, y principalmente de los párrocos.
El Párroco con dependencia del obispo,
es el jefe de su parroquia.
La Iglesia docente.
El Papa y los Obispos unidos a él,
constituyen la Iglesia docente.
La Iglesia docente ha recibido de
Jesucristo la misión de enseñar las verdades y las leyes
divinas a todos los hombres.
Los hombres reciben solamente de
la Iglesia docente el conocimiento pleno y seguro de
todo lo que es necesario saber para vivir cristianamente.
La Iglesia docente, al enseñarnos las
verdades reveladas por Dios, no puede errar.
El Papa solo, sin los Obispos, es infalible,
cuando, como Maestro de todos los cristianos, define doctrinas acerca de la fe
y costumbres.
En todas las demás cosas el Papa no es
infalible ni impecable.
La infalibilidad del Papa no consiste en
una revelación particular, ni en una inspiración profética, sino en una
asistencia divina que preserva al Papa de todo error, cuando define las
verdades reveladas.
Sin la autoridad infalible del Jefe de
la Iglesia, hubiera sido imposible la unidad de fe y creencias.
Después que Jesús subió a los cielos,
cada cristiano hubiera entendido la religión de Jesucristo a su modo, y no se
sabría quién tendría la razón.
Todos vemos la diferencia de opiniones
que hay sobre asuntos relativos al orden natural.
Más grande sería la diferencia
de opiniones en las cosas referentes al orden sobrenatural.
El cuerpo y alma de la Iglesia.
En la Iglesia de Jesucristo se debe
distinguir el cuerpo y el alma.
El cuerpo de la Iglesia consiste en lo
que tiene de visible y externo.
El alma de la Iglesia consiste en lo
interno y espiritual, especialmente en la gracia de Dios.
Miembros vivos de la Iglesia son todos
los fieles que están en gracia de Dios.
Miembros muertos de la Iglesia son los
fieles que están en pecado mortal.
Toda persona que está en gracia de Dios
pertenece al alma de la verdadera Iglesia de Jesucristo.
Los fieles católicos que están en pecado
mortal pertenecen al cuerpo de la Iglesia católica, pero no al alma.
Los que no son católicos externamente,
sin culpa suya, por no conocer la religión católica, pero aman a Dios y le
sirven como saben y pueden, tienen la gracia de Dios, y pertenecen al alma de
la Iglesia católica.
Nadie puede salvarse fuera de la Iglesia
católica, esto es, no hay salvación para quien muere sin pertenecer al alma de
la Iglesia católica.
Importancia del noveno
artículo del Credo.
Este artículo del Credo es en cierta
manera el más importante de todos.
La autoridad infalible de la Iglesia es
la que nos asegura que las Sagradas Escrituras, el Evangelio y las verdades
contenidas en el símbolo mismo, son reveladas por Dios.
A más, la Sagrada Escritura puede ser
entendida de maneras muy diversas. De ahí la necesidad de que haya una
autoridad infalible que las interprete rectamente.
Creemos a la Iglesia católica, porque
ella tiene todos los caracteres necesarios que demuestran su divina
institución.
Por consiguiente, ella es nuestra
maestra y guía para que podamos alcanzar la eterna salvación.
Debemos, pues, obedecer a la Iglesia.
Nuestro Señor Jesucristo dijo a sus
Apóstoles:
“El que a vosotros oye, a Mí me oye;
el que a vosotros desprecia, a Mí me desprecia.
El que no oye a la Iglesia, sea
tenido como gentil y publicano”.
La comunión de los Santos.
La comunión de los Santos es la comunicación de bienes espirituales entre
los fieles que están en gracia de Dios.
La palabra comunión significa
comunicación.
La palabra santos significa
los fieles que están en gracia de Dios.
Bienes espirituales son la gracia,
oraciones y demás buenas obras. Los fieles que están en gracia de Dios son
miembros vivos de un mismo cuerpo místico, del cual es cabeza N. S. Jesucristo.
En un cuerpo la cabeza deja sentir su
influencia en todos los miembros, y los bienes de uno son bienes de los demás.
La comunión de los Santos se extiende
también a las Iglesias triunfante y purgante.
Nosotros nos encomendamos a los Santos
del cielo y podemos aliviar a las almas del purgatorio.
Los Santos del cielo ruegan a Dios por
nosotros y por las almas del purgatorio.
Los que están en pecado mortal
participan solamente de los bienes externos del culto y de las plegarias de los
justos para obtener el perdón.
Tesoro de la Iglesia.
El tesoro de la Iglesia está
formado por la parte propiciatoria, impetratoria y satisfactoria de las obras
buenas hechas por los justos.
Toda obra buena hecha en gracia de Dios
es meritoria, propiciatoria, impetratoria y satisfactoria.
Meritoria: hace ganar méritos y premios para el cielo.
Propiciatoria: aplaca la divina justicia.
Impetratoria: consigue gracias del Señor.
Satisfactoria: satisface la pena temporal debida por los pecados.
La parte meritoria es del que practica
la obra buena: no se puede ceder.
Las otras partes se pueden ceder: con
ellas se forma el tesoro de la Iglesia.
Mérito de las obras buenas.
Las obras buenas por razón del mérito
pueden ser vivas, muertas y mortificadas.
Vivas, son las que se hacen en gracia
de Dios.
Mientras dura la gracia de Dios son
dignas de mérito y de premio eterno.
Muertas, son las que se hacen en
pecado mortal.
Nunca tendrán mérito
¡Cuán triste cosa es vivir en pecado
mortal! En tal estado, aunque se hagan obras muy buenas, no se conseguirá por
ellas premio alguno en la eternidad.
No obstante, cuantas más buenas obras
hace un pecador, más fácil es que consiga la gracia de la conversión.
Mortificadas, son las obras buenas hechas en gracia de Dios, si
sobreviene el pecado mortal.
Mientras dura el pecado mortal son como
muertas; pero, si se recobra la gracia de Dios, son de nuevo vivas.
Para que las obras buenas sean
meritorias, deben hacerse con la recta intención de agradar a Dios.
Las obras buenas no tienen todas el
mismo mérito, sino que unas son mucho más meritorias que otras; y aun puede suceder
que una sola tenga más mérito que muchas otras juntas.
Las obras buenas pueden ser obligatorias y no obligatorias o supererogatorias.
Obligatorias, son las que están mandadas bajo pena de como oír
Misa en los días festivos.
Supererogatorias, las que no son de obligación, como el oír Misa
diariamente.
Las obras buenas más recomendadas por
Dios en la Sagrada Escritura son:
1º- la oración, o sea los actos
relativos al culto divino, como la santa Misa, etc.
2º- el ayuno o las obras de
mortificación.
3º- la limosna, o las obras de caridad y
misericordia.
Las verdaderas riquezas son las obras
buenas hechas en gracia de Dios.
La magnitud del galardón debe
excitarnos a practicar muchas buenas obras.
Una buena obra y el menor acto de virtud
es cosa más grande y gloriosa que todas las hazañas de los más célebres
conquistadores, que las negociaciones más importantes y que la conquista o el
gobierno de un imperio.
La fe nos lo enseña y la razón misma lo
convence, porque todo esto no es más que la gloria de la criatura, mientras que
las buenas obras y los actos de virtud procuran la gloria del Criador.
De aquí es menester inferir que no hay
ninguna comparación, ninguna proporción entre lo uno y lo otro.
Esta verdad bien comprendida ¡qué
alientos infunde en las almas buenas para practicar todas aquellas obras que
pueden contribuir a la ¡gloria de Dios! ¡Qué fervor en todos los ejercicios de
piedad! ¡Qué desprecio de todo lo que no es Dios, ni dice relación de su gloria!
Cuando leo en el Evangelio que no
quedará sin premio un vaso de agua fría dado a un pobre, digo para mí: pues
¿qué será de otras infinitas buenas obras de más importancia que me son
fáciles, si las hago por Dios, el cual me promete en recompensa un bien
infinito por una eternidad?
Peso despacio estas tres cosas: un bien
infinito, una eternidad y una acción de un instante que tan fácil me es, y
quedo sorprendido al ver mi ceguedad: ¿no debería dedicarme sin tregua a
aprovechar cuidadosamente todos los instantes de mi vida para
emplearlos buenas obras? ¡Un bien infinito por tan poca cosa!¡Una
bienaventuranza eterna por un momento tan breve de trabajo!
Poco después de haber muerto una persona
muy piadosa, se apareció radiante de gloria a otra, y le dijo:
“Soy sumamente feliz; pero, si algo pudiera desear, sería el volver a la vida y padecer mucho, a fin de merecer más gloria”; añadiendo, que quisiera padecer hasta el día del juicio todos los dolores que había padecido durante su última enfermedad, para lograr solamente la gloria que corresponde al mérito de una sola Ave María.
ARTÍCULO X
EL PERDÓN DE LOS PECADOS
El perdón de los pecados significa
que Jesucristo ha dado a su Iglesia el poder de perdonar todos los pecados.
El bautismo y la Penitencia son los Sacramentos instituidos para el perdón de los pecados.
ARTÍCULO XI
LA RESURRECIÓN DE LA CARNE.
La resurrección de la carne significa que el cuerpo de todos los hombres ha de resucitar.
ARTÍCULO XII
LA VIDA PERDURABLE.
La vida perdurable significa
que después de esta vida presente hay otra: o eternamente bienaventurada para
los buenos en el cielo, o eternamente infeliz para los malos en el infierno.
Nuestra alma jamás morirá; ha tenido
principio, pero no tendrá fin.
Mientras exista Dios, existirá nuestra
alma.
Dentro de mil millones de años y de
siglos nuestra alma existirá y estará en el cielo o en el infierno, según como
nos hayamos portado en el brevísimo tiempo de esta vida.
¡Locura grande es cometer el pecado!
¡Por cosas que han de pasar tan pronto!, ¡perder un cielo eterno, merecer un
infierno eterno!
Amén, al fin del Credo, significa: Así es: así lo creo.
Continuará...
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