I. La Revelación divina como fundamento de la Teología (continuación)
4. Lo central estricto de la Revelación sobrenatural está constituida por manifestaciones divinas a las que no podemos llegar por el camino normal de la Creación. Se trata de una Comunicación Gratuita que viene de lo Alto al hombre.
La Revelación pública proviene directamente de Dios
5. Aunque «contenido» y «origen» sean algo indicado para caracterizar la Revelación sobrenatural, la nota principal de ésta consiste en provenir directamente de Dios. Los conocimientos y las experiencias que obtenemos mediante ella no surgen del interior del hombre religioso en quien inhabita Dios. No se deben a una creación del genio o a la intuición del hombre, sino a la influencia inmediata y sobrenatural ejercida sobre el hombre por Dios. El hombre, en la Revelación sobrenatural, es un instrumento por medio del cual Dios opera y habla. Por consiguiente, no llamamos Revelación sobrenatural de Dios a aquel sentimiento íntimo y a aquel oscuro presentir que suelen brotar naturalmente y según el orden natural y las leyes naturales e interiores de potencias vitales intuitivas y racionalmente incomprensible.
Motivo y finalidad de la Divina Revelación
6. El motivo de la Revelación divina, tanto en su vertiente natural como sobrenatural, es el amor de Dios. Amor con que Dios ama su propia grandeza. Dios, al contemplarla, se ve como complacido en comunicarla, a explicitarla más allá de su propio Ser y Vida. Del motivo se deriva la finalidad. Es la realización de la grandeza divina bajo formas creadas. Con respecto a la Revelación sobrenatural es necesario afirmar que su finalidad radica solamente en la realización bajo formas finitas de lo más íntimo de la vida divina, de la vida del Amor Uno y Trino. «Reino de Dios» llama la Sagrada Escritura a esta finalidad. Reino de Dios, que es tanto como decir «Reinado de Dios, Señorío de Dios». El desarrollo de la grandeza divina bajo formas finitas y creadas comporta para las criaturas una cierta participación en esa misma grandeza. La Revelación divina, al tender hacia la realización del Reino de Dios, tiende también hacia la participación de las criaturas en la vida divina de amor. Es, pues, una tendencia hacia la plenitud vital y bienaventurada de las criaturas. El Amor—motivo inicial de la Revelación—, aunque es amor de Dios a su propia majestad y grandeza, es al mismo tiempo amor a la criatura. En este sentido, Santo Tomás de Aquino (Com. S. Juan, 14, 4) dice: «Es el amor quien realiza la Revelación de los misterios». La Revelación de Dios se deriva del amor y está al servicio del amor. No se trata en la Revelación de un enriquecimiento doctrinal o de un mero beneficio de la curiosidad de la razón. Tiende siempre a hacer que la criatura participe de la Vida divina. No violenta nunca la voluntad de las criaturas libres, sino que respeta su libertad: es una llamada que las inclina a que libremente se entreguen a Dios, al Amor Santo, al cual tienen libre acceso como hijos suyos en Cristo.
Diferentes formas de revelación
7. Dios nuestro Señor tiene diferentes modos de revelarse. (De ahora en adelante trataremos solamente de la Revelación sobrenatural.) Todos los modos de Revelación tienen un carácter común: el histórico. Dios, interviniendo mediante acciones y palabras, se revela en un tiempo determinado de la Historia de los hombres, en un tiempo que podemos datar con exactitud cronológica. Dios para la manifestación de su Palabra y de su obra escogió un pueblo determinado, el judío, como órgano instrumental de la Revelación. La Historia de este pueblo ha tenido necesariamente que ser distinta de la de otros pueblos. El pueblo judío sintió como una verdadera carga esta misión y se rebeló contra ella, probándonos con su resistencia que la Revelación no constituye la esencia de un pueblo, sino que es un don divino que viene de arriba. Dios eligió a hombres determinados, destinados de una forma especial a ser instrumentos de la Revelación; por ejemplo, a Abraham, Moisés y los Profetas. El carácter histórico de la Revelación divina alcanzó su máximo de intensidad con Cristo, el Dios hecho hombre. Dios como Cristo, intervino en la Historia humana no sólo obrando y hablando, sino como sujeto que obra y habla. Es evidente que Dios hubiera podido revelarse de otra manera. Hubiera podido, por ejemplo, manifestarse directamente a todos los hombres. En su sabiduría misteriosa, que el hombre no podrá nunca escudriñar, Dios ha escogido otros caminos. Podemos presumir que el motivo de este comportamiento puede haber sido el deseo de establecer por este modo la distinción más clara y posible entre los órdenes natural y sobrenatural. Así el hombre no podría nunca confundir las vidas sobrenatural y natural. Los hombres elegidos como instrumentos de la Revelación, aun después de su elección para esta misión, conservan su esencia natural, todas las limitaciones y deficiencias que les son propias. De un modo semejante a como Dios, al adoptar forma ajena encarnándose en Cristo, asumió las posibilidades y condiciones de la naturaleza humana; así, también se añadió en la Revelación anterior a Jesús, las ideas, las formas de pensamiento, los modos de sentir y hasta las maneras de expresión peculiares de los instrumentos que elegía, sin por ello que su mensaje divino fuera opacado o desvirtuado. Los órganos de la Revelación, esos instrumentos que Dios ha escogido, reconocen que es el Señor mismo quien les habla y quien actúa en ellos. No pueden sustraerse a la misión que Dios les confía, aunque con frecuencia se rebelen contra ella: se ven forzados a ejecutar acciones y a proferir palabras que a ellos nunca se les hubieran ocurrido, por su lado. Y por otro, se sienten inexcusablemente obligados a comunicar a los demás el encargo de Dios. Por su mismo carácter histórico, la Revelación se diferencia del mito. El mito es una personificación y deificación de cosas y acontecimientos naturales que se repiten en un continuo movimiento cíclico. La revelación histórica de Dios se verifica o por medio de la acción divina o por medio de la palabra divina y a veces por medio de las dos.
Dios se revela por acciones
a) Cuando Dios se revela por medio de acciones es Él mismo quien está haciendo historia. Hay una clara diferencia entre la historia creada o realizada por Dios y la que hace el hombre mediante sus propias acciones, libres y responsables. La primera son hechos o acontecimientos de salvación y elevación para el hombre. Los acontecimientos que pertenecen a la historia creada por Dios y realizada por El, no están destinados directamente a fundar u ordenar la vida cultural, social o económica, sino que tienden a establecer las relaciones entre el hombre y Dios, a plasmar el Reino de Dios con un imperio de la Verdad y el Amor más allá de este mundo. Mas a pesar de las diferencias, hay una estrecha independencia entre ambas historias, la acción salvífica divina y la vida profana humana. En efecto, la primera se lleva a cabo dentro de la segunda; así, podemos datarla tomando como puntos de arranque acontecimientos propios de la historia profana. Por otra parte, la historia sagrada tiende a relacionar a los hombres con Dios, y, por consiguiente, a formarlos de tal modo que en sus decisiones de tipo histórico se refleje el orden debido, el orden querido por el mismo Dios. El plan de la salvación abarca, pues, una serie de hechos que no tienen un eco directo e inmediato en la historia profana, pero que constituyen una piedra angular para ella, ya que tratan de librar a los seres que la realizan del pecado, la soberbia, egoísmo, ambición, afán inmoderado de dominar, etcétera, poniéndolos bajo el señorío de la Verdad y del Amor. La actividad redentora de Dios no consiste en acciones ciegas; es un actuar por el Espíritu Santo (Hebr., 9, 14). Por ella se revela el Espíritu de Dios, su interioridad oculta. Por ella podemos percibir y ver quién es Dios y cómo es; quién es y cómo es el hombre. Dios, por ejemplo, al revelarnos su misericordia, no solamente nos asegura que es misericordioso, sino sobre todo que ejecuta obras de misericordia. Así, la historia sagrada viene a ser un signo que revela los pensamientos y las intenciones de Dios, de manera que el hombre puede conocer lo que El piensa o quiere.
Dios se revela por su Palabra divina
b) El segundo modo de revelación auténtica de Dios es la palabra, que habla al entendimiento de los instrumentos que ha escogido para la Revelación. Por medio de la palabra inspira Dios al hombre sobre una verdad de validez universal o, lo que es más común, sobre una situación circunstancial del momento. Dios, al comunicar una verdad eterna por medio de una visión o por medio de una mera inspiración intelectual, no trata de ofrecer una enseñanza sistemática y exhaustiva de la realidad en cuestión, sino de aquello que debe revelarse en un momento dado. Muchas cosas inspiradas, serán esclarecidas mar tarde, por mientras permanecerán en la oscuridad hasta cuando llegue su momento. Por regla general, la Revelación no se verifica de una forma abstracta y sin relación alguna con el momento vital concreto y real; Dios habla en el «aquí» y en el «ahora» de una situación determinada. Esta situación sí que quedará aclarada y precisa hasta en sus últimas profundidades. El instrumento de la Revelación con esta inspiración, relativa a un momento histórico determinado, se concibe capaz para verlo y juzgarlo con los mismos ojos con que lo ve y juzga Dios. Es decir, con la norma última, sobria y objetiva; no adoptará otras medidas que las que vea conformes a la voluntad revelada por el Señor, aunque no estén en consonancia con las conveniencias naturales. No es la Revelación un mero desvelar cosas ignoradas o no apreciadas debidamente. Con ella Dios actúa en el corazón y en la mente del hombre. La Palabra de Dios, no podemos olvidarlo, es un algo operante y activo. De igual modo a como las obras de Dios van henchidas de Espíritu Divino, manifestándose en signos, así su palabra es también poderosa y eficiente, capaz de fundar hechos históricos sagrados Estas comunicaciones tienden a que el oyente participe algo de la vida divina. Son llamadas que Dios nos dirige para exigirnos que aceptemos la vida del Amor y de la Verdad, que es la suya. La Revelación, por tanto, es tan obligatoria para el hombre como cualquier precepto divino.
Hitos históricos y preparación para la plena revelación del mismo Dios hecho hombre
8. En lo referente a la realización histórica y concreta de la Revelación divina, tenemos que observar en primer término que el Señor se ha revelado a los dos primeros hombres; mejor dicho, a la Humanidad original que existió en Adán y Eva. Los hombres no pudieron fácilmente olvidar esta Revelación original, igual que a nosotros nos es muy difícil olvidar aquellas impresiones que recibimos en nuestra juventud o niñez. Lo encontramos en muchas ideas y prácticas religiosas antiguas, frecuentemente desfiguradas y corrompidas, pero que son un reflejo de aquella Revelación original. En todas las religiones de la Tierra se entrecruzan estos elementos del misterio que Dios reveló a los primeros hombres. La Humanidad se apartó en el tiempo cada día más de Dios. Llegó un momento en que el Señor juzgó oportuno restablecer su Reinado, para de este modo conducir a la Patria a la humanidad descarriada. Empresa divina que se realizará de una manera gradual dada la condición humana. La vocación de Abraham juega en ella un papel decisivo; vivía en Uhr, ciudad caldea, saturada de prácticas y ejercicios religiosos idólatras. Manda Dios a Abraham que salga de su Patria y que se busque una nueva. Nada se le dice de la situación de esta nueva Patria; ha de ponerse en camino con la sola confianza en que Dios le dirigirá en la búsqueda. Una promesa: su obediencia será abundantemente recompensada. Llegará, se le profetiza, a ser padre de un pueblo nuevo y grande, su propio nombre alcanzará celebridad, gracias a él la tierra se verá colmada de bendiciones. Obsérvese que no todo termina con meras palabras de exigencia y promesas: antes, al contrario, inmediatamente empieza el propósito que Dios quiere realizar en Abraham. Sometido al mandato del Señor y abandonados los sitios que amaba, comienza a caminar con los ojos puestos exclusivamente en la espera de lo venidero. La palabra de Dios establece entre Él y Abraham una alianza, no solamente personal, sino también con el nuevo pueblo de Dios que había de fundarse. Más aún: con el resto de la humanidad entera. Desde el punto de vista de la acción salvífica de Dios, Abraham es el padre de todos nosotros los creyentes. Medio milenio más tarde, Dios dirige palabras de promisión y mandato a un hombre perteneciente al pueblo de Dios fundado por Abraham: Moisés. A él también se le comunica una misión salvadora: sacar al pueblo israelita de Egipto. Moisés se encontraba entonces guardando las ovejas de su suegro Jetro en el monte Horeb. La alianza establecida entre Dios y Abraham cobra eficacia en un nuevo aspecto. La base de la alianza entre Dios y el pueblo entero fue constituida al hacerse con Moisés. Tuvo lugar en el monte Sinaí, y con ella adquiere forma y configuración el pueblo elegido, quedando desde entonces asentados los cimientos de su Historia. Dios crea y entrega tal historia al pueblo; no emana de su propia esencia natural. El Señor había decidido formar un pueblo santo, divino y que le perteneciera enteramente. Un pueblo que se encargara de representar y anunciar en la Historia promesas divinas destinadas a toda la humanidad. Sólo a costa de grandes dificultades podrá este pueblo cumplir la misión histórico-universal que se le confía. La tentación de configurarse políticamente de la misma manera que los otros pueblos, será una de sus constantes históricas. Un pueblo que con frecuencia es infiel a su misión, que con frecuencia se deja seducir por las naciones vecinas, tiene necesidad de que Dios le recuerde sus obligaciones. Lo hará por mediación de los Profetas. San Juan Bautista fue el último de ellos. Cumplidos los tiempos, Dios envió a su Hijo Eterno. Había hablado en el pasado de múltiples formas por los Profetas; ahora nos dirige su palabra por medio de su mismo Hijo (Hebr., 1, 1 y sigs.) Todo el Antiguo Testamento y su Revelación tiene por finalidad aludir y preparar la venida de Cristo. Cristo es el cumplimiento de cuanto se nos prometió en la Antigua Alianza. Para comprender más profundamente la Revelación de Dios en Jesucristo, es necesario tener en cuenta lo siguiente: Dios eternamente al conocerse a sí mismo manifiesta toda la riqueza del Ser y de la Vida en una Palabra personal de sí mismo, en un Logos, que es su Hijo Eterno, imagen-Palabra perfecta del Padre (ver sobre la Santísima Trinidad en este Tratado de Teología Dogmática). Esta «su» Palabra generadora de otra Persona Divina (Segunda Persona de la Trinidad), transcurrido el tiempo terrenal previsto, fue enviada al mundo para la salvación de los hombres. La plasmó, por decirlo así, en una naturaleza humana, de suerte que ésta naturaleza humana sólo tiene subsistencia indisoluble de persona en la Palabra personal y divina de Cristo. Cristo, tanto en su aparición histórica como en sus enseñanzas, tanto en sus obras como en su crucifixión y muerte—especialmente en ella por lo que representa de humillación—, verificó el cumplimiento y la consumación de todas las revelaciones, aunque lo llevara a término de una manera oculta y velada en conformidad con profundas leyes de Dios. Las palabras que nos dijo eran la interpretación divina y redentora de su propio misterio (por lo tanto, misterio de Cristo), que es el misterio del Reino de Dios, el misterio de nuestra Redención (Eph. 3, 4 y sigs.). En sus palabras, conforme a la medida adecuada a los días de nuestra peregrinación, oímos la Palabra de Dios según lo que ha determinado la voluntad divina. El yo de Cristo es el Yo de Dios Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Obra y habla Dios en cuanto El—Cristo— obra y habla. Podemos, pues, respecto a sus acciones y palabras, decir: «así obra, así habla Dios». Las palabras de Cristo traducen a un lenguaje humano la íntima y divina conversación del Padre con el Hijo. En Cristo nos es permitido oír las palabras que Dios dirige al Hijo y a los hombres por medio de Este (lo. 5, 30 y 6, 45). La Revelación del Antiguo Testamento, como camino que conduce hasta Cristo, podemos llamarla Revelación de la palabra. Los Profetas inician sus declaraciones con la fórmula «Dios ha dicho». Se exije siempre de los que oyen la Revelación, que la escuchen, que la oigan. En dos cosas se diferencia la Revelación oral de Cristo de las del Antiguo Testamento: en el poderío interno, y en que la palabra de Dios es vista y oída. La palabra personal de Dios se ha encarnado en la naturaleza humana, ha aparecido corporalmente. Aunque la visión totalmente desvelada de la Suprema Majestad de Dios tendrá lugar, como se nos ha dicho, el día del Juicio Final; no obstante, el creyente puede ya percibir su resplandor oculto en el semblante de Cristo (II Cor. 4, 6). San Juan nos asegura haber contemplado la Gloria del Unigénito del Padre (Jn 1, 14. 18), lo que vio con sus ojos, contempló y oyó, eso es lo que anuncia (1 Jn. 1, 1-3). Lo que vemos en Cristo es algo extraordinario que los ángeles desearían contemplar (1 Ped. 1, 12). Los discípulos que lo han visto, se dice, son bienaventurados (Mt. 13, 16 y sigs.). El motivo por el que en Cristo se ve la magnificencia de Dios, radica en que Cristo es la imagen visible del Dios invisible (Col. 1, 15) y la estampa de su ser (Hebr. 1, 3). El que le ve, ve al Padre mismo (lo. 12, 45; 14, 9 y sigs.). San Clemente de Roma escribe a los fieles de Corinto: «Por medio de El (Cristo) vemos como en un espejo el semblante majestuoso e inmaculado del Padre» (cap. 36, 2; BKV, 49). En el seno de la Iglesia Oriental se ha conservado más viva e insinuante la idea de que en Cristo no sólo podemos oír, sino ver, verbum visibile, la Palabra de Dios. San Juan Damasceno, en su segundo sermón, escribe: «anhelamos ver tanto, cuanto podemos ver». En idéntica línea se mueve la Teología de los iconos de la Iglesia Católica Oriental.
La Iglesia Católica continúa la obra salvadora de Cristo
9. Cristo sigue hablándonos a través de los siglos de un modo distinto al de otros personajes de la Antigüedad. Con su existencia transfigurada, después de su Ascensión, sigue estando presente en su Iglesia de manera realmente maravillosa: sin restricción de leyes del espacio y tiempo; creada en su forma de existencia corpórea por el Espíritu Santo (tercera Persona Divina). Confió su Revelación a la Iglesia católica para que ella siga comunicándola a todos hasta la consumación de los tiempos. En la Antigua Alianza es el pueblo judío elegido como instrumento de la Revelación por Dios, y en la Nueva, con el nuevo orden establecido, es la Iglesia católica el órgano de esa. Revelación divina, cumplida en Cristo. La Iglesia es, pues, el nuevo Pueblo de Dios, la comunidad de todos los bautizados, fundada por Cristo y formada a su vez por todos los pueblos y naciones del orbe cristiano. La Iglesia se halla tanto más capacitada para cumplir esta misión cuanto que la unen con Cristo lazos parecidos a los que unen el cuerpo con la cabeza. San Pablo dice expresamente que la Iglesia es el Cuerpo de Cristo. Como el alma gobierna al cuerpo, la Iglesia está regida por el Espíritu Santo, que compenetró y transfigura la naturaleza humana de Cristo, insuflado por el Señor a Ella. Sirve de mano a Cristo para ejecutar los signos de la Revelación determinados por el Padre; puede servirle también de boca por medio de la cual, sin intermisión, en el Espíritu Santo anuncie a los hombres el Mensaje del Padre. Así, la Revelación consumada en un momento dado puede seguir subsistiendo perennemente y todos podemos oírla y verla. A su vez, los Sacramentos—signos visibles de la Salvación—y la Doctrina Eclesiástica—signos audibles de la Salvación— son los instrumentos por los que Cristo actualiza en todos los tiempos su Revelación temporal. En la Iglesia encontramos a Cristo, Revelación viva de Dios. Revelación que se consumará con la Resurrección de los cuerpos en el día de la segunda venida de Cristo, al fin de todos los tiempos.
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