jueves, 8 de julio de 2021

UNA GRAN APARICIÓN DE LA VIRGEN MARÍA DEL SIGLO XVI DESTINADA A SER CONOCIDA EN EL SIGLO XX - 4° PARTE

 


Un Éxtasis Extraordinario


A las nueve de la mañana, Fray Pedro fue a visitar a la Madre Mariana. Se encontraron en el Parlatorio. Después de los saludos, Fray Pedro le dijo: “Madre, ¿qué le parece a Vuestra Reverencia la hermosura de Reina de nuestra Madre, María Santísima, con cuya presencia nos favoreció hoy por la mañana, ¿antes de surgir la aurora? ...”. La Madre Mariana y Fray Pedro se extasiaron en su diálogo sobre los favores recibidos de la Santísima Virgen, y ante sus ojos se repitió la visión.

Mientras tanto, las Monjas preocupadas, buscaban a su Priora. Al entrar en el Parlatorio, la Madre Lucía de la Cruz, la Madre Francisca de los Ángeles y la Madre Ana de la Concepción, vieron a la Madre Mariana suspendida en el aire, a la altura de la parte ovalada del techo, con los ojos elevados al Cielo y las manos juntas. Fray Pedro estaba en la misma situación, con los ojos llenos de lágrimas. Las Monjas llamaron en voz alta a la Madre Mariana, sin conseguir ninguna reacción. Entonces fueron por una escalera, y subieron por la escalera hasta ella. La halaron del hábito y la llamaron, pero viendo que era inútil, retiraron la escalera y se fueron, dejando la puerta cerrada. Las tres Fundadoras calmaron a las demás Monjas, diciéndoles que la Madre Mariana estaba ocupada, y luego decidieron regresar al Parlatorio, donde encontraron a la Madre Mariana y a Fray Pedro todavía en éxtasis. La Madre Francisca se quedó y las otras dos fueron a dar gracias a Dios al Coro.

Cercana la hora de la oración en el Coro, volvieron del éxtasis. Sus primeras palabras fueron de alabanza y amor a Dios. Luego Fray Pedro le preguntó por la noticia que la Virgen le dijo que la Madre Mariana tenía que darle. La Madre Mariana, a su vez, le dijo que él también tenía que darle a ella una noticia de parte de la Virgen.

La Madre Mariana le dijo su secreto: “…dentro de catorce años y siete meses, poco después de mediados de agosto, dejaréis la mísera tierra de llanto y dolor, e iréis seguro al Cielo. En ese año estaré yo con la dura Cruz de Priora, y nuestra Madre Santísima me concederá el favor de asistiros en vuestra muerte.  Vos me veréis, pero nadie más en vuestro Convento…”.

Fray Pedro le respondió: “…ay de mí, ¡después de catorce largos años y algunos meses de cruel destierro! ¡El fuego del Amor Divino me consume! Quién me diera acelerar el tiempo y romper las ligaduras que aprisionan mi alma y me impiden volar hasta la región celestial…”.

Luego le tocó el turno a Fray Pedro de decir su secreto: “Vuestra Reverencia debe dejar la tierra y volar al Cielo… en el año de 1635, a mediados del mes de enero, en el que tantas gracias y favores habréis de recibir de María Santísima… Me dijo… que, después de mi muerte, vuestra Reverencia tendrá un abogado y protector en mí, y que yo estaré presente a la hora de su muerte para acompañarla en su entrada al Cielo, donde recibirá el premio y galardón de cuanto hizo y padeció por Dios en su larga vida. Además nuestra Madre Santísima le ha mandado a Vuestra Reverencia que haga esculpir la Santa Imagen y hable con el Obispo…”.

Luego Fray Pedro y la Madre Mariana se despidieron. La Priora convocó a las Fundadoras para exponerles la petición de la Virgen María y sus dudas sobre poder plasmar la belleza de Nuestra Señora y lograr que el Obispo crea en la veracidad de la Aparición. Todas las Fundadoras lloraron, emocionadas, y opinaron que se debería llamar al Obispo de inmediato. Sin embargo, llegó el 2 de febrero, y la Priora todavía no se decidía a llamar al Prelado.

Quinta Aparición, 2 de Febrero de 1610

El 1 de febrero el Monasterio se preparaba para celebrar la Fiesta de la Purificación o Candelaria al día siguiente.

La Fiesta de la Presentación del Niño y la Purificación de María, se celebra desde el Siglo IV, recordando la Presentación del Niño Jesús en el Templo de Jerusalén. Según la Ley judía, todo primogénito debía ser presentado en el Templo a los 40 días de nacido y su madre debía cumplir con el rito de purificación. Este suceso lo recoge el Evangelio de San Lucas, en el capítulo 2, versículos 22 al 35. El anciano Simeón, al ver al bebé Jesús, exclama: “…mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: Luz para iluminar a las naciones paganas y Gloria de tu pueblo Israel…”. Jesús es llamado Luz, por eso la Iglesia utiliza en esta Fiesta, velas, candelas o candelarias, simbolizando la Luz de Cristo que ilumina el mundo. De allí que esta Fiesta también haya tomado el nombre de Fiesta de la Candelaria.

Y ése precisamente era el Nombre con el que Nuestra Señora se había presentado a la Madre Mariana: “Soy María de El Buen Suceso de la Purificación o Candelaria”. Era aproximadamente la una de la mañana del 2 de febrero, cuando la Madre Mariana oraba en el Coro Alto, como de costumbre.   El pensamiento de la Madre Mariana recaía una y otra vez en la perfecta obediencia de María, al cumplir el rito de la Purificación. Hacia las dos y media, decidió retirarse a descansar, cuando vio a la Virgen Santísima, circundada por estrellas luminosas que formaban un arco. La Virgen estaba muy seria y la Madre Mariana lo notó. Por eso le dijo: “…Madre mía, vuestra pobre hija no soporta más tiempo veros así… yo obedeceré inmediatamente vuestra orden aunque me cueste la vida y aún mi Convento”.

La Virgen María le contestó: Criatura tarda y dura de corazón, ¿acaso no sabes que soy Reina Poderosa y te di una orden conociendo bien todas las cosas? ¿Por qué dudas? ¿Por qué temes, cuando no hay por qué temer? El Convento es Fundación mía, yo lo amo más que tú… Con la hechura de mi Imagen no te favorezco sólo a ti y a mi Convento sino también al pueblo en general a través de los siglos, y siendo éste mi Convento el sustentáculo será salvación para muchas almas, porque las sacaré del abismo de culpas en que se encuentran… ¡Cuántas conversiones habrá! ¿Y quieres hacerte responsable de tantas almas, haciéndote sorda a mi voz y a mi orden? Y si no cumples enseguida te retiraré los tesoros de Gracias que te di y las daré a otra alma mejor que la tuya”.

La Madre Mariana le respondió: “Bella Señora… os pido perdón y Misericordia… Hoy mismo hablaré con el Obispo para dar comienzo a la escultura de Vuestra Santa Imagen. Mas, como el amor y la confianza filiales son grandes, permitidme, sin enojaros, que repita mis temores, y pido una Gracia a Vos que como Madre no me la habéis de negar.

El temor que os presento es que, como las personas de esta tierra son tan inclinadas a la idolatría, aprovecharán esta ocasión para entregarse a aquella práctica. La Gracia que os pido es que ocultéis mi nombre… a fin de que, vos Bella Señora seáis glorificada, y yo siempre oculta. Dadme otra vez vuestra medida para que yo acierte al menos vuestra estatura, ya que será imposible exteriorizar vuestras facciones, hasta que vuestra Santa Imagen sea trabajada por los ángeles".

La Virgen le respondió: Hija querida de Mi Corazón, me agrada tu humildad, está ya perdonada tu falta de obediencia. Ve, cuanto antes, a hablar con el Obispo… Apresúrate a mandar a esculpir mi Imagen porque el tiempo vuela; y sólo dispone de dos años de vida el actual Obispo gobernante, escogido para consagrar mi Imagen… Dile, además, que en su última agonía estaremos tú y yo a su cabecera… Si él te pregunta: «¿cómo tu te encontrarás allí?», le dirás que para Dios y su Santísima Madre no es imposible porque son regalos a sus criaturas.

Con relación a tu nombre, me complazco en el pedido… Dile de mi parte al Obispo que es Voluntad de mi Hijo Santísimo y mía, que tu nombre se oculte a toda persona, tanto dentro como fuera del Claustro, porque en el tiempo actual conviene que nadie se dé cuenta de cómo y de dónde vino la idea de hacer la Imagen, porque este conocimiento está reservado al público en general para el siglo XX.

En aquella época la Iglesia se encontrará combatida por las hordas de la secta masónica y la pobre patria ecuatoriana, agonizante por la corrupción de las costumbres, el lujo desenfrenado, la prensa impía, la educación laica. Campearán los vicios de la impureza, la blasfemia y el sacrilegio en aquel tiempo de depravada desolación y callando quien debía hablar.

cuando en el Siglo XX se publique tu nombre, muchos no lo creerán… La creencia sincera y humilde de la verdad de mis apariciones a ti, mi hija predilecta, está reservada para las almas dóciles, las inspiraciones de la Gracia, humildes y fervorosas, porque Nuestro Padre Celestial comunica sus secretos a los simples de corazón y no a aquellos corazones inflados de soberbia, presumidos de lo que poseen o infatuados con la vana ciencia.

No te preocupes de las facciones de mi Imagen, porque serán como yo quiero para los altos fines que está destinada. Dame ahora la extremidad que traes a tu cintura… para aplicarla yo misma en mi frente; tú, con la otra extremidad, tocarás la punta de mi pie derecho y tendrás la medida exacta de mi estatura… Y sin exigir más pruebas a tu Madre del Cielo… manda a trabajar mi Imagen”.

El cordón se estiró milagrosamente como en la aparición anterior, hasta alcanzar la altura exacta de la Virgen María. El Niño Jesús sostenía el extremo que tocaba la frente de su Madre, y extendiendo su manito se lo dio a la Madre Mariana. El Niño le dijo: “…Conserva con veneración este cordón. Quiero que en todos los siglos se midan con este cordón todas las hijas que estarán aquí. Esta es la medida… medirán su humildad, su silencio, su caridad, su tolerancia, su amor a Mí y a mi Santísima Madre, en cuyo espejo deben todas mirarse… como Religiosas quiero que tengan mi espíritu en todos los actos de su vida. Mi espíritu es de paciencia, mansedumbre, abnegación y entrega total al Divino Querer… dejando aún su felicidad eterna entregada a la Voluntad amorosa de mi Corazón Divino.

Para que Yo tenga mis delicias con las almas religiosas… vivo oculto bajo los accidentes de pan, en el Sacramento de la Eucaristía, expuesto a irreverencias y profanaciones de mis enemigos… me doy por satisfecho con los desagravios amorosos de estas almas tan queridas con las que vivo bajo el mismo techo…

En estos primeros siglos quiero que tu nombre permanezca oculto, así como permanecerán los nombres de almas heroicas, Esposas Mías, que vivirán en este Monasterio para ayudarme a suspender el brazo de la Justicia Divina

Quiero darte a ti, y en ti, a todas las Religiosas fieles que vivirán en este Monasterio hasta el fin de los siglos, esta pequeña Cruz de Oro, símbolo de los padecimientos interiores y exteriores, insignia con que se presentarán al Juicio en el día final de su vida. Entonces Yo las reconoceré como propiedad mía y las introduciré en el Cielo…”.

Dicho esto, el Niño Jesús bajó a los brazos de la Madre Mariana, y le introdujo en el corazón una Cruz de Oro muy pequeña, adornada con perlas y piedras preciosas. Luego regresó a los brazos de su Madre. La Virgen abrazó a la Madre Mariana y la aparición terminó. La Madre Mariana tenía en sus manos el cordón con la estatura de la Virgen María, cuando llegaron las Hermanas para el rezo del Oficio Divino.

Durante la Comunión, las Fundadoras supieron de la visita celestial, y de cómo el demonio quería impedir la fabricación de la Santa Imagen. Preguntada luego, la propia Madre Mariana les contó todo, y la urgieron a llamar al Obispo de inmediato. Pero la Madre Mariana llamó primero a su Director Espiritual, Fray Juan de la Madre de Dios Mendoza, quien poseía el don del discernimiento de espíritus y un amor inmenso a la Virgen María. Fray Juan mandó que la Comunidad rece todo el día para que el Obispo acoja favorablemente el pedido de la Santísima Virgen, y así lo hizo él también. A las tres de la mañana, un éxtasis le sobrevino a Fray Juan. Volviendo del mismo luego de hora y media, se dispuso lleno de gozo para la Santa Misa, que la celebró con lágrimas. Terminada la Misa y la Acción de Gracias, se dirigió al Monasterio de la Inmaculada Concepción, y llamó al Confesionario a la Madre Mariana.

Fray Juan le contó a la Madre Mariana que él había visto a María de El Buen Suceso a las tres de la mañana, y que la Virgen le había confirmado su deseo de que se elabore la Imagen cuanto antes.   Fray Juan añadió: “Me reveló el fin que tiene visto Dios, hasta el último día de los tiempos… y las Gracias que recibirán las almas con esta devoción. La Santísima Trinidad confirmó el deseo de mi Reina… serán benditos de Dios todos los que, con su empeño y sus recursos, contribuyan a la ejecución de la Santa Imagen, y también los que se dedicarán a la propagación de su advocación en todos los siglos… esta devoción será la salvaguardia de esta tierra, en esos tiempos, cuando ya no será Colonia, sino República libre y desenfrenada…”. Fray Juan le mandó que llame inmediatamente al Obispo y, dándole la Bendición, se retiró.

La Madre Mariana envió una carta al Obispo, Salvador Rivera, pidiéndole hablar con él. Se encontraron en el Confesionario y la Madre Mariana le contó todo lo referente a la Aparición del 2 de febrero.   El Obispo, conmovido, le llamó la atención a la Madre Mariana por no haberlo llamado antes, y le dijo que le pida a la Virgen la Gracia de alargarle la vida, más allá de los dos años profetizados. También quiso saber todos los Favores que Dios le había regalado a la Madre Mariana a lo largo de su vida. Quedó edificado. Finalmente dijo: “Haga Vuestra Reverencia conforme el pedido de la Reina del Cielo. Las llaves de plata las mandaré a hacer a mis expensas, y ordenaré que se coloque en la abertura de las llaves, una Cruz, ya que sin ella no se abren las puertas del cielo”. La Madre Mariana le contó todo a Fray Juan, quien dio gracias a Dios.

Se Empieza a Esculpir la Imagen

El 5 de febrero de 1610, la Madre Mariana llamó al escultor español Francisco del Castillo, y le dijo: “Queremos hacer esculpir una Imagen de la Santísima Virgen, bajo la advocación tan consoladora de El Buen Suceso, no como aquella que se venera en España, sino de El Buen Suceso de esta Colonia… Esta no será una Imagen cualquiera, deberá tener vida. La medida la daré yo, pues la Imagen tendrá la estatura exacta de Nuestra Señora”. Mientras la Madre Mariana así hablaba, el escultor sintió deseos de morir para contemplar la belleza de la Virgen María, y le respondió: “La medida de la altura… recibiré con veneración, considerándome dichoso… por haber sido escogido… como se trata de una obra tan extraordinaria, quiero que sea de una madera muy especial, para que dure, si fuere posible, hasta el fin de los tiempos”.

El escultor se ausentó de Quito para buscar la madera y regresó a fines de agosto.   Entonces les dijo a las Madres: “…ténganme por muy bien pagado… por el hecho de haber sido escogido yo, y no otro escultor, para realizar esta obra… ruego que en sus oraciones nunca se olviden de mí, y que esas oraciones por mí y mi familia se perpetúen… así como se perpetuará la Santa Imagen cuya escultura comenzaré el 15 de septiembre, después de confesarme y comulgar…”.

Las Madres Fundadoras pidieron permiso al Obispo para que el escultor trabaje la Imagen en el Coro Alto, y esto fue concedido. Con frecuencia se veía llorar al escultor mientras trabajaba la Imagen.   Las Religiosas, muy entusiasmadas, iban con frecuencia al Coro Alto para ayudar en lo que fuere necesario.   Muchas ignoraban la petición Celestial, la Priora sólo les había dicho que era Voluntad Divina que la Imagen de la Virgen bajo la advocación de El Buen Suceso, sea colocada en la Silla de la Priora, para gobernar “in aeternum” la Comunidad. El Obispo visitaba la obra y pedía a las Monjas oraciones por ella.

La Madre Mariana llamó entonces a la Marquesa de Solanda, y le dijo: “…el Obispo y yo determinamos hacer esculpir una Imagen de María Santísima… bajo la consoladora invocación de El Buen Suceso… pero diferente de la Santa Imagen… que se venera en España. Aquella lleva el cetro de Reina en la mano derecha, ésta tiene el báculo y las llaves de la clausura, para… gobernar hasta el fin de los siglos esta casa… Las llaves de la clausura las dará el señor Obispo… la corona… el Cabildo…”. Entonces la Madre Mariana le dijo que necesitaban alguien que done el báculo. La Marquesa, encantada, le dijo que ella haría el báculo. La Madre Mariana le contó que la Imagen tenía la medida exacta de la Virgen María, y la Marquesa le pidió ver esa medida.  Entonces ocurrió un milagro.

La Marquesa tenía el brazo izquierdo fracturado e inmóvil, por haberse caído en una calle de Quito tres días atrás. Cuando la Madre Mariana trajo los dos cordones con que había medido a la Virgen María en las dos Apariciones, la Marquesa tomó uno y lo apretó contra el pecho… con las dos manos. La Marquesa, muy emocionada, le agradeció el favor a la Madre Mariana y se despidió… sin darse cuenta de que la fractura había sanado instantáneamente.

Al llegar a su casa, llegó el doctor a examinarla y se sorprendió al ver su brazo sano. Sólo entonces la propia Marquesa se dio cuenta del milagro que se había obrado en ella. El doctor le dijo: “Señora, ¡ciertamente fue un milagro! Humanamente hablando, nada podía curarla en esta forma, la enfermedad era grave y debía durar por lo menos tres largos meses, acompañada de fuertes dolores.” Todo esto pasó a fines de septiembre de 1610.


El Juicio del Obispo Salvador Rivera

La Imagen la esculpía Francisco del Castillo en el Coro Alto, el Báculo lo mandó a hacer la Marquesa de Solanda en España, y en Quito se mandaron a hacer, la Corona por el Cabildo, y las llaves, de plata bañada en oro, por el Obispo.

El Obispo Rivera había entrado muy joven a la Orden Dominica en Lima. Era muy talentoso como orador y como catedrático, muy versado en ciencias eclesiásticas. Pero nada de esto es importante para la vida eterna. Lo había perjudicado la vanidad que tenía por la nobleza de su familia, y sentía cierto desdén por la gente mestiza de Quito. Por eso, no amaba a su grey con la compasión y caridad sobrenatural necesarias en un Obispo; era frío y duro.

La noche del 15 de diciembre de 1610, el Obispo tuvo un sueño. Soñó que lo atacaba una violenta enfermedad de tres días. En el momento de su muerte vio que la Madre Mariana estaba junto a su cabecera, pidiendo Misericordia para él. Se presentó al Juicio de Dios con todas las faltas cometidas durante su gobierno. Quería alegar algo a su favor y no encontraba nada, cuando vio a la Virgen trayendo en sus manos unas llaves. La Virgen se arrodilló ante el Tribunal de Dios y dijo: “Este hijo mío me entregó las llaves de la clausura del Convento de mi Inmaculada Concepción, y por tanto con estas llaves cerraré el tremendo Tribunal de Justicia para abrir la Infinita Misericordia…”. Y entonces empezó un Juicio con Misericordia, y vio todos los años de purificación a los que se destinaba su alma antes de entrar al Cielo. El Obispo se despertó aterrado y se puso a rezar el Rosario.

Esa misma noche, la Madre Mariana rezaba como de costumbre delante del Santísimo Sacramento. De repente vio abrirse el Sagrario e iluminarse el Coro Alto con luz clarísima. En medio de la luz, vio a la Santísima Trinidad presente en la Hostia. Jesús, vestido como Obispo, le dijo: “Mi querida Esposa: ¡Cuánto ansía mi Corazón que los Obispos y Pastores sean verdaderos padres, para con todos y cada uno de sus hijos!... el gran edificio de la Caridad Pastoral…debe alzarse muy alto en los Pastores de la Iglesia, a quien entrego el cuidado de las almas, todas, sin excepción de edad, sexo o condición... La nobleza terrenal… se diluye en la vasta región de la Eternidad, en la cual solo el valor y la práctica de las virtudes y el deber bien cumplido, sirven.   ¡Cuántas veces un pobre campesino, ignorante de las ciencias humanas, pero buen católico y cumplidor de sus deberes, tiene más Gloria en el Cielo que muchos sabios de alta condición…! Todas las almas, sin excepción, son seres nobilísimos, salidos de la mano de la Divinidad, destinadas a reinar un día en los Cielos, como Príncipes en sus posesiones…

Sobre el Obispo Rivera, Jesús le dijo: “…su deuda es grande. Fue, con todo, Religioso de la Orden Dominica, tan querida de Mi Madre Santísima, donde aprendió la melodiosa devoción del Salterio Mariano (Rosario), mediante el cual la Justicia Divina no puede resistir perdonar a los pueblos o a las almas culpables… el Obispo ama a Mi Madre Santísima, la honra con el Salterio y coloca en sus manos, casi omnipotentes, las llaves de esta clausura… y por eso será tratado con Misericordia el día de su muerte, que será el día 24 de marzo de 1612, un año después de colocada en este Coro la Imagen de Mi Madre Santísima… Mientras yo te hablo… doy al Obispo, en sueños, una Gracia y un auxilio. Él sueña que muere repentinamente, va al Tribunal Divino para dar cuenta de sus actos y recibir la sentencia de fuego expiatorio por largos años, lo que acontecerá realmente…. Ruega pues tú, con tus Religiosas, por los Prelados, por la Iglesia y por esta culpable Colonia… aquí vivo y viviré con mis hijas muy amadas, que en ningún tiempo me faltarán”.

Después de estas palabras, la visión cesó.

El Milagro de la Imagen de María de El Buen Suceso

El día 2 de febrero de 1611 era el día señalado para la Consagración de la Imagen con Óleo Santo, que sería bautizada con el nombre de María de El Buen Suceso de la Purificación o Candelaria. El 2 de enero llegó el precioso báculo, bañado en oro y adornado con piedras preciosas, a Quito.

El 9 de enero, la Marquesa llevó el báculo al Monasterio. La Marquesa le dijo a la Madre Mariana: “…ya que solamente este pequeño obsequio me fue pedido… donaré también, ese día, los patacones necesarios a cinco jóvenes que quieran abrazar el estado religioso en este bendito Convento… en homenaje a las cinco letras que componen el nombre de María Santísima… Puesto que no merezco la dicha de ser Monja, daré Monjas a mi Convento”. La Madre Mariana le pidió que sea la Madrina de la Imagen, con estas palabras: “Otro favor le pedimos, señora, que vos os dignéis aceptar el cargo de ser madrina de la Santa Imagen. María Santísima, Nuestra Madre, os escogió, y os pide vuestra aceptación”. La Marquesa aceptó feliz.

Al día siguiente, 10 de enero, el Obispo fue a ver la Imagen y la encontró casi concluida, sólo faltaba la última mano de pintura. El escultor dijo que iría a buscar tintas finas al norte, y que estaría de regreso el 16 de enero, para terminar la obra.

En la oración comunitaria del 15 de enero, el Señor le dijo a la Madre Mariana que, en la madrugada del 16 de enero, ella presenciaría Sus Misericordias a favor del Convento y del pueblo. A medianoche, estando en oración, la Madre Mariana vio que el Coro y la Iglesia se iluminaban con luz sobrenatural. El Sagrario se abrió y vio a la Santísima Trinidad en la Hostia. Vio cómo se efectuó la Encarnación del Verbo en el vientre purísimo de la Virgen María. Conoció el Amor de las Tres Divinas Personas por la Santa Virgen. A un gesto de la Santísima Trinidad, los Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael se colocaron delante del Trono de Dios y les fue encargado algo. Los Arcángeles hicieron una profunda reverencia y se dirigieron al Trono de la Virgen. San Miguel le dijo: “María Santísima, Hija de Dios Padre”, San Gabriel continuó: “María Santísima, Madre de Dios Hijo” y San Rafael terminó: “María Santísima, Esposa de Dios Espíritu Santo”. Los Coros Angélicos se les unieron y cantaron todos: “María Santísima, Templo y Sagrario de la Santísima Trinidad”.

Al momento siguiente, la Madre Mariana vio a las Tres Divinas Personas en el Coro, iluminando con su Luz a la Imagen sin terminar. Entonces apareció San Francisco de Asís, con los estigmas visibles, de los cuales brotaban rayos de luz. San Francisco y los tres Arcángeles se acercaron a la Imagen inacabada y en un instante la rehicieron. Fue una transformación rapidísima que la Madre Mariana no pudo percibir cómo sucedió.

Luego San Francisco tiró del cordón blanco de su cintura y se lo ciñó a la cintura de la Imagen. San Francisco dijo: “Señora, entrego a vuestro maternal amor a mis hijos e hijas de las tres Órdenes que fundé…   Te entrego hoy y para siempre éste mi Monasterio edificado bajo mis cuidados…”, y se retiró. La Imagen continuaba completamente iluminada con la Luz Divina.   Los Ángeles cantaban el Himno en latín “Salve Sancta Parens” (Te saludamos Santa Madre). Entonces la Virgen María se acercó a la Imagen y entró en ella. En ese momento la Imagen cobró vida y cantó armoniosamente el “Magnificat”. Eran las tres de la mañana.

La Madre Mariana vio entonces a la Madre María de Jesús Taboada, muy contenta, quien le hizo algunas profecías sobre la bienaventuranza de las Monjas del futuro que tuvieran perfecta Observancia de la Regla y el tremendo Juicio de Dios para las que no la tuvieran. Eran ya las tres y media de la mañana, y la Madre María de Taboada la mandó a que despertara a la Comunidad para rezar el Oficio Divino. La Madre Mariana salió del éxtasis entonces, y contempló a la bella Imagen terminada, llena de luz. Salió para llamar a sus Hermanas, y cuando subían hacia el Coro Alto, escucharon las voces angélicas cantando el “Salve Sancta Parens”.

Al entrar al Coro, observaron asombradas que el recinto estaba iluminado, y que el rostro de la Imagen de María había cambiado totalmente y estaba terminado. Las Monjas quedaron todas edificadas en su amor y su fervor a Dios y a la Virgen.

A la hora prevista ese día, Francisco del Castillo llegó al Convento, con las tintas traídas de Pasto. La Madre Mariana y las demás Monjas lo hicieron entrar al Coro Alto sin decirle nada. Al llegar junto a la Imagen, exclamó: “¡Esta primorosa Imagen no es obra mía!”.   Y el escultor se arrodilló a sus pies, llorando al comprender que se había obrado un milagro. Acto seguido pidió papel y tinta para hacer su testimonio escrito, jurando no ser esa la obra salida de sus manos, ni la escultura ni la pintura, pues era muy diferente de la que él dejó inacabada seis días antes. Lo que más lo admiraba era el color de la piel de la Imagen. Luego fue donde el Obispo, para informarlo del suceso.   El Obispo y el escultor regresaron al Convento, y los dos se dirigieron al Coro Alto. El Obispo constató el cambio milagroso y se conmovió mucho, arrodillándose y llorando al igual que el escultor. Exclamó: “¡María, Madre de Gracia y Madre de Misericordia, en la vida y sobre todo en la hora de la muerte, amparadnos, Gran Señora!”. A continuación citó a la Madre Mariana al confesionario, pues presentía que ella sabía lo que había ocurrido.

La Madre Mariana le contó cómo había ocurrido el milagro, y cómo Francisco del Castillo había dejado testimonio jurado por escrito del mismo. La Madre Mariana continuó: “(el juramento escrito) se conservará como testimonio para perpetuar la memoria de lo ocurrido, a través de los siglos. Este documento, junto con otros tesoros, serán escondidos por mis sucesoras en un armario, embutido en alguna pared de mi convento, con ocasión de los tumultos públicos de guerra, cuando esta Colonia procure hacerse república libre… no tendrán luz para comprender que a mi Convento nadie podrá hacerle daño… esto será conveniente, porque mi vida deberá salir a la luz en el Siglo XX. Las otras cosas serán conocidas cuando vuelvan los Frailes Franciscanos, a no ser que, con humildad se haga violencia al Cielo para encontrarlas...”.

El Obispo le preguntó: ¿Por qué dice… que escribirán su vida y la conocerán en el siglo XX?” La Madre Mariana le contestó: “Porque mi persona y nombre son inseparables de la aparición de Nuestra Señora de El Buen Suceso, y esto debe constar para certificar la verdad en aquellos tiempos de decadencia de la Fe. ¡En el momento actual no conviene traslucir nada en vista de la propensión del pueblo a la idolatría!” El Obispo replicó: “…¿Me parece que oí que esta Colonia se volverá independiente de España, haciéndose república libre? ¿Cómo así?” La Madre Mariana contestó: “Excelencia, eso ocurrirá después de dos siglos… Lo presenciaremos desde el Cielo”. Entonces el Obispo le dijo a la Madre Mariana que intentaría que vuelvan los Frailes Franciscanos al gobierno del Convento, pero la Madre le respondió: “Para Vuestra Excelencia ese tiempo ya pasó. Le queda apenas lo suficiente para prepararse a morir”. El Obispo se estremeció y le dijo: “¿No podemos alcanzar de Dios que me prorrogue la vida un poco más…?” Pero la Madre Mariana le contestó: “…todos tenemos fijos el día y la hora de terminar nuestra carrera mortal…”.

El Obispo aceptó el designio Divino y comenzó los preparativos para la Consagración de la Imagen, con toda solemnidad. Ordenó una Novena de preparación para ello y entró de nuevo al Coro Alto para bendecir la Imagen a fin de exponerla al culto público en la Iglesia, imponiéndole el nombre de “María de El Buen Suceso de la Purificación o Candelaria”. Luego se marchó. La Novena pública empezó el 24 de enero, con sermones diarios de sacerdotes. El pueblo fue invitado el día 2 de febrero a la Consagración con el Óleo Santo y Bendición pública de la Santa Imagen, a las nueve de la mañana.

El 2 de febrero de 1611 no cabía el público en la Iglesia. Estaban todas las autoridades eclesiásticas y civiles, y la Marquesa de Solanda, madrina de la Imagen.   La Imagen se colocó en el Altar Mayor, junto con el báculo y las coronas. Terminada la Misa, un Fraile Mercedario dio un hermoso sermón. Luego el Obispo pidió a todos que lo acompañen en la oración: “Salve María Santísima, Hija de Dios Padre; Salve María Santísima, Madre de Dios Hijo, Salve María Santísima, Esposa de Dios Espíritu Santo; Salve María Santísima, Templo y Sagrario de la Santísima Trinidad…”.

Después de la Oración, la Santa Imagen fue retirada de la Iglesia y trasladada en procesión solemne por los Frailes, los Sacerdotes, las Religiosas y la Marquesa, con una Cruz grande, cantos, velas y flores en las manos, hasta el Coro Alto, en el lugar pedido por la Virgen María, sobre el sillón de la Priora. Allí Francisco del Castillo había trabajado con esmero un nicho dorado, en cuya parte superior había una Cruz, al pie de la cual había una talla del Padre Eterno entre nubes, teniendo en su pecho al Espíritu Santo en forma de paloma. Colocada la Imagen en el nicho por los sacerdotes, el Obispo subió hasta el nicho.

Colocándole la corona le dijo: “Señora, os entrego la Iglesia”. Al ponerle el báculo en la mano derecha, le dijo: “Señora, os entrego el gobierno de este Convento y de mi grey en general”. En la misma  mano  le  puso las  llaves,  diciéndole:  “Señora y  Madre  mía,  os entrego  mi  alma, abridme las puertas del Cielo, porque pronto voy a dejar la vida presente. Cuida de… esta clausura de vuestras hijas, con esmero y afán. Defiéndelas siempre y conserva en ellas el espíritu religioso…”.

El Obispo ordenó que todos los sábados del año, después de la Misa, en memoria de la Consagración de la Imagen, se realice una ceremonia solemne, con presencia del Sacerdote y todas las Monjas, con velas, oraciones y cantos. El día entero fue de santa alegría.

Monseñor Rivera murió el 24 de marzo de 1612, en el tiempo predicho por la Virgen, a causa de una neumonía repentina. El sueño profético del Obispo se cumplió en su totalidad: la Madre Mariana estuvo a su cabecera, en bilocación, tal como había visto. La Virgen María, agradecida por el culto dado a su Imagen, lo ayudó en el trance: Ella llevaba en sus manos las llaves que el Obispo le había entregado con tanto amor. Después de su juicio, el Obispo entró al proceso de purificación de su alma por el período de ochenta años, por las faltas a la caridad que había cometido durante los cinco años de su Obispado.

Desde aquel año de 1611 hasta el presente, habiendo quedado fijada la Fiesta de María de El Buen Suceso de la Purificación y Candelaria el 2 de febrero, desde nueve días antes, manos sacerdotales y religiosas bajan la Imagen del Coro Alto y la trasladan con solemnidad hasta su nicho de la Iglesia, donde queda expuesta a la veneración pública algunos días.

La Preciosa Cruz Interior

Entronizada la Santa Imagen de María de El Buen Suceso en el Monasterio, se multiplicaron las vocaciones religiosas para el Monasterio, de tal manera que el Obispo tuvo que suspender la admisión de Novicias hasta que muriera alguna Religiosa antigua. El gobierno de la Virgen María se notaba de forma visible. La Virgen María aconsejaba a veces a Sor Mariana, a través de su Santa Imagen de El Buen Suceso.

El Priorato de la Madre Mariana de Jesús duró hasta 1613, y fue una época de paz y Gracias para el Monasterio. Terminado su Priorato, no fue reelecta, pues así se lo había pedido a Dios, para poder dedicarse de lleno a la intimidad con Él, desligada de las obligaciones de Priora.

Sin embargo, en 1616 fue reelecta Priora. Una noche en que la Madre Mariana pedía a la Madre María de Jesús Taboada, junto a su tumba, que intercediera por ella para que se terminara su prueba terrenal, la Madre María de Taboada le contestó, desde el sepulcro: “…Como conozco el valor del padecimiento en la vida mortal, no pediré que se apresure tu muerte, sino que, en cuanto dure tu vida, ames los muchísimos merecimientos para la Eternidad… (toda) amargura se convierte en dulzura y gozo en el Cielo… La santidad de tu vida será germen de grandes santas que existirán en este Monasterio en todos los tiempos… Días de desgracia, tiempos calamitosos sobrevendrán a nuestro Convento en el siglo XX… haz violencia a Dios para que se abrevie ese aflictivo tiempo a nuestras continuadoras”.

A ruegos de la Madre Mariana al Cielo, en 1619 no fue reelecta para el pesado cargo de Priora. Jesús le dijo: “…Pero en estos tres años que descansarás del gobierno del Monasterio, quiero presentarte la preciosa Cruz de los padecimientos interiores. En el primer año… me acompañarás en la Oración del Huerto, sufriendo lo que allí sufrí; en el segundo año, me acompañarás en la prisión; en el tercero, en los sufrimientos tan grandes y profundos cuanto ignorados… que padecí cuando me presentaron en casa de Anás, Caifás, Herodes y Pilatos, como si Yo fuese un vil malhechor… Únete a mi Corazón dolorido, y en compañía de mi Madre Santísima y Madre tuya, soporta estas tribulaciones y lleva con valor y firmeza la Cruz que pongo en tus hombros durante estos años.   Necesito en todos los tiempos almas valerosas para salvar a mi Iglesia y al mundo prevaricador…”

La Madre Mariana conoció en un instante la intensidad de los padecimientos que la aguardaban, y tembló, titubeando. Entonces Jesús le dijo: “¿No sabes mi querida niña, que soy la fuerza de los débiles? ¿Y que cuando pido… tu voluntad para una cosa tan ardua es porque sé que podrás sobrellevar todo, estando Yo contigo?... ¡Ánimo! ¡Valor!”.

Entonces la Madre Mariana se prosternó en tierra y aceptó la Voluntad de Dios. Jesús sopló sobre ella su Espíritu de doloroso Amor. Al levantarse, el alma de la Madre Mariana desbordaba de alegría al sentirse asociada a la Pasión de Jesús.

A los tres días de electa la nueva Abadesa, en la mañana, la Madre Mariana estaba orando en el Coro Inferior, cuando salió del Sagrario un rayo que penetró en su corazón. La Madre Mariana siguió orando, pero se apoderó de su alma una tristeza mortal. Tuvo conciencia de que se encontraba en el Huerto de los Olivos.

Desde ese momento, hasta su muerte, acompañó siempre a Jesús en su dolorosa Pasión, con pequeñas treguas en las temporadas de Adviento, Navidad y Epifanía, y en los días de Resurrección, Ascensión y Pentecostés, hasta que finalmente, en su lecho de muerte, experimentó la gloriosa Resurrección del Señor. A pesar del dolor interior permanente, en su exterior la Madre Mariana conservó  siempre su paz y su dulzura características.

En el año de 1622, fue reelecta Priora. Durante sus prioratos, Dios aumentaba los favores sobrenaturales que recibía en Navidad y Epifanía. Muchas veces la Madre Mariana recibió el privilegio de tener en sus brazos al Niño Jesús. En una ocasión, en el Niño contempló a la Santísima Trinidad y, estando inmersa en la Luz Increada, las Tres Personas Divinas le manifestaron que las celebraciones de la Navidad, las Cuarenta Horas y la Semana Santa, compendiaban todas las devociones de un alma religiosa enclaustrada y que siempre serían necesarias para la conservación del Convento.

Un día que estaba orando en el Coro Inferior, vio abrirse el Sagrario y surgir de dentro una Cruz adornada con perlas y piedras preciosas, que iba creciendo hasta perderse en las nubes. Sor Mariana notó con pena que en varios puntos faltaban perlas y piedras preciosas. Entonces Jesús salió del Sagrario y le dijo: “…mi niña querida… ésta es tu Cruz, cargada por ti en la vida. Mas, como ya es corto el tiempo que permanecerás en la tierra, los brazos de la Cruz están ya en el Cielo… los puntos vacíos son los años que te faltan de vida, para ser llenados con buenas obras… sin más quejas del duro cargo de Abadesa, que después ocuparás otro tiempo, y será el último. Durante los años que aún vivirás, te aguarda el gran dolor por la muerte de las tres últimas Fundadoras. Sus almas… son ya frutos maduros para el Cielo: Lucía de la Cruz, Ana de la Concepción y Francisca de los Ángeles. Mira sus últimas pruebas… se destinan esos sufrimientos para purificarlas enteramente, a fin de que ellas no conozcan ni pasen por el Purgatorio”.

La Madre Mariana vio sus pruebas: la de la Madre Ana, en la hora de su muerte; la de la Madre Lucía, una dolorosa enfermedad; la de la Madre Francisca, sus dudas en cuanto a su salvación. Desde ese momento la Madre Mariana rogó a Nuestro Señor que acortara el tiempo de sus pruebas y, llegadas éstas, consoló a sus Hermanas con unción sobrenatural, de tal manera que, llegada su hora, pasaron al Padre con el alma tranquila y serena.

Terminado su Priorato, la Madre Mariana procuró tener siempre el último lugar en el Monasterio: asumía los oficios más humildes en la cocina, en la enfermería, en la ropería. Todos los días barría un área del Convento. Cuando una enferma perdía la paciencia por la violencia de los dolores, la Madre Mariana tomaba a cargo a esa enferma y le decía: “Sentir y manifestar amor a Dios cuando todo sonríe… no es amor a Dios, sino amor propio. Sentir y manifestar amor a Dios con la paciencia, dulzura, tolerancia y bondad… en una grave y dolorosa enfermedad, esto sí es amor efectivo y grande… En este momento tú eres la feliz alma escogida que Nuestro Señor Jesucristo asocia a sus dolores para santificaros… Para ti y para mis futuras Hermanas, la Cruz consiste en el lecho en que yaces crucificada.

Las enfermedades y dolores son las llagas que sufre Cristo… en su Cuerpo. Digo más: a finales del siglo XIX habrá en nuestro Convento dos Religiosas leprosas. La intención de Dios nuestro Señor… es, primeramente, dar ocasión para que nuestras Hermanas de aquellos tiempos ejerciten la caridad en grado heroico… En segundo lugar, porque quiere que… las enfermas obtengan la palma del martirio. Tercero: para aplacar su justa Ira contra el pueblo ingrato. Y cuarto: por altos designios que… tiene en relación a nuestro Convento. Ahora, ve, ¡tú no estás leprosa!... Pídele generosamente que te aumente las aflicciones del cuerpo y del alma. Considera que aquí tendremos dos Hermanas leprosas, una morirá en el Convento… en cuanto a la otra, ¡mi Dios!, coronará su martirio, dejando el Convento para entrar a un leprocomio común. ¡Cuánto, entonces, deberá sufrir esa invicta y querida Hermana! ¡Su bella alma constituirá el encanto de la Santísima Trinidad, y sostendrá el brazo de la Justicia Divina por tantos crímenes secretos y públicos. En virtud de tal sacrificio, Dios no castigará a su Patria con peores castigos…”.


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