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miércoles, 15 de abril de 2009

Un plan para la vida


Unos buenos propósitos que te llevarán a tratar continuamente a Dios y a cumplir con tus obligaciones de familia, en el trabajo, con la sociedad y todo con una enorme alegría.

La práctica de algunos actos de piedad nos llevará, sin darnos cuenta, a tener una vida contemplativa en medio de los quehaceres ordinarios.

Lo primero que hemos de hacer para ser buenos cristianos es procurar vivir en gracia de Dios, evitando para ello todo pecado mortal; y como queremos amar a Dios sobre todas las cosas, trataremos incluso de evitar todo pecado venial.

La práctica de algunos actos de piedad nos llevará, sin darnos cuenta, a tener una vida contemplativa en medio de los quehaceres ordinarios. Un plan de vida cristiana vivido con seriedad e interés puede ser el medio para conseguir que nuestra vida no sea inútil ni estéril, de tal manera que viviremos como verdaderos hijos de Dios.

Cada día[1]

• Tener una hora fija para acostarse y para levantarse.

• Ofrecer a Dios el trabajo de la jornada bajo la intercesión de la Virgen María.

• Hacer un rato de oración mental (15 minutos). De preferencia antes de la Misa.

• Asistir a la Santa Misa y recibir la comunión siempre que sea posible. Es el mejor sacrificio que se puede ofrecer a Dios.

• Al mediodía: rezar el Angelus (durante el tiempo pascual el Regina Cœli).

• Rezar el Santo Rosario, si es posible en familia.

• Leer durante unos minutos, meditándolo, el Nuevo Testamento o un libro espiritual.

• Antes de retirarse a descansar, dedicar unos minutos a examinar brevemente cómo ha ido el día.

• Trabajar con intensidad. La santificación del trabajo ordinario es la meta primordial del cristiano.

• El domingo es el día del Señor. La Santa Misa debe ser el centro de la jornada. Es también un día dedicado especialmente a la familia, el descanso y el propio enriquecimiento espiritual.

• Si durante la semana no es posible recibir la comunión, será bueno hacerlo los domingos y días de precepto.

Cada mes

• Confesarse, con verdadero arrepentimiento, aunque no haya pecados mortales, para recibir la gracia sacramental.

• Recibir dirección espiritual con un sacerdote sabio, prudente y experimentado.[2]

• Día de retiro espiritual: dedicar unas horas a considerar nuestra relación con Dios. Delante del Santísimo Sacramento siempre que sea posible.

Cada año

• Curso de retiro o ejercicios espirituales: dos o tres días en silencio, conversando a solas con Dios, son una gran oportunidad para una nueva conversión. El alma, como el cuerpo, necesita vacaciones.

En todo momento

• Mantener la presencia de Dios con jaculatorias, comuniones espirituales y actos de amor y reparación.

• Considerar que somos hijos de Dios: tratar de agradarle en todo lo que hacemos, como un niño trata de agradar a su padre.

• Agradecer a Dios todo lo que nos da.

• Hacerlo todo por amor de Dios: purificar nuestra intención haciendo actos de contrición y desagravio por los pecados propios y ajenos.

• Tratar de vivir como nos hubiera gustado haberlo hecho a la hora de la muerte. Así no tendremos miedo a la muerte y moriremos de la misma manera que hayamos vivido.

Devociones durante la semana

- Domingo La Santísima Trinidad.
Asiste con fervor a la Santa Misa y recibe la Comunión si es posible.

- Lunes Las almas del Purgatorio.
Ruega por las almas de tus parientes, amigos y bienhechores.

- Martes Los Ángeles Custodios.
Acude a menudo los Ángeles Custodios pidiéndoles ayuda. Reza especialmente a tu Angel de la guarda.

- Miércoles San José.
Invócale como patrono de la buena muerte.

- Jueves La Santísima Eucaristía.
A lo largo del día, haz frecuentes comuniones espirituales y, si es posible, una visita al Santísimo.

- Viernes La pasión y muerte de Jesucristo.
Medita la Pasión y Muerte del Señor utilizando, por ejemplo, el Vía Crucis.

- Sábado La Santísima Virgen María.
Reza la Salve u otra devoción mariana.

[1] Cf. CEC, 2659-2660.

[2] Cf. CEC, 2690.

sábado, 11 de abril de 2009

LOS PLANOS DE CRECIMIENTO ESPIRITUAL


La Santísima Virgen señala que en los actuales tiempos en que se vive el crecimiento espiritual será muy difícil y, por momentos, hasta casi imposible.

Planos de Crecimiento Espiritual


Para mejor entender el proceso del crecimiento espiritual, explicaremos brevemente cada uno de estos planos de la siguiente manera:

Plano 7 = Plenitud

Plano 6 = purificación del alma o del plano 3

Plano 5 = purificación del entendimiento o del plano 2

Plano 4 = purificación del cuerpo o del plano 1

Plano 3 = Dios y los demás

Plano 2 = Yo y los demás

Plano 1 = Yo

Así pues el hombre con su caída – más adelante diremos en qué condiciones – se encontró de pronto en el plano 1, el yo, el egoísmo.

Primer Plano: “yo”

En este plano se manifiesta el egoísmo del hombre que todo lo quiere para sí mismo. Es la esencia del egoísmo. Incluso, cuando se hacen favores se piensa en sí mismo. Se recuerda aquel refrán de "hoy por ti y mañana por mí". Muchos de los hombres que pueblan la tierra viven en este plano. Es el mundo dominado por el pecado a donde fue desterrada por Dios la serpiente instigadora de los primeros padres.

En la sociedad continuamente se enseña que hay que sobresalir entre los demás. Se prepara a los hijos para ser el número uno de su clase o de su equipo. No se les enseña a ser el número uno en humildad o generosidad. No se les prepara para ser como Cristo. Se les dice que no sean tontos, que si les golpean se defiendan; que se preparen con una buena carrera para que el día de mañana no les falte nada material. No se preparan para ser cristianos o perdonar a sus enemigos. Se siembra el antagonismo, el rencor, el odio, la venganza y el egoísmo en los hijos.

Fruto de este egoísmo es lo que motiva a que el hombre se encuentre incapacitado de encontrar a Dios, pues sólo busca hacer su propia voluntad, y quiere llegar a Dios a su manera y hacerse una imagen de Dios a su medida y conveniencia. Y esta es una de las razones por lo que han surgido hoy extrañas filosofías y nuevas creencias que han oscurecido el Verdadero Camino que conduce al Padre, cuyo centro filosófico es una desmedida exaltación del yo, más como sinónimo de soberbia que como “el yo psicológico” y el “yo ontológico” que expresa y sustenta la personalidad del hombre en la tierra.[1]

En conclusión, el “yo” que reina en este primer plano es causante de la mayor parte de los males de la sociedad: el materialismo, la soberbia, el egoísmo, la murmuración, en fin, la falta de fe, de esperanza y, sobre todo, de caridad. Es por esto que la Santísima Virgen invita a salir de este plano, pues no se puede vivir el evangelio de Cristo mientras se permanece sumido en el “yo”, o sea, en el primer plano.

Para vencer el “yo”, María Santísima nos invita a vivir en sus virtudes y a llevar una vida de oración y sacrificio.

Segundo Plano: “yo y los demás”

Este plano o etapa es donde el hombre se da cuenta que a su alrededor hay otros seres humanos con los que tiene que interaccionar. Se da cuenta de que es un ser social por naturaleza y que los demás necesitan de él y él de los demás. Es cuando se siente llamado y motivado a darse desprendidamente a los demás. Es la etapa en la que se sale del egoísmo para mirar al prójimo. Aunque el hombre sigue actuando por egoísmo, por lo menos ya sale un poco de sí mismo para darse a los demás. Este es el plano del humanismo y del filantropismo, que está hoy muy en boga en ciertos estratos de la sociedad y que contribuye mayoritariamente a ayudar a los que padecen hambre, a los más necesitados, a los enfermos, etc. Muchas fundaciones se crean con este propósito, e incluso muchos deportistas, actores de cine y televisión, empresarios, etc. aparecen en primeras planas para anunciar sus donativos. Pero el problema es que Dios no aparece, sino que lo hacen por un sentido exclusivamente humanitario. No es que esté mal hacerlo, es bueno y loable. Pero muchas veces la vida de estas personas es diametralmente opuesta al pedido del evangelio. Por eso mientras el hombre no busque al Dios verdadero, en este plano no alcanzará la salvación.

No basta hacer buenas obras materiales para con los demás si no se busca crecer espiritualmente y servir a Dios. ¿Qué será lo más importante para dar al prójimo? Lo más importante para dar es la convicción de que el hombre ha sido creado para vivir para siempre. Es la convicción de la vida eterna que prometió nuestro Señor Jesucristo. Ese es el mayor tesoro que se puede compartir con los demás: la fe. El mundo tiene hambre de Dios y Dios prefiere que se ayude al hermano a vivir eternamente, pues como dijo Cristo en el evangelio, “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si al final pierde su alma? ”[2] Es el tesoro más valioso que se puede compartir con el prójimo, la esperanza de una vida eterna que no se puede comprar con todo el dinero del mundo. Ese regalo de la vida después de la muerte, de la vida verdadera para siempre, sólo nos lo puede dar Dios. Es el tesoro más preciado que pueda existir y Dios lo ha puesto a nuestra disposición. María, en este tiempo, quiere que los que se han hecho conscientes de esta realidad, compartan el tesoro de la fe que es el tesoro de la convicción de que hay una vida eterna y actuar en consecuencia.

No obstante, como Dios no deja de premiar el más mínimo vaso de agua que se da al sediento, todas estas acciones humanistas Dios las recompensa de distintas formas y con gracias para que el hombre vuelva a Él; si no lo hace, su generosidad ya estará recompensada y liquidada. Y, ¿la vida eterna? Nada, pues hay que amar al prójimo por amor a Dios, y ese es el siguiente plano.

Tercer Plano: “Dios y los demás”


En este plano es donde se vence el egoísmo, donde ya no se piensa en sí mismo, erradicando de la propia vida toda manifestación del “yo”. Es donde sólo se está al servicio de Dios y de los demás. En este plano se hace conciencia del gran mandamiento de la Ley de Dios: “Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos”[3].

A este plano es al que invita la Santísima Virgen cuando pide que cada uno sea instrumento de definición. En este plano se rompe con toda atadura y con el mundo. Sólo debe existir un deseo genuino de ser apóstoles al servicio de Cristo y María, para ganar almas para Dios. Es el desprendimiento total. Este plano es un plano de santidad pues ya no hay traza de egoísmo y soberbia. Es un plano difícil, pues se necesita vivir virtudes.

El tercer plano es pues el plano de santidad, donde se hace todo poniendo a Dios como prioridad y luego a los demás por amor a Dios. En este plano, el hombre ya no hace su propia voluntad sino que busca en todo cumplir la voluntad de Dios a través de quien se manifieste, según el caso.

El amor a Dios como prioridad en la vida hay que demostrarlo no solamente con la fe y palabras, sino con obras. Hay que amar al prójimo con la misma intensidad que el hombre se ama a sí mismo. Muchas veces se está dispuesto a darlo todo por los hermanos, hijos, familiares y amigos. Pero, ¿cuántas veces se está dispuesto a perdonar y a darlo todo por los enemigos o desconocidos, o por los que nos hacen daño y nos persiguen?[4]

En el tercer plano la manifestación del “yo” debe estar tan superada que esa lucha no debe existir y hay que darle todo a Dios sin excluir nada y sin pensarlo dos veces. Por eso se dice que éste es el plano de la gracia, el plano de santidad. Es el plano donde Dios prueba. No se vive de sentimentalismos, sino una vida de entrega sólida y madura.

Planos de Purificación y Reparación

Los planos cuarto, quinto y sexto son planos de purificación y reparación[5].

En capítulos precedentes hemos dicho que el hombre fue creado a Imagen y Semejanza de Dios, o sea, un ser trino a imagen de la Trinidad Divina, es decir, el alma como reflejo de Dios Padre; el entendimiento como expresión del Espíritu Santo y el cuerpo como imagen de Jesucristo. Cuando el hombre cae en pecado, para que su ser completo y trino pueda gozar de Dios, exige también purificación y reparación de todo su ser trino, y es aquí donde intervienen los planos siguientes:

Cuarto Plano


En este plano se purifican y reparan los pecados cometidos en el primer plano, “yo”, las faltas del “yo”, las ataduras, los pecados de la carne y los apetitos desordenados por cosas del mundo. Se purifican entonces todos los pecados y faltas del cuerpo. Aquí están todos los sacrificios de los sentidos: olfato, oído, vista, tacto y gusto. Ya se ha hecho mención de los sacrificios corporales que han practicado almas venerables y que la Iglesia ha elevado a los altares. Es un plano de muy alta santidad.

Quinto Plano

En este plano se purifican y reparan los pecados cometidos en el segundo plano, “yo y los demás”: todos los pecados que tienen que ver con los demás. Del mismo modo, este es el plano en que se purifican los pecados o faltas del entendimiento. La obediencia es una excelente forma de hacerlo. La fe que se debe imponer por encima de la lógica o la razón.

Sexto Plano

En este plano se purifican y reparan las faltas cometidas en el tercer plano, “Dios y los demás”: todos los pecados más sofisticados. Son los llamados “defectos de los santos". También aquí se purifican los pecados del alma. La llamada noche obscura del alma, la ausencia y soledad de Dios, que el Hijo también padeció en la cruz: “¿Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado?”[6]

Liberación de Ataduras y Defectos


Así pues, este plan de crecimiento incluye etapas de purificación y reparación. Es por esto que la Santísima Virgen invita a la penitencia, pues a través de la mortificación y el sacrificio se comienzan a reparar o purificar los pecados cometidos ya perdonados: “ayuno frecuente acompañado de abstinencia en el día sexto (…), vivir complacidos en una vida de alegrías sin fin, proporcionada por la gracia, pese a la cruz y el sufrimiento y tener una disposición amplia a la penitencia y al sacrificio. Para ayudar a mi Hijo a aliviar el peso de la cruz, les propongo que se sometan a la autodisciplina haciéndose partícipes de la purificación de la humanidad por la mortificación de los sentidos”.[7] Mientras más se purifique aquí en la tierra menos se tendrá que purgar luego. El purgatorio que se pasa aquí es más fácil que el de la otra vida. [8]

Cada vez que la persona se libera de ataduras y defectos, sube de un plano a otro. Cada liberación de los defectos o faltas de virtud, requiere un proceso de purificación y de reparación. No se pasa de un plano a otro automática o absolutamente. Esto es, se hacen algunas cosas que corresponden al plano tres, pero todavía quedan cosas del plano uno, como puede ser el amor posesivo y egoísta con los hijos o con el esposo. Se debe buscar purificar todo lo referente a los planos más bajos para llegar a una estabilidad o reafirmación en los planos más altos. Puede llegar el día en que se piense que se está totalmente desprendido de ataduras y se suba al plano tres. De hecho, cada vez que se libera una atadura, se está en el tercer plano. Entonces, lo que es necesario es purificar esa falta. Este proceso tiene dos fases:

a.- el intento de liberarse, que es la práctica y la liberación en sí, que se consigue con la purificación que provee la mortificación de los sentidos, y,

b.- la penitencia y el sacrificio que se hace para reparar la falta que eliminará la tendencia a reincidir en el pecado. Cuando ya se ha reparado ocurre la verdadera liberación del defecto o pecado, y se pasa a la elevación de espíritu que nos une más con Dios.

Este crecimiento espiritual a través de los siete planos es un ir y venir de un plano a otro. Debe haber una tendencia a subir, pero no se excluye la posibilidad de caer propiciada por la concupiscencia del ser humano. Sin embargo, debe llegar el momento en que haya una reafirmación en los planos superiores y las caídas no sean frecuentes, hasta que lleguen a minimizarse. Así es como se define básicamente la filosofía del crecimiento espiritual en la Misión de la Virgen del Rosario.

En resumen, se debe aprovechar el tiempo presente para avanzar en este proceso de purificación y crecimiento espiritual que definitivamente costará más tiempo y dolor en el purgatorio. Es el purgatorio, entonces, la gran misericordia de Dios, pues habiéndose acabado la oportunidad en el tiempo natural de merecer y purificar, Dios concede la oportunidad de reparar y pagar por los pecados y ofensas y así poder llegar al cielo.

El engaño del demonio es que los hombres no crean en el purgatorio que es el gran regalo de Dios. Después de la venida de Cristo, todos los que viven y mueren en gracia pueden aspirar a una vida eterna pues saben que aunque tengan una vida corta donde no hayan podido purificar y reparar por todos sus pecados, queda la esperanza del purgatorio, que es un seguro de vida para ir al cielo. No se debe temer hablar del purgatorio, pues es un estado donde se purifica con la esperanza de haber ganado el Reino de los Cielos. Aun cuando el purgatorio es la gran misericordia de Dios, como ya se ha dicho, no es bueno conformarse con esta esperanza, pues según es expresado por los grandes santos de la Iglesia como San Francisco de Asís, San Juan de la Cruz y Santa Catalina de Génova, es preferible purificar toda una vida en la tierra que un instante en el purgatorio.

[1] Se debe establecer una diferencia entre el “yo” como manifestación de falta de virtud y el “yo” como la expresión de la esencia de la personalidad humana de cada individuo. La primera debe ir transformándose hasta purificarse, en cambio la segunda, siempre se preserva porque Dios ha creado a todo ser humano, único e irrepetible.

[2] Mt 16,26.

[3] Mc 10, 21-22.

[4] El Papa Juan Pablo II perdonó por el atentado que sufrió en 1981 a Memet Ali Agca.

[5] Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica # 1030, 1473; y Col 7,1 y Jn 3,3.

[6] Mt 27,46; Mc 15,34.

[7] Cuarto Mensaje.

[8] Y hay una razón simple y profunda, ya que cuando el hombre muere, su cuerpo se queda en la tierra, y sólo el alma y el entendimiento, si se salva uno, se van al purgatorio. ¿Entonces qué o quienes van a purificar los pecados del cuerpo si éste ya se quedó aquí abajo? Lo tendrán que realizar y purgar el alma y el entendimiento y eso es muy complicado y doblemente difícil, pues el cuerpo – a imagen del Hijo – es el que debiera asumir por principio esa función, pues mientras el cuerpo no se transforme debe purificarse, y eso ocasiona que las estancias en el purgatorio sean ordinariamente muy largas y terribles.

Extractos y Resumen de una parte del Capítulo VII, "Crecimiento Espiritual para Alcanzar la Plenitud" del libro: Un Mandato Venido de lo Alto.

Luis Eduardo López Padilla

Fuente: Apocalipsis mariano

miércoles, 8 de abril de 2009

UN PROGRAMA DE VIDA CRISTIANA

Lo primero es amar a Dios y si de veras le amas, "haz lo que quieras", porque es seguro que evitarás el pecado, o sea, el único mal verdadero que puede haber en la tierra. Evitarás el pecado mortal, y aun el venial deliberado y las ocasiones de pecar.

Cada día,

*Si puedes, oye la santa Misa todos los días y comulga en ella
*Ten a diario un ratito, si quiera 5 minutos de oración mental o meditación.
*Reza el santo Rosario, rézalo en familia.
*Lee a diario alguna página de algún libro bueno e instructivo

Cada semana.

*Descansa el domingo, porque lo manda Dios y la Iglesia; porque lo necesitan tu alma y tu cuerpo.
*Oye misa y sermón todos los días festivos, y lee en esos días algún libro religioso y espiritual.

Cada mes.

*Confiesa y comulga por lo menos cada mes.

Cada año.

*Bien te vendrían Ejercicios Espirituales.
*Confiésate y comulga por Pascua, pero no por mero cumplimiento. En Iberoamérica este período empieza el Domingo de Septuagésima y termina el 29 de junio.
*Observa los ayunos y abstinencias de la Santa Madre Iglesia.

¡Siempre!

*Vive siempre como quieras morir.

Finalmente, oye a Santa Teresa que te dice:

"Acuérdate que no tienes más que un alma - ni has de morir más que una vez - ni tienes más de una vida breve... ni hay más de una gloria, y esta eterna; y darás de mano a muchas cosas.

Tu deseo sea de ver a Dios - tu temor, si no le has de perder - tu dolor, que no le gozas - y tu gozo, de lo que te puede llevar allá; y vivirás con gran paz."