jueves, 21 de noviembre de 2024

DÍA CATORCE 21/11/2024 - MES DE MARÍA INMACULADA TRADICIONAL por Mons. Rodolfo Vergara Antúnez

 


Día catorce: 

Consagrado a honrar la vida oculta de María en Nazaret


Oración inicial
para todos los días del Mes


¡Oh María! durante el bello Mes que os está consagrado, todo resuena con vuestro nombre y alabanzas. Vuestro santuario resplandece con nuevo brillo y nuestras manos os han elevado un trono de gracia y de amor, desde donde presidís nuestras fiestas y escucháis nuestras oraciones y votos. Para honraros, hemos esparcido frescas flores a vuestros pies y adornado vuestra frente con guirnaldas y coronas. Mas ¡oh María! no os dais por satisfecha con estos homenajes; hay flores cuya frescura y lozanía jamás pasan y coronas que no se marchitan. Estas son las que Vos esperáis de vuestros hijos; porque el más hermoso adorno de una madre es la piedad de sus hijos, y la más bella corona que pueden deponer a sus pies es la de sus virtudes. Sí; los lirios que Vos nos pedís son la inocencia de nuestros corazones; nos esforzaremos, pues, durante el curso de este Mes consagrado a vuestra gloria ¡oh Virgen Santa! en conservar nuestras almas puras y sin mancha y en separar de nuestros pensamientos, deseos y miradas aun la sombra misma del mal. La rosa cuyo brillo agrada a vuestros ojos es la caridad, el amor a Dios y a nuestros hermanos, nos amaremos, pues, los unos a los otros como hijos de una misma familia, cuya madre sois, viviendo todos en la dulzura de una concordia fraternal. En este Mes bendito procuraremos cultivar en nuestros corazones la humildad, modesta flor que os es tan querida; y con vuestro auxilio llegaremos a ser puros, humildes, caritativos, pacientes y resignados. ¡Oh María! haced producir en el fondo de nuestros corazones todas estas amables virtudes; que ellas broten, florezcan y den al fin frutos de gracia para poder ser algún día dignos hijos de la más santa y de la mejor de las madres.

Amén.


Consideración


Desde su vuelta del destierro, la santa familia volvió a habitar la solitaria estancia de Nazaret en el más completo apartamiento del mundo, oculta y desconocida de los hombres. Esta época fue, sin embargo, la más venturosa de la vida de María, porque no es la más feliz la vida que «pasa con estruendo como un arroyo de invierno, sino cuando se asemeja a una corriente de agua que se desliza en plateados hilos por entre la hierba de las praderas». Pobre y humilde era su condición, continuo su trabajo y escaso su alimento; pero en cambio poseía el tesoro más preciado de la tierra, vivía al lado de su Hijo, se embebecía en su contemplación, escuchaba atenta sus palabras, recogía sus sonrisas, velaba su sueño, y eso la hacía más feliz que los príncipes y reyes en medio de los esplendores de la grandeza. Enteramente dedicada a su servicio, todo lo dejaba y todo lo olvidaba por Él, y hasta las privaciones y contratiempos le parecían placenteros, porque Jesús todo lo endulzaba con su ternura de hijo. La oración y el trabajo compartían sus días y sus noches, y sólo eran interrumpidos para recibir las lecciones de santidad y perfección que recibía de los labios de su Hijo y de su Dios. María fue la primera y más aprovechada discípula del Maestro divino. En la escuela de Nazaret se ejercitó en la práctica de las más heroicas virtudes y penetró hondamente en el conocimiento de los grandes misterios de la bondad y de la sabiduría divinas. Jamás hubo en el mundo criatura más honrada. Pobre y humilde en la apariencia, tenía, sin embargo, bajo su dominio al Criador del Cielo y de la tierra, el cual, como hijo fiel y sumiso, la obedecía con amor y con respeto. Al considerar este espectáculo, no se sabe qué admirar más, si la humildad del hijo o la grandeza y dignidad de la madre. Si ser esclavo de Dios es un honor incomparable, ¿cuánto más debería serlo el de tenerlo por súbdito y ser obedecido por Él? Así transcurrieron los años silenciosos, pero fecundos en lecciones y enseñanzas de la vida oculta de María. Treinta años de felicidad y de sosiego ocupados en el servicio de Dios y en la práctica de las más heroicas virtudes.

Grandes son las ventajas de la vida oculta y apartada del mundo. Nada hay que turbe tanto el espíritu como el tumulto atronador de los pasatiempos y diversiones del mundo. La paz huye lejos del alma que vive en medio del ir y venir de los negocios humanos y de los intereses materiales. No hay descanso ni reposo en la Babilonia donde se agitan los mundanos en busca de una felicidad, que no es más que una sombra fugitiva. La paz y el reposo sólo moran en la Jerusalén silenciosa, cuyos moradores hallan la felicidad dentro de sí mismos, en el testimonio de una conciencia pura y del deber cumplido. Sin esta condición, la felicidad es una palabra vana. Dios no hace oír su voz sino en el recogimiento y el silencio del alma que se aparta del bullicio del mundo. Sólo esas almas silenciosas y recogidas tendrán la dicha de recibir sus inspiraciones y gustar de sus consolaciones. Los ricos perfumes sólo se conservan en vasos bien cerrados; del mismo modo la gracia divina sólo fructifica en almas cerradas para las disipaciones mundanales. Es imposible servir fielmente a Dios y hacer el negocio de la propia santificación, cuando se ocupa la mayor parte del tiempo en satisfacer las multiplicadas exigencias del mundo. Es imposible no olvidar a Dios y cumplir los deberes del propio estado, cualquiera que sea, cuando se está pendiente de las caprichosas exigencias de la vanidad, que no conoce límites en sus aspiraciones. El mundo es un tirano cruel cuyos antojos son leyes imprescriptibles y cuyas veleidades no dejan tiempo para ocupaciones más serias. Quien quiera servirlo, necesita consagrarle la vida entera, descuidando por necesidad el cumplimiento de los deberes que tiene para con Dios, el prójimo y su propia santificación. De todos esos peligros se aleja el que, como María, vive sin estrépito ni disipaciones en el apartamiento del mundo.


Ejemplo
María, Estrella del mar


Por los años de 1541 el Obispo de Panamá se embarcó, en viaje para España, reclamado por asuntos de su ministerio, en una flota que llevaba el mismo rumbo. Un cielo sin nubes, brisas bonancibles y un mar sereno presagiaban un viaje felicísimo en los primeros días. Pero estos signos de bonanza no duraron mucho tiempo: señales evidentes de tormenta aparecieron en el cielo y no tardó en desencadenarse una terrible tempestad que puso en inminente riesgo a los antes alegres navegantes. Espantados pasajeros y tripulantes por lo recio del temporal, llegaron a perder toda esperanza humana de salvación. Conociendo el venerable Prelado la gravedad de la situación, se revistió de sus ornamentos pontificales y se subió sobre cubierta para exhortar a todos los que allí estaban para que implorasen la protección de la Estrella de los mares y se arrepintiesen de sus culpas. Todos entonaron de rodillas las Letanías Lauretanas con el fervor que inspira la inminencia del peligro: y confundíanse los ecos de la flébil plegaria y los sollozos de los afligidos navegantes con los bramidos de las agitadas olas que se precipitaban sobre los navíos como fieras enfurecidas.

Terminada la invocación, divisaron con espanto una ola gigantesca que crecía a medida que se aproximaba; y al verla llegar, un solo grito de ¡María! ¡Sálvanos que perecemos!… se arrancó de todos los labios. Y, ¡oh prodigio!, aquel monte de agua que amenazaba concluir con el navío, convirtiose repentinamente en mansa ola, que vomitó de entre su nevada espuma, un bulto como de una caja de madera que iba golpeando el costado derecho del bastimento. Bien pronto aparecieron en el cielo señales de bonanza, disipáronse las nubes y el sol brilló en el cielo límpido y sobre un mar sereno

Atraídos por la curiosidad, recogieron los marineros el bulto que flotaba al lado del navío; ¡y cuál no fue su sorpresa al ver que aquella caja contenía una preciosa imagen de María con su Hijo Santísimo en los brazos!… Aquellos felices navegantes no hallaban expresiones de gratitud que correspondiesen a sus sentimientos, considerando que la Santísima Virgen, no solamente los había salvado de una muerte segura, sino que además les daba un nuevo signo de su amor, enviándoles de una manera tan prodigiosa una imagen suya, haciendo mensajeras de este don a las mismas olas que momentos antes los amenazaban con el naufragio y la muerte.

Esta imagen fue trasladada con gran veneración a Valladolid por el afortunado Obispo, donde se le venera bajo el nombre de Nuestra Señora del Rosario en Medina de Rioseco.

María jamás desoye las súplicas de los hijos que la invocan en el peligro.


Jaculatoria


Gloriosa Reina del cielo
Sé en la aflicción mi consuelo.


Oración


¡Oh María! Vos que durante treinta años no os separasteis ni un solo momento de Jesús vuestro Hijo, viviendo íntimamente unida a Él y enteramente consagrada a su servicio en el albergue apartado de Nazaret, otorgadme la gracia de comprender las dulzuras divinas de la unión con Dios. Que Jesús viva conmigo bajo los velos de la fe, como vivió con Vos bajo las sombras de la vida oculta y retirada del mundo; que viva en mí por la unión amorosa de mi corazón con el suyo, como vivió en Vos no formando sino un solo corazón y una sola alma; que yo no sepa en adelante amar, ni desear, ni gustar nada fuera de Dios; que Él sea siempre mi vida, mi fuerza, el corazón de mi corazón y el alma de mi alma, de modo que pueda exclamar con el apóstol: «Yo vivo, pero no soy yo quien vivo; es Cristo el que vive en mí». Haced, Señora mía, que muera en mí el amor desordenado a las criaturas y que, desocupado de todo afecto a los honores, riquezas y pasatiempos del mundo, pueda consagrar a Dios, el dueño legítimo de mi alma, todos los instantes de mi vida en el apartamiento de la vida oculta, sin que desee ni aspire a otra cosa que a servirlo, agradarlo, y gozarlo en esta vida para embriagarme después en el cielo en las inefables delicias de la eterna bienaventuranza. Amén.


Oración final
para todos los días del Mes


¡Oh María, Madre de Jesús, nuestro Salvador y nuestra buena Madre! Nosotros venimos a ofreceros con estos obsequios, que traemos a vuestros pies, nuestros corazones, deseosos de seros agradables, y a solicitar de vuestra bondad un nuevo ardor en vuestro santo servicio. Dignaos presentarnos a vuestro divino Hijo; que en vista de sus méritos y a nombre de su santa Madre dirija nuestros pasos por el sendero de la virtud; que haga lucir con nuevo esplendor la luz de la fe sobre los infortunados pueblos que gimen por tanto tiempo en las tinieblas del error; que vuelvan hacia Él y cambie tantos corazones rebeldes, cuya penitencia regocijará su corazón y el vuestro; que confunda a los enemigos de su Iglesia, y que, en fin, encienda por todas partes el fuego de su ardiente caridad, que nos colme de alegría en medio de las tribulaciones de esta vida y de esperanza para el porvenir.

Amén.


Prácticas espirituales


1. Recitar el Oficio parvo de la Santísima Virgen uniéndose a las alabanzas con que los ángeles la glorifican en el cielo.

2. Saludar a María con el Ángelus por la mañana, a mediodía y por la tarde.

3. Abstenerse, por amor a María, de toda palabra de murmuración o de crítica.


Fuente: Mes de María Inmaculada; Mons. Rodolfo Vergara Antúnez; Arancibia Hnos. y Cía. Ltda., edición de 1985.