jueves, 28 de noviembre de 2024

DÍA VEINTIUNO 28/11/2024 - MES DE MARÍA INMACULADA TRADICIONAL por Mons. Rodolfo Vergara Antúnez

 



Día veintiuno: María en el cenáculo


Oración inicial
para todos los días del Mes


¡Oh María! durante el bello Mes que os está consagrado, todo resuena con vuestro nombre y alabanzas. Vuestro santuario resplandece con nuevo brillo y nuestras manos os han elevado un trono de gracia y de amor, desde donde presidís nuestras fiestas y escucháis nuestras oraciones y votos. Para honraros, hemos esparcido frescas flores a vuestros pies y adornado vuestra frente con guirnaldas y coronas. Mas ¡oh María! no os dais por satisfecha con estos homenajes; hay flores cuya frescura y lozanía jamás pasan y coronas que no se marchitan. Estas son las que Vos esperáis de vuestros hijos; porque el más hermoso adorno de una madre es la piedad de sus hijos, y la más bella corona que pueden deponer a sus pies es la de sus virtudes. Sí; los lirios que Vos nos pedís son la inocencia de nuestros corazones; nos esforzaremos, pues, durante el curso de este Mes consagrado a vuestra gloria ¡oh Virgen Santa! en conservar nuestras almas puras y sin mancha y en separar de nuestros pensamientos, deseos y miradas aun la sombra misma del mal. La rosa cuyo brillo agrada a vuestros ojos es la caridad, el amor a Dios y a nuestros hermanos, nos amaremos, pues, los unos a los otros como hijos de una misma familia, cuya madre sois, viviendo todos en la dulzura de una concordia fraternal. En este Mes bendito procuraremos cultivar en nuestros corazones la humildad, modesta flor que os es tan querida; y con vuestro auxilio llegaremos a ser puros, humildes, caritativos, pacientes y resignados. ¡Oh María! haced producir en el fondo de nuestros corazones todas estas amables virtudes; que ellas broten, florezcan y den al fin frutos de gracia para poder ser algún día dignos hijos de la más santa y de la mejor de las madres. Amén.


Consideración


Jesús no subió a los cielos sin dejar a sus apóstoles una promesa consoladora que endulzara las lágrimas que les ocasionaba su ausencia: la promesa de enviarles el Espíritu Santo. Los discípulos, como ovejas sin pastor, después de recibir la bendición postrera de su divino Maestro, se dirigieron al Cenáculo para aguardar allí, en la oración y el retiro, la venida del Espíritu Consolador. María estaba en medio de ellos, porque en la ausencia de Jesús, era la compañera inseparable de los desconsolados huérfanos y la columna de la naciente Iglesia.

Diez días habían pasado en expectativa de la promesa de Jesús, cuando en la mañana del décimo todos los congregados en el Cenáculo sintieron un ruido a manera de viento impetuoso que sacudió la casa desde sus cimientos. Era el Espíritu Santo que descendía sobre los apóstoles en forma de lenguas ondulantes de fuego, que ardían sobre la cabeza de cada uno de ellos como una ancha cinta batida por el viento.

Desde ese momento se operó en los discípulos una completa transformación. Los que antes eran tímidos y cobardes, que habían huido en presencia de los enemigos de su Maestro, dejándolo abandonado entre sus manos, preséntanse con frente alta y corazón animoso delante de los tribunales de la nación, que les intimaban la orden de callar, para decirles con acento varonil y resuelto: «Antes que a los hombres obedeceremos a Dios.»—Podéis, si lo tenéis a bien, mandarnos al patíbulo; pero callar… non possumus,—no podemos. Los que eran pobres e ignorantes pescadores se trasformaron en sapientísimos doctores de las cosas divinas y en inspirados maestros de las verdades de la Fe, y se esparcen por todo el mundo conocido para predicar el Evangelio. Tanto fue el entusiasmo de que se sintieron poseídos, tanto el amor que ardía en sus corazones, que las gentes que los veían los creyeron tomados del vino. ¡Cuál sería el gozo de María al contemplar estos estupendos prodigios!—Ella, tan interesada como el mismo Jesús en la prosperidad de la grande obra fundada al precio de su sangre, debió sentir inmenso júbilo al ver a esa falange de denodados atletas que iban a extender por el mundo el fruto de la pasión de su Hijo arrancando a los infieles de las sombras de la muerte.

La oración de María en el Cenáculo, fue sin duda, la más poderosa para apresurar el advenimiento del Espíritu Santo. Por su mediación debemos nosotros alcanzar también los dones y gracias de ese mismo Espíritu. Aquel que puso en el dedo de María el anillo de esposa y que cubrió su seno con la sombra de su poder para obrar el prodigio de la Encarnación del Verbo, no puede olvidar la efusión de sus dones en favor de aquellos por quienes se interesa. ¡Y cuánta necesidad tenemos de esos dones y gracias! Cobardes, no nos atrevemos muchas veces a confesar con la frente erguida y corazón entero la Fe de Jesucristo delante del mundo que la desprecia y la insulta. Ignorantes de las cosas divinas y de las vías de la santificación, necesitamos del espíritu de luz que alumbre nuestras inteligencias, que nos haga conocer nuestros únicos verdaderos intereses, que son los de la propia salvación, y que nos señale la ruta que a ellos conduce. Tibios y pusilánimes para las cosas de Dios, habemos menester del espíritu de amor que inflame nuestro corazón en las llamas de la caridad divina, y que llenándolo de Dios, destierre de él todo afecto desordenado a las criaturas. Siempre desidiosos en el servicio de Dios y en lo que concierne a la santificación de nuestras almas, necesitamos del espíritu de piedad que nos haga solícitos en el cumplimiento de aquellos ejercicios de piedad y de devoción, que son para el alma como el rocío y el riego para las plantas, sin los cuales no podrá producir fruto de santidad. Invoquemos a María siempre que tengamos necesidad de algunos o de todos esos dones, seguros de que su intercesión poderosa nos los alcanzará con abundante profusión.


Ejemplo
María, Luz de los ciegos


Hay en Turín, consagrado a María Auxiliadora, un templo venerando y eminentemente popular. Cuando en 1865, el San Vicente de Italia, Don Bosco, fundador de la Pía Sociedad de San Francisco de Sales, echó los cimientos de esa iglesia apenas tenía 40 céntimos en caja. Concluidos los trabajos en 1868 el valor alcanzaba a más de un millón de liras. Y tamaña empresa se había realizado sin correr una sola suscripción. ¿Quién proporcionó los recursos? María; sí, porque los fieles que incesantemente llegaban a Don Bosco con una piadosa ofrenda significábanle al mismo tiempo era sólo el pago de una deuda contraída con la Madre de Dios de quien habían alcanzado un señalado favor. Cada piedra de ese santuario, cada uno de los exvotos sin número que relucen en sus muros atestigua una gracia de María Auxiliadora. Sin que sea posible mencionar tantos hechos extraordinarios, baste la relación del siguiente:

Vivía en Vinovo, aldea cercana a Turín, una joven llamada María Stardero, la cual tuvo la desgracia de perder totalmente la vista. Ansiosa de recobrarla concibió el pensamiento de hacer una peregrinación a la iglesia de María Auxiliadora, y un sábado del mes que le está consagrado, acompañada de su tía se presentó en el templo. Después de breve oración ante la imagen de Nuestra Señora, fue conducida a la presencia de Don Bosco, en la sacristía, y allí tuvo con él esta conversación:

—¿Cuánto tiempo hace que estáis enferma?

—Ya mucho tiempo, pero hace como un año que nada veo.

—¿Habéis consultado a los médicos? ¿Qué dicen? ¿No os han medicinado?

—Hemos usado toda clase de remedios sin resultado alguno, respondió la tía. Los médicos no dan la menor esperanza…—y se echó a llorar.

—¿Distinguís los objetos grandes de los pequeños?

—No, señor; no distingo nada absolutamente.

—¿Veis la luz de esa ventana?

—No, señor; nada veo.

—¿Queréis ver?

—Señor, soy pobre, necesito la vista para buscar la subsistencia; ¿no he de quererlo?

—¿Os serviréis de los ojos para bien de vuestra alma y no para ofender a Dios?

—Lo prometo con todo mi corazón.

—Confiad en la Santísima Virgen; ella os sanará.

—Lo espero, mas entretanto estoy ciega.

—Veréis.

—¡Ver yo!

Entonces Don Bosco con tono y ademán solemnes exclamó:

—A gloria de Dios y de la bienaventurada Virgen María, decid ¿que tengo en la mano?

La joven abrió los ojos, los fijó en el objeto que Don Bosco le presentaba, y gritó:

—Veo… una medalla… y de la Santísima Virgen.

—Y en este otro lado de la medalla, pregunta Don Bosco, mostrándoselo, ¿qué hay?

—Un anciano con una vara florida: es San José.

Renunciamos a describir lo que entonces pasó; sólo añadiremos que habiendo María extendido la mano para coger la medalla, cayó ésta al suelo, yendo a parar a un rincón de la sacristía, y la misma María, por orden de Don Bosco, la buscó y la encontró, con lo que dejó a todos perfectamente convencidos de la realidad de la curación, la cual fue tan completa como prodigiosa, porque María Stardero no volvió a padecer de los ojos.


Jaculatoria


Madre de Dios, madre mía,

Mi vida, mi cuerpo y mi alma

Te ofrezco desde este día.


Oración


¡Augusta esposa del Espíritu Santo! fuente inagotable de gracias y de bendiciones, dignaos alcanzarnos de vuestro divino Esposo los dones que tan profusamente otorgó a los apóstoles reunidos en el Cenáculo: el don de sabiduría, que disipa los errores de nuestra inteligencia, haciéndonos comprender la vanidad de los falsos bienes de la tierra y la excelencia de los bienes del cielo; el don de entendimiento que nos instruya acerca de nuestros deberes y de todo lo que concierne a los intereses de nuestra santificación; el don de fortaleza, que nos comunique entereza bastante para desafiar las burlas y desprecios del mundo, hollando sus máximas con santa energía; el don de ciencia, que nos esclarezca acerca de las verdades eternas; el don de piedad, que nos haga amar el servicio de Dios; y, en fin, el don de temor, que nos inspire un santo respeto mezclado de amor por Dios. Bien sabéis ¡Virgen bendita! que nuestras pasadas resistencias a las inspiraciones del Espíritu Santo nos hacen indignos de sus beneficios; pero, ayudados de vuestras oraciones obtendremos del autor de todo don perfecto las gracias que nos son necesarias para vivir santamente en la tierra y llegar un día a la eterna felicidad. Amén.


Oración final
para todos los días del Mes


¡Oh María, Madre de Jesús, nuestro Salvador y nuestra buena Madre! Nosotros venimos a ofreceros con estos obsequios, que traemos a vuestros pies, nuestros corazones, deseosos de seros agradables, y a solicitar de vuestra bondad un nuevo ardor en vuestro santo servicio. Dignaos presentarnos a vuestro divino Hijo; que en vista de sus méritos y a nombre de su santa Madre dirija nuestros pasos por el sendero de la virtud; que haga lucir con nuevo esplendor la luz de la fe sobre los infortunados pueblos que gimen por tanto tiempo en las tinieblas del error; que vuelvan hacia Él y cambie tantos corazones rebeldes, cuya penitencia regocijará su corazón y el vuestro; que confunda a los enemigos de su Iglesia, y que, en fin, encienda por todas partes el fuego de su ardiente caridad, que nos colme de alegría en medio de las tribulaciones de esta vida y de esperanza para el porvenir. Amén.


Prácticas espirituales


1. Invocar al Espíritu Santo en solicitud de sus dones, rezando devotamente el himno Ven a nuestras almas.

2. Rezar cinco Salves en honor de la pureza inmaculada de María.

3. Hacer una comunión espiritual pidiendo a Jesús, por intercesión de María, que encienda nuestra alma en el fuego del divino amor.


Fuente: Mes de María Inmaculada; Mons. Rodolfo Vergara Antúnez; Arancibia Hnos. y Cía. Ltda., edición de 1985.