Proyecto Emaús y Pacomio
La aparición de la Bienaventurada Virgen María en Fátima, Portugal, en 1917 no fue un evento aislado. En las grandes ceremonias —por ejemplo, en una procesión de los buenos tiempos— el personaje principal (cardenal, obispo o sacerdote) es precedido por un cortejo de creciente jerarquía. Así, la gran intervención de la Madre de Dios en la Cova da Iria vino siendo preludiada por una serie de mensajes del cielo, cada vez más apremiantes, a través de santos y bienaventurados.
En Fátima, Nuestra Señora denunció una depravación que exigía un castigo de proporciones inimaginables. Tal decadencia resultó de un proceso que comenzó a fines de la llamada Edad Media, una época en la cual «la filosofía del Evangelio gobernaba los estados» (Cf. 👉 Carta Encíclica Inmortale Dei, León XIII, sobre la Constitución cristiana de los Estados, nro. 9) y la influencia de la sabiduría cristiana y su virtud divina impregnaban las leyes, instituciones y costumbres de la gente.
Se puede decir, por un lado, que el espíritu de las tinieblas que anima tal decadencia fue comunicando sus designios impíos a través de verdaderos heraldos de la iniquidad. Son ejemplos de eso: Lutero y Calvino, en el protestantismo; Dantón y Robespierre, en la Revolución Francesa; Marx y Lenin, en la revolución comunista; y aún los anárquicos líderes de la revolución de mayo de 1968.
En nuestros días, el propio Lucifer se está haciendo patente en el rock, en la televisión, en el cine, en las modas, en la corrupción moral y en otros medios de comunicación social, y hasta en cultos aberrantemente satánicos. Ante nuestros ojos se configura un contexto cultural cada vez más parecido al escenario ideal para la manifestación del rey del infierno.
Desde el inicio de esta revolución, los santos, los papas y otros contrarrevolucionarios no han dejado de hacer sonar la alarma. Tales advertencias providenciales incluso se han emitido desde el mismo Cielo. Entre los portentos que merecen nuestra atención están los escritos poco conocidos de la Venerable Isabel Canori Mora.
La Venerable Isabel Canori Mora
La Venerable Isabel Canori Mora nació en Roma el 21 de noviembre de 1774, hija de Tomas Canori, un prominente terrateniente, y Teresa Primoli, una aristócrata. En 1776, a la edad de 21 años, Isabel se casó con Cristoforo Mora, un abogado. Ella dio a luz a cuatro hijas, dos de las cuales murieron en la infancia.
Las muertes prematuras de sus hijos no fueron las únicas tragedias que sucedieron a Isabel. Cristoforo, seducido por una mujer inmoral, abandonó a su esposa y a sus demás hijos. Fue apresado por la policía pontificia, primero en una cárcel, después en un convento. Juró cambiar de vida, pero al retornar a su hogar intentó repetidas veces asesinar a su esposa Isabel. Ella mantuvo una fidelidad heroica, ofreciendo enormes sacrificios por su marido. Y profetizó que él terminaría sus días como sacerdote.
Solo después de la muerte de Isabel, el 2 de mayo de 1825, Cristoforo regresó a la Fe, llevando una vida de oración y penitencia. Él finalmente se ordenó y murió sacerdote, como Isabel había predicho.
La Ven. Isabel escribió sus profecías de su propio puño en centenares de páginas dirigidas a su confesor, hoy celosamente custodiadas en el archivo de los Padres trinitarios, en San Carlino (San Carlo alle Quattro Fontane), Roma. Algunas circunstancias dispusieron que una copia de primera mano llegase hasta nosotros, permitiéndonos cotejarla folio por folio. Pero en 1996 se editaron tales escritos en su integridad, siguiendo la ortografía y gramática italiana actual, con loable adecuación y respeto por el original.
La causa de canonización de Isabel Canori Mora fue introducida el 22 de febrero de 1874, durante el Pontificado de Pío IX.
Sus manuscritos pueden asombrar a más de un fiel poco precavido. El censor teológico, que el 5 de noviembre de 1900 emitió un sabio y noble juicio, eximiéndolos de errores, sintió la necesidad de deshacer las objeciones que se podrían levantar contra las revelaciones más sorprendentes de la Venerable, hoy a la espera de ser elevada a los altares.
«La justicia de Dios te castigará»
El día de Navidad de 1813, durante el reinado de Pio VII, Isabel fue arrebatada a un lugar inundado de luz. Allí, numerosos santos rodearon un humilde pesebre, desde el cual el Santo Niño le hizo algunas señas. La propia Isabel describe sin preocupaciones literarias la sorpresa que tuvo:
Nota (*): Sacerdotes seculares, son los diocesanos, dependen directamente del obispo de la diócesis y no están adscritos a ninguna institución de vida religiosa, y los regulares, son aquellos sacerdotes miembros de una institución de vida religiosa (ej. benedictinos, franciscanos, dominicos, salesianos, etc.) y que viven bajo una regla y un carisma particular (contemplación, misiones, enseñanza, servicio hospitalario, predicación, etc.“De solo pensar, me causa horror. Vi a mi amado Jesús recién nacido bañado en su propia sangre […], en ese momento comprendí por vía intelectual cuál era la razón de tanto derramamiento de sangre del Divino Infante apenas nacido. […] La mala conducta de muchos sacerdotes seculares y regulares (*), de muchas religiosas que no se comportan según su estado, la mala educación que es dada a los hijos por parte de sus padres y madres, como también por aquellos a quienes incumbe una obligación similar.
Éstas son las personas por cuyo buen ejemplo debe aumentar el espíritu del Señor en el corazón de los demás. Pero ellos, por el contrario, apenas nace [el espíritu de Nuestro Señor] en el corazón de los niños, le persiguen a muerte con su mala conducta y malas enseñanzas”.
Complot contra la Iglesia, revelada por Dios
A partir de entonces, Dios le fue revelando el lamentable accionar de ciertos sectores eclesiásticos que atraían la cólera divina, en complicidad con la Revolución que derrumbaba tronos y seculares costumbres cristianas en el orden temporal. Tales visiones patentizan, un siglo antes de las revelaciones en la Cova da Iria, Fátima, que el mal ya se había infiltrado en la Iglesia y en la sociedad civil. Se ve bien que en Fátima, la Madre de Dios hizo una advertencia final sobre este mal, que progresaba a pesar de todos los avisos en sentido contrario.
Los ángeles condujeron espiritualmente a Isabel a los antros secretos donde se tramaba esta conjuración. Cada vez, nuevas aberraciones le eran desvendadas. El 24 de febrero de 1814 le fueron exhibidas escenas que recuerdan la crisis de los días en que vivimos:
“Veía a muchos ministros del Señor que se despojaban unos a otros; muy rabiosamente se arrancaban los paramentos sagrados; veía cómo eran derribados los altares sagrados por los propios ministros del Señor”.
El 22 de mayo de aquel mismo año, mientras rezaba por el Santo Padre, tuvo la siguiente visión:
«Lo vi viajando rodeado de lobos que […] complotaban para traicionarlo”.
La visión se repitió los días 2 y 5 de junio. En esta última, narra la vidente:
“Vi el sanedrín de lobos que lo circundaban y dos santos ángeles que lloraban. Una santa osadía me inspiró a preguntarles la razón de su tristeza y de su llanto. Ellos, contemplando la ciudad de Roma con ojos llenos de compasión, dijeron lo siguiente: «Ciudad miserable, pueblo ingrato, la justicia de Dios te castigará».
“Todo el mundo estaba en caos”
El 26 de enero de 1815, los ángeles le mostraron a muchos eclesiásticos que “bajo el manto de bien, persiguen a Jesús Crucificado y a su santo Evangelio”, y que “como lobos rabiosos tramaban derribar al jefe de la Iglesia de su trono”. Entonces ella fue llevada:
“a ver el cruel estrago que la justicia de Dios está por hacer entre aquellos miserables: con sumo terror, veía que alrededor mío fulguraban los rayos de la Justicia irritada. Vi edificios cayendo en ruinas. Las ciudades, provincias enteras, todo el mundo estaba en caos. No se oía otra cosa sino débiles voces implorando misericordia. El número de muertos era incalculable”.
No obstante, lo que más me impresionó fue ver a Dios indignado. En un lugar altísimo y solitario, vio a Dios representado por “un gigante fuerte y airado hasta el extremo contra aquellos que lo perseguían. Sus manos omnipotentes estaban llenas de rayos, su rostro estaba repleto de indignación: sólo su mirada bastaba para incinerar al mundo entero. No había ni ángeles ni santos que lo circundasen, sino sólo su indignación lo circundaba por todas partes”.
Tal visión duró apenas un instante. Según la Ven. Isabel, “si hubiese durado un momento más, ciertamente yo habría muerto”. La descripción anterior recuerda la visión del infierno presenciada por Lucía, Francisco y Jacinta. Entre ambas visiones existe una profunda correlación. Mientras que a Isabel Dios le manifestó su justa indignación por las ofensas que sufre, Nuestra Señora en Fátima apuntó el destino de las almas que ofenden a Dios y mueren impenitentes.
«La Madre de Dios no imploró por misericordia»
El 13 de junio de 1917, Nuestra Señora le mostró a Lucía, Francisco y Jacinta su Inmaculado Corazón, rodeado de espinas, símbolos de las heridas infligidas por nuestros pecados. A Isabel también se le mostró cuán gravemente nuestros pecados ofenden a la Santísima Virgen. Al ver la tristeza en los ojos de Nuestra Señora, le preguntó por qué estaba afligida.
“Contempla, oh hija, contempla la gran impiedad”.
La Sierva de Dios prosigue:
«¡Ay de aquellos que abrazan las filosofías condenables de nuestros días»Oyendo estas palabras, vi que unos apóstatas osadamente intentaban arrancar temerariamente a su Santísimo Hijo de su purísimo seno y de sus santísimos brazos. Ante este gran atentado, la Madre de Dios no pedía más misericordia para el mundo, sino justicia al Divino Padre Eterno; el cual, revestido de su inexorable justicia y lleno de indignación, se volvió hacia el mundo. En aquel momento toda la naturaleza entró en convulsión, y el mundo perdió su recto orden, y se formó sobre la tierra la mayor infelicidad que se pueda contar o imaginar. Una cosa tan deplorable y aflictiva que dejará al mundo reducido a la última desolación”.
El día 6 de julio de 1815 (Pio VII), Dios nuevamente le reveló a Isabel, el castigo atraído sobre la humanidad por aquellos «lobos rapaces vestidos de ovejas, amargos perseguidores de Jesús Crucificado y su novia, la Iglesia».
“Me parecía ver a todo el mundo en convulsión, especialmente la ciudad de Roma. […] ¿Qué decir del Sacro Colegio? A causa de la variedad de opiniones, unos habían sido dispersados, otros abatidos, otros despiadadamente asesinados. De un modo similar o aún peor eran tratados el clero secular y la nobleza. El clero regular no sufría la dispersión total, pero era diezmado. Innumerables eran los hombres de toda condición que perecían en esa masacre, pero no todos se condenaban. Muchos eran hombres de buenas costumbres, y muchos otros de vida santa”.
Tan graves amenazas tal vez pudiesen parecer exageradas en los tiempos de Isabel Canori, en que —no obstante, el avance de la Revolución anticristiana— se encontraban en la Iglesia numerosos santos y almas de virtud insigne.
El 28 de junio de 1820 (aún reinante Pio VII), la fiesta de los santos Pedro y Pablo, Isabel contempló al Príncipe de los Apóstoles descendiendo del cielo con vestimentas pontificias y escoltado por una legión de ángeles. Con su báculo, San Pedro dibujó una inmensa cruz sobre la Tierra; en cada uno de sus extremos verdes árboles aparecieron envueltos en una luz brillante. Aquí los piadosos, religiosos y laicos, se refugiaron del tormento.
Sin embargo, ¡ay de aquellos religiosos que despreciaron las santas reglas, porque todos lo harán perecer bajo el terrible flagelo. Esto se aplica a todos los que abrazan el libertinaje y las filosofías condenables de nuestros días.
Así, tales palabras parecen dictadas más para el término del siglo XX y este triste comienzo del siglo XXI. ¿Quién, en rigor, sin auxilio de luces proféticas, podría haber imaginado que la crisis en la Iglesia llegaría al punto que está alcanzando en nuestros días? En vista de ello, se comprende que Dios haya querido manifestar especialmente su cólera e indignación a la Ven. Isabel. Pero, lamentablemente, todo indica que, como en Fátima, el mensaje divino transmitido por la Ven. no fue tomado en su debida consideración.
Venganza divina contra los enemigos de la Iglesia
Siguiendo la narración de la visión, ella relata que San Pedro regresó al cielo [la Sede de Pedro queda vacante y suspendida]. Entonces, en la tierra:
Triunfo y honra de la Iglesia como fue previsto en Fátima“el firmamento quedó cubierto de un color azul tenebroso, que sólo de mirarlo causaba terror. Un viento caliginoso hacía sentir su soplo impetuoso por todas partes. Con un vehemente y tétrico silbido aullando en el aire, como fiero león con su feroz rugido, hacía resonar sobre toda la tierra su horripilante eco».
“El terror y el espanto pondrán a todos los hombres y todos los animales en un estado de supremo pavor, todo el mundo estará en convulsión y se matarán los unos a los otros, se despedazarán mutuamente sin piedad.
En el tiempo de la sanguinaria pugna, la mano vengadora de Dios pesará sobre esos infelices, y con su omnipotencia castigará el orgullo, la temeridad y su desvergonzada arrogancia; Dios se servirá de las potencias de las tinieblas para exterminar a esos hombres sectarios, inicuos y criminales que pretenden derribar, erradicar la Iglesia Católica, nuestra Santa Madre, por sus raíces más profundas y arrojarla por tierra […]
“Dios se reirá de ellos y de su maldad, y con un sólo gesto de su mano derecha omnipotente castigará a esos inicuos, permitiendo a las potestades de las tinieblas que salgan del infierno; y estas grandes legiones de demonios recorrerán todo el mundo, y por medio de grandes ruinas ejecutarán las órdenes de la Divina Justicia, a la cual estos espíritus malignos están sometidos, de manera que no podrán hacer ni mayor ni menor daño de lo que Dios permitirá, a los hombres, a sus bienes, a sus familias, a sus aldeas, ciudades, casas y palacios, y cualquier otra cosa que subsistirá sobre la tierra […]
Porque entregaron sus almas a Satanás y se aliaron con él para atacar a la Santa Iglesia Católica, Dios permitirá que estos hombres inicuos sean castigados por demonios feroces, que devastarán todos los lugares donde el hombre lo ha ofendido y profanado.
Me fue mostrada la horrenda cárcel infernal. Vi abrirse en la mayor profundidad de la tierra una caverna tenebrosa y espantosa, llena de fuego, de donde vi salir a muchos demonios, los cuales, tomando unos una figura y otros otra, unos de animal y otros de hombre, venían todos a infestar el mundo y a hacer por todas partes maleficios y ruinas.
Devastarán todos los lugares donde Dios ha sido y es ultrajado, profanado, sacrílegamente tratado, donde se ha practicado la idolatría. Todos esos lugares serán demolidos, arruinados y se perderá todo vestigio de ellos”.
La similitud con los trágicos anuncios de Nuestra Señora en Fátima se extiende más allá de los castigos. Ante la mirada de la Ven., Dios expuso en muchas ocasiones una maravillosa restauración futura de la Iglesia. Estas revelaciones ilustran magníficamente aspectos de lo que ha de ser el triunfo del Inmaculado Corazón de María.
En aquella misma visión del 29 de junio de 1820, después de los purificadores castigos que se han descrito, la Ven. Isabel vio a San Pedro regresar del cielo en un majestuoso trono pontifical [restitución del Papado]. A continuación, bajó con gran pompa el Apóstol San Pablo:
Él recorría todo el mundo y encadenaba aquellos espíritus malignos e infernales, y los conducía ante el Apóstol San Pedro, el cual, con una orden llena de autoridad, volvía a confinarlos en las tenebrosas cavernas de las cuales habían salido […]. En ese momento se vio aparecer sobre la tierra un bello resplandor, que anunciaba la reconciliación de Dios con los hombres.
La pequeña grey de católicos fieles [los católicos que guardan la tradición doctrinal, moral y cultual], refugiada bajo los árboles en forma de cruz, fue entonces conducida a los pies del trono de San Pedro.
«Reformaré a mi pueblo y a mi iglesia»“El santo escogió al nuevo Pontífice, toda la Iglesia fue reordenada según los verdaderos dictámenes de los Santos Evangelios; fueron restablecidas las Órdenes religiosas, y todas las casas de los cristianos se convirtieron en otras tantas casas penetradas de religión; tan grande era el fervor y el celo por la gloria de Dios, que todo era ordenado en función del amor de Dios y del próximo. De esta manera tomó cuerpo en un momento el triunfo, la gloria y la honra de la Iglesia Católica: Ella era aclamada por todos, estimada por todos, venerada por todos, todos decidieron seguirla, reconociendo al Vicario de Cristo, el Sumo Pontífice”.
Nuestro Señor le dijo a inicios de 1821:
“Yo reformaré a mi pueblo y a mi Iglesia. Mandaré sacerdotes celosos para predicar mi fe, formaré un nuevo apostolado, enviaré al divino Espíritu Santo a renovar la tierra. Reformaré las órdenes religiosas por medio de nuevos reformadores santos y doctos. Todos tendrán el espíritu de mi dilecto hijo Ignacio de Loyola ["A la Mayor Gloria de Dios" lema de aquel santo]. Daré un nuevo Pastor a mi Iglesia, docto, santo, repleto de mi espíritu. Con santo celo reformará la grey de Jesucristo”.
Y añade:
“Él me hizo conocer muchas otras cosas concernientes a esta reforma. Varios soberanos sustentarán a la Iglesia Católica y serán verdaderos católicos, depositando sus cetros y coronas a los pies del Santo Padre, Vicario de Jesucristo. Varios reinos abandonarán sus errores y volverán al seno de la fe católica. Pueblos enteros se convertirán y reconocerán como religión verdadera la fe de Jesucristo”.
Dios le hizo ver en varias ocasiones una esplendorosa nave nueva, símbolo de la Iglesia restaurada, que estaba siendo armada por los ángeles. También, el 10 de enero de 1824 (reinaba el Papa León XII), le mostró el principal obstáculo para la conclusión de esa nave. Ella vio cinco árboles de desmesurado tamaño:
“Observé que estos cinco árboles con sus raíces alimentaban y producían un enmarañadísimo bosque de millones de plantas estériles y selváticas”.
El 22 de enero de 1824, la Ven. Isabel conoció que aquel bosque maldito representaba un número incontable de almas, las cuales:
“porque tienen una conciencia depravada, pueden ser denominadas almas sin fe, sin religión, porque piensan en todo, menos en aquello que todo buen católico está obligado a pensar, porque hacen de todo, menos aquello que deben hacer. […] Aquellas míseras plantas son tenidas por el divino Señor no solamente en cuenta de estériles, también de nocivas y pésimas, que merecen ser arrojadas al fuego eterno”.
La vidente escuchó que las cinco aludidas herejías se identificaban con las “falsas máximas de la filosofía de nuestro tiempo”. Máximas éstas que, según ella, estaban en la médula de los movimientos revolucionarios de su época, inspiradas en el espíritu y en las doctrinas de la Revolución Francesa. Tales máximas orientaban la conjuración que subvertía la Iglesia y el orden socio-político.
Aquí se presenta aún una relación más con el mensaje de Fátima. Pues en él, la Santísima Virgen señaló a la difusión de los errores de Rusia —es decir, el comunismo— como uno de los castigos que vendrían si el mundo no se enmendaba. Ahora bien, los errores comunistas —inclusive en sus formulaciones más actualizadas— son consecuencia necesaria y directa de las “falsas máximas” que la Sierva de Dios Isabel mostró insistentemente como la médula del proceso de subversión del orbe católico.
Podemos, pues, ver en esas imágenes y expresiones una alusión a la Revolución anticristiana, [...] y contra la cual debemos mantener en alto el estandarte de la militancia católica en estos tiempos de abismales defecciones y celestiales expectativas.
«Finalmente, mi corazón inmaculado triunfará»La Ven. Isabel murió casi un siglo antes de las apariciones de Nuestra Señora en Fátima en 1917. Sin embargo, sus visiones y revelaciones, mencionadas aquí, son aún más que oportunas en nuestro siglo XXI. Tal y como sucediese en Fátima, nos advierten del castigo venidero de un mundo que se niega a escuchar a Dios y a su Iglesia.
Ellas patentizan el grandioso designio divino que transpone la historia. Pues muestran que el plan del Reino de María —como fue profetizado en Fátima— es como un inmenso palacio que la Divina Providencia viene preparando desde hace siglos. Y cuyo perfeccionamiento sobrepujará toda especulación humana.
Por todo ello, las visiones y revelaciones de Isabel Canori Mora refuerzan aún más la idea de la centralidad del mensaje de Fátima y la certeza del cumplimento de la promesa de la Santísima Virgen a los tres pastorcitos en 1917: “¡Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará!”.
Juicio del censor eclesiástico sobre los escritos de la beata Isabel CanoriEl 5 de noviembre de 1900, el censor eclesiástico encargado por la Santa Sede para examinar los manuscritos de la Venerable Isabel Canori Mora emitió juicio formal, en el cual afirma:
“En todos los escritos de la referida sierva de Dios Isabel Canori Mora no hay nada contrario a la fe y a las buenas costumbres, como tampoco se encuentra ninguna doctrina innovadora o peregrina [entiéndase disparatada], o ajena al modo de sentir común y consuetudinario de nuestra Santa Madre Iglesia”.
El censor, sin embargo, observa que se podrían presentar objeciones en cuanto a “ciertas visiones y revelaciones que se refieren especialmente a prelados mayores y menores de Roma, en las cuales aparecen descritos con colores bastante cargados y en proporciones que parecerían apropiadas para escandalizar a los fieles, y a las cuales parecería convenir la calificación de malsonantes u ofensivas a los oídos píos”.
Esa objeción era justificable en aquel tiempo de la Iglesia ya disminuida pero aún saludable, vigorosa e influyente.
Para apartar esa eventual objeción, el censor eclesiástico aclara, entre otras cosas, que “lamentaciones de este género, expresadas a veces con lenguaje aún más vibrante, no son absolutamente ninguna novedad en los escritos de los siervos de Dios, para los cuales, si era doloroso ver la corrupción en el pueblo, mucho más lo era tener que deplorarlo en los ministros del santuario”.
Después de explicar cuán arduo sería intentar probar que sean falsas las visiones de la Venerable Isabel, y cómo no sería difícil mostrar que son auténticas, concluye: “Las palabras de la sierva de Dios, antes que malsonantes u ofensivas a los oídos píos, deben ser consideradas muy útiles, especialmente a los sacerdotes que las lean”.
El celoso censor expresó también el deseo de que “la autobiografía de nuestra venerable sierva de Dios pueda ver la luz, apenas sea posible y conveniente”, pues estas páginas “a muchas almas bien dispuestas, y no dadas a despreciar las maravillas de Dios en sus santos, no dejarán de ser igualmente provechosas”.
Fuente: Sacra Rituum Congregatione, Beatificationis et canonizationis Ven. Servae Dei Elisabeth Canori Mora. Prima positio super virtutibus, Ex Typographia Pontificia in Instituto Pii IX, Roma, 1914. Iudicium Censoris Theologi super scriptis Ven. Servae Dei Elisabeth Canori Mora.
Visto en: Proyectoemaus.com, las notas, aclaraciones, agregaciones, correcciones, y destacados son nuestros.
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