jueves, 24 de junio de 2021

LOS SANTOS DOGMAS DE LA RELIGIÓN CATÓLICA ROMANA - 3

 


I. La Revelación divina como fundamento de la Teología (continuación)

10. Con la fe el hombre se hace de alguna manera parte de la Revelación de Dios. Es una respuesta por la que asentimos a la palabra que Dios nos dirige en Cristo. Por la fe aceptamos y recibimos la vida divina que se nos revela en las manifestaciones de Dios. El asentir presupone ya y crea una vida de unión con Dios. 
Nadie que no esté unido a Dios puede contestar asintiendo; el que no vive unido o abierto a Dios, no puede comprender debidamente ni aceptar la Palabra divina; el incrédulo puede comprender hasta cierto punto la Revelación, pero será incapaz de afirmar la realidad que se manifiesta en la Revelación. Del incrédulo, con respecto a la  Revelación, puede decirse algo similar a lo que podernos decir del que en la vida social odia o es indiferente a alguien: nunca podrá percibir el misterio, lo recóndito, de una existencia en la mirada de un hombre. La comprensión que un incrédulo puede alcanzar de la Revelación, será siempre inadecuada e imperfecta. Para afirmar el carácter realista de lo revelado, es necesario disponer de una potencia visual peculiar.
 Santo Tomás de Aquino fundamenta así esta cuestión (S. T. 1, q. 12, a. 4): entre la Potencia cognoscitiva (capacidad de conocer) y el objeto conocible tiene que mediar una coordinación íntima. Los sentidos pueden conocer sólo lo sensible, nunca lo suprasensible o espiritual. El entendimiento humano puede conocer lo suprasensible, lo metafísico (lo que está más allá de lo físico o material), la comprensión espiritual de las cosas. Las realidades sobrenaturales de la Revelación trascienden todo conocimiento natural. Frente a esas realidades nuestra capacidad natural se comportará como el ciego ante un cuadro o como el ignorante de la música ante una sinfonía. Es evidente que un conocimiento directo de esas verdades sólo lo tiene Dios, quien comprende y afirma su propia Gloria (perfección) en los procesos de su autocomprensión. Solamente si Dios permite que el hombre tome parte en su conocimiento divino, es cuando estará capacitado para ver adecuadamente la realidad manifestada en la Revelación. Participar en el conocimiento que Dios tiene de Sí mismo, significa para el hombre adquirir una nueva potencia visual, unos ojos nuevos, una nueva luz en su entendimiento. Dios introduce esta nueva potencia en el órgano natural del conocimiento. Este queda elevado, capacitado, para ver más allá de lo que corresponde a sus meras fuerzas naturales; para comprender realidades que trascienden las posibilidades de su poder. Esta nueva potencia visual es la gracia, la capacidad de creer, la luz encendida por Dios en el alma del hombre. 
El por qué los judíos no creen en Cristo, nos lo expresa El mismo en sus frecuentes polémicas con ellos: no tienen nada en común con Dios, y su padre es el diablo. Por eso no pueden percibir lo que de divino hay en Cristo (Jn. 8). Han rechazado la potencia visual que Dios les ofrece: no podrán ya ver la Revelación de Dios en Cristo. 
Por su carácter histórico la Revelación se acomoda a las condiciones del hombre, ser viviente en la corporeidad y en lo histórico,  introduciéndose en su vida cotidiana. A pesar de su acomodación histórica, la Revelación puede ser piedra de escándalo para el hombre. Se exige de éste que escuche en otro hombre la voz de Dios, que le oiga pasando por alto sus limitaciones y debilidades, que se someta incondicionalmente a los mandatos y llamadas que Dios le dirige precisamente por medio de otros hombres iguales a él
El mensaje divino puede ir confirmado por signos exteriores (milagros portentosos) y por su propia esencia interna (por la evidencia de su doctrina). Mas el hombre, siempre consciente de sí mismo y siempre inclinado a enorgullecerse y obrar según su libre albedrío, recalcitra y le cuesta someterse a sus semejantes, uno o varios, y cuyas idiosincrasias pueden repugnarle, recibir de sus labios la solución a los problemas últimos y decisivos de la existencia. La máxima actualización del escándalo es la Cruz de Cristo. Sólo el que cese de tomarse a sí como norma del pensamiento y del valorizar, será el que esté capacitado para comprender la Cruz como Revelación de Dios. Si falta esta conversión, la Cruz es locura. Sólo el que se convierte ve en la Cruz la manifestación sublime de la Sabiduría oculta de Dios. 
Sólo a quien le han sido iluminados los ojos del corazón está capacitado para reconocer cuáles son las esperanzas a las que fue llamado y cuánta es la riqueza de la herencia de los santos (Eph. 1, 18). San Agustín dice que la fe tiene sus propios ojos y que por ellos ve, en cierto modo, lo que no ve (Carta 120 a Cosencio, capítulo 2, núm. 8). Bajo la luz de la fe alcanza el hombre el significado de realidades que permanecen ocultas bajo un velo (Hebr. 13, 1).

11. La participación en el conocimiento que Dios tiene de Sí mismo, concedida al hombre durante los días de su peregrinación en la tierra, tiende a convertirse en aquella visión que de Dios tiene el místico en su vía unitiva (el ascenso espiritual tiene tres etapas: la purgativa, iluminativa y unitiva), sin velos ni ocultamientos, en un estado de intercambio vital. La Teología se encuentra en ese estadio intermedio entre la mera fe y la visión directa. Visión directa que nace del estudio previo de la doctrina de la fe.

II. La Teología como comprensión intelectual de la Revelación mantenida en la Fe. 

La Teología aparece cuando al creyente no le basta con la pura y simple aceptación de la realidad que se le manifiesta en la Revelación, sino que se esfuerza por comprender más adecuadamente esa realidad y descubrir la conexión reinante entre las verdades reveladas. La fe sencilla va también acompañada de comprensión racional; pero la Teología se distinguirá de ella por un mayor grado de penetración racional y hasta por el mismo orden sistemático a seguir. 

Formas de hacer teología

La expresión «Teología» puede entenderse en  sentido propio (propiamente) o en sentido impropio (inapropiadamente). El primero de ellos—el propio—puede a su vez subdividirse en lato (general) y estricto (específico).

1. Sentido propio, en su doble acepción:
a) La Teología en sentido propio, pero latamente entendida, puede significar el conocimiento racional precientífico, independientemente de toda clase de ciencia, operado en el creyente por el Espíritu Santo. Poco frecuente en el pensamiento teológico moderno y muy empleado en la Antigua Iglesia. Entendida de esta forma, la Teología es un auténtico carisma (favor, gracia). El Espíritu Santo, en esta acepción de la Teología, manifiesta su fuerza de conocimiento espiritual para la comprensión por parte del fiel de los misterios divinos revelados en Cristo. El carisma teológico es un signo del Reinado (dominio) de Dios, que es un imperio (autoridad de la Verdad. 

La Teología carismática (confesores y profetas) es una Teología de acción de gracias. El que se siente arrebatado por el Espíritu Santo, se nota impulsado a alabar y ensalzar a Dios. 
El Espíritu Santo desempeña en esta Teología carismática las funciones que Cristo le atribuye entre la primera fiesta de Pentecostés y la Segunda Venida del Señor al fin de los tiempos (Jn. 16, 17): edificación, consuelo y fortalecimiento de los fieles.
b) Los esfuerzos mediante los que el creyente se entrega amorosamente a los misterios divinos; esas experiencias espirituales (místicos), obtenidas gracias a una iluminación interior, que le llevan a comprender más adecuadamente lo revelado, constituyen otra forma de Teología (Teología mística) entendida en su sentido lato. 
c) Finalmente, nos toca ver en qué consiste la Teología científica en sentido propio y estricto. Es un estudio metódico de la razón creyente, mediante el cual nos ocupamos del misterio de Dios revelado en Cristo y afirmado en la Fe; una constatación de su realidad declarando su sentido íntimo y exponiendo de un modo sistemático su estructura.

La Revelación natural sirve a la sobrenatural

2. En un sentido impropio, se puede hablar también de Teología cuando, en una conexión ordenada, existan manifestaciones acerca de Dios que la Revelación divina ha hecho patentes en la obra de la Creación. Desde el siglo xv se ha designado con el nombre de Teología natural a este estudio. 
La Teología en sentido propio y en cada una de sus tres formas, que hemos reseñado, depende del Verbo revelado en Cristo, teniendo por tanto un claro matiz sobrenatural.

La teología científica, una fe que busca entender

3. De la Teología científica se puede decir que es una fe ansiosa de conocer, una fides quaerens intellectum (Fe buscando entendimiento). Sólo podrá ser teólogo, en sentido estricto, el que oye y recibe con fe viva el misterio de Dios y se somete a él con la obediencia propia del creyente. El incrédulo, lo mismo que el investigador de las ciencias de las Religiones respecto a las doctrinas de Buda, aunque las considere como falsas, puede percibir las palabras de la Revelación y hasta cierto punto, exponerlas. Advirtiendo que la relación entre el investigador y el objeto de su investigación está situada en un plano natural, mientras que la relación entre incrédulo y Revelación  trasciende este plano. Tales son la Teología racionalista y la liberal del método histórico-crítico. Los teólogos que la siguen son incapaces de considerar al Cristianismo como afirmación relativa a la realidad divina, como algo esencialmente distinto del mito o la leyenda puramente humanos. No están en relación directa con la realidad que estudian. Han olvidado que la Revelación es una llamada amorosa de Dios y, consiguientemente, sólo puede comprenderla el que la oye con actitud amorosa; es decir, el que la afirma y se entrega a ella. El Amor manifiesta sus misterios solamente al amante. El obcecado, el indiferente, ante la Revelación se halla en idénticas circunstancias a como el que no entiende nada de música ante una melodía.

La Teología elabora y utiliza experiencias obtenidas dentro del mundo para entender mejor la Revelación

4. Al exponer sus explicaciones, la Teología elabora y utiliza experiencias obtenidas dentro del mundo. Por ejemplo: para explicar la frase «Dios es el amor», analizará y tendrá en cuenta el significado natural que tiene la palabra «amor». Dios mismo se sirve de imágenes y parábolas extraídas de la vida cotidiana para declararnos lo que quiere decir cuando se revela. La última razón de este método la encontramos en la Creación; de ella obtenemos  nuestras experiencias naturales y sabemos que Creación y Revelación tienen a Dios como origen. El mundo creado, es cierto, ha quedado desfigurado a consecuencias del pecado humano; pero no tanto que no nos exprese la Gloria de Dios de alguna forma. El hecho, pues, de que Dios se sirva de realidades y acontecimientos de este mundo, convirtiéndolos en símbolos e imágenes de sus manifestaciones en lo terreno, nos garantiza que no nos equivocamos al ver en el mundo visible y experimentable analogías con la realidad manifestada en la Revelación sobrenatural. No obstante, la Revelación está de tal manera estructurada, que nos recuerda de continuo que el mundo de nuestra experiencia, comparado con la realidad de que nos habla la Revelación, es más desemejante que semejante a ella. Son sólo analogías, aunque esas analogías sean efectivamente reales. 
Hemos de servirnos con cautela de las experiencias de la vida cotidiana al querer explicar con ellas la Revelación. El que proceda así, puede obtener de esas experiencias valiosos puntos de partida para interpretar justamente la Revelación.

La teología sobrenatural y natural son  interdependientes

5. El sistema de estudio de la Teología científica no es una invención arbitraria, ya que ha sido insinuado por la Revelación misma. Aunque la Revelación no se presenta bajo la forma de un sistema científico, los datos particulares de ella constituyen una totalidad viva y forman un orden misterioso de interdependencia mutua. Misión de la Teología es demostrar la existencia de esa totalidad; señalar el lugar que ocupan en esa totalidad cada uno de los hechos y verdades de la Revelación, y explicar la importancia que lo particular tiene dentro de la totalidad. 
El Concilio Vaticano I define así esta misión: «Cuando la razón iluminada por la Fe investiga con constancia, piedad y sobriedad, obtiene cierta comprensión de los misterios, en sumo grado fructífera, ya al considerar sus analogías respecto a lo conocido naturalmente, ya al investigar sus mutuas dependencias con respecto al fin último del hombre» (Sección 3.a, cap. 4, D. 1796, N. R. 43).

El Orden interno del misterio Revelado permite a la Teología deducir o extraer verdades en una visión unitiva

Si la Teología se esfuerza por descubrir el orden interno de los misterios, la visión unitiva de la totalidad aparecerá en cada una de sus explicaciones particulares. Así, por ejemplo, en la exposición del Bautismo se traslucirán los otros misterios, y en concreto el misterio del Reinado de Dios. En la sistematización de una verdad particular de la Revelación se reconocerán sus relaciones con las demás. Al exponerse el sacramento de la Penitencia se tendrá que descubrir y explicar lo que dentro de este sacramento tiene relación con el bautismo o con el Juicio Final. 

La Teología científica debe servir a la elevación sobrenatural de todo lo humano

El fin de la Revelación es nuestra salvación (deificación del hombre y por ende de lo creado) y no hay revelación alguna particular que no haga referencia a esta meta última. 
La Teología científica tiene que tener presente siempre este punto de vista e intentar resaltarlo. Resultaría esencialmente imperfecto cualquier estudio científico de la Revelación que descuidase el mostrar que cada una de las verdades reveladas y el conjunto de ellas tiende al perfeccionamiento sobrenatural y natural de la existencia del hombre. Es muy cierto que la Teología se esfuerza por conocer a Dios en su totalidad, en alcanzar un conocimiento lo más adecuado posible de la Verdad-Persona que es Dios mismo y que todas estas realidades merecen que nos lancemos a conocerlas. Pero ese Dios buscado por la Teología es un ser que mediante la Revelación desea implantar en la Creación su poderío de santidad y justicia, de verdad y amor, a fin de facilitar que el hombre pueda obtener de esa manera su salvación (fin de la Cristiandad)
Por eso la Teología que trata de conocer a Dios en toda su realidad no puede prescindir de evidenciar las relaciones existentes entre el poder divino y el perfeccionamiento de la vida humana
Esta misión quedaría incumplida si se limitase a introducir una sección o capítulo en el que se estudiase la salvación del hombre como un tratado más. En cada caso tiene que explicar las relaciones que median entre la Revelación y el Reinado de Dios inherente a ella y la salvación del hombre. 

Continuará...
 

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