Los presidentes de tres naciones diferentes acabaron muertos poco después de rechazar la distribución de la inyección experimental COVID-19.
Tras sus muertes, todos los tres países ahora están distribuyendo la inyección COVID a sus ciudadanos.
El último ha sido el presidente de Haití, Jovenel Moise, que fue asesinado en su casa de Puerto Príncipe la semana pasada por un grupo de mercenarios.
Haití había rechazado en mayo la vacuna de AstraZeneca del dispositivo Covax de la Organización Mundial de la Salud (OMS), alegando los efectos secundarios generalizados de los que se informó en Europa.
Esto convirtió a Haití en el único país del hemisferio occidental que no aceptó la vacuna COVID.
Días después del asesinato de Moise, la secretaria de prensa de la Casa Blanca, Jen Psaki, anunció que los Estados Unidos enviaría vacunas COVID a Haití, además de 5 millones de dólares en ayuda y un equipo de agentes del FBI ‘tan pronto como la próxima semana’.
El presidente de Burundi, Pierre Nkurunziza, fue el siguiente en morir recientemente, de un paro cardíaco en junio.
El ministro de Sanidad de Burundi rechazó las vacunas en febrero, alegando que ‘dado que más del 95% de los pacientes se están recuperando, estimamos que las vacunas aún no son necesarias’ en la nación africana.
En marzo, el presidente de Tanzania, John Magufuli, también murió de una ‘dolencia cardíaca’.
Magufuli enfureció a la clase médica cuando negó la vacuna COVID en su país, instando en su lugar a los ciudadanos a ‘rezar para alejar el coronavirus’.
Magufuli también se burló de la eficacia de las pruebas de PCR, mostrando cómo una cabra y una papaya daban positivo a COVID-19.
Meses después de su muerte, Tanzania solicitó a la OMS un envío de vacunas contra el COVID para sus 60 millones de ciudadanos.
¿Es sólo una coincidencia, o todas estas muertes de alto perfil parecen tener un resultado rentable para los grandes intereses farmacéuticos y los globalistas?”