sábado, 11 de septiembre de 2021

INSTRUCCIÓN RELIGIOSA 10 - LO QUE SE HA DE RECIBIR por el Pbro. Galo Moret

 


PARTE QUINTA

Virtudes principales, Bienaventuranzas, Etc.


Virtudes principales.

Virtud es una propensión, facilidad y prontitud para conocer y obrar el bien.

Las virtudes principales son las Teologales y las Cardinales

Las virtudes teologales son tres: Fe, Esperanza y Caridad.

Estas virtudes se llaman Teologales, porque Dios es su objeto inmediato.

Con la fe creemos en Dios y todo cuanto El ha revelado.

Con la esperanza esperamos poseer a Dios eternamente en la gloria.

Con la caridad amamos a Dios y al prójimo.

Las virtudes cardinales son cuatro: Prudencia, Justicia, Fortaleza y Templanza.

Se llaman cardinales porque son el principio o fundamento de las demás virtudes.

  • La prudencia nos hace conocer y practicar los medios más conducentes para obrar el bien.
  • La justicia hace que demos a cada uno lo suyo.
  • La fortaleza nos da valor para servir a Dios fielmente. 
  • La templanza hace que refrenemos las pasiones.

Las ocho Bienaventuranzas.

1º “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”.
2º “Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra”.
3º “Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados”.
4º “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán hartos”.
5º “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”.
6º “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”.
7º “Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios”.
8º “Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos”.


Jesús, en el Sermón de la Montaña, a más de las ocho bienaventuranzas, dijo también estas terribles palabras:
“¡Ay de vosotros los ricos, porque tenéis vuestro consuelo!
¡Ay de vosotros, los que estáis hartos, porque tendréis hambre!
¡Ay de vosotros, los que ahora reís, porque después lloraréis!”.

Jesucristo nos anunció las bienaventuranzas, para que detestemos las máximas del mundo, y nos estimulemos a amar y practicar las máximas del Evangelio.

El mundo llama bienaventurados a los que abundan en riquezas y honores; a los que vive regocijadamente y no tienen ocasión alguna de padecer.

El deseo de satisfacer las pasiones desordenadas es lo que hace condenar a los hombres.

Las riquezas son el medio más oportuno para poder satisfacer todas las pasiones.

Por esto Jesús empieza llamando bienaventurados a los pobres de espíritu.

Los pobres de espíritu, según el evangelio, son los que no tienen el corazón puesto en las riquezas; hacen buen uso de ellas, si las poseen; no las buscan con demasiada solicitud, si no las tienen; y sufren con resignación la pérdida de ellas.

Se puede ser pobre de espíritu y poseer muchas riquezas: y se puede no poseer nada y no ser pobre de espíritu.

Mansos son los que tratan al prójimo con dulzura, y sufren con paciencia los defectos y agravios que reciben, sin quejas, resentimientos o venganzas.

 Los que lloran son los que sufren con resignación las tribulaciones, y se afligen por los pecados cometidos, por los males y escándalos que se ven en el mundo, por verse lejos del cielo y por el peligro de perderlo.

Los que tienen hambre y sed de justicia son los que desean ardientemente crecer de continua en la divina gracia y  en  el ejercicio de las obras buenas.

Misericordiosos son los que por amor de Dios aman al prójimo, se compadecen de sus miserias así espirituales como corporales y procuran aliviarlas en lo que pueden.

Limpios de corazón son los que tienen gran horror al pecado y procuran no cometerlo jamás.

Pacíficos son los que conservan la paz con el prójimo y consigo mismos, y procuran poner en paz a los enemistados.

Padecen persecución por la justicia los que sufren con paciencia las burlas, improperios y persecuciones, por causa de la fe y ley de Jesucristo.

Los  premios  que  promete  Jesucristo  en  las  bienaventuranzas, significan todos, aunque con diversos nombres, la gloria eterna del cielo.

Las Bienaventuranzas no sólo nos procuran la gloria eterna del Paraíso, sino también los medios de llevar una vida feliz, en cuanto es posible, en este mundo.

Los que siguen las Bienaventuranzas, reciben ya alguna recompensa, aun en esta vida; porque gozan de una paz y contentamiento interior que es principio, aunque imperfecto, de la eterna felicidad.

La tranquilidad de conciencia es la satisfacción más grande y más pura que se puede gozar aquí en la tierra.

Los que siguen las máximas del mundo no son felices, porque no tienen la verdadera paz del alma y corren gran peligro  de condenarse.


Los enemigos del alma.

El Santo Job decía:

“La vida del hombre sobre la tierra es una lucha continua”.

Nuestra alma tiene enemigos que siempre la combaten y persiguen.

Los enemigos del alma son tres: el demonio, el mundo y la carne.

El demonio es el ángel condenado.

Por la envidia que nos tiene, al ver que nosotros debemos ocupar el trono de gloria que él perdió, procura tentarnos continuamente.

Engañó a Eva y aun pretendió engañar al mismo Jesucristo.

Se vence con la oración y la humildad.

Con la oración; porque sin el auxilio de Dios, prometido al que hace oración, el demonio, padre de la mentira, nos engañaría.

Con la humildad; porque el demonio, lleno de soberbia, al encontrar la humildad, huye desesperadamente.

El mundo es la gente mala y perversa.

Con sus malos ejemplos, consejos y falsas máximas, trata de apartarnos del servicio de Dios.

Se vence no haciéndole caso.

Los malos se ríen de los buenos, de los que practican la virtud: pero debemos pensar que la risa de los malos se convertirá en llanto sempiterno.

La carne es nuestro propio cuerpo con sus malas inclinaciones.

Se vence con la mortificación.

Mortificación es dominar las malas inclinaciones.

El pecado original ha dejado en el corazón del hombre una propensión hacia el mal.

Todos los hombres, buenos y malos, tienen malas inclinaciones; pero los buenos las dominan y los malos se dejan llevar de ellas.

La carne es el peor enemigo de nuestra alma, y el que nos hace más cruel guerra.

Aun el demonio y el mundo se valen de la carne para vencernos.

El que es malo lo es precisamente porque se deja llevar de las malas inclinaciones.

¡Ah! Si Judas hubiera sabido dominar la pasión de la  avaricia, ahora sería un gran santo en el cielo.

Debemos, pues, hacer guerra continua a nuestras malas inclinaciones, y tener gran cuidado de no  dejarnos dominar por ellas.

Estas malas inclinaciones son:

Los siete pecados capitales o mortales. 

El primero, Soberbia.

El segundo, Avaricia. 

El tercero, Lujuria.

El cuarto, Ira. 

El quinto, Gula.

El sexto, Envidia. 

El séptimo, Pereza.

Llámanse pecados capitales, porque son cabezas, fuentes o raíces de todos los pecados.

Se llaman pecados mortales impropiamente; a veces son sólo veniales.

Son mortales cuando por ellos se quebranta algún mandamiento de la ley de Dios o de la Iglesia en materia grave.

Soberbia es un apetito desordenado de la propia excelencia.

Este vicio detestable perdió a los ángeles malos e hizo caer a nuestros primeros padres.

Todo pecado proviene de la soberbia.

Avaricia es un apetito desordenado de bienes terrenos.

Lujuria es un apetito desordenado de placeres sensuales.

Ira es un ímpetu desordenado del corazón por lo que nos sucede contra nuestra voluntad.

Pocas son las personas que no cometen alguna falta de ira.

Se llama ira santa el horror al pecado y el deseo justo de castigar a los malos; esta clase de ira no es pecado.

Gula es un apetito desordenado de comer y beber.

Envidia es un pesar del bien ajeno.

Pereza es una flojedad de ánimo para obrar el bien.

El vicio de la pereza es un ladrón que roba los tesoros más preciosos.

Muchos fácilmente podrían conseguir grandes méritos y premios para el cielo, mas por pereza los pierden.

Y muchos por pereza pierden el bienestar temporal y aún el eterno.

Virtudes contrarias a estos siete pecados. 

Contra estos siete pecados hay siete virtudes: 

Contra Soberbia, Humildad;

Contra Avaricia, Largueza; 

Contra Lujuria, Castidad; 

Contra Ira, Paciencia; 

Contra Gula, Templanza; 

Contra Envidia, Caridad; 

Contra Pereza, Diligencia.

La Humildad es reconocer que de nosotros mismos  sólo tenemos la nada y el pecado; tratarnos y sufrir ser tratados como la nada y como pecadores, y dar a Dios la gloria de  todo lo bueno que hay en nosotros.

La verdadera humildad está fundada en la verdad.

La humildad es la más necesaria, y aun el fundamento de todas las virtudes.

El peor de los vicios es la soberbia; la mejor de las virtudes es la humildad.

Nuestro Señor Jesucristo quiso ser maestro especialmente de la humildad, diciendo: “Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis la paz para vuestras almas”.

Largueza o generosidad es no codiciar lo ajeno y dar con gusto de lo propio a los pobres y para otras obras pías.

Castidad es reprimir y moderar los apetitos sensuales.

Paciencia es sufrir con paz y serenidad las injurias y adversidades.

Templanza es tener moderación en el comer y en el beber. 

Caridad es desear y hacer bien al prójimo por amor de Dios. 

Diligencia es una prontitud de ánimo para obrar el bien.

Obras de misericordia.

Las buenas obras de que se nos pedirá cuenta particular en el día del Juicio son las Obras de misericordia.

Obras de misericordia son aquellas con que se socorren las necesidades corporales o espirituales del prójimo.

Las Obras de misericordia son catorce:

Siete corporales y siete espirituales: 

Obras de misericordia corporales:

1º Dar de comer al hambriento. 

2º Dar de beber al sediento.

3º Vestir al desnudo.

4º Dar posada al peregrino. 

5º Visitar a los enfermos.

6º Visitar a los presos. 

7º Enterrar a los muertos.

Obras de misericordia espirituales:

1º Dar buen consejo al que lo ha menester. 

2º Enseñar al que no sabe.

3º Corregir al que yerra. 

4º Consolar al triste.

5º Perdonar las injurias.

6º Sufrir con paciencia las molestias de nuestro prójimo. 

7º Rogar a Dios por los vivos y por los muertos.

Vicio es una mala disposición del ánimo que induce a huir del bien y obrar el mal, causada por la frecuente repetición de actos malos.

Entre pecado y vicio hay esta diferencia: que el pecado es un acto que pasa, mientras que el vicio es una mala costumbre contraída de caer en algún pecado.

Los pecados contra el Espíritu Santo son seis:

1º La desesperación de salvarse.

2º La presunción de salvarse sin merecimientos. 

3º La impugnación de la verdad conocida.

4º La envidia o pesar de la gracia ajena. 

5º La obstinación en los pecados.

6º La impenitencia final.

Estos pecados se dicen en particular contra el Espíritu Santo, porque se cometen por pura malicia, la cual es contraria a la bondad que se atribuye al Espíritu Santo.

Los pecados que claman al cielo son cuatro:

1º El homicidio voluntario.

2º El pecado impuro contra el orden de la naturaleza. 

3º La opresión del pobre.

4º La defraudación o retención injusta del jornal al trabajador.

Dícese que estos pecados claman al cielo, porque así lo dice el Espíritu Santo, y por que su iniquidad es tan grave y manifiesta, que provoca a Dios a castigarlos muy severamente.

Modestia en el vestir.

El fin primario del vestido es guardar la modestia.

Cuando nuestros primeros padres tuvieron la inmensa desgracia de perder la hermosa investidura de la inocencia original, llenos de vergüenza y confusión, trataron de cubrirse con hojas de higuera.

Dios se compadeció de ellos; les hizo unas túnicas de pieles y los vistió.

En todos los países civilizados el vestido se considera como uno de los elementos de primera necesidad.

Ahora bien, si el fin primario del vestido es la modestia, la consecuencia lógica es, que lo primero que se debe tener en cuenta en el uso de los vestidos es la modestia; y todo lo que es contrario a la modestia debe ser desechado, aunque sea de moda.

La virtud de la modestia hace al que la guarda agradable a Dios, y también a los hombres de recto criterio.

Cuando la moda no induce a nada que sea contrario a la moral, no hay inconveniente en seguirla.

Pero, muchas veces las modas son ridículas, antihigiénicas e inmorales.

Toda persona seria debe detestar tales modas.


Modas antihigiénicas.

Cuando la moda no pasa de ridícula, ridiculez sólo será el seguirla.

Pero rara vez las modas se limitan a la ridiculez, sino que  a menudo son antihigiénicas.

Según afirman los médicos, las modas son causa de muchas enfermedades.

A más de ser antihigiénicas, son contrarias a la verdadera belleza; puesto que en vez de aumentar la hermosura natural del cuerpo, la destruyen con enfermedades y vejez prematura.

Modas inmorales.

Por modas inmorales entendemos aquellas especialmente que tienden a despertar las bajas pasiones de los espectadores.

Una mujer inmodestamente vestida, es un poderoso auxiliar que tiene el demonio para conseguir la perdición de las almas.

El escándalo es un pecado horrendo.

N. S. Jesucristo dijo: “¡Ay de aquel por quien viene el escándalo! Mejor le fuera que le colgasen a su cuello una piedra de molino y le anegasen en el profundo del mar”.

Señoras y señoritas: Imitad a la Santísima Virgen, que es el modelo más perfecto de toda mujer, sea cual fuere su estado.

Sed modestas en todas partes, especialmente en el Templo,  que es la casa de Dios.

No hagáis caso del qué dirán, si no seguís la moda; pero sí haced mucho caso de lo que dirá Dios, que infaliblemente os ha de juzgar.

Recordad siempre que la verdadera hermosura la constituye la virtud, la cual os hará dichosas en el tiempo y en la eternidad.

Los adornos costosos.

Algunas personas ricas llevan encima en anillos, collares, etc., una inmensa fortuna, tal que sus intereses bastarían para mantener a muchas familias pobres.

¡Oh si tales personas vieran la miseria que reina en muchos hogares, y recordaran que todos los hombres somos hermanos!

¡Ay! ¡qué cuenta tan terrible tendrán que dar a Dios,  los que tan mal gastan su dinero, para  adornar el cuerpo que  tan  pronto ha de ser pasto de gusanos, polvo y ceniza, y no se acuerdan de los pobres, a quienes tienen grande obligación de socorrer!

¿No vale más el alma que el cuerpo?

¿Por qué en vez de adornar vuestro cuerpo no adornáis vuestra alma, hermoseándola con actos de virtud, que son más preciosos que el oro, las perlas y los diamantes?

Devotos ejercicios que se aconsejan al cristiano.

El buen cristiano debe procurar tener un Reglamento de vida y guardarlo en cuanto sea posible.

Cada día.

Por la mañana. – En despertando, hacer la señal de la santa cruz y ofrecer el corazón a Dios con estas u otras semejantes palabras: Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía.

No dejarse dominar por la pereza; levantarse a la hora establecida; vestirse con la mayor modestia posible, pensando que Dios está presente, y que aquel día puede ser el último de la vida.

La limpieza y sencillez son los mejores adornos.

Después de haberse vestido se rezan las oraciones de la mañana; si se puede, de rodillas ante una devota imagen.

Todos los días quien pueda procure:

1º Oír la Santa Misa y comulgar.

2º Hacer una visita, aunque sea muy breve, al Santísimo Sacramento.

3º Rezar la tercera parte del Sto. Rosario.

4º Leer algún libro piadoso y meditar lo leído, aunque la lectura y meditación duren sólo algunos minutos.

¡Dichoso el cristiano que practica estas cosas! No sólo asegura la salvación de su alma, sino que acumula riquezas inmensas para la vida eterna.

El que no pueda hacer alguna de las cosas indicadas, la supla con el deseo.

Muchas veces querer es poder, pues, una voluntad bien decidida halla tiempo y medios para todo.

El trabajo.

El fin principal porque debemos trabajar o ha de ser enriquecernos, sino cumplir con la voluntad de Dios.

Oración para antes del trabajo: Señor, yo os ofrezco este trabajo: dadme vuestra bendición.

La comida.

Debemos comer para conservar la salud y las fuerzas; no para satisfacer la pasión de la gula.

No vivimos para comer, sino que comemos para vivir, y vivimos para servir a Dios.

La destemplanza es causa de muchas enfermedades.

La sobriedad en la comida y bebida es saludable al alma y al cuerpo.

Antes de comer. Estando de pie, se hace la señal de la cruz y luego se dice: Señor Dios, echad vuestra bendición sobre nosotros y sobre el alimento que vamos a tomar, para mantenernos en vuestro santo servicio.

Después de comer.  Se hace la señal de la cruz y se dice: Os doy gracias, Señor, por el manjar que me habéis dado; hacedme digno de participar de la mesa celestial.

Durante el día es muy bueno decir a menudo las siguientes u otras oraciones jaculatorias:

Jesús, María, José.

Cada vez que se dice, se ganan 7 años y 7 cuarentenas de indulgencias, y una plenaria una vez al mes si se reza todos los días, confesando, comulgando y visitando una Iglesia u oratorio público, rezando por las intenciones del Sumo Pontífice.

Dios mío, os amo de todo corazón, porque vos sois infinitamente bueno.

Más fuerza tiene para purificar el ama un solo acto de amor a Dios, que todo el fuego del Purgatorio.

Señor, ayudadme.

Señor, hágase vuestra santísima voluntad. Jesús mío, quiero ser todo vuestro.

Jesús mío, misericordia.

Corazón de mi amable Salvador, haz que arda y crezca siempre en mí tu amor.

Dios mío, yo creo en Vos; espero en Vos; Os amo sobre todas las cosas.

Virgen Santísima, Madre de Dios y mía, amparadme, protegedme, defendedme.

María, Auxilio de los Cristianos, rogad por nosotros.

Las oraciones jaculatorias pueden decirse con el corazón solamente, sin pronunciar palabras, en cualquier momento, caminando, trabajando, etc.

Para ganar las indulgencias de las jaculatorias indulgenciadas, deben pronunciarse las palabras.

Actos de mortificación. Es muy útil hacer alguno cada día; como dejar por amor de Dios algo que gusta, y aceptar aquello que desagrade a los sentidos y al amor propio.

A la noche, antes de acostarse, conviene ponerse, como a la mañana, en la presencia de Dios, rezar devotamente las mismas oraciones, hacer un breve examen de conciencia, y pedir perdón a Dios de los pecados cometidos durante el día.

Antes de dormirme haré la señal de la santa cruz, pensaré que puedo morir aquella noche y le entregaré a Dios el corazón diciéndole:

“Señor y Dios mío, yo te entrego todo mi corazón.

“Santísima Trinidad, dadme gracia para bien vivir y para bien morir. “Jesús, José y María, en vuestras manos encomiendo el alma mía”.

En las tentaciones.

Luego que se advierte una tentación, invocar con fe los santísimos nombres de Jesús y de María, o  decir con fervor alguna otra jaculatoria, como por ejemplo: “Dadme gracia, Señor, para no ofenderos jamás”: o bien hacer la señal de la cruz, evitando,  con todo, que por las señales exteriores echen de ver los demás nuestra tentación.

El que tenga la desgracia de cometer algún pecado, o si duda, haberlo cometido, haga inmediatamente un acto de contrición perfecta, y, si el pecado es grave, procure confesarse lo más pronto posible.

Algunas prácticas piadosas.

Al toque del Ave María (por la mañana, al medio día y al anochecer) se reza el Angelus o Regína coeli.

Cuando, estando fuera de la Iglesia, se oye la señal de alzar la Hostia y el cáliz, o de la bendición con el Santísimo, se dirá:

Bendito y alabado sea en todo momento el Santísimo y Divinísimo Sacramento.

Al dar la hora se reza una Ave María; suele añadirse alguna jaculatoria.

Cuando llevan el Santísimo a un enfermo se ha de procurar, si se puede, acompañarlo con modestia y recogimiento; y  si no  se puede, hacer un acto de adoración  en cualquier sitio donde uno se halle y decir: “Consolad, Señor, a este enfermo, y dadle gracia para que se conforme con vuestra santísima voluntad y consiga su salvación”.

 Al oír el toque de agonía iré, si puedo, a la Iglesia a rogar por el moribundo, y si no puedo, encomendaré su alma al Señor, pensando que dentro de poco me hallaré yo también en ese estado.

Al oír doblar a muerto, procuraré decir un De profundis o un Réquiem aetérnam por el alma de aquel difunto y renovaré el pensamiento de la muerte.

El viernes, a las tres de la tarde, o cuando se diese la señal con la campana de la Iglesia, se rezan cinco Padre Nuestros y Ave Marías en memoria de la Pasión y Muerte de N. S. Jesucristo.

Comportamiento en el Templo.

El Templo es la casa de Dios; es casa de oración.

Por consiguiente, se debe estar en él con sumo respeto y silencio.

No se debe hablar, si no es por una verdadera necesidad, y sólo en voz muy baja y lo más brevemente posible.

Nunca Jesús se manifestó tan visiblemente indignado como cuando encontró que se faltaba el respeto al Templo, pues, llegó a dar azotes a los profanadores.

Al entrar y salir de la Iglesia se toma agua bendita con el dedo índice de la mano derecha y se hace la señal de la cruz.

Dentro de la Iglesia se hace genuflexión  al Santísimo Sacramento, a la entrada y a la salida.

Al llegar al lugar que se desea ocupar, se hace la señal de la cruz, estando de rodillas.

Conviene rezar luego el acto de contrición, para que nuestra alma quede más purificada, y así agrademos  más  a  Dios,  y  alcancemos más fácilmente las gracias que necesitamos.

Es muy bueno hacer también la comunión espiritual, si no se comulga sacramentalmente.

La postura, sea de rodillas, de pie, o sentado, debe ser siempre muy respetuosa.

Antes  de  salir  de  la  Iglesia,  pídase  a  Jesús  la  perseverancia  en  el bien y su santa bendición.

Modo de hacer la genuflexión.

La genuflexión es sencilla y doble.

La genuflexión sencilla se hace bajando la rodilla derecha hasta el suelo, junto al talón del pie izquierdo.

La genuflexión doble se hace bajando primero la rodilla derecha, luego la izquierda, e inclinando profundamente la cabeza.

La sencilla se hace al entrar y salir de la Iglesia, y al pasar delante del altar del Santísimo.

La doble se hace cuando el Santísimo está de manifiesto, y al pasar delante de un altar en que se da la Santa Comunión.

Al hacer la genuflexión es bueno decir: Jesús mío, os adoro y amo con todo mi corazón.

Al pasar frente al altar Mayor, si no está el Santísimo, se hace solamente una inclinación profunda de cabeza.

Lo que conviene practicar para ser buen cristiano.

El buen cristiano debe ser hombre de oración y de acción.

1º - Pertenecer a alguna asociación piadosa.

Los malos se asocian para hacer más eficazmente el mal, con más razón los buenos deben asociarse para hacer el bien.

Es muy conveniente pertenecer a una o  más  Asociaciones piadosas, tales como el Apostolado de la Oración, la Cofradía del Santísimo Sacramento, etc.

Difícilmente se encontrará un cristiano fervoroso que no pertenezca a alguna Asociación piadosa.

En la hora de la muerte es mejor y más provechoso el título de Socio del Apostolado de la Oración, del Santísimo Rosario, etc., que el título de Conde, Marqués, y aun que el de Rey o Emperador.

2º - Tener gran celo por la enseñanza del catecismo.

Procuremos saben bien el catecismo, enseñarlo si fuera necesario, y proteger por todos los medios a nuestro alcance la enseñanza catequística.

Es muy bueno que en todas las familias el padre, la madre u otra persona tome cada día la lección de catecismo a los niños y niñas, que están en edad de aprenderlo.

Es necesario, además, mandarlos a la Iglesia, a fin de que con la explicación del sacerdote, lleguen a entender bien lo que ya saben de memoria.

3º - Proteger decididamente la Buena Prensa.

La impiedad, para extender el reino de Satanás, se vale principalmente de la prensa y de las leyes impías.

Los buenos cristianos, para extender el reino de Jesucristo, deben favorecer la Buena Prensa y procurar obtener buenas leyes.

Debemos prestar a la Buena Prensa todo nuestro concurso. El medio más práctico es:

1º Suscribirse a un diario católico, si nuestra posición lo permite; o, a lo menos, a un semanario católico, aunque sea necesario hacer algún sacrificio.

2º Comprar en la calle el diario católico, y pedirlo en los negocios, hoteles, etc.

3º Publicar todos los avisos en el diario católico.

4º Hacer activa propaganda para que otros cumplan también sus deberes con la Buena Prensa.

5º Considerar los libros, periódicos y diarios malos, como venenos del alma, y como tales detestarlos.

4º - Leer libros buenos.

Es muy conveniente que las familias católicas tengan una pequeña biblioteca, en la cual haya libros piadosos, como los siguientes:

El Catecismo explicado, Historia Sagrada, el Nuevo Testamento, Imitación de Cristo, Diferencia entre lo Temporal y Eterno, Verdades Eternas por  Rossignoli, Práctica del amor a Jesucristo, Guía de Pecadores, Vidas de Santos y otros semejantes.

Cuídese mucho de que en casa no haya ningún libro malo; y aun conviene tener reservados ciertos libros buenos, cuya lectura puede ser perjudicial a los jóvenes.

Para que un jardín produzca flores hermosas y frutos sabrosos, es necesario regarlo y cultivarlo.

Así nuestra alma para que produzca flores y frutos de buenas obras, es necesario regarla con abundancia de buenos pensamientos; esto se consigue principalmente por medio de los sermones y lectura de libros piadosos.

Quien lea atentamente cada día, aunque sólo sea por algunos minutos, un libro piadoso, hará grandes progresos en la virtud.

5º - Procurar obtener buenas leyes.

Obtendremos buenas leyes si elegimos buenos legisladores.

Debemos, pues, acudir a las elecciones  y dar nuestro voto  a favor de las personas que según nuestra conciencia han de defender mejor los intereses de la Religión y de la Patria.

Es un error pensar que un voto más o menos poco importa, y por esta razón abstenerse de votar; pues, si todos los buenos ciudadanos se abstuvieran de votar, el triunfo de los malos sería siempre seguro.

Algunas veces depende de un solo voto la elección de un candidato bueno o malo, y la existencia de una ley buena o mala.

El amor que debemos tener a la Religión y a la Patria, exige que hagamos todo cuanto esté de nuestra parte para su bien; siendo una de las cosas más principales, en los tiempos presentes, elegir buenos legisladores para que dicten buenas leyes.

6º - Despreciar el respeto humano.

No son pocas las personas que dejan de cumplir con sus deberes religiosos, o, a lo menos, dejan de hacer muchas obras buenas, por el respeto humano, para evitar el qué dirán.

Los que se dejan llevar del respeto humano, son unos cobardes.

Nosotros, en todas partes, levantemos muy alta nuestra frente, y sea nuestro mejor título de gloria el nombre de cristiano y el obrar como tales.

7º - Ser muy caritativos con los pobres.

Debemos tener gran caridad con los pobres, tratándolos y socorriéndolos con la mayor bondad y generosidad posibles.

La caridad, el amor al pobre y a todo necesitado, es el distintivo del verdadero cristiano.

Jesús  nada  recomendó  tan  encarecidamente  como  el  que  nos amemos los unos a los otros, y especialmente que amemos a  los pobres; llegando a afirmar que lo que hacemos por ellos, lo hacemos por El mismo.

El amor no debe ser de palabras solamente, sino de obras,  como dice San Juan, el Apóstol de la caridad.

Todos los hombres somos hermanos, hijos del mismo Padre, que está en los cielos.

El Señor da los bienes temporales, no para que hagamos de ellos lo que queramos, sino para satisfacer nuestras necesidades y las del prójimo.

Dios dice al rico: tú debes ser el protector del huérfano, de la viuda y de todo necesitado.

Procuren las familias ricas, tomar bajo su protección una o varias familias pobres.

¡Ay de los ricos que gastan su dinero en teatro, vestidos lujosos y otras cosas mundanas, y se olvidan de los pobres o les dan una insignificancia! Corren gran peligro de que su paradero sea el del rico Epulón: el infierno.

No solamente los ricos deben socorrer a los pobres, sino que todos debemos hacerlo en la medida que nuestra posición lo permita.

Todos los menesterosos serían suficientemente socorridos, si se empleara en su favor sólo la mitad de lo que se  gasta  en  cosas inútiles y aun a veces perjudiciales.

Un consejo de suma importancia.

Estar siempre bien preparados para la muerte, teniendo bien arreglados todos los asuntos espirituales y temporales.

Es muy saludable la piadosa práctica de dedicar un día cada mes a la preparación para la muerte, arreglando todo como si aquél fuese el último de la vida.

Es cosa muy buena hacer el testamento, mientras se goza de plena salud; así, con tranquilidad y conocimiento claro, se puede disponer mejor de todas las cosas.

El buen cristiano en su testamento debe procurar favorecer a las obras piadosas.

El que tiene bienes de fortuna haga con ellas mientras viva todo el bien que pueda, pues, esto es más seguro y meritorio.

En la elección de estas obras piadosas para favorecerlas, ya sea en vida, ya sea en el testamento, no se debe seguir el propio capricho, sino que conviene mucho consultar al confesor o  a  alguna  otra persona prudente.


Una buena palabra para todos.

A LOS NO CREYENTES

David en el Salmo XXXVI, v. 35 y 36, dice: “Ví al impío sumamente ensalzado, elevado como los cedros del Líbano. Y pasé y hé aquí que no existía: y lo busqué y no fue hallado el lugar de él”.

Impíos cuando consigáis quedar para siempre en  este  mundo, llenos de dicha completa, esto es, libres de enfermedades, pobreza, tristeza, vejez, muerte y demás miserias, entonces podréis decir satisfechos:

Tenemos razón, hemos vencido.

Pero mientras no consigáis estas cosas, vuestra impiedad os hace muy infelices, y desgraciados; pues, por lo que vale y dura tan poco, os exponéis a perder la eterna felicidad y a veros condenados para siempre.

Ya que sois tan infelices, a lo menos sedlo vosotros solos;  no queráis arrastrar a otros a ser partícipes de  vuestro  inmenso infortunio.

Mas no: no queráis ni aun vosotros ser desgraciados eternamente; convertíos a Dios, y El, que es infinitamente misericordioso, os perdonará.

A LOS PECADORES CREYENTES

A vosotros, los que creéis que hay cielo e infierno, que para siempre han de durar, y, no obstante, vivís en pecado mortal y no tratáis de salir de tan miserable estado, os diré que vuestra conducta es propia sólo de quien ha perdido la razón.

Haced, pues, inmediatamente penitencia de vuestros pecados.

A LOS JUSTOS

A vosotros los que procuráis vivir en gracia de Dios, servir y amar cada día más al Señor infinitamente bueno, os recordaré las palabras que os dirige el mismo Señor Jesucristo:

“Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es muy grande en los cielos” (San Mateo, c. V, v. 12).

Debemos recordar frecuentemente.

El alma vale mucho más que el cuerpo. Si buscamos con tanto cuidado lo necesario para la vida y salud del cuerpo, más justo es buscar lo necesario para la vida y salud del alma.

Lo que el hombre sembrare, eso cosechará; sembremos muchas obras buenas, para cosechar abundantes frutos en el cielo.

Las obras buenas que practicamos, estando en gracia de Dios, son tesoros preciosísimos que depositamos en el paraíso.

Lo único que tiene verdadero valor es el bien que se hace digno del premio eterno.

La vida presente es muy breve; pasará como un a sombra fugaz.

Todos infaliblemente hemos de morir. Después de esta vida viene la eternidad, de gloria y de felicidad sin límites para los buenos, o de tormentos y dolores indecibles para los malos.

Ser eternamente felices o desgraciados es el asunto que más nos debe preocupar.

El que se salva lo gana todo, y el que se condena lo pierde todo.

¿Qué le aprovecha al hombre ganar el mundo entero, si después pierde su alma? Decía N. S. Jesucristo.

Cuando menos pensemos, el Señor nos llamará a dar cuenta de nuestras obras; y a los malos mandará al fuego eterno, y a los buenos a la gloria eterna.

Para esta gloria eterna hemos sido criados, y debemos poner todo nuestro empeño en conseguirla.


Continuará...