jueves, 3 de febrero de 2022

LOS ORÍGENES APOSTÓLICO-PATRÍSTICOS DE LA "MISA TRIDENTINA" (2/2) Por Sor María Francesca Perillo y Pacomio

 Parte 2 y final, viene de 👉👉 1a. parte


Santa Misa, Capilla Ntra. Señora de Luján, Vedia, Argentina


5. La reforma de San Gregorio Magno 

Desde el siglo IV en adelante tenemos informaciones muy detalladas acerca de cuestiones litúrgicas. Padres de la Iglesia como san Cirilo de Jerusalén (†386), san Atanasio (†373), san Basilio (†379), san Juan Crisóstomo (†407) nos proporcionan elaboradas descripciones de los ritos que se celebraban. 

La libertad de la Iglesia en tiempos de Constantino [Edicto de libertad religiosa año 313 d.C.] y, aproximadamente, el primer Concilio de Nicea en el año 325 marcan el gran punto de inflexión de los estudios litúrgicos. Alrededor del siglo IV se contó con la recopilación de los textos litúrgicos completos: fueron recopilados el primer Euchologion y los Sacramentarios para su uso en la iglesia [35]. 

En el siglo V Papas y obispos trabajan intensamente para la unidad litúrgica y su perfeccionamiento. Esta obra fue llevada a cumplimiento en el siglo siguiente por aquel Pontífice cuyo nombre habrá quedado para siempre ligado a la sagrada Liturgia: san Gregorio Magno [benedictino]. Ascendido al solio pontificio en 590, emprendió muchas importantes reformas, entre las cuales la de la liturgia fue sin dudas preeminente. La nota dominante de su reforma fue la fidelidad a la Tradición

Son bien conocidos los criterios litúrgicos del Santo [36]. Él escribe a [San]Agustín de Canterbury [monje, misionero benedictino] que elija (haciendo incluso uso de libertad respecto de las iglesias francas) aquellos rituales que hubiera estimado más convenientes para sus neófitos anglos, ya que: non pro locis res, sed pro rebus loca amanda sunt [Las cosas no deben ser amadas por el bien de un lugar, pero los lugares deben ser amados por el bien de sus cosas]. Y en otra carta dirigida al obispo Juan de Siracusa, se declaró dispuesto a aplicar este principio a la misma Liturgia romana: en esto Gregorio seguía perfectamente la tradición de sus predecesores, tanto que la Liturgia de Roma entró definitivamente en su período de estancamiento sólo después de la muerte del gran Doctor. «Si ella misma (la Iglesia de Constantinopla) -escribe San Gregorio- u otra Iglesia tiene algo de bueno, me declaro dispuesto a imitar el bien incluso de aquellos que son más pequeños que yo, mientras los considere alejados de lo que no es lícito. Es de hecho un tonto aquel que se considera a sí mismo tan elevado que no quiere aprender de lo que ha visto de bueno» [37]. 

Pero el patrimonio litúrgico de la Sede Apostólica no cedía en esplendor a aquel de cualquier otra Iglesia, por lo que san Gregorio nos atestigua que sus innovaciones en la Misa no fueron sino un retorno a las más puras tradiciones romanas. Ni siquiera fue una verdadera innovación el haberle dado una mayor importancia a aquel extremo resto de la primitiva prez litánica (Kyrie, eleison [Señor, ten piedad]), que inicialmente seguía al oficio de vísperas [Oración de la tarde del Oficio Divino] antes de empezar la anáfora [del griego, ànaphorá, ofrenda, sacrificio) eucarística. San Gregorio reunió el introito [fragmento de un salmo con su antífona (latín antiphona, y este del griego ἀντίφωνος, voz que responde) que se canta mientras el celebrante y los ministros entran a la iglesia y se acercan al altar] con el Kyrie, logrando así que a la Colecta sacerdotal [súplica antes de la lectura de la epístola que hace el sacerdote donde recoge las intenciones de la Iglesia y sus fieles] no le faltase por completo alguna fórmula de preámbulo. 

Fue también Gregorio quien antepuso a la fracción de las Sagradas Especies [consagración de las sustancias del pan y el vino que se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo (transubstanciación) mientras las apariencias (o "especies") del pan y el vino permanecen inalteradas, conservando su "apariencia" de pan y vino] el canto de la Oración Dominical [Padrenuestro] para que sirviera casi como conclusión del Canon [parte central de la misa, que contiene su parte más importante, que es la consagración. Se llama también Canon Romano]. Eucarístico ya que, desde un principio -así razonaba el Santo- la anáfora consecratoria incluía de alguna manera la Oración que el mismo Señor había enseñado a los Apóstoles, como veremos en breve. 

Desde la época de san Pablo la unidad de la familia cristiana, bajo el gobierno de los legítimos pastores, estaba simbolizada por la unidad del altar, del pan y del cáliz eucarístico, del que participaban todos en conjunto. Pero para que el sentido de la unidad de la Ecclesia Romana no se viera debilitado por las sucesivas divisiones de carácter meramente administrativo, cada domingo el Pontífice enviaba a sus sacerdotes una partícula consagrada de su Eucharistia para que, depuesta en su cáliz a guisa de sacrum fermentum [levadura sagrada], simbolizara la identidad del Sacrificio y del Sacramento que reunía en una sola Fe a las ovejas y al pastor. El último recuerdo de este rito es justamente el fragmento eucarístico que aún hoy es depuesto en el cáliz después de la fracción de la Hostia. 

San Gregorio vivió en un período histórico caracterizado no sólo por el flagelo de la peste, sino también por la guerra y los terremotos, lo que instó al Pontífice a ofrecerse al Señor como víctima de expiación por los pecados del pueblo. Por esto él confió el destino de Italia a los designios de la Providencia y, en la oración eucarística, poco antes de la consagración de los Misterios divinos -en los que la liturgia romana acostumbraba exponer "las intenciones particulares por las que era ofrecido el Sacrificio"-, agregó el voto supremo de su corazón de pastor: «diesque nosotros in tua pace disponas [ordenando nuestros días en tu paz]», palabras que el Canon Missae conserva como precioso legado de san Gregorio Magno. 

Después de él no hay mucho que decir acerca de la naturaleza de los cambios del Ordinario de la Misa, convertido en herencia sagrada e inviolable de orígenes inmemoriales. Era popular la opinión según la cual el Ordinario se había mantenido sin cambios desde el tiempo de los Apóstoles, cuando no por el mismo Pedro. 



(✝1923) Erudito sacerdote católico inglés. Influyente liturgista, artista, calígrafo, compositor, políglota, fotógrafo aficionado, erudito bizantino y aventurero.


Adrien Fortescue cree que el reinado de san Gregorio Magno marca una época en la historia de la Misa, habiendo dejado a la Liturgia, en sus elementos esenciales, del todo similar a como se la practica en la actualidad. Escribe: «hay, por otro lado, una tradición constante según la cual san Gregorio fue el último en intervenir en las partes esenciales de la Misa, es decir, en el Canon. Benedicto XIV (1740-1758) dice: "ningún Papa ha agregado o cambiado algo en el Canon de san Gregorio en adelante"» [38]. [Santa tradición que rompieron Pablo VI por primera vez y sus "sucesores"].

Si esto es del todo cierto, no es cosa de gran importancia; el hecho fundamental es que en la Iglesia Romana ciertamente ha existido una tradición ultramilenaria según la cual el Canon nunca hubiera debido cambiarse. Según el cardenal Gasquet «el hecho de que se haya mantenido sin cambios por trece siglos es la prueba más clamorosa de la veneración con la que siempre se lo ha mirado y del escrúpulo que siempre tuvo en tocar una herencia tan sagrada, llegada a nosotros desde tiempos inmemoriales» [39]. 

Aunque el rito de la Misa siguió desarrollándose -en las partes no esenciales- después del tiempo de san Gregorio, Fortescue explica que «todas las modificaciones posteriores fueron adaptadas a la antigua estructura y las partes más importantes no fueron tocadas. Alrededor del tiempo de san Gregorio reconocemos el texto de la Misa, el ordinario y la preparación, como tradición sagrada que nadie se ha atrevido a alterar excepto por algunos detalles irrelevantes» [40]. Entre las adiciones más recientes, «las oraciones al pie del altar son, en su forma actual, la última parte de toda la Misa. Se desarrollaron a partir de preparaciones privadas medievales y no habían sido formalmente establecidas, en su forma actual, antes del Misal de Pío V (1570)» [41]. Fueron, con todo, ampliamente empleadas mucho antes de la Reforma, y se encuentran en la primera edición impresa del Misal Romano (1474). 

El Gloria fue introducido gradualmente, primero sólo en forma cantada en las Misas festivas de los obispos. Es probablemente de origen galicano. El Credo llegó a Roma en el siglo XI. Las oraciones del Ofertorio [42] y del Lavabo fueron introducidas de allende los Alpes difícilmente antes del siglo XIV. Placeat, Bendición y Último Evangelio se introdujeron gradualmente en la Edad Media [43]. 

Cabe señalar, sin embargo, que estas oraciones, prácticamente invariables, antes de su incorporación oficial en el rito romano habían adquirido un uso litúrgico secular. 

El Rito Romano se fue entonces difundiendo rápidamente, y en los siglos XI y XII suplantó en Occidente a prácticamente todos los demás ritos, excepto el de Milán y el de Toledo. Este hecho no debe sorprender, por lo demás: si la Iglesia de Roma era considerada universalmente la guía en la Fe y en la Moral, este papel de primacía valía también en materia litúrgica. La Misa, en la alta Edad Media, era ya considerada una herencia inviolable cuyos orígenes se perdían en la noche de los tiempos. Más aún, se sostenía comúnmente que se remontaba a los Apóstoles o -como ya se dijo- que había sido elaborada por el mismo San Pedro [44]. 

De ello se desprende que el Ordo Missae de San Pío V (1570), fuera de algunas adiciones y ampliaciones mínimas, corresponde muy de cerca al Ordo establecido por san Gregorio Magno. 

6. Antigüedad del Canon 

La Roma papal del siglo V consideraba al Canon de origen apostólico [45]. Por tal razón éste estaba universalmente rodeado por una veneración que nadie se atrevía a cuestionar, y era considerado intocable. La reconstrucción del origen del Canon Romano es extremadamente compleja y espinosa [46]. Es cierto, sin embargo, que el Canon no nos ha llegado íntegramente en su forma primitiva. Éste es muy probablemente una forma reordenada y casi con toda seguridad un fragmento de la redacción original. 

Siguiendo las huellas del beato Ildefonso Schuster [47] consideraremos a continuación algunos de los vestigios más antiguos llegados hasta nosotros como testimonios de la oración por excelencia (la prex, de acuerdo con san Gregorio Magno) [48], que nuestros Padres colmaban de inmenso honor y de una devoción inconmensurable. No deja de tener importancia que en el año 538 el papa Vigilio, escribiendo a Profuturo de Braga, le señala cómo en Roma se solía "semper eodem tenore oblata Deo munera consacrare", y llama al Canon "canonica prex", recibido directamente de los Apóstoles "ex apostolica traditione" [49]. 

1. El uso del plural. Nótese primero el uso del plural en las dos proposiciones contenidas en el Canon: Hanc igitur oblationem servitutis nostræ sed et cunctae familiae tuae etc, y Unde et Memores sumus, Domine, nos Servi tui sed et plebs tua sancta, etc . 

Estas fórmulas estaban inspiradas en una circunstancia bien definida que se verificó sólo durante los primeros ciento cincuenta años del cristianismo, que es cuando, dado el pequeño número de fieles, el sacrificio era celebrado sólo por el obispo rodeado de su presbiterio. En aquel tiempo en Roma el Episcopus [del lat. tardío episcŏpus, y este del gr. ἐπίσκοπος epískopos; literalmente 'inspector', 'supervisor'] ofrecía la Eucaristía [del lat. tardío eucharistĭa, y este del gr. εὐχαριστία eucharistía 'acción de gracias'] o, más bien, todo el colegio de los presbíteros [Del lat. tardío presby̆ter, -ĕri, y este del gr. πρεσβύτερος presbýteros; literalmente 'más anciano'] la ofrecía con él y por su intermedio (no en el sentido de la celebración moderna); de ahí la fórmula colegial en plural. 

Con la posterior propagación del Evangelio, el aumento de los fieles exigió que las Misas se multiplicaran. El resultado fue que la primitiva unidad del altar, del sacrificio y del colegio oficiante fuese sacrificada. Pero las frases colegiales nos servi tui y oblatio servitutis nostræ -aunque no se correspondieran más con la realidad- permanecieron como testigos de la antigüedad del Canon Romano. 

2. El Qui Pridie [El cual la víspera]. El relato evangélico de la Última Cena se abre en el Canon Romano con las palabras Qui pridie quam pateretur [El cual la víspera de su Pasión][50], que comúnmente se hacen remontar al Papa Alejandro I (¿105-115?) quien, de acuerdo con el Pontifical: hic Passionem Domini miscuit in praedicatione sacerdotum, quando missae celebrantur[mezcló la Pasión del Señor en la predicación de los sacerdotes cuando celebraban Misa] . Esta expresión aparece en todas las liturgias latinas. Esta conformidad tan singular «nos hace pensar como probable -según el cardenal Schuster- que Alejandro, o algún otro de los primeros Papas, haya incluido en la anáfora eucarística una máxima, un período, algo relativo a la Pasión del Señor, a lo que de hecho se le dio gran importancia. Ignoramos las circunstancias y razones, pero quizás no haya sido ajena la preocupación teológica de oponerse y protestar contra los Docetas, los gnósticos u otros herejes, que llegaron a negar la objetividad de los sufrimientos del Salvador. Como sea, lo cierto es que el simple Qui pridie quam pateretur no corresponde plenamente a la noticia del Liber Pontificalis: hic Passionem Domini miscuit in praedicatione sacerdotum. Por tanto, debe haber habido algo más que se perdió, y que perdiéndose dejó una sencilla huella en el Qui pridie. Esta otra cosa que estamos rastreando, ¿no podía ser quizás un agradecimiento especial por la misericordia que Dios demostró hacia nosotros en la Pasión del Señor?» [51]. 

3. La fórmula consacratoria. A la invocación para la transubstanciación de las ofrendas, en el Canon Romano sigue inmediatamente el relato evangélico de la Última Cena, que contiene las palabras de la institución de la Sagrada Eucaristía. A éstas la Iglesia, a través de los santos Padres, les ha siempre reconocido valor sacramental. Es el punto culminante de la anáfora, como nos enseña san Justino, y es extraordinario constatar cómo todas las liturgias, de Oriente y de Occidente, son unánimes en transmitir fielmente la fórmula consacratoria: éste es mi Cuerpo; ésta es mi Sangre, la única empleada por el Salvador. 

Pese a la movilidad inicial de los ritos, el único elemento que se mantuvo realmente inmóvil son las palabras sagradas de la institución eucarística. La razón de esta intangibilidad era la fe de la Iglesia, que creía con toda firmeza que sólo en virtud de esas palabras divinas se obra la transubstanciación y se ofrece el sacrificio. Sacramentum ... Christi sermone conficitur [El Sacramento se logra por la Palabra de Cristo], [52] al decir de san Ambrosio. 

4. Anamnesis [Del gr. ἀνάμνησις anámnēsis 'recuerdo']. Después de la Consagración, sigue aquella que los orientales llaman anamnesis, es decir: la conmemoración de la muerte del Señor. Ésta también es un elemento primitivo y común a todas las liturgias, que obedece a la orden del Salvador, quien quería que al celebrar el Sacrificio eucarístico hiciéramos memoria de Él. La anamnesis está ligada a las últimas palabras de la consagración eucarística: in mei memoriam facietis [hacedlo en memoria de mi]. La adición de la resurrección a la anamnesis revela su antigüedad: es exigida por el recuerdo de la Pasión, de la cual los cristianos nunca la separaban. 

A la anamnesis, que es parte íntima de la consagración de la Víctima [latín hostia, "ofrenda, víctima sacrificial"] divina, le sigue inmediatamente su ofrecimiento al Padre por la mano del sacerdote. Éste es sin duda uno de los momentos más importantes y solemnes de la acción litúrgica, y que, en términos casi idénticos, hasta las frases de tuis donis ac datis [tus dones y dádivas], encontramos en todas las antiguas liturgias. 

5. Per quem haec omnia creas [Por el cual sigues creando todo]. El comienzo de esta doxología [fórmula, enunciado o expresión de alabanza o glorificación a Dios] revela una laguna. Se trata de las bendiciones de los frutos de la tierra, que tenían lugar en este punto de la Eucharistia, pero que en Roma debieron caer muy pronto en desuso. Esta laguna del Canon demuestra que éste se remota a un período arcaico, anterior a esta misma tradición que parece remontarse a los primeros siglos. De acuerdo con Fortescue, que parece compartir la opinión de Buchwald, en los Sacramentarios gelasiano y leonino se leen las palabras: benedic Domine et has tuas creaturas [Bendice, Señor, a estas tus criaturas], donde el "et" sugiere que ya hubiera otra bendición. Este podría ser el lugar de la antiquísima invocación del Logos. Según algunos estudiosos, entonces, el per quem haec omnia creas [por quien creas a todos estos] sería lo que queda de la epíclesis del Logos. León I (440-461) adoptó la epíclesis del Espíritu Santo, eliminando la primera, y luego san Gregorio habría eliminado ambas [53]. En cualquier caso, y como se hayan dado las cosas, el per quem haec omnia creas testimonia ciertamente la antigüedad de nuestro Canon. 

6. Pater Noster. A la doxología final de la anáfora el pueblo, desde el tiempo de san Justino, respondía Amen. Y aquí, strictu sensu, terminaba la Liturgia eucarística. En Roma el Papa, cumplida la fracción de los sagrados Misterios, regresaba a su propia cátedra donde recitaba la Oración dominical antes de comulgar. La tradición litúrgica casi universal había hecho del Páter una oración popular de preparación inmediata para la sagrada Comunión, como lo atestigua san Agustín: quam totam petitionem fere omnis Ecclesia dominica oratione concludit [casi todas las iglesias concluyen sus peticiones con la oración del Señor] [54]. San Jerónimo, en su Diálogo contra los pelagianos, compuesto en Belén en el año 415, remonta a los mismos apóstoles la costumbre de recitar el Páter durante el sacrificio [55]. El Páter se recitaba antes de la Comunión, tal como se reza antes de las comidas, cosa que antes de la Sagrada Comunión adquiría un significado especial, en virtud de la petición «danos hoy nuestro pan de cada día», que los santos Padres remitían especialmente al Pan Eucarístico. Según san Gregorio Magno, «en la edad apostólica la oración dominical fue el punto de partida de toda la liturgia; desdice entonces mucho que el Canon - compuesto por un Scholasticus quidam- suplante completamente la prez evangélica, que resulta por eso mismo recitada no ya desde el altar, in fractione, cuando es el momento del Sacrificio, sino sólo después de la fracción de las Sagradas Especies, cuando, concluida con la anáfora la ofrenda de la Eucaristía, el Papa regresa a su cátedra y se dispone ya a la santa Comunión. No fue por lo tanto una simple sutileza de rubricista (la cuestión acerca de un momento antes o después) la que impulsó a Gregorio a atribuir al Páter un lugar dentro de la anáfora consacratoria romana, sino una profunda razón teológica apoyada en la primitiva tradición litúrgica de la edad apostólica» [56]. Por esto el pontífice quiso que inmediatamente después del Canon siguiera la Oración dominical recitada por el celebrante, a la que el pueblo respondiera: sed libera nos a malo. Él, en referencia a la costumbre apostólica de consagrar ad ipsam solummodo orationem [solo con la misma oración] (el Páter), es decir, de asociar a las palabras de la institución establecidas por Cristo la recitación de la oración dominical, señala que (debido a los ritos de la fracción, conmixtión, bendición del pueblo insinuada entre el Canon y la Comunión), tal recitación no se verificaba ya más mientras se hallaban presentes en el altar las Sagradas Especies, que no era el caso para la oración del Canon compuesta no por Cristo sino por un letrado (scholasticus). Gregorio Magno, entonces, considerando al Páter casi como un complemento de las fórmulas consacratorias, quiso acercarlo de nuevo a la Prez según el uso apostólico. De esta manera el Páter se recitó antes que el Pan consagrado fuese retirado del altar para la fracción [57], restituyendo así, a la oración enseñada por el Señor, su carácter anafórico según el uso apostólico [58]. 

7. Epíclesis [palabra griega (del verbo épi-kkléo, invocar) significa «invocación», «súplica»]. La epíclesis del Canon es pre-consacratoria y no es dirigida ni al Espíritu Santo, como en las epíclesis orientales, ni al Verbo, como en la anáfora de Serapión y en los escritos de Atanasio, sino sólo al Padre fac nobis ... quod figura est Corporis et Sanguinis Domini nostri Iesu Christi [haznos... que es la figura del Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo]. Esto le confiere a la invocación romana -como se señaló anteriormente- una antigüedad indiscutible. Además, en lugar de la epíclesis post-consagración, que suelen tener las liturgias orientales, el Canon romano cuenta con la oración para pedir los efectos carismáticos de la santa Comunión: ut quotquot ex hac altaris participatione sacrosanctum Filii tui Corpus et sanguinem sumpserimus, omni benedictione coelesti et gratia repleamur [para que todos los que hemos compartido este altar y recibido el Santísimo Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, seamos colmados de toda bendición y gracia celestial]. «El sentido de esta antigua oración fue alterado durante mucho tiempo. Mientras que en los Estatutos Egipcios todavía se habla del Espíritu Santo que cubre con su sombra la oblación sagrada y concede sus dones a los comulgantes, en las liturgias etíopes del Salvador y de los Apóstoles, mediante una pérfida interpolación, el Espíritu Santo se convierte en el agente de la transubstanciación de los Misterios. Las otras liturgias posteriores (no sólo en el Oriente y en África, sino a veces también en España) se han encaminado todas por este mismo sendero, de manera que la anáfora romana, junto con la de los Estatutos eclesiásticos egipcios, son los únicos testigos de este estado primitivo de cosas» [59]. 

8. Herejías después del siglo III. A pesar de la proliferación de herejías y controversias a partir del siglo III, el Canon romano -que no reporta ninguna preocupación teológica resulta totalmente ajeno a éstas. En la prez Communicantes, para el día de la Ascensión, se habla simplemente de la naturaleza humana unida al Verbo, sin decir nada acerca de las condiciones de tal unión. Toda la Eucharistia está dirigida al Padre por medio de Jesucristo Nuestro Señor sin la menor consideración a los arrianos. Tal vez la herejía de los pneumatomaquianos influyó en la mente de san León, porque allí donde muchos aún reconocían al Espíritu Santo oculto en la ofrenda de Melquisedec, éste retocó un poco el texto y añadió sanctum sacrificium, immaculatam ostiam [santo sacrificio, hostia inmaculada]. Esto sugiere que en el momento de las disputas pneumatomaquianas también el Canon sufrió probablemente, como las anáforas orientales, sucesivos retoques y modificaciones, con el fin de poner en plena evidencia la divinidad del Espíritu Santo: ajustes y modificaciones que, afortunadamente, no prosperaron. De hecho, ni san Ambrosio ni el autor del De Sacramentis, ni la entera tradición de los Sacramentarios de todos los ritos latinos han conocido jamás otra fórmula consecratoria fuera de las palabras de la institución eucarística, única a la que reclaman toda eficacia transubstanciadora. 

A partir de estas consideraciones breves y sólo parciales se puede deducir que la versión latina de la anáfora griega emprendida en Roma en el siglo IV hizo caer pronto en el olvido al arquetipo; por otro lado, los retoques debieron ser muy pocos, por lo que los pontífices posteriores -el papa Vigilio, Inocencio I, san Gregorio I- no sin razón pudieron hablar del Canon Romano como de una oración de tradición apostólica. 

Es más, estaban tan convencidos de la inviolabilidad apostólica del Canon eucarístico, que el Liber Pontificalis ha tenido en cuenta incluso las ínfimas adiciones introducidas por Alejandro I, Sixto I, León Magno, Gregorio I, a fin de preservar su memoria: tan nuevo parecía el hecho de meter mano en la anáfora tradicional. Así que podemos estar seguros de que el actual Canon del Misal Romano es textualmente aquel que los Papas del siglo V consideraban de origen apostólico, ni es posible demostrar que haya sufrido a continuación transformaciones de relieve. 

Ciertamente aquella apostolicidad debe entenderse en sentido bastante amplio, ya que nosotros mismos descubrimos en la anáfora Romana discontinuidad, lagunas e inserciones. Sin embargo, ya los Papas del siglo V le atribuían al Canon nobleza apostólica. Es interesante notar cómo, a pesar de tanta variedad de usos y de ceremonias, en el siglo V en Roma, Rávena, Milán, Pavía, Gubbio, en la iglesia del autor anónimo del De Sacramentis etc., estaba en uso y se honraba un único Canon eucarístico que todos reconocían como recibido de Roma. Ecclesia Romana [...] cuius typum in omnibus sequimur et formam [La Iglesia Romana... cuyo tipo y forma seguimos en todo], como escribe el autor del De Sacramentis [60], y esto desde tiempo inmemorial. Por tanto, debemos admitir que este Canon, para haberse impuesto a la veneración de todos, debe remontarse al menos a una remota antigüedad, y debe ser realmente parte del sagrado depósito transmitido a las demás sedes italianas de parte de la Cátedra Apostólica [61]. 

«Una tradición romana que constatamos hallarse en el siglo V en plena posesión, indiscutible, reverentemente acogida en todo el patriarcado papal -escribe el beato Schuster-, le atribuye al Canon un origen apostólico. De acuerdo con esta creencia, los historiadores romanos creían poder dar cuenta en el Liber Pontificalis incluso de las más ligeras modificaciones introducidas en el texto de esta Eucharistia tradicional por parte de los antiguos pontífices; asimismo, los papas y los escritores que lo tratan, lo hacen como en referencia a una prez inalterable e intangible que se impone a la aceptación de todas las Iglesias. La documentación de las partes individuales de nuestro Canon se remonta por lo menos al siglo V, y nos obliga a identificarlo en sus principales líneas con aquel que los antiguos creían de tradición apostólica. Lejos de debilitar nuestro argumento, el examen directo e íntimo del documento no hace sino reforzarlo, conviniéndole a nuestra Eucharistia Romana la aureola de tan arcaica redacción que, repitiendo hoy, después de tantos siglos en la Misa la prez consecratoria, podemos estar seguros de orar, no sólo ya con la fe de Dámaso, de Inocencio, de León Magno, sino con las mismas palabras que antes de nosotros repitieron ellos ante el altar, y que incluso santificaron la primigenia edad de los Doctores, los Confesores y los Mártires»[62]. 

7. El Concilio de Trento 

En los siglos transcurridos desde la reforma de San Gregorio Magno hasta el Concilio de Trento, el Rito Romano se extendió por todo el mundo católico sin que ello dificultara el florecimiento de costumbres locales, que se desarrollaron poco a poco y de forma natural a lo largo de muchos siglos. Con el paso del tiempo, oraciones y ceremonias se multiplicaron casi imperceptiblemente y, en cualquier caso, a su desarrollo seguía la selección y la eventual codificación, es decir, la incorporación de estas oraciones y ceremonias en los libros litúrgicos. Uno de los más grandes historiadores de Gran Bretaña, Owen Chadwick, observó que «las liturgias no se hacen, sino que crecen en la devoción de los siglos» [63].

 Alrededor de mil años después de la reforma de san Gregorio Magno, eliminando las adiciones marginales desarrolladas a lo largo de los siglos, san Pío V, a continuación de la Reforma protestante y del Concilio de Trento, le dio a la misma Misa de san Gregorio Magno una forma definitiva válida para siempre y para todos los lugares. 

La práctica de referirse a la Misa tradicional del Rito Romano como la Misa Tridentina es poco feliz, ya que ha llevado a la impresión generalizada y errónea de que esta Misa haya sido compuesta a partir del Concilio de Trento. La palabra tridentina en realidad significa «concerniente a» este Concilio -Concilium Tridentinum- que tuvo lugar en distintos períodos entre los años 1545 y 1563. El Concilio de Trento, en realidad, estableció una comisión para examinar el Misal Romano, repasarlo y repristinarlo «de acuerdo a la costumbre y el rito de los Santos Padres». El nuevo Misal fue finalmente promulgado por el papa san Pío V en 1570 con la bula Quo Primum. El trabajo preparatorio de la Comisión se caracterizó por el respeto hacia la Tradición. En ningún caso hubo la más mínima propuesta para componer un Novus Ordo Missae. La sola idea se hubiera considerado inconcebible para el auténtico sentir católico. La Comisión codificó el Misal existente, eliminando algunos puntos que consideraba superfluos o innecesarios y conservando los ritos existentes por un tiempo de doscientos años como mínimo. Sin embargo, en lo que respectaba al Ordinario, el Canon, el Propio del Tiempo y mucho más, era una réplica del Misal Romano de 1474, que, en todo lo esencial, se remontaba a la época de san Gregorio Magno. 

Fortescue hace especial mención a la continuidad litúrgica que caracterizó al nuevo Misal, el cual, promulgado por San Pío V, no es simplemente un decreto personal del Soberano Pontífice, sino un acto del Concilio de Trento, si bien cerrado el 4 de diciembre 1563, antes de que la Comisión hubiese completado su tarea. La cuestión fue sometida al papa Pío IV, que murió antes de terminar el trabajo; por lo que fue su sucesor, san Pío V, quien promulgó el Misal resultante del Concilio con la Bula antes mencionada. 

Dado que el Misal es un acto del Concilio de Trento, su título oficial es Missale Romanum ex decreto sacrosancti Concilii Tridentini restitutum (Misal Romano restaurado según los decretos del sacrosanto Concilio de Trento). Por primera vez en mil quinientos años de historia de la Iglesia un concilio y/o un papa especificaron e impusieron un rito completo de la Misa a través del instrumento legislativo. 

Fortescue, estudiando cuidadosamente la reforma de san Pío V, llegó a la siguiente conclusión: «podemos estar muy agradecidos a la comisión que fue tan escrupulosa en el mantenimiento o restauración de la antigua tradición Romana». Agregó luego que «desde el Concilio de Trento, la historia de la Misa es, en sustancia, nada más que la composición y la aprobación de nuevas Misas (entiéndase propias). El esquema y todas las partes fundamentales siguen siendo las mismas. Nadie ha pensado en tocar la venerable Liturgia de la Misa Romana excepto añadiéndole nuevos Propios» [64]. «No hay en la cristiandad otro rito tan venerable como el nuestro», afirma Fortescue. Es por lo tanto la Misa Tridentina, el más venerable rito de la cristiandad, «la cosa más hermosa de este lado del cielo», como se expresó el padre Faber. Escribiendo sobre esta Misa, John Henry Newman dijo que «nada es tan consolador, tan conmovedor, tan apasionante, tan exaltante como la Misa tal como se la celebra entre nosotros [...]. No se trata de una fórmula verbal: es una gran "acción", la mayor que pueda darse en la tierra. Es [...] la evocación del Eterno. Se hace presente en el altar, en carne y sangre, Aquel ante quien se postran los ángeles y los demonios tiemblan» [65].

 


Altar de la Iglesia de San José, Tampa, Florida, EEUU; perteneciente a la Sociedad Religiosa San Luis de Francia (SRSLRF)

(*) Se conoce como altar, a la piedra (Ara) que, sobre ella, se ofrecen sacrificios a la divinidad. La palabra altar viene del latín “altare”, de “altus” que, significa “elevación”.



8. Los anatemas del Concilio de Trento 

Se debe en este punto recordar las excomuniones conminadas por el Tridentino a quien osara contradecir sus venerables enseñanzas. La cristiandad moderna, inmersa en una atmósfera saturada de diálogo, de pluralismo, de compromiso, no está ya acostumbrada al lenguaje de los anatemas [66], [ y rechaza esta institución del mismo Señor] a menudo relegados a los restos de una historia ya superada por los así llamados “católicos” adultos. 

En la conferencia ofrecida en Nueva York (E.E.U.U.) en mayo de 1995 con el significativo título de "El atractivo teológico de la Misa Tridentina", el cardenal Alfons M. Stickler hizo hincapié en la importancia -en el ámbito de los Concilios en general- de la diferencia entre dos tipos de declaraciones y decisiones conciliares: aquello que toca a la doctrina y aquello que se refiere, en cambio, a la disciplina. «La mayor parte de los concilios -dijo el purpurado- han emitido declaraciones y decisiones tanto doctrinales como disciplinarias, a un mismo tiempo. Otros, en cambio, sólo doctrinales o disciplinarias [...] Encontramos explícitamente en el Concilio de Trento las dos disposiciones: capítulos y cánones que se ocupan en primer lugar y exclusivamente de cuestiones de fe, y luego, en casi todas las sesiones, sólo de argumentos de orden disciplinario. Esta distinción es importante: todos los cánones teológicos afirman que quien se opone a las decisiones del Concilio resulta excomulgado: anathema sit [sea anatema (maldito)]. Mientras que el Concilio [de Trento] no conmina nunca anatemas por oposiciones contra disposiciones puramente disciplinarias». 

En la XXII Sesión del Concilio [Vaticano II] (17 de septiembre 1562) fueron tratados Doctrina y cánones sobre el santísimo sacrificio de la Misa. En el capítulo IV se lee que «debido a que las cosas santas deben ser tratadas santamente, y [la Misa] es el sacrificio más santo, la Iglesia Católica, para que éste pudiera ser ofrecido y recibido dignamente y con reverencia, ha establecido desde hace muchos siglos el sagrado Canon, tan puro de cualquier error como para no contener nada que no emita intensa fragancia de santidad y de piedad, y eleve a Dios las mentes de aquellos que lo ofrecen [esta frase es equívoca = solo Cristo, como Dios y hombre, y como Sumo Sacerdote, por mediación humana instrumental del sacerdote, válidamente ordenado, puede ofrecer el Santo Sacrificio Satisfactorio, Propiciatorio y Expiatorio como pago infinito debido a Dios, en reparación y perdón de los pecados de los hombres viatores que aspiran a la bienaventuranza eterna. Los fieles católicos sólo se asocian al ofrecimiento de este Sacramento, pero en rigor, no pueden ofrecer ningún sacrificio a Dios, sólo por consecuencia del Bautismo, pueden ser alimentados con el Cuerpo y Sangre de Cristo. Por eso, el fiel asistente a la Santa Misa "oye Misa", y su participación es pasiva en el Rito, pues sólo contempla la Renovación del Sacrificio de Cristo en el Altar], formado como lo está a partir de las palabras del Señor, de cuanto han transmitido los Apóstoles e instituido piadosamente también los santos pontífices». «La liturgia romana ha siempre proporcionado un solo Canon introducido y utilizado por la Iglesia desde hace muchos siglos. El Concilio de Trento afirma expresamente, en el capítulo IV, que este Canon no puede contener ningún error [...]. La composición de este Canon se basa en las palabras mismas de Jesús, en la tradición de los Apóstoles y en las prescripciones de los santos Papas, [origen muy distinto a las plegarias eucarísticas de la nueva misa repletas de errores]. El Canon 6 [del concilio de Trento] en su capítulo IV impone la excomunión a aquellos que sostienen que el Canon de la Misa contiene errores y que, por lo tanto, debe ser abolido» ["a confesión de parte relevo de pruebas", axioma jurídico que significa que quien confiesa algo libera a la contraparte de tener que probarlo]

En el capítulo V el santo Concilio [de Trento] afirma que «siendo la naturaleza humana tal que no es fácilmente atraída a la meditación de las cosas divinas sin pequeños artificios exteriores, por esta razón la Iglesia, como piadosa madre, ha establecido ciertos ritos por los que alguna parte en la Misa sea pronunciada en voz baja y alguna otra en voz más alta. Ha establecido igualmente ceremonias como las bendiciones místicas; utiliza luces, incienso, vestiduras y muchos otros elementos -transmitidos por la enseñanza y por la tradición apostólica- con los que resulte puesta en evidencia la majestad de un sacrificio tan grande, y las mentes de los fieles se sientan atraídas por estos signos visibles de la religión y de la piedad a la contemplación de las cosas altísimas que están ocultas en este sacrificio». De ello se sigue -en el canon 7- que «si alguno dijere que las ceremonias, las vestiduras y otros signos externos de los que se sirve la Iglesia Católica en la celebración de misas son más bien elementos adecuados para promover la impiedad que no manifestaciones de piedad, sea anatema» [exigencia que la pseudo reforma del vaticano II pasó a llevar por completo en su empeño de darles en el gusto a los protestantes y judaizantes]

El capítulo VIII está dedicado a la lengua utilizada en el culto de la Misa. Si durante los tres primeros siglos la Iglesia Católica Romana se sirvió del griego, que era el idioma común en el mundo latino, desde el siglo IV el latín devino el idioma común en todo el Imperio Romano y se mantuvo durante siglos en la Iglesia como la única lengua del culto. El uso del latín se mantuvo constante incluso después del nacimiento de las lenguas vernáculas. 

«Los padres del Concilio -observa el cardenal Stickler, sabían perfectamente que la mayoría de los fieles que por entonces asistían a Misa no sabían el latín y ni siquiera podía leer la traducción, tratándose generalmente de analfabetos e iletrados. Pero sabían también que la Misa contiene muchas partes de instrucción para los fieles. Con todo, ellos no aprobaban la opinión de los protestantes de que fuese indispensable celebrar la Misa sólo en lengua vernácula. Con el fin de promover la instrucción de los fieles, el Concilio ordenó mantener en todo el mundo la antigua tradición aprobada por la Santa Iglesia Romana - que es madre y maestra de todas las iglesias- de poner cuidado en explicar a las almas el misterio central de la Misa. El canon 9 impone por ello la excomunión a aquellos que afirman que la lengua de la Misa debe ser sólo la lengua vernácula». Este anatema revela que, para los Padres del Concilio [de Trento], el uso de la lengua en la Liturgia no es una medida meramente disciplinar, sino que implica la doctrina y la teología y, por último, la misma fe

«Una de las razones de todo esto es principalmente la veneración debida al misterio de la Misa. El decreto que sigue a este capítulo y a este canon y que trata de aquello que debe ser observado y evitado durante la celebración de la Misa, declara que la ausencia de veneración no puede ser considerada como separada de la impiedad. La irreverencia implica siempre la impiedad. Además, el Concilio de Trento ha querido salvaguardar las ideas expresadas en la Misa, y la precisión del latín preserva el contenido de una interpretación equívoca y de los posibles errores debidos a una imprecisión lingüística. Por estas razones, la Iglesia siempre ha defendido la lengua sagrada [el latín]. Por estas mismas razones, el canon 9 impone la excomunión a aquellos que afirman que el rito de la Iglesia Romana -en el cual una parte del Canon y las palabras de la Consagración se pronuncian silenciosamente- debe ser condenado. Así pues, incluso el silencio tiene un fundamento teológico» (ibidem). [Como vemos la nueva "misa" de Pablo VI va en contra de lo establecido por el Concilio de Trento, y no digamos sólo en cosas disciplinares (que sí pueden ser reformadas) sino afecta aspectos esenciales del rito de la Santa Misa que la hacen inválida].

¿Un nuevo Misal? 

El primer objetivo del Concilio de Trento fue -como se señaló anteriormente- aquel de codificar [normar] la enseñanza eucarística católica, cosa que hizo de manera excelente y de una manera clara e inspirada, pronunciando el anatema [del latín anathema, y este del griego ἀνάθεμα, «maldito, apartado»] para cualquiera que hubiese rechazado esta enseñanza. «Así el Concilio enseña la verdadera y genuina doctrina acerca del venerable y divino sacramento de la Eucaristía, aquella doctrina que la Iglesia Católica ha siempre firmemente amado y que amará firmemente hasta el fin del mundo [lo que ha ocurrido hoy milagrosamente con los obispos y sacerdotes que se han opuesto heroicamente a la iglesia "católica" noáquida y sus cismáticas reformas], según lo enseñado por el mismo Cristo Nuestro Señor, por sus Apóstoles y por el Espíritu Santo, que constantemente trae a la mente [de la Iglesia] toda la verdad. El Concilio prohíbe a todos los fieles en Cristo, de ahora en más, creer, enseñar o predicar sobre la Santísima Eucaristía cualquier cosa distinta de lo explicado y definido en el presente decreto». [El cambio que se operó con la "misa" de 1969 constituye un verdadero cisma con la Tradición litúrgica de la Iglesia católica].

En la XVIII sesión, el Concilio encargó a una comisión que examinase el Misal, ordenándole repasarlo y restaurarlo «según la costumbre y el rito de los Santos Padres». Fortescue considera que los miembros de la comisión encargada de la revisión del Misal «llevaron a término su tarea muy bien». «No fue la creación de un nuevo Misal, sino la restauración del ya existente "según la costumbre y el rito de los Santos Padres", con el uso, para este propósito, de los mejores manuscritos y de otros documentos». [67] 

No se trató, por tanto, de un nuevo Misal [sí es un nuevo misal el de Pablo VI]. La sola idea de componer uno ex novo [de nuevo] era y es totalmente ajena a todo el sentir católico, [excepto para los modernistas de piedad sentimental y subjetivismo y sentimentalismo infidelis]. «Todo católico debe sentir un amor personal hacia los sagrados ritos que llegan a él con toda la autoridad de los siglos. Toda manipulación grosera de tales formas causa un dolor profundo en quien las conoce y las emplea, ya que éstas proceden de Dios por medio de Cristo y por medio de la Iglesia. Pero no obrarían tanta atracción si no fuesen santificadas por la devoción de tantas generaciones que han orado con las mismas palabras y han encontrado en ellas firmeza en la alegría y consuelo en el dolor». [68] 

La esencia de la reforma de san Pío V fue, como la de san Gregorio Magno, el respeto por la tradición [no olvidemos que una de las fuentes de la Revelación pública de Dios es la Sagrada Tradición]. En 1912 el padre Fortescue podía comentar con satisfacción: «... la restauración de san Pío V fue una de las más eminentemente satisfactorias. El estándar de la comisión fue la antigüedad. Se abolieron las formas elaboradas más recientemente y se eligió la simplicidad, sin destruir todos aquellos elementos pintorescos que añaden belleza poética a la severa Misa Romana. Se eliminaron numerosas secuencias largas que se agolpaban continuamente en la Misa, pero fueron mantenidas las cinco seguramente mejores. Se redujeron las procesiones con ceremoniales elaborados, pero salvando las ceremonias verdaderamente significativas: la Candelaria, las Cenizas, el Domingo de Ramos y los bellísimos ritos de la Semana Santa. Seguramente, en Occidente debemos estar muy contentos de tener el Rito Romano en la forma del Misal de san Pío V». [69] 

Desde el tiempo de la reforma de san Pío V ha habido revisiones, pero nunca sustanciales. A menudo lo que hoy se llaman "reformas de [Pío XII]" no fueron más que restauraciones del Misal en la forma codificada por san Pío V. Esto es cierto en particular para las "reformas" de Clemente VIII, establecidas en la instrucción Cum sanctissimum del 7 de julio de 1604, y de Urbano VIII en la instrucción Si quid est, del 2 de septiembre de 1634. San Pío X trabajó una revisión no del texto, sino de la música. 

Entre 1951 y 1955 Pío XII reformó las ceremonias de la Semana Santa (con el decreto Maxima Redemptionis) y autorizó una revisión de las rúbricas orientada principalmente al calendario. También [se promulgaron las últimas rúbricas el 25 de julio de 1960 y entraron en vigor el 1 de enero de 1961, centrada una vez más y principalmente en el calendario, que no modificaron lo substancial, aunque abrieron las puertas al nuevo rito de Pablo VI que ya nada tiene que ver con la Misa católica milenaria]. Ninguna de estas reformas implicó un cambio significativo en el Ordinario de la Misa. [70] 



En 1929, de hecho, el cardenal Schuster [Benedictino] fue capaz de escribir: «al comparar nuestro actual Misal posterior a la reforma tridentina con el misal medieval y con el Sacramentario Gregoriano, la diferencia no parece en modo alguno sustancial. El nuestro es más rico y variado en lo que respecta al ciclo hagiográfico, pero las Misas estacionales de los domingos de Adviento, de Cuaresma, de las fiestas de los santos incluidos en el Sacramentario de san Gregorio, a excepción de algunas pocas diferencias son casi las mismas. Se puede decir en todo caso que nuestro códice eucarístico, incluso tomando en cuenta el desarrollo alcanzado por el transcurrir de los siglos, es sustancialmente el mismo que usaban los grandes Doctores de la Iglesia en la Edad Media, y que llevaba en su portada el nombre de Gregorio Magno». [71] 



El Santo Sacrificio de la Misa


Conclusión

 La Misa llamada "tridentina" tiene un núcleo central inmutable, establecido por el mismo Cristo, continuado y perfeccionado por los Apóstoles y conservado intacto a través de dos milenios de historia. La trama de ritos y de ceremonias que la caracteriza ha ido evolucionando poco a poco hasta alcanzar una forma casi definitiva a finales del siglo III, y luego vuelta de alguna manera definitiva por san Gregorio Magno. No han faltado elementos secundarios: la solicitud materna de la Iglesia no ha cesado de restaurar y embellecer el rito, removiendo de tanto en tanto aquellas escorias que amenazaban oscurecer el esplendor original. [72]

 

       
                      Ottaviani               Bacci

Esta es la historia de la Misa hasta la promulgación del Nuevo Misal en 1969, [herético y alejado del dogma católico del Sacrificio de la Misa y que fue denunciado por el ex-secretario del Santo Oficio Cardenal Octtaviani y por el Cardenal Bacci: Léase 👉Breve examen crítico del Novus Ordo Missae. Los eminentísimos cardenales Ottaviani y Bacci, en el «Breve examen crítico del Novus Ordo Missae» presentado al pontífice Pablo VI antes de la definitiva promulgación, no dudaron en afirmar que el NOM (Novus Ordo Missae):  «considerados los elementos nuevos, aunque susceptibles de valoraciones muy diversas, que aparecen sobreentendidos e implícitos, representa -tanto en su conjunto como en los detalles- un alejamiento sorprendente de la teología católica de la Santa Misa tal como fue formulada en la XXII Sesión del Concilio de Trento, el cual, fijando definitivamente los cánones del rito, erigió una barrera infranqueable contra cualquier herejía que pudiera menoscabar la integridad del magisterio» [Es decir, el Cardenal responsable de la ortodoxia de la fe bajo Pío XII y Juan XXIII, afirma que la misa nueva no es católica]


Pablo VI y sus asesores protestantes de Liturgia 
para la "misa" nueva 




P. Louis Bouyer (✝2004) clérigo luterano francés, teólogo convertido 
al catolicismo en 1944.

En una nota del «Breve examen» en cuestión viene referida una cita del padre Louis Bouyer  [73], según el cual «el Canon romano data, tal como lo conocemos hoy, de san Gregorio Magno. No hay, tanto en Oriente como en Occidente, ninguna plegaria eucarística que, mantenida en uso hasta nuestros días, pueda jactarse de una tal antigüedad. A los ojos no sólo de los ortodoxos, sino de los anglicanos e incluso de los protestantes que aún tienen en alguna medida el sentido de la tradición, tirarlo por la borda equivaldría, de parte de la Iglesia Romana, a renunciar a toda pretensión de representar ya nunca más a la verdadera Iglesia Católica» (nota 1). 




Romano Amerio Historiador de la filosofía y teólogo suizo, conocido por sus eruditos estudios sobre Tommaso Campanella y, fundamentalmente, por sus críticas al Concilio Vaticano II

Romano Amerio [✝1997], en su insuperable 👉Iota unum, escribe que «leyendo las antiguas liturgias, como el Sacramentario de Biasca, que es del siglo IX, y encontrando allí las fórmulas con las que la Iglesia de Roma oró durante más de un milenio, se siente vivamente la desgracia sufrida por la Iglesia despojada del sentido de la antiquitas que, incluso de acuerdo a los gentiles [Cicerón], proxime accedit ad deos [acceso próximo a Dios], e incluso del sentido de la inmovilidad de lo divino en el movimiento del tiempo». [74] 



La "nueva misa" de Pablo VI en una Logia masónica, [a buen entendedor, pocas palabras]


El cardenal Ratzinger, [en contra de su propia práctica habitual, no se olvide que él fue ordenado sacerdote en el Rito Católico de ordenación, pero fue consagrado "obispo" en el rito nuevo de Pablo VI, por lo que no recibió el episcopado católico, luego, no pudo ser elegido Papa válidamente], denunciaba ya hace años que -con la reforma litúrgica postconciliar- se había reemplazado una «Liturgia desarrollada en el tiempo por una Liturgia construida en una mesa [lo que había prohibido infaliblemente Pío XII en la 👉 Encíclica Mediator Dei sobre la Sagrada Liturgia de 1947]». «La promulgación de la prohibición del Misal - afirmaba todavía el purpurado [Ratzinger]- que se había desarrollado a lo largo de los siglos desde la época de los sacramentales de la antigua Iglesia, provocó una ruptura en la historia de la Liturgia cuyas consecuencias sólo podían ser trágicas [...] Se rompió a pedazos el antiguo edificio y se construyó otro [...] El hecho de que éste fuera presentado como un edificio nuevo, contrapuesto a aquel que se había formado a lo largo de la historia, que se prohibiera este último y se hiciera de alguna manera aparecer a la Liturgia no ya como un proceso vital, sino como un producto de erudición para especialistas y de competencia jurídica, nos ha provocado gravísimos daños [En efecto, este cisma litúrgico ha provocado la pérdida de fe de millones de católicos que, materialmente en algunos y formalmente en otros, han dejado de serlo, porque están engañados afirmando que su fe sigue siendo católica; nada hay de común entre la fe del mártir San Hermenegildo que se niega a comulgar la Hostia consagrada por herejes, por lo cual sufrió el martirio y la “fe” de la mayoría de los católicos de hoy que cada domingo reciben la comunión de manos de los herejes y ministros inválidos, en un rito nuevo fabricado por una comisión donde asesoraron 6 protestantes, renunciando al martirio por la fe]. De esta manera [sigue Ratzinger], de hecho, se ha movido la impresión de que la liturgia se "hace", que no es algo que existe antes que nosotros, algo "dado", sino que depende de nuestras decisiones. Se deduce luego, en consecuencia, el que no se reconozca esta capacidad de toma de decisiones sólo a los especialistas o a una autoridad central, sino que, en definitiva, cada "comunidad" quiera darse a sí misma una Liturgia propia. Pero cuando la liturgia es algo que cada uno se hace por sí mismo, entonces no nos dona más aquello que es su verdadera cualidad: el encuentro con el misterio, que no es un producto nuestro, sino nuestro origen y la fuente de nuestra vida [en pocas palabras no nos llega la gracia sobrenatural santificante]». [75] [Prueba empírica del falso sacerdocio y por ende de sus falsos sacramentos, postvaticano II, es su corrupción y degeneración moral, masiva y pública, como castigo por su impostura (Cf. Rom I, 21-32)].

Bernardo de Chartres solía decir que «somos como enanos que están sobre los hombros de gigantes, por lo que podemos ver más que ellos no debido a nuestra estatura o a la agudeza de nuestra vista, sino porque, situados sobres sus hombros, estamos más altos que ellos». Que Dios nos conceda la humildad de reconocernos enanos, y la inteligencia -si queremos ver lejos- de permanecer sobre los hombros de aquellos gigantes que son nuestros Padres en la Fe. Sin esta actitud de la mente y del corazón, nos condenamos a nosotros mismos a una segura y tal vez irreversible ceguera. [Y lo que es más grave aún, ponemos en mayor peligro nuestra salvación eterna] 

____________________________ 


NOTAS

[Aludimos a las fuentes citadas por la propia autora, con los títulos y ediciones tal como aparecen consignados]

1-34 en Publicación anterior 

35. El Euchologion es el libro litúrgico de las Iglesias orientales que contiene los Ritos Eucarísticos, las partes invariables del Oficio Divino y los ritos para la administración de los Sacramentos y Sacramentales, y por ello es una combinación de las partes esenciales del Misal, el Pontifical y Ritual en el Rito Romano: cf. M. Davies, A short history of the Holy Mass… 52 

36. I. Schuster I, op. cit., pp. 43ss. 

37. Si quid boni vel ipsa vel altera ecclesia habet, ego et minores meos quos ab illicitis prohibeo, in bono imitari paratus sum. Stultus est enim qui in eo se primum existimat, ut bona quae viderit, discere contemnat. 

38. A. Fortescue, op. cit., pp. 172-3. 

39. [Esta veneración se rompió con la nueva misa, en cuya fabricación participaron 6 asesores protestantes.] 

40. Missale Romanum anterior al N.O.M... 

41. Ibid. 

42. Sobre el Ofertorio, en los años sesenta se fue extendiendo el argumento erróneo de que el Ofertorio del Misal de San Pío V es de origen moderno. Un monje de Solesmes, Tirot Pablo, en su valioso trabajo Histoire des prières d'offertoire dans la liturgie romaine du VIIe au XVIe siècle, CLV-Edizioni 1985 explica con precisión y competencia que las oraciones del Ofertorio, tomadas individualmente, se remontan por lo menos a los siglos octavo y noveno. Es verosímil que en el siglo XIII comenzaran a ser ensambladas, tal como se encuentran en el Misal de san Pío V. 

43. A. Fortescue, op. cit., p. 184. 

44. Ibidem. 

45. Sobre la historia del Canon cf. V. P. Borella, Il Canone della Messa romana nella sua evoluzione storica, en Quaderni d’Ambrosius, 1959, pp. 26-51. A propósito del Canon escribe Bernard Botte: «Ce n’est pas un texte inspiré, bien sûr ; mais il a toujours été traité avec un respect particulier. Les théologiens du Moyen Âge n’ont pas essayé de le mettre d’accord avec leurs spéculations. Ils le considéraient comme un donné traditionnel et ils le commentaient comme un texte sacré. On peut juger ce respect exagéré; mais que serait-il arrivé si les théologiens avaient pris le texte de la messe comme champ clos pour leurs querelles? Peut-on imaginer qu’un texte, qui a été pendant treize siècles au coeur de la piété chrétienne en Occident et qui a passé intact au milieu des controverses théologiques, succombe finalement sous une réforme liturgique?» (Le mouvement liturgique. Témoignage et souvenirs, Desclée 1973, p. 103). 

46. Entre las varias teorías elaboradas al repecto, véanse las de Bunsen, Probst y Bickell, Dom Cagin, W. C. Bishop, Baumstark, Buch, Drews, Dom Cabrol, reseñadas por A. Fortescue, op. cit., pp. 138-168. 

47. Libri sacramentorum vol. II, pp. 54ss. 

48. «Orationem vero Dominicam idcirco mox post precem dicimus […] et valde mihi inconveniens visum est, ut precem quam scholasticus composuerat». Por esto el Pater noster (la Oración del Señor) lo decimos poco después de la plegaria (prex)… y me ha resultado una cosa del todo inconveniente, ya que se trata de una plegaria compuesta por un estudioso, etc. (Epist., lib. IX, P. L., LXXVIII, col. 956-7). 

49. Así M. Righetti III, op. cit., p. 470. Este autor, habiendo cumplido un examen comparativo de las anáforas eucarísticas más antiguas, demuestra que en todas se reconoce una sustancial unidad litúrgica. «La uniformidad del concepto y del ritual presentada por éstas demuestra claramente que todas provienen de un único germen, aquél creado por Cristo y entregado por él a la Iglesia; germen que ha sido transmitido por los Apóstoles y se ha desarrollado de manera diferente bajo la acción del Espíritu Santo en los distintos centros religiosos de la tierra, pero que ha mantenido siempre su autenticidad sustancial. La variedad de los tipos anafóricos es una contraprueba; y aunque éstos hayan asimilado elementos externos, secundarios, formales, que han podido darles un rostro de variada belleza, sin embargo, no han hecho mella en la sustancia divina» (p. 458). 

50. Lib. Pontific. (Ed. Duchesne) t. I, p. 127: Cf I. Schuster II, op. cit., p. 81 (nota 3). 

51. Ibidem, p. 82. 52. De mysteriis, 52, PL XVI, c. 424. 53. Cf. A. Fortescue, op. cit., pp. 358-359 e 404. Buchwald entiende que la fórmula original es «Benedic Domine has creaturas panis et vini in nomine Domini nostri 53 Iesu Christi, per quem haec omnia semper bona creas etc». Luego, cuando la invocación fue suprimida, quedó sólo la última cláusula. 54. Ep. CXLIX ad Paulinum, n. 1, PL XXXIII, c. 636. 

55. Sic docuit apostolos suos, ut quotidie, in corporis illius sacrificio, credentes audeant loqui, Pater noster. (Dial. Contra Pelag., III, 15). 

56. I. Schuster I, op. cit., p. 44. 

57. Cabrol remite a san Gregorio también la melodía más rica –todavía prescrita en el Misal– cuyas cadencias rítmicas reclaman el cursus propio de las fórmulas en uso entre el V y el VII siglo (F. Cabrol, Le chant du Pater à la Messe, en Rev. Grégorienne 1928, 81, 161; 1929, 1). Cf. M. Righetti III, op. cit., p 480. 

58. Cf. I. Shuster II, op. cit., p. 94. 59. Ibid. p. 103. 

60. Lib. III, c. I, PL XVI, col. 452. 

61. Cf. I. Schuster II, op. cit., p. 103. 

62. Ibid. pp. 106-107. 

63. O. Chadwick, The Reformation, Londres 1977, p. 119. 

64. A. Fortescue, op. cit., p. 211. 

65. J. H. Newman, Come guardare il mondo con gli occhi di Dio, Milano 1996, pp. 118-9. 

66. Se olvida que la institución de la excomunión se relaciona con el mandato de Jesús a su discípulo Pedro: «Te daré las llaves del reino de los cielos: lo que atares en la tierra será atado en los cielos y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo» (Mt 16,19); y a sus discípulos: «Yo os digo en verdad, que todas las cosas que atareis en la tierra quedarán atadas en el cielo, y todo lo que desatareis en la tierra quedará desatado en los cielos» (Mt 18,18); así: «A quienes perdonéis los pecados les serán perdonados; a quienes se los retengáis, les serán retenidos» (Jn 20:23). El apóstol Pablo también prevé sanciones contra los miembros de la Iglesia que cometen delitos graves, cuando dice: «Y si alguno no obedece a lo que decimos en esta carta, hacédselo notar y no os juntéis con él, para que se avergüence» (2 Tes 3:14 ss.). Y otra vez: «Dios juzgará a los de afuera. Quitad a ese perverso de entre vosotros» (1 Corintios 5:13) 67. A. Fortescue, op. cit., p. 206. 

68. M. Davies, op. cit., p. 

69. A. Fortescue, op. cit., p. 208. 

70. M. Davies, op. cit., p. 

71. I. Schuster I, op. cit., p. 8. 

72. Entre las diversas desviaciones litúrgicas de la moderna cristiandad, que oscurecen tremendamente el esplendor lleno de misterioso encanto de los ritos sagrados, existe la llamada "pobreza ritual", es decir, aquel degradante proceso por el que se ha intentado -y, ¡ay, con cuánto éxito! - empobrecer las Liturgias bajo el pretexto de un retorno a los usos de la Iglesia primitiva. Nada podría estar más equivocado. La Iglesia ha buscado siempre el esplendor de la Liturgia para honrar a su divino Esposo. A propósito de la pobreza ritual, con su palabra siempre aguda e incisiva el Giacomo Biffi señaló: «está la pobreza ritual que no tiene nada que ver con la pobreza económica y con la pobreza de espíritu. Al igual que todos los ritos, se compone de palabras y signos. Las palabras y los signos suelen ser eficaces. [...] La pobreza ritual implica que la Liturgia sea pobre, no la vida privada; que las iglesias ostenten esa miseria de la que las propias habitaciones personales se mantienen bien lejos [...] Es útil recordar que la pobreza ritual es una tentación perenne: antaño no le escaparon a ella muchas familias religiosas, y a ella ni siquiera nosotros le escapamos del todo, aún hoy. Su valor religioso es prácticamente nulo; y en la medida en que nos hace creer erróneamente que estamos del lado de los pobres a quienes Jesús llama bienaventurados, puede constituir para nuestra alma un peligro grave» (Quando ridono i cherubini. Meditazioni sulla vita della Chiesa, Bologna 2006, p. 42). 

73. Nacido en 1913 de familia protestante, entró en la Iglesia católica en 1944. 

74. R. Amerio, op. cit., p. 514 (nota 1). 54 

75. J. Ratzinger contra sí mismo y su perpetuo hacer en contra de lo que obra y dice ordinariamente: La mia vita, Cinisello Balsamo 1997, pp. 110-113. «La reforma litúrgica, en su realización concreta -escribió también el cardenal Ratzinger- se ha apartado cada vez más de esta fuente. El resultado no ha sido una reanimación, sino una devastación. Por un lado, tenemos una Liturgia degenerada en "show", en la cual se intenta volver la religión interesante con la ayuda de tonterías a la moda y de máximas morales seductoras, con éxitos momentáneos entre el grupo de fabricantes de Liturgia, y una actitud de apartamiento cada vez más pronunciada hacia aquellos que buscan en la Liturgia no al "showmaster" espiritual, sino el encuentro con el Dios vivo ante el cual todo "hacer" se vuelve insignificante, ya que sólo este encuentro es capaz de hacernos acceder a las auténticas riquezas de ser» (Prefacio a K. Gamber, La réforme liturgique en question, ed. S.te Madelaine du Barroux, 1992). 

Visto en: www.sededelasabiduría.es 

(*) Los textos en negritas, subrayados y entre corchetes son nuestros.

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