miércoles, 9 de diciembre de 2020

LA DERECHA Y LA IZQUIERDA por Jean Madiran




El CENTRO DE ESTUDIOS SAN BENITO, se complace en presentar a un intelectual católico francés de gran estatura, cuyo nombre real era Jean Arfel (1920-2013). Jean fue periodista y ensayista, militante del Tradicionalismo católico, militó primero en la Acción Francesa de Charles Murras y luego apoyó al Frente Nacional de Le Pen. Su fecunda obra como escritor y militante gira en torno a resaltar y defender la doctrina y acción política-social tradicional del Catolicismo[Nota del Editor].


JEAN MADIRAN (

LA DERECHA Y LA IZQUIERDA

 

I  LA DERECHA ES UNA INVENCIÓN DE LA IZQUIERDA

 

La distinción entre una derecha y una izquierda es siempre una iniciativa de la izquierda, tomada por la izquierda en provecho de la izquierda: para derribar los poderes o para apoderarse de ellos.

Existe una derecha, por otra parte, asombrada de serlo, y consintiéndolo mal, en la medida en que una izquierda se forma, la designa, se opone a ella. Es así como comienzan las cosas o recomienzan, y no en sentido inverso. Los que instauran o vuelven a poner en circulación el juego derecha-izquierda se sitúan ellos mismos a la izquierda, delimitan una derecha para combatirla y para excluirla. En un segundo momento, la derecha así designada y atacada estrecha las filas, ordinariamente ni bastante rápido ni bastante fuerte, se organiza, se defiende, contraataca, algunas veces victoriosamente: nunca es sólo defensa y contraataque, incluso represalias.

Esta forma de lucha política no existía antes de 1789.

En ninguna parte desde 1789 se ha visto una derecha que se constituya, erigiéndose al oponerse, tomando la iniciativa de la división y del combate, designando una izquierda y abriendo contra ella las hostilidades. Es "de derecha" aquél que la izquierda designa o denuncia como tal: y la inversa no es verdad. Esta designación, esta denuncia invoca criterios que varían mucho según los tiempos y los lugares; lo que no varía, es el ser un hoc volo, sic jubeo soberanamente arbitrario y ese arbitrario va de suyo: no existe distinción objetiva entre la derecha y la izquierda, una distinción que sería la causa de su constitución en grupos políticos; existe, en el origen, un acto de pura voluntad, que instituye el juego derecha-izquierda, o más exactamente, el juego izquierda contra derecha. Los que inventan, imponen, dirigen y arbitran ese juego son los hombres de izquierda. Los que lo rechazan, o lo padecen, y en todo caso no consiguen nunca arbitrarlo, son los hombres de derecha.

La izquierda se designa a sí misma y la derecha es designada por la izquierda. La izquierda lanza el juego izquierda contra derecha y fija las reglas del juego. La derecha sabe o siente más o menos claramente que padece ese juego sin poder modificar sus reglas. La derecha, incluso extrema, cuando es decepcionada o traicionada por un Paul Reynaud, un Charles de Gaulle o un Giscard, les dice que ceden a la izquierda, que aplican su programa, que desertan. Pero no dice que Paul Reynaud, Charles de Gaulle o Giscard se han vuelto hombres de izquierda: o si lo dice, lo dice perfectamente en vano. No los echa a la izquierda. No tiene ni el derecho ni la posibilidad para ello. No es ella la que pone las etiquetas.

La izquierda, al contrario, dueña y arbitro de ese juego que ha inventado a medida para que sea el suyo, echa a la derecha a quien ella quiere, como ella quiere, según la ocasión y el interés táctico. Echa a la derecha al ex socialista Pierre Laval y al ex socialista Mussolini. Representa a Hitler, demagogo socialista y revolucionario, como a un hombre de derecha. Como a un hombre de derecha, a Charles de Gaulle, llegado al poder en 1944 con los comunistas, y gobernando con ellos. La izquierda dispone a su gusto de la nomenclatura.

El ejemplo demócrata cristiano es el más significativo. El designio constante de esta corriente a todo lo largo del siglo XX, de Marc Sangnier a Montini, es el de desolidarizar el cristianismo de la derecha y combatir el conservadorismo, el inmovilismo, la reacción. Sin embargo, no es admitido en la izquierda sino cuando la izquierda lo quiere; de hecho, a título provisorio. Cuando la izquierda lo decide, lo echa a la derecha con una extrema facilidad, lo disfraza con el calificativo de "derecha conservadora" y "clerical": eso se produce cada vez que la corriente demócrata cristiana quiere manifestar en el seno de la izquierda una actitud autónoma, contrariando la línea dominante del progresismo masónico y filocomunista. Las fojas de servicio pasadas, los servicios precedentemente prestados ya no cuentan. No era moco de pavo, sin embargo, el haber prestado las manos y el corazón a la mayoría de las hazañas históricas en las que se reconocen los hombres de izquierda: a los millares de asesinatos terroristas durante la guerra mundial, a su constante glorificación política, moral y religiosa desde hace treinta años, falsificando la verdad, falseando las conciencias, porque esos crímenes eran crímenes, que ninguna intención de resistencia a los crímenes del ocupante puede válidamente justificar ni excusar, esos crímenes no eran actos de guerra legítimos y valientes, eran tan innobles, en su clandestinidad anónima e indistinta, como lo fue distintamente, ante todo un pueblo y ante la historia, el asesinato de Philippe Henriot: si este asesinato era un acto de guerra, valiente y legítimo, ¿por qué entonces nunca condecoraron a los asesinos? No era moco de pavo, para la corriente demócrata cristiana, el haber prestado las manos y el corazón, después de la guerra, a las decenas de miles de ejecuciones sumarias, a las matanzas, a las expoliaciones, a la confiscación gaullo-comunista de la prensa y de las editoriales, a la condena a muerte de Robert Brasillach, al encarcelamiento perpetuo de Charles Maurras, a la muerte en prisión del prisionero más viejo del mundo, el mariscal Pétain. Por el secuestro y el asesinato del duque d'Enghien, Napoleón Bonaparte se había "hecho Convención": pero él venía de ahí, era uno de ellos. La corriente demócrata cristiana, sea como fuere, viene de la derecha, puesto que viene del catolicismo: incluso multiplicando los asesinatos del duque d'Enghien, no pudo obtener en la izquierda sino una naturalización bajo condición, constantemente revocable. Revocada cuando pone mala cara a la libertad del aborto. Hasta el demócrata cristiano Montini, tan ponderado en la izquierda como un espíritu moderno, tolerante, abierto y demócrata, sean cuales fueren sus servicios prestados como eficaz compañero de ruta por los caminos del humanismo y del progreso, hete aquí que, en cuanto se niega a colaborar para la legalización universal del aborto, hete aquí que para la izquierda se vuelve a convertir en un pontífice reaccionario, un hombre de derecha, una supervivencia anacrónica del despotismo clerical. Y lo inverso no es verdad: frecuentemente la derecha quisiera echar a la izquierda a los demócratas cristianos, para quitar su ambigüedad centrista y cortar ese canal de una hemorragia de la derecha hacia la izquierda. La derecha no lo consigue nunca. Comprueba su fracaso viendo cómo una notable proporción de los votos de derecha van regularmente a los demócratas cristianos. Estos votos, únicamente la izquierda puede devolverlos a la derecha, aceptando claramente a la democracia cristiana en su seno. Pero por esta razón, y por otras, la izquierda no la acepta ni con gusto ni a menudo. De despecho, la democracia cristiana estaría completamente muerta, si un aggiornamento, sobrevenido a tiempo, no la hubiera reanimado y repuesto al gusto del día, bajo la denominación de socialismo cristiano.

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