JEAN MADIRAN (†)
LA
DERECHA Y LA IZQUIERDA
I LA DERECHA ES UNA INVENCIÓN DE LA IZQUIERDA
La
distinción entre una derecha y una izquierda es siempre una iniciativa de la
izquierda, tomada por la izquierda en provecho de la izquierda: para derribar
los poderes o para apoderarse de ellos.
Existe
una derecha, por otra parte, asombrada de serlo, y consintiéndolo mal, en la
medida en que una izquierda se forma, la designa, se opone a ella. Es así como
comienzan las cosas o recomienzan, y no en sentido inverso. Los que instauran o
vuelven a poner en circulación el juego derecha-izquierda se sitúan ellos
mismos a la izquierda, delimitan una derecha para combatirla y para excluirla.
En un segundo momento, la derecha así designada y atacada estrecha las filas,
ordinariamente ni bastante rápido ni bastante fuerte, se organiza, se defiende,
contraataca, algunas veces victoriosamente: nunca es sólo defensa y
contraataque, incluso represalias.
Esta
forma de lucha política no existía antes de 1789.
En
ninguna parte desde 1789 se ha visto una derecha que se constituya, erigiéndose
al oponerse, tomando la iniciativa de la división y del combate, designando una
izquierda y abriendo contra ella las hostilidades. Es "de derecha"
aquél que la izquierda designa o denuncia como tal: y la inversa no es verdad.
Esta designación, esta denuncia invoca criterios que varían mucho según los
tiempos y los lugares; lo que no varía, es el ser un hoc volo, sic jubeo
soberanamente arbitrario y ese arbitrario va de suyo: no existe distinción
objetiva entre la derecha y la izquierda, una distinción que sería la causa de
su constitución en grupos políticos; existe, en el origen, un acto de pura
voluntad, que instituye el juego derecha-izquierda, o más exactamente, el juego
izquierda contra derecha. Los que inventan, imponen, dirigen y arbitran ese
juego son los hombres de izquierda. Los que lo rechazan, o lo padecen, y en todo
caso no consiguen nunca arbitrarlo, son los hombres de derecha.
La
izquierda se designa a sí misma y la derecha es designada por la izquierda. La
izquierda lanza el juego izquierda contra derecha y fija las reglas del juego.
La derecha sabe o siente más o menos claramente que padece ese juego sin poder
modificar sus reglas. La derecha, incluso extrema, cuando es decepcionada o
traicionada por un Paul Reynaud, un Charles de Gaulle o un Giscard, les dice
que ceden a la izquierda, que aplican su programa, que desertan. Pero no dice
que Paul Reynaud, Charles de Gaulle o Giscard se han vuelto hombres de
izquierda: o si lo dice, lo dice perfectamente en vano. No los echa a la
izquierda. No tiene ni el derecho ni la posibilidad para ello. No es ella la
que pone las etiquetas.
La
izquierda, al contrario, dueña y arbitro de ese juego que ha inventado a medida
para que sea el suyo, echa a la derecha a quien ella quiere, como ella quiere,
según la ocasión y el interés táctico. Echa a la derecha al ex socialista Pierre
Laval y al ex socialista Mussolini. Representa a Hitler, demagogo socialista y
revolucionario, como a un hombre de derecha. Como a un hombre de derecha, a
Charles de Gaulle, llegado al poder en 1944 con los comunistas, y gobernando
con ellos. La izquierda dispone a su gusto de la nomenclatura.
El
ejemplo demócrata cristiano es el más significativo. El designio constante de
esta corriente a todo lo largo del siglo XX, de Marc Sangnier a Montini, es el
de desolidarizar el cristianismo de la derecha y combatir el conservadorismo,
el inmovilismo, la reacción. Sin embargo, no es admitido en la izquierda sino
cuando la izquierda lo quiere; de hecho, a título provisorio. Cuando la
izquierda lo decide, lo echa a la derecha con una extrema facilidad, lo
disfraza con el calificativo de "derecha conservadora" y
"clerical": eso se produce cada vez que la corriente demócrata
cristiana quiere manifestar en el seno de la izquierda una actitud autónoma,
contrariando la línea dominante del progresismo masónico y filocomunista. Las
fojas de servicio pasadas, los servicios precedentemente prestados ya no
cuentan. No era moco de pavo, sin embargo, el haber prestado las manos y el
corazón a la mayoría de las hazañas históricas en las que se reconocen los
hombres de izquierda: a los millares de asesinatos terroristas durante la
guerra mundial, a su constante glorificación política, moral y religiosa desde
hace treinta años, falsificando la verdad, falseando las conciencias, porque
esos crímenes eran crímenes, que ninguna intención de resistencia a los
crímenes del ocupante puede válidamente justificar ni excusar, esos crímenes no
eran actos de guerra legítimos y valientes, eran tan innobles, en su
clandestinidad anónima e indistinta, como lo fue distintamente, ante todo un
pueblo y ante la historia, el asesinato de Philippe Henriot: si este asesinato
era un acto de guerra, valiente y legítimo, ¿por qué entonces nunca
condecoraron a los asesinos? No era moco de pavo, para la corriente demócrata
cristiana, el haber prestado las manos y el corazón, después de la guerra, a
las decenas de miles de ejecuciones sumarias, a las matanzas, a las
expoliaciones, a la confiscación gaullo-comunista de la prensa y de las
editoriales, a la condena a muerte de Robert Brasillach, al encarcelamiento perpetuo
de Charles Maurras, a la muerte en prisión del prisionero más viejo del mundo,
el mariscal Pétain. Por el secuestro y el asesinato del duque d'Enghien,
Napoleón Bonaparte se había "hecho Convención": pero él venía de ahí,
era uno de ellos. La corriente demócrata cristiana, sea como fuere, viene de la
derecha, puesto que viene del catolicismo: incluso multiplicando los asesinatos
del duque d'Enghien, no pudo obtener en la izquierda sino una naturalización
bajo condición, constantemente revocable. Revocada cuando pone mala cara a la
libertad del aborto. Hasta el demócrata cristiano Montini, tan ponderado en la
izquierda como un espíritu moderno, tolerante, abierto y demócrata, sean cuales
fueren sus servicios prestados como eficaz compañero de ruta por los caminos
del humanismo y del progreso, hete aquí que, en cuanto se niega a colaborar
para la legalización universal del aborto, hete aquí que para la izquierda se
vuelve a convertir en un pontífice reaccionario, un hombre de derecha, una
supervivencia anacrónica del despotismo clerical. Y lo inverso no es verdad:
frecuentemente la derecha quisiera echar a la izquierda a los demócratas
cristianos, para quitar su ambigüedad centrista y cortar ese canal de una
hemorragia de la derecha hacia la izquierda. La derecha no lo consigue nunca.
Comprueba su fracaso viendo cómo una notable proporción de los votos de derecha
van regularmente a los demócratas cristianos. Estos votos, únicamente la
izquierda puede devolverlos a la derecha, aceptando claramente a la democracia
cristiana en su seno. Pero por esta razón, y por otras, la izquierda no la
acepta ni con gusto ni a menudo. De despecho, la democracia cristiana estaría
completamente muerta, si un aggiornamento, sobrevenido a tiempo, no la hubiera
reanimado y repuesto al gusto del día, bajo la denominación de socialismo
cristiano.
Para seguir leyendo o bajar pulse en el link
👇👇👇