En el pasado el demonio intentó evitar la difusión del “Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen (VD)” de San Luis María Grignon de Montfort, que propone un método de consagración a Jesucristo por medio de la Virgen María que ha sido adoptado por grandes santos. Uno de ellos San Pío X.
El Tratado, que estuvo extraviado 130 años, fue reconocido por su autenticidad y pureza doctrinal por el Papa Pío IX en un decreto del 12 de mayo de 1853, un año antes de promulgar el dogma de la Inmaculada Concepción.
En el mismo manuscrito Grignon de Montfort vaticina la persecución de su obra, su casi desaparición y los padecimientos que él mismo viviría por revelar la doctrina que explica la función de la Santísima Virgen en el plan divino de la salvación y en la vida del cristiano.
“Preveo claramente que muchas bestias rugientes llegan furiosas a destrozar con sus diabólicos dientes este humilde escrito y a aquel de quien el Espíritu Santo se ha servido para redactarlo o sepultar, al menos, estas líneas en las tinieblas o en el silencio de un cofre a fin de que no sea publicado” (VD 114).
Monfort sufrió un intento de asesinato y su Congregación de los Misioneros de la Compañía de María recibió diversos ataques en tiempos de herejías como el jansenismo o el iluminismo.
“Atacarán, incluso, a quienes lo lean y pongan en práctica. Pero, ¡qué importa! ¡Tanto mejor! Esta perspectiva me anima y hace esperar un gran éxito, es decir, la formación de un escuadrón de aguerridos y valientes soldados de Jesús y de María, de uno y otro sexo, que combatirán al mundo, al demonio y a la naturaleza corrompida, en los tiempos, como nunca peligrosos, que van a llegar” (VD 114).
Por su contenido, el manuscrito compuesto cerca del 1712 siempre fue objeto del odio del demonio, sin embargo no pudo desaparecerlo. Fue sepultado “en las tinieblas y el silencio de un cofre” (VD 114) y ocultado en un la capilla de un campo francés; tiempo después pasaría a la biblioteca de la Compañía de María en la Casa Madre (Francia), donde sería descubierto por el P. Pedro Rautureau el 29 de abril de 1842.
La primera publicación del Tratado se hizo en 1843, desde entonces se ha convertido en uno de los libros más apreciados del catolicismo contemporáneo, y uno de los que más han contribuido a fomentar la piedad cristiana en el mundo entero.
El mismo San Luis María explica en su obra que esta devoción es el camino más “fácil, corto, perfecto y seguro para llegar a la unión con Dios, en la cual consiste la perfección cristiana” (VD 152).
“Por esta devoción entregas a Jesucristo, de la manera más perfecta –puesto que lo entregas por manos de María–, todo cuanto le puedes dar y mucho más que por las demás devociones, por las cuales le entregas solamente parte de tu tiempo, de tus buenas obras, satisfacciones y mortificaciones. Por esta consagración le entregas y consagras todo, hasta el derecho de disponer de tus bienes interiores y satisfacciones que cada día puedes ganar por tus buenas obras, lo cual no se hace ni siquiera en las órdenes o institutos religiosos”. (VD 123).
Para defender esta postura señala que “la Iglesia, con el Espíritu Santo, bendice primero a la Santísima Virgen y después a Jesucristo: Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre, Jesús (Lc. 1, 42). Y esto, no porque la Virgen María sea mayor que Jesucristo o igual a Él, lo cual sería intolerable herejía, sino porque para bendecir más perfectamente a Jesucristo hay que bendecir primero a María”. (VD 95)
El Beato Pío IX afirmó que la verdadera devoción propuesta por San Luis María es la mejor y más aceptable, mientras que el Papa San Pío X aprobó la fórmula de consagración del Santo.
Visto en: https://www.aciprensa.com/noticias/este-es-el-libro-que-el-demonio-nunca-quiso-que-se-difundiera-39494
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TRATADO
DE LA VERDADERA DEVOCIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA
Por
San Luis María Grignion de Montfort
Introducción
MARÍA EN EL DESIGNIO DE DIOS
Por medio de la Santísima Virgen vino Jesucristo al mundo y por medio de Ella debe también reinar en el mundo.
María es un misterio
a) A causa de su humildad
La vida de María fue oculta. Por ello, el Espíritu Santo y la Iglesia la llaman alma mater: Madre oculta y escondida. Su humildad fue tan grande que no hubo para Ella anhelo más firme y constante que el de ocultarse a sí misma y a todas las criaturas, para ser conocida solamente de Dios.
Ella pidió pobreza y humildad. Y Dios, escuchándola, tuvo a bien ocultarla en su concepción, nacimiento, vida, misterios, resurrección y asunción, a casi todos los hombres. Sus propios padres no la conocían. Y los ángeles se preguntaban con frecuencia uno a otro: ¿Quién es ésta? (Cant. 8, 5). Porque el Altísimo se la ocultaba. O, si algo les manifestaba de Ella, era infinitamente más lo que les encubría.
b) Por disposición divina
Dios Padre, a pesar de
haberle comunicado su poder, consintió en que no hiciera ningún milagro, al
menos portentoso, durante su vida.
Dios Hijo, a pesar de
haberle comunicado su sabiduría, consintió en que Ella casi no hablara.
Dios Espíritu Santo, a pesar de ser Ella su fiel esposa, consintió en que los Apóstoles y Evangelistas hablaran de Ella muy poco y sólo cuanto era necesario para dar a conocer a Jesucristo.
c) Por su grandeza
excepcional
María es la excelente obra
maestra del Altísimo. Quien se ha reservado a sí mismo el conocimiento y
posesión de Ella.
María es la Madre admirable
del Hijo. Quien tuvo a bien humillarla y ocultarla durante su vida, para
fomentar su humildad, llamándola mujer (Jn. 2, 4; 19, 26), como si se tratara
de una extraña, aunque en su corazón la apreciaba y amaba más que a todos los
ángeles y hombres.
María es la fuente sellada
(Cant. 4, 12), en la que sólo puede entrar el Espíritu Santo, cuya Esposa fiel
es Ella.
María es el santuario y
tabernáculo de la Santísima Trinidad, donde Dios mora más magnífica y
maravillosamente que en ningún otro lugar del universo, sin exceptuar los querubines
y serafines: a ninguna criatura, por pura que sea, se le permite entrar allí
sin privilegio especial.
Digo con los santos, que la
excelsa María es el paraíso terrestre del nuevo Adán, quien se encarnó en él
por obra del Espíritu Santo para realizar allí maravillas incomprensibles. Ella
es el sublime y divino mundo de Dios, lleno de bellezas y tesoros inefables. Es
la magnificencia del Altísimo, quien ocultó allí, como en su seno, a su
Unigénito y con Él todo lo más excelente y precioso.
¡Oh qué portentos y qué
misterios ha ocultado Dios en esta admirable criatura, como Ella misma se ve
obligada a confesarlo, no obstante, su profunda humildad: ¡El Poderoso ha hecho
obras grandes en mí! (Lc. 1, 49) El mundo los desconoce porque es incapaz e
indigno de conocerlos.
Los santos han dicho cosas
admirables de esta ciudad Santa de Dios. Y, según ellos mismos testifican,
nunca han estado tan elocuentes ni se han sentido tan felices como al hablar de
Ella.
Todos a una proclaman que:
– La altura de sus méritos,
elevados por Ella hasta el trono de la Divinidad, es inaccesible.
– La anchura de su caridad,
dilatada por Ella más que la tierra, es inconmensurable.
– La grandeza de su poder,
que se extiende hasta sobre el mismo Dios, es incomprensible.
– Y, en fin, la profundidad
de su humildad y de todas sus virtudes y gracias es un abismo insondable.
¡Oh altura incomprensible! ¡Oh
anchura inefable! ¡Oh grandeza sin medida! ¡Oh abismo impenetrable! (cfr. Ef.
3, 18; Apoc. 21, 15-16).
Todos los días, del uno al
otro confín de la tierra, en lo más alto del cielo y en lo más profundo de los
abismos, todo pregona y exalta a la admirable María. Los nueve coros angélicos,
los hombres de todo sexo, edad y condición, religión, buenos y malos, y hasta
los mismos demonios, de grado o por fuerza, se ven obligados, por la evidencia
de la verdad, a proclamarla bienaventurada.
Todos los ángeles en el
cielo, dice san Buenaventura, le repiten continuamente: “¡Santa, santa, santa
María! ¡Virgen y Madre de Dios!”, y le ofrecen todos los días millones y
millones de veces la salutación angélica: “Dios te salve, María...”,
prosternándose ante Ella y suplicándole que, por favor, los honre con alguno de
sus mandatos. “San Miguel, llega a decir san Agustín, aun siendo el príncipe de
toda la milicia celestial, es el más celoso en rendirle y hacer que otros le
rindan toda clase de honores, esperando siempre sus órdenes para volar en
socorro de alguno de sus servidores”.
Toda la tierra está llena de
su gloria, particularmente entre los cristianos que la han escogido por tutelar
y patrona de varias naciones, provincias, diócesis y ciudades. ¡Cuántas catedrales
no se hallan consagradas a Dios bajo su advocación! ¡No hay Iglesia sin un
altar en su honor, ni comarca ni región donde no se dé culto a alguna de sus
imágenes milagrosas, donde se cura toda suerte de enfermedades y se obtiene
toda clase de bienes! ¡Cuántas cofradías y congregaciones en su honor! ¡Cuántos
institutos religiosos colocados bajo su nombre y protección! ¡Cuántos
congregantes en las asociaciones piadosas, cuántos religiosos en todas las Órdenes!
¡Todos publican sus alabanzas y proclaman sus misericordias!
No hay siquiera un pequeñuelo que, al balbucir el Avemaría, no la alabe. Ni apenas un pecador que, aunque obstinado, no conserve alguna chispa de confianza en Ella. Ni siquiera un solo demonio en el infierno que, temiéndola, no la respete.
María no es suficientemente
conocida
Es, por tanto, justo y
necesario repetir con los santos: DE MARIA NUNQUAM SATIS: maría no ha sido aún
alabada, ensalzada, honrada y servida como se debe. Merece aún mejores alabanzas,
respeto, amor y servicio.
Debemos decir también con el
Espíritu Santo: Toda la gloria de la Hija del rey está en su interior (Sal. 45,
14). Como si toda la gloria exterior que el cielo y la tierra le rinden a
porfía, fuera nada en comparación con la que recibe interiormente de su Creador
y que es desconocida a criaturas insignificantes, incapaces de penetrar el
secreto de los secretos del Rey.
Debemos también exclamar con el Apóstol: El ojo no ha visto, el oído no ha oído, a nadie se le ocurrió pensar... (1 Cor. 2, 9) las bellezas, grandezas y excelencias de María, milagro de los milagros de la gracia, de la naturaleza y de la gloria. “Si quieres comprender a la Madre –dice un santo– trata de comprender al Hijo. Pues Ella es digna Madre de Dios”.
¡Enmudezca aquí toda lengua!
Hay que conocer mejor a María
El corazón me ha dictado cuanto acabo de escribir con alegría particular para demostrar que la excelsa María ha permanecido hasta ahora desconocida y que ésta es una de las razones de que Jesucristo no sea todavía conocido como debe serlo. De suerte que si el conocimiento y reinado de Jesucristo han de dilatarse en el mundo –como ciertamente sucederá– esto acontecerá como consecuencia necesaria del conocimiento y reinado de la Santísima Virgen, quien lo trajo al mundo la primera vez y lo hará resplandecer la segunda.
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