sábado, 13 de marzo de 2021

NO CAPITULAR ANTE ESTE MUNDO, SINO RECAPITULAR TODO EN CRISTO.

Un amigo me ha hecho llegar esta entrevista reciente que comparto ahora con ustedes. Como CEBS, la publicamos pues encontramos que es un excelente psicoanálisis de lo que hay en la mente de quien se presenta actualmente como "Pontífice de la Iglesia Católica Romana", el señor Jorge Mario Bergoglio Sívori, hereje público, elegido por una mayoría de "cardenales" masones, modernistas y marxistas, apóstatas de Cristo y de su Iglesia y en complot por borrar todo vestigio de la verdadera Iglesia.

El entrevistado es el Rev. P. Davide Pagliarani, actual Superior General de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X (FSSPX), fundada 01 de noviembre de 1971, por el Arzobispo francés, Mons. Marcel Lefebvre. 

Como ustedes saben, el Centro de Estudios San Benito (CEBS), así como la Sociedad Religiosa San Luis de Francia y tantas otras Comunidades Católicas Romanas, esparcidas por el mundo, sostenemos y profesamos públicamente, la posición teológica y canónica católica que afirma que desde el fallecimiento de Su Santidad Pio XII la Iglesia no tiene un Papa legítimo y válido, por lo que la Sede de San Pedro está Vacante desde 1958 hasta el día de hoy. Cabe recordar que la Sedevacancia lleva ya 63 años, y parece que se prolongará por mas tiempo, por no existir una convicción y voluntad mayoritaria de deponer el impostor y elegir un verdadero Papa.

Fieles a este fundamento, consideramos que la Fraternidad San Pio X incurre en un grave error dogmático, canónico y pastoral al reconocer que los "Papas" del Vaticano II son verdaderos Papas, sin por ello dejamos de reconocer el esfuerzo que la FSSPX a realizado por mantener viva e intacta la Tradición Católica, bajo su cuestionada y contradictoria táctica de reconocer y resistir. Sabemos que en sus filas hay personas muy valiosas, actuando de buena fe, por lo que no los miramos como enemigos, por el contrario, rezamos por ellos para que Nuestro Señor les permita estar en plena unidad con todos los católicos tradicionales. A este respecto, no olvidar, que Mons. Lefebvre en muchas ocasiones insinuó que la Sede está Vacante.

El editor





Entrevista con el Superior General de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X sobre el "pontificado del Papa" Francisco.


DICI: Reverendo Padre Superior General: han pasado ocho años desde que el Papa Francisco subió al trono de San Pedro. Gracias por tener la amabilidad de concedernos esta entrevista en este aniversario.

Para algunos observadores del pontificado de Francisco, especialmente para los que están apegados a la Tradición, parece que ha terminado el combate de las ideas: según ellos, lo que domina ahora es la praxis, es decir, la acción concreta, inspirada en un pragmatismo en todas direcciones. ¿Qué le parece?

P. Pagliarani: No estoy realmente seguro de que haya que oponer de esta manera la acción y las ideas. El Papa Francisco es, desde luego, muy pragmático; pero siendo un hombre de gobierno, sabe exactamente a dónde va. Una acción a gran escala siempre se inspira en principios teóricos, en un conjunto de ideas, a menudo dominadas por una idea central a la que se puede y hay que referir cualquier praxis.

Hay que reconocer que los esfuerzos por entender los principios del pragmatismo de Francisco no se hacen sin tanteos. Por ejemplo, algunos creían haber encontrado sus principios de acción en el teología del pueblo, una variante argentina mucho más moderada de la teología de la liberación... En realidad, me parece que Francisco está más allá de ese sistema, e incluso de cualquier sistema conocido. Creo que el pensamiento que lo impulsa no puede ser analizado e interpretado satisfactoriamente, si nos limitamos a criterios teológicos tradicionales. Francisco no sólo está más allá de cualquier sistema conocido, sino que está por encima de él.

¿Qué quiere decir con eso?

Con Juan Pablo II, por ejemplo, a pesar de todo lo que podemos lamentar, ciertos puntos de la doctrina católica seguían siendo intocables. Con Benedicto XVI, también nos encontrábamos con un espíritu apegado a las raíces de la Iglesia. Su esfuerzo considerable por lograr la cuadratura del círculo, al reconciliar la Tradición con la enseñanza conciliar o postconciliar, aunque condenada al fracaso, revelaba no obstante una preocupación por la fidelidad a la Tradición. Con Francisco, tal preocupación ya no existe. El pontificado en el que vivimos es un punto de inflexión histórico para la Iglesia: se han derruido para siempre los baluartes que aún existían –humanamente hablando; y al mismo tiempo, la Iglesia ha redefinido, revolucionándola, su misión a las almas y al mundo.

Todavía es demasiado pronto para apreciar plenamente el alcance de esta agitación, pero ya se pueden hacer esfuerzos para analizarla.

Pecado y misericordia

Usted dice que sean de ruido los baluartes que aún existían. ¿A qué baluartes se refiere?

Pienso en los últimos fundamentos del orden moral sobre los que no sólo se establece la sociedad cristiana, sino cualquier sociedad natural. Tenía que suceder en algún momento, era sólo cuestión de tiempo. Hasta ahora, a pesar de algunas aproximaciones, la Iglesia mantenía sus exigencias morales, por ejemplo, sobre el matrimonio cristiano, y todavía condenaba claramente todas las perversiones sexuales... Pero estas exigencias se basaban, por desgracia, en una teología dogmática desviada de su finalidad, y por lo tanto se había vuelto inestable: era inevitable que, a su vez, algún día vacilaran. Los principios firmes de acción no pueden mantenerse durante mucho tiempo cuando se han debilitado o distorsionado la idea de su autor divino. Estos principios morales podían sobrevivir durante algún tiempo, unas décadas, pero privados de su columna vertebral estaban condenados a volverse “anticuados” algún día, prácticamente negados. Esto es lo que estamos presenciando bajo el pontificado de Francisco, especialmente con la exhortación apostólica Amoris Latitia (19 de marzo de 2016). Este texto no sólo contiene errores graves, sino que manifiesta un enfoque historicista completamente nuevo.

¿Cuál es ese enfoque? ¿Qué habría determinado su elección?

El Papa Francisco tiene una visión general muy precisa de la sociedad contemporánea, de la Iglesia de hoy y, en última instancia, de toda la historia. Me parece que se ve afectado por una especie de hiperrealismo supuestamente “pastoral”. Según él, la Iglesia debe darse cuenta de algo obvio: es imposible para ella seguir predicando la doctrina moral como lo ha hecho hasta ahora. Por lo tanto, debe decidirse la capitular a las exigencias del hombre de hoy y, por lo tanto, repensar su maternidad.

La Iglesia siempre debe ser madre, claro, pero en lugar de ser madre transmitiendo su vida y educando a sus hijos, lo será en la medida en que escuche, entienda y acompañe... Estas preocupaciones, que no son malas en sí mismas, y han de ser escuchadas aquí en un sentido nuevo y muy particular: la Iglesia ya no puede y, por lo tanto, ya no debe imponerse. Es pasiva y se adapta. Es la vida eclesial, tal como se puede vivir hoy en día, la que condiciona y determina la misión misma de la Iglesia, y hasta su razón de ser. Por ejemplo, dado que ya no puede exigir las mismas condiciones que en el pasado para acceder a la Sagrada Mesa, porque el hombre moderno la ve como una intolerancia intolerable, la única reacción realista y realmente cristiana, en esta lógica, consiste en adaptarse a esta situación y redefinir sus requisitos. Así, por la fuerza de las cosas, la moralidad cambia: las leyes eternas están sujetas a una evolución que se vuelve necesaria por las circunstancias históricas, y a los imperativos de una caridad falsa e incomprendida.

¿Cree que el Papa se siente inquieto ante esta evolución? ¿Siente la necesidad de justificarla?

Desde luego, el Papa debía haber sido consciente, desde el principio, de las reacciones que tal proceso provocaría en la Iglesia. Probablemente también es consciente del hecho de que ha abierto puertas que, durante dos mil años, habían permanecido cerradas con llave. Pero en él, los requisitos históricos superan cualquier otra consideración.

Desde esta perspectiva es donde la idea de “misericordia”, omnipresente en sus discursos, adquiere todo su valor y alcance: ya no es la respuesta de un Dios amoroso, que acoge con los brazos abiertos al pecador arrepentido, para regenerarlo y devolverle la vida de gracia; sino que ahora se trata de una misericordia fatal, que se vuelve necesaria para corresponder urgentemente a las necesidades de la humanidad. Considerándolos ahora incapaces de respetar incluso la ley natural, los hombres tienen derecho estricto a recibir esta misericordia, una especie de amnistía condescendiente de un Dios que, también, se adapta a la historia sin dominarla más.

De esta manera, no se renuncia sólo a la fe y al orden sobrenatural, sino también a los principios morales que son indispensables para una vida honesta y justa. Es aterrador, porque refleja una renuncia definitiva a la cristianización de las costumbres: es más, los cristianos adoptan ahora las costumbres del mundo, o al menos deben adaptar –caso por caso– la ley moral a las costumbres actuales, las de los divorciados “que se han vuelto a casar” o las parejas del mismo sexo.

Esta misericordia se ha convertido así en una especie de panacea, el fundamento de una nueva evangelización que hay que proponer a un siglo que ya no se puede convertir, y a los cristianos a los que ya no se puede imponer el yugo de todos los mandamientos. Por lo tanto, en lugar de alentar y fortalecer en su fe a las almas en peligro, se las tranquiliza y confirma en situaciones de pecado. Obrando así, el guardián de la fe está aboliendo incluso el orden natural: ya no queda nada.

Lo que subyace a estos errores es la ausencia total de trascendencia y verticalidad. Ya no hay ninguna referencia, ni siquiera implícita, a lo sobrenatural, al más allá, a la gracia y, sobre todo, a la Redención de nuestro Señor, que ha concedido definitivamente a todos los hombres los medios necesarios para su salvación. Ya no se predica ni conoce la eficacia perenne de estos medios. ¡Ya no se cree en ellos! Por lo tanto, todo se reduce a una visión puramente horizontal e historicista, en la que las contingencias prevalecen sobre los principios, y donde sólo cuenta el bienestar terrenal.

¿Este punto de inflexión que usted ha mencionado sigue estando en consonancia con el Concilio, o pertenece ya a un Concilio Vaticano III que no habría tenido lugar?

Hay al mismo tiempo una continuidad con las premisas establecidas en el Concilio, y una superación de las mismas. Esto es por una razón muy sencilla. Con el Concilio, la Iglesia quería adaptarse al mundo, “actualizarse” a través del aggiornamento que promovieron Juan XXIII y Pablo VI. El Papa Francisco prosigue esta adaptación al mundo, pero en un sentido nuevo y extremo: ahora la Iglesia se adapta al propio pecado del mundo, al menos cuando tal pecado es “políticamente correcto”; entonces se presenta como una auténtica expresión del amor, en todas las formas admitidas en la sociedad contemporánea y permitidas por un Dios misericordioso. Siempre caso por caso, pero estos casos excepcionales están destinados a convertirse en la norma, como ya estamos viendo en Alemania.





Utopía del Papa Francisco

Además de esta aniquilación gradual de la moral tradicional, ¿propone el Papa Francisco valores que hay que cultivar? En otras palabras, ¿sobre qué base cree usted que quiere construir el Papa?

Resulta una pregunta muy pertinente, a la que el propio Papa respondió en su última encíclica Fratelli tutti (3 de octubre de 2020), ofreciéndonos “aceptar el desafío de soñar y pensar en otra humanidad. [...] Este es el verdadero camino hacia la paz 1 ”, escribe. Esto se llama utopía, y es lo que les sucede a todos aquellos que se separan de sus raíces: el Papa, rompiendo con la Tradición divina, aspira a una perfección ideal y abstracta, desconectada de la realidad.

Desde luego, se defiende a sí mismo, y en el mismo texto, admitiendo que “sus palabras se verán como fantasías”, aclara los cimientos sobre los que piensa basarse: “el gran principio de los derechos que surgen del mero hecho de poseer la naturaleza humana”. Pero precisamente, el Apocalipsis y la Tradición nos enseñan que la naturaleza humana no es autosuficiente. Como dice Chesterton, “si quitamos lo sobrenatural, sólo queda lo que no es natural” 2. Sin Dios, la naturaleza por sí sola tiende a convertirse, en la práctica, en “antinaturaleza”; porque llamando y elevando al hombre al orden sobrenatural, Dios ha ordenado la naturaleza a la gracia, de modo que la naturaleza no pueda apartarse del orden sobrenatural sin introducir un profundo desorden en sí misma. El sueño de Francisco es profundamente naturalista.

Otra señal de este carácter utópico es que su sueño adquiere un alcance universalista: se trata de imponerlo a todos, y de una manera autoritaria y absoluta. Como se han concebido artificialmente, los sueños sólo se pueden imponer de una manera artificial...

Pero, ¿en qué consistiría la utopía del Papa Francisco?

En perfecta armonía con las aspiraciones del hombre moderno, imbuido de sus derechos que reclama, y desvinculado de sus raíces, se resume en dos ideas: las de ecología integral y fraternidad universal. No es casualidad que el Papa haya dedicado dos encíclicas clave a estos temas, que según él caracterizan las dos partes principales de su pontificado.

La ecología integral de Laudato sì (24 de mayo de 2015) no es más que una nueva moral propuesta a la humanidad entera, sin tener en cuenta la Revelación y, por lo tanto, el Evangelio. Los principios son puramente arbitrarios y naturalistas. Se alinean a la perfección con las aspiraciones ateas de una humanidad apasionada por la tierra donde vive, y anegada en preocupaciones puramente materiales.

Y la fraternidad universal de Fratelli tutti, defendida por el Papa de una manera muy solemne durante la Declaración de Abu Dabi, confirmada por el Gran Imán de Al-Azhar (4 de febrero de 2019), no es más que una caricatura naturalista de la fraternidad del cristianismo, basada en la paternidad divina común a todos los hombres redimidos por Cristo. Esta fraternidad es materialmente idéntica a la de la Masonería, que, durante los últimos dos siglos, sólo han sembrado odio, especialmente contra la Iglesia, en un feroz deseo de reemplazar la única fraternidad realmente posible entre los hombres.

No es sólo la negación del orden sobrenatural, reduciendo a la Iglesia en las dimensiones de una ONG filantrópica, sino que también es también ignorar las heridas del pecado original, y olvidar la necesidad de la gracia para restaurar la naturaleza caída y promover la paz entre los hombres.

¿Cómo podría, en este contexto, distinguirse el papel de la Iglesia del de la sociedad civil?

Hoy en día, la Iglesia Católica ofrece la imagen de un poder sacerdotal al servicio del mundo contemporáneo y sus necesidades sociopolíticas... Pero este sacerdocio ya no tiene como objetivo cristianizar las instituciones o reformar las costumbres que se han vuelto paganas; sino que se trata de un sacerdocio trágicamente humano y sin ninguna dimensión sobrenatural. Paradójicamente, la sociedad civil y la Iglesia se encuentran, como en los días de la cristiandad, unidos en la lucha codo a codo para lograr objetivos comunes... pero ahora es una sociedad secularizada la que sugiere e impone a la Iglesia sus propios puntos de vista y su ideal. Es algo aterrador: el humanitarismo secular se ha convertido en la luz de la Iglesia y en la sal que le da su sabor. La disolución doctrinal y moral de los últimos años refleja este complejo de inferioridad que los hombres de la Iglesia mantienen frente al mundo moderno.

Y, sin embargo –este es el misterio de la fe y es nuestra esperanza– la Iglesia es santa, divina y eterna: a pesar de las tristezas de la hora presente, su vida interior, en lo que es más alto, sigue siendo ciertamente de una belleza que deleita a Dios y a los ángeles. ¡Hoy, como siempre, la Iglesia dispone de todos los medios necesarios para guiar y santificar!

Necesidad de Cristo Rey

En su opinión, ¿cómo puede la Iglesia deshacerse de estos errores y regenerarse?

Primero, hay que renunciar a las utopías y volver a la realidad, o sea, volver a las raíces de la Iglesia. Se podrían identificar tres puntos clave que la Iglesia ha de recuperar y reanudar la predicación sin concesión y sin complejidad: la existencia del pecado original y sus efectos (la triple concupiscencia de la que habla San Juan en su primera Epístola) –contra cualquier forma de ingenuidad naturalista; la necesidad de la gracia, el fruto de la Redención, que es el único remedio –pero un remedio todopoderoso– para superar estos efectos devastadores; y la trascendencia de un fin último que no está en esta tierra, sino en el Cielo.

Recordar esto significaría empezar a “confirmar a los hermanos” . Sería volver a predicar la verdadera fe, que es la condición necesaria de toda vida sobrenatural; que es también la guardiana indispensable de la ley natural, también divina en su origen, eterna e inmutable, y la base necesaria para conducir al hombre a su perfección.

Estos tres conceptos pueden resumirse en un ideal: el de Cristo Rey. Él es el objeto de nuestra fe. Él es el autor de la gracia. Él es el autor de esta ley natural que inscribió en el corazón del hombre al crearlo. El legislador divino no cambia. No renuncia a su autoridad. Del mismo modo que no se puede alterar esta ley sin alterar la propia fe, ni puede se puede restaurar sin devolver a su legislador divino el honor que se le debe.

En resumen: no capitular a este mundo, sino “recapitular todo en Cristo” 4. En Cristo Rey y por Cristo Rey la Iglesia cuenta con todos los medios para derrotar al mundo, cuyo príncipe es el padre de la mentira 5. Ya lo ha hecho por la Cruz de una vez por todas: “Yo he vencido el mundo” 6.

¿Tendrá la Santísima Virgen un papel especial en esta victoria?

Si esta victoria es la de Cristo Rey, necesariamente será la de su Madre. La Santísima Virgen está sistemáticamente asociada con todas las batallas y victorias de su Hijo. Quedará asociada con Él de una manera muy especial: nunca, como hoy, se ha visto el triunfo de errores tan perniciosos y sutiles, causa de una devastación tan extendida y profunda en la vida concreta de los cristianos. Sin embargo, entre los títulos más hermosos que la Iglesia atribuye a la Virgen se encuentran los de “Destructora de todas las herejías” –aplasta la cabeza de quien los concibe– y el de “Auxilio de los cristianos”. Cuanto más definitiva sea la victoria sobre el error, más gloriosa será la victoria de la Santísima Virgen.


Entrevistado en Menzingen, 12 de marzo de 2021,
en la fiesta de San Gregorio Magno, Papa.