domingo, 5 de diciembre de 2021

DÍA VIGÉSIMO OCTAVO - MES DE MARÍA INMACULADA: por el P. Rodolfo Vergara Antúnez

 

MES DE MARÍA INMACULADA

POR EL PRESBÍTERO

RODOLFO VERGARA ANTÚNEZ


DÍA VIGÉSIMO OCTAVO

CONSAGRADO A HONRAR EL CORAZÓN

INMACULADO DE MARÍA

ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS DEL MES

¡Oh María! durante el bello Mes que os está consagrado, todo resuena con vuestro nombre y alabanzas. Vuestro santuario resplandece con nuevo brillo y nuestras manos os han elevado un trono de gracia y de amor, desde donde presidís nuestras fiestas y escucháis nuestras oraciones y votos. Para honraros, hemos esparcido frescas flores a vuestros pies y adornado vuestra frente con guirnaldas y coronas. Mas ¡oh María! no os dais por satisfecha con estos homenajes: hay flores cuya frescura y lozanía jamás pasan y coronas que no se marchitan. Estas son las que Vos esperáis de vuestros hijos; porque el más hermoso adorno de una madre es la piedad de sus hijos, y la más bella corona que pueden deponer a sus pies es la de sus virtudes. Sí; los lirios que Vos nos pedís son la inocencia de nuestros corazones; nos esforzaremos pues, durante el curso de este Mes consagrado a vuestra gloria ¡oh Virgen santa! en conservar nuestras almas puras y sin mancha y en separar de nuestros pensamientos, deseos y miradas aún la sombra misma del mal. La rosa cuyo brillo agrada a vuestros ojos es la caridad, el amor a Dios y a nuestros hermanos: nos amaremos, pues, los unos a los otros como hijos de una misma familia, cuya madre sois, viviendo todos en la dulzura de una concordia fraternal. En este Mes bendito procuraremos cultivar en nuestros corazones la humildad, modesta flor que os es tan querida; y con vuestro auxilio llegaremos a ser puros, humildes, caritativos, pacientes y resignados. ¡Oh María! haced producir en el fondo de nuestros corazones todas estas amables virtudes; que ellas broten, florezcan y den al fin frutos de gracia para poder ser algún día dignos hijos de la más santa y de la mejor de las madres. Amén.

CONSIDERACIÓN

María es, entre las puras criaturas, la que ha subido a más sublime altura en la escala de las perfecciones naturales y sobrenaturales. Sin embargo, si se busca en ella algún signo exterior de su incomparable grandeza, apenas será dado encontrarlo. Es una doncella modesta y pobre que ha ligado su suerte a la de un humilde obrero que vive de su trabajo y habita bajo un pobre techo. Es porque toda la gloria de la hija querida del Rey del cielo está oculta en su corazón, en el cual se encierran perfecciones más que humanas y más que angélicas. Preservado de la corrupción universal que anegó a manera de impetuoso torrente a todos los hijos de Adán, el corazón de María fue concebido en la inocencia, nacido en la santidad y enriquecido con todos los dones del cielo. Dios ve reaparecer en él toda la belleza y toda la pureza que el pecado desfiguró en el corazón del primer hombre, que halla en él sin mancha alguna que lo desfigure, ni germen alguno de pasión que lo turbe, ni la más ligera falta que lo haga menos digno de su amor.
Es un corazón cuyas inclinaciones son enteramente santas y cuyos afectos todos son celestiales. En él se contempla la divinidad como en un espejo donde descubre su propia imagen y se complace en sus perfecciones como en la obra maestra de sus manos, más primorosas que la creación de todos los mundos visibles. El Padre, adoptándola por hija predi­lecta, preservó a María del pecado; la colmó de sus favores y la adornó con sus más preciados dones. Desde que nace a la vida, Dios la recibe en sus brazos y la separa del mundo para que no conozca ni ame a otro padre que a él. Cautiva voluntaria del amor, apenas salida de la cuna, va a ofrecer su corazón en holocausto al pie de los altares de su Dios. Jamás se extinguió en su corazón el fuego sagrado del amor, que ardía como un leño seco sin consumirse jamás.

En ese corazón virginal se celebraron las nupcias de una criatura humana con el santo de los Santos, el Espíritu vivificador. La más rica variedad de las virtudes forma los atavíos de la feliz esposa, y tanta era la belleza y la excelencia de la divina desposada, que Dios la recibe en el seno íntimo de su amistad y la re gala con todas las delicias de su amor. Si ese mismo Espíritu, descendiendo sobre los apóstoles, los transformó en hombres nuevos, ¿qué maravillosos efectos no produciría en ese corazón al cual no descendió como lengua de fuego, sino como un torrente de llamas divinas para consumir todo lo que hubiera en él de humano y hacerlo digno tabernáculo de la divinidad? ¡Ah! ¡qué perfecciones no comunicaría á un corazón con el cual quería unirse con nudos tan estrechos de amor! El entendimiento humano es demasiado limitado para sondear tan hondos misterios y la lengua humana impotente para narrar tan grandes maravillas.

Pero lo que da al corazón de María una excelencia más augusta es su calidad de Madre de Dios. Es ésta una dignidad incomparable que abisma y confunde. Si Dios, cuando está unido a una criatura por la caridad, le comunica tantas perfecciones y gracias, ¿qué torrente de gracias y qué cúmulo de perfecciones lo comunicaría a su Madre durante los nueve meses que habitó en su seno? ¡Qué emociones tan duras y tan santas harían latir el corazón de María cuando llevaba en sus brazos y estrechaba contra su pecho al divino infante! ¡Qué santidad comunicaría a su Madre durante los treinta años que vivió con ella bajo el techo de un mismo hogar, en un comercio tan íntimo y en mutuas y diarias comunicaciones!

Honremos, pues, con un culto digno y homenajes de amor y de alabanzas al corazón Inmaculado de María, santuario de la divinidad, relicario de virtudes y dechado de las más sublimes perfecciones. Amemos con amor ardiente y agradecido a ese corazón que ardió por nosotros en tan vivas llamas de amor: es el corazón de una madre que se sacrifica por sus hijos; es el corazón de una Reina, lleno de piedad y de misericordia para con sus pobres vasallos; es el corazón de la buena y amable Pastora que buscaba a la oveja descarriada, que la carga amorosamente sobre sus hombros y la conduce al abrigado aprisco.
EJEMPLO

María, Salud de los que la invocan

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SANTUARIO DE LOURDES.

Uno de los muchos peregrinos a quienes el amor a la Reina del cielo conduce a la gruta de Lourdes, escribía en 1873 lo siguiente:

«Llegado a Lourdes en la mañana del día de la Asunción, me dirigí inmediatamente a la gruta milagrosa, y vi que un gran número de personas se acercaban a la reja con un apresuramiento y emoción que me indicaron que algo de extraordinario acababa de suceder. Pregunté la causa del movimiento, y se me respondió: Es un milagro que acaba de verificarse, y el sacerdote a quien la Santísima Virgen ha sanado milagrosa-mente está firmando cédulas para todos aquellos que deseen tener un atestado del milagro. Yo me acerqué y pude obtener una cédula que llevaba al pie la firma del abate de Musy de la diócesis de Autún.»

«Todos deseábamos conocer los pormenores del prodigio; entonces un sacerdote se acercó a la reja y lleno de emoción dijo lo siguiente a la numerosa concurrencia de peregrinos que allí estaba: Deseáis saber lo que acaba de pasar, y voy a complaceros para alentar vuestra confianza en la protección de María. Un sacerdote padecía desde hace veinte años una enfermedad dolorosa que la ciencia no ha podido aliviar. De once años a esta parte no podía celebrar el santo sacrificio, y desde hace tres meses estaba enclavado en una silla rodante sin poder hacer ni el más ligero movimiento… Esta mañana fue llevado trabajosamente a la cripta para oír una misa que se iba a aplicar por su salud. En el momento de la elevación ese sacerdote inválido se sintió con fuerzas para ponerse en pie sin auxilio ajeno; poco después pudo ponerse de rodillas y terminar la misa en esa posición. Terminada la misa, pudo bajar por si solo de la cripta a la gruta sin fatiga ni cansancio; y ya lo veis en pie sin rastro de enfermedad como cualquiera de vosotros; porque sabed que ese feliz sacerdote, tan bondadosamente curado por María es el mismo que os habla en este instante.»

«Ayudadme a dar gracias a mi celestial bienhechora por el extraordinario prodigio de que acabo de ser objeto, a pesar de mi indignidad; y pedidle conmigo que complete su obra, obteniéndome la gracia de emplear lo que me queda de vida en ganar muchas almas al amor de su divino Hijo

Mientras esto decía, el sacerdote derramaba abundantes lágrimas, y lloraban con él todos los presentes… «He aquí, decían unos la tierra de los prodigios… Que venga la incredulidad, decían otros, a explicar naturalmente las cosas que aquí se ven… – María, exclamaban los de más allá, es la gran bienhechora del mundo…»

Así es en verdad: ¿quién podrá reducir a guarismo sus beneficios? ¿Quién podrá contar el número de los que han hallado a sus pies el consuelo, la salud, la gracia y la vida? Más fácil sería contar las estrellas del cielo y las arenas del mar.

JACULATORIA

Tu corazón ¡oh María!

será mi asilo y refugio

en las penas de la vida.

ORACIÓN

¡Oh corazón amabilísimo de María! santuario augusto de la beatísima Trinidad, dechado perfectísimo de todas las virtudes, yo os amo y bendigo con todas las efusiones del amor más ardiente que puede caber en el corazón de un hijo amante. En vuestro corazón ¡oh María! buscaré yo un asilo en todas las desgracias de la vida; en vuestro corazón buscaré el consuelo en medio de las penas que aflijan mi existencia, en vuestro corazón buscaré la paz, la seguridad y el aliento en medio de los combates que debo librar contra los enemigos de mi salvación. Vos seréis ¡oh corazón maternal! el nido, donde, ave fugitiva del mundo, iré á buscar el reposo que tanto anhela mi corazón. Ved cuán triste y despedazado lo tienen las aflicciones, las contrariedades y las pasiones que lo turban; ved cómo gimo bajo el peso de mis pasadas infidelidades y de mis numerosos delitos. ¡Oh corazón adorable de María! corazón traspasado por siete agudos puñales de dolor, corazón el más puro, santo y perfecto, despréndanse de vuestras llagas raudales de bendiciones que robustezcan mis postradas fuerzas, que alienten mi debilidad y me consuelen en mis penas y sinsabores. A Vos acude un hijo lloroso que no tiene, después de Dios, otra esperanza que Vos, ni otro amparo ni otra tabla de salvación en medio de las tem­pestades de la vida. Pero ya siento ¡oh corazón querido! que renace en mi alma la paz turbada y la esperanza perdida, porque es imposible que sea desoído quien, como yo, os llama y quien como este afligido y desam-parado hijo, os imploraProtegedme, y seré salvo por vuestra piedad nunca desmentida. Amén.

Oración final para todos los días

¡Oh María!, Madre de Jesús, nuestro Salvador, y nuestra buena Madre nosotros venimos a ofreceros con estos obsequios que traemos a vuestros pies, nuestros corazones, deseosos de seros agradables, y a solicitar de vuestra bondad un nuevo ardor en vuestro santo servicio. Dignaos presentarnos a vuestro divino Hijo; que en vista de sus méritos y a nombre de su santa Madre dirija nuestros pasos por el sendero de la virtud; que haga lucir, con nuevo esplendor, la luz de la fe sobre los infortunados pueblos que gimen por tanto tiempo en las tinieblas del error; que vuelvan hacia él y cambie tantos corazones rebeldes, cuya penitencia regocijará su corazón y el vuestro; que confunda a los enemigos de su Iglesia, y que, en fin, encienda por todas partes el fuego de su ardiente caridad, que nos colme de alegría en medio de las tribulaciones de esta vida y de esperanza para el porvenir. Amén.

PRÁCTICAS ESPIRITUALES

1. Besar amorosamente alguna imagen de María para avivar en nuestro corazón el amor hacia ella.

2. Rezar siete Salves en honra del Corazón inmaculado de María, pidiéndole que nos con ceda la pureza de alma y cuerpo.

3. Hacer el propósito de honrar de una manera especial a la Santísima Virgen todos los sábados del año.

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