miércoles, 29 de diciembre de 2021

EL APOCALIPSIS DE SAN JUAN: EXÉGESIS AL CAPÍTULO 1, 9-20 por los PP. Dominicos de la Universidad de Salamanca, año 1962

 



Visión Introductoria a Todo el Libro, 1:9-20.

San Juan recibe de Jesucristo, que se le aparece en la isla de Patmos, el encargo de escribir a las siete Iglesias de Asia. La visión viene a ser como la introducción a todo el libro. En este sentido se puede comparar con las visiones de la vocación de Isaías 53, de Jeremías 54 y de Ezequiel 55.



9 Yo, Juan, vuestro hermano y compañero en la tribulación, en el reino y en la paciencia en Jesús, hallándome en la isla llamada Patmos, por la palabra de Dios y por el testimonio de Jesús, 10 fui arrebatado en espíritu el día del Señor y oí tras de mí una voz fuerte, como de trompeta, que decía: 11 Lo que vieres escríbelo en un libro y envíalo a las siete iglesias, a Éfeso, a Esmirna, a Pérgamo, a Tiatira, a Sardes, a Filadelfia y a Laodicea. 12 Me volví para ver al que hablaba conmigo; 13 y vuelto vi siete candeleros de oro, y en medio de los candeleros a uno, semejante a un hijo de hombre, vestido de una túnica talar y ceñidos los pechos con un cinturón de oro. 14 Su cabeza y sus cabellos eran blancos como la lana blanca, como la nieve; sus ojos, como llamas de fuego; 15 sus pies, semejantes al azófar, como azófar incandescente en el horno, y su voz, como la voz de muchas aguas. 16 Tenía en su diestra siete estrellas, y de su boca salía una espada aguda de dos filos, y su aspecto era como el sol cuando resplandece en toda su fuerza. 17 Así que le vi, caí a sus pies como muerto; pero él puso su diestra sobre mí, diciendo: 18 No temas, yo soy el primero y el último, el viviente, que fui muerto y ahora vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del infierno. 19 Escribe, pues, lo que vieres, tanto lo presente como lo que ha de ser después de esto. 20 Cuanto al misterio de las siete estrellas que has visto en mi diestra y los siete candeleros de oro, las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias, y los siete candeleros las siete iglesias.



El autor sagrado hace su presentación personal a semejanza de los profetas de la Antigua Alianza 56. Juan — su nombre ya nos era conocido desde Ap 1:1 — tiene una visión hallándose en la pequeña isla de Patmos. Hoy día esta isla se llama Patino, y forma parte de las islas Esperadas. Está situada enfrente de Milito y de Efeso, en el mar Egeo. Tiene unos doce kilómetros de largo por cinco de ancho en su parte más amplia. Según Plinio57, los romanos utilizaban el islote de Patmos como lugar de deportación para algunos condenados especiales. San Juan también fue deportado a esta isla, castigado a causa del Evangelio, como nos dice él expresamente (v.9). Victorino, obispo de Pettau, en Styria, martirizado bajo Diocleciano, nos dice que San Juan fue condenado por Domiciano a trabajos forzados en las canteras situadas al norte de la isla de Patmos: "in metallum damnatus."58 Esto mismo es confirmado por San Jerónimo 59.

El apóstol se nos presenta como  hermano en la fe y como compañero en la tribulación, sufrida por la fe; como copartícipe en el reino sacerdotal60 y en la paciencia con que soporta la  tribulación. San Juan ha tenido que pasar por grandes pruebas exteriores y persecuciones a causa del Evangelio. Su destierro en el islote de Patmos era una señal evidente de los sufrimientos que había tenido que soportar. Pero todo lo sufrió con paciencia (υπομονή), es decir, con fe, esperanza y firmeza. Juan es el prototipo del verdadero cristiano que sabe aguantar y perseverar en la fe, a pesar de las muchas dificultades que se le opongan. Y esta perseverancia en el servicio de Cristo será la que consiga el triunfo del reino de Jesucristo en medio de todas las persecuciones desencadenadas contra él.

Después de la presentación, San Juan comienza inmediatamente con la narración de la primera visión. Esta tuvo lugar en el día del Señor, es decir, en domingo, día venerado por los cristianos a causa de la resurrección del Señor, que tuvo lugar en tal día61. Este texto del Apocalipsis (v.10) constituye la primera mención expresa del domingo cristiano. La expresión, que se hizo técnica, pudo nacer en los ambientes asiáticos como reacción contra la designación de día de Augusto, que indicaba un día mensual establecido en honor del emperador 62. Juan fue arrebatado en éxtasis, para que, desligado de la vida de los sentidos, percibiese mejor las cosas divinas. En este estado oye una voz fuerte, como de trompeta, que le intimaba la orden de escribir lo que viese para transmitirlo a las siete iglesias de Asia (v.11). Se trata del Apocalipsis entero. Las siete ciudades nombradas, unidas por magníficas vías, formaban un círculo fácil de recorrer para un mensajero llegado de Patmos a Efeso. Pero, ¿Cuál es la razón de nombrar sólo siete  iglesias, cuando en la misma región había muchas otras de mayor importancia? Ramsay cree que la razón hay que buscarla en el hecho de que la provincia romana de Asia estaba dividida en siete distritos postales, cada uno de los cuales tenía por centro una de esas siete ciudades, las cuales formaban un círculo alrededor de la provincia. De cada uno de estos centros era fácil enviar la carta a otras ciudades 63.

Juan, al volverse para ver al que le hablaba, lo primero que contempla son siete candelabros de oro. En medio de ellos había uno semejante a un hijo de hombre (v.12-13). Es Jesucristo que se le aparece en sus funciones de juez escatológico, como en Daniel 7:13. Jesús empleó con mucha frecuencia esta expresión daniélica, aplicándosela a sí mismo 64. Era un título mesiánico que ponía de realce las cualidades humanas de Cristo. La Iglesia cristiana primitiva lo empleó muy raramente, prefiriendo llamarle Señor, con el fin de poner de manifiesto su carácter divino. El autor del Apocalipsis describe las prerrogativas de Cristo simbólicamente; su túnica talar lo caracteriza como sacerdote 65, y su  cinturón de oro designa la dignidad regia del Mesías66. El sumo sacerdote de la Antigua Ley llevaba también una larga túnica talar, ceñida con una faja de cuatro dedos de ancho 67. Los cabellos blancos, como la nieve 68, significan la eternidad del personaje que ve Juan. Los ojos llameantes indican la mirada que todo lo penetra y de la que nadie puede huir. Es su ciencia divina 69. Una majestad aterradora parece como desprenderse de toda su persona: sus  pies son como azófar (una aleación de cobre y cinc) incandescente; su voz, potente como el ruido de muchas aguas; su aspecto, resplandeciente  como el sol. Esta descripción se apoya indudablemente en las narraciones de Ezequiel y Daniel, que contemplan a su personaje resplandeciente cual bronce bruñido70. Ezequiel contempla a "una figura semejante a un hombre que se erguía sobre el trono; y lo que de él aparecía, de cintura arriba, era como el fulgor de un metal resplandeciente, y de cintura abajo, como el resplandor del fuego, y todo en derredor suyo resplandecía"71. Y Daniel todavía nos describe con mayor detalle "a un varón vestido de lino y con un cinturón de oro puro. Su cuerpo era como de crisólito, su rostro resplandecía como el relámpago, sus ojos eran como brasas de fuego, sus brazos y sus pies parecían de bronce bruñido, y el sonido de su voz era como rumor de muchedumbre" 72.

El fuego, a causa de su resplandor y de su acción purificadora, es un símbolo bíblico muy frecuente para representar la santidad divina. Dios es la santidad misma, totalmente separado de la más mínima impureza humana. Por eso, los profetas y autores apocalípticos suelen representar a la divinidad rodeada de fuego.

El vidente de Patmos percibe en la visión que Jesucristo tenía en su mano derecha, es decir, en su poder, siete estrellas, que representaban las siete iglesias a las cuales se dirige Juan73. Como se nos dirá en el v.ao de este capítulo, las estrellas simbolizan los ángeles protectores de las siete iglesias, que debían velar por cada una de ellas. De la boca de Cristo sale una espada de dos filos, que es el símbolo de su autoridad de juez supremo, a cuyos fallos nadie puede resistir (v.14-16)74.

Todos los elementos de esta descripción contribuyen a darnos una imagen impresionante del misterioso personaje que se le aparece a Juan, el cual, como ya dejamos indicado, no es otro que Jesucristo glorioso.

A la vista de esta aparición, San Juan sufre un desmayo, del que le hace volver Cristo, que le conforta, inspirándole confianza. Escenas semejantes las encontramos en los profetas Ezequiel y Daniel75. Las palabras que le dirige Cristo son tranquilizadoras, y se proponen infundirle ánimo. Con este mismo fin, Jesucristo enumera sus títulos y poderes: yo soy el primero y el último  (v.18). Esta designación, tomada probablemente de Isaías 44:6, en donde se aplica a Yahvé, es sinónima de la expresión alfa omega 76. Dios siempre es el mismo; y por eso Juan no ha de temer, pues Jesucristo es tan misericordioso como cuando él le conoció en este mundo.

A continuación Cristo se presenta como resucitado. Y reivindica una triple prerrogativa: en primer lugar afirma su poder sobre la vida (tengo las llaves),  la muerte el infierno (= Seol-Hades). Seguramente el autor sagrado alude aquí al descenso de Cristo a los infiernos para librar a los allí detenidos 77. Jesucristo es señor del infierno porque tiene las llaves, es decir, el poder para penetrar en aquel lugar misterioso en donde estaban reunidos los muertos78. Y es dueño de la muerte, porque sobre ella ejerce su soberanía.

Cuando quiere la puede soltar para que actúe en el mundo y la puede volver a encerrar bajo llave cuando lo estime conveniente. Este poder extraordinario de Cristo ha de servir para tranquilizar a San Juan, y para justificar ante sus ojos y ante los de las siete iglesias el mensaje que va a comunicarle.

Una segunda prerrogativa de Cristo es la de tener derecho de gobierno sobre las iglesias. Y, finalmente, es dueño de los destinos de esas mismas iglesias y del mundo entero. Estas dos últimas prerrogativas están expresadas en el v.1q, cuando Cristo ordena a Juan escribir para las siete iglesias tanto lo presente como lo que ha de suceder después. Las cosas presentes se refieren al estado de las siete iglesias, y las cosas futuras parecen aludir a lo que dirá en el resto del Apocalipsis. Por consiguiente, la profecía tendrá por objeto no sólo el futuro, sino también el presente. San Pablo concebía el carisma de la profecía como un don que Dios da para exhortar, consolar y edificar79.

Las iglesias están representadas por  siete candeleros (v.20), porque participan de la luz de Cristo. El hijo del hombre, Cristo, vive en medio de ellos (cf. v.13). Las siete estrellas en la mano diestra de Cristo representan los ángeles de las siete iglesias. Según las concepciones judías, entonces vigentes, no sólo el mundo material estaba regido por ángeles 80, sino también las personas y las comunidades. De ahí que San Juan considere cada iglesia regida por un ángel, que era el responsable de su buena conducta81. Estos ángeles tutelares eran los obispos de las diversas iglesias, que, a su vez, representaban a Cristo ante las comunidades.

Notas:

— 53 Jn 6.155. 

— 54 Jer i,4ss. 

— 55 Ez 1-2. 

— 56 Dan 7:28; 8:1. 

— 57 Hist. Nat. 4:12:23. Cf. G. camps, Patmos: DBS VII 73-81. 

— 58 Comm. in Apocalypsin: PL 5:317. 

— 59 De viris illustr. 9: PL 23:625. Véase también A. berjon, San Juan en     Patmos: CultBib 10 (1953) 51-52. 

— 60 Cf. Api,6. 

— 61 Cf. Act 20:7-8; 1 Cor 16:1-2. La Didajé (14:1) afirma claramente         que los cristianos se reunían el domingo para la fracción del pan. Y         San Ignacio de Antioquía dice expresamente: "Vivid, no ya                         sabatizando, sino según el día dominical" (Ad Magn. 9:1: F. X. Funk, I     235-239). 

— 62 Cf. A. Gelin, L'Apocalypse, en La Sainte Bible de Pirot-Clamer             (París 195i)p.598. 

— 63 W. M. Ramsay, The Letters to the Seven Churches of Asia                     (Londres 1906) p.iqiss. 

— 64 Mt 16:13-27; 17:9: Me 9:8s. 

— 65 Cf. Lev 8:13. 

— 66 Dan 10:5.

— 67 Ex 28:4.31-32; 29:5· Cf. josefo flavio, Ant. 3:7:4. 

— 68 Cf. Dan 7:9- 

— 69 Cf. Dan 10:6. 

— 70 Ez 1:7; Dan 10:6. 

— 71 Ez 1:26-27. 

— 72 Dan 10:6. 

— 73 Cf, S. Bartina, En su mano derecha siete ásteres: EstEcl 26 (1952)     71-78. 

— 74 Cf. S. Bartina, Una espada salía de la boca de su vestido: EstBib         20 (1961) 207-217. 

— 75 Ez 1:28; 2:1-2; Dan8,18; 10:15-19. 

— 76 Ap 1:8; 22:13. La expresión "Yo soy el primero y el último" se             encuentra otras dos veces en el Apocalipsis (2:8; 22:13) y siempre es      aplicada a Jesucristo. 

— 77 Cf. Jn 5:26-28; 1 Pe 3:19; 1 Sam 2:6. 

— 78 Is 38:10. 

— 79 1 Cor 14:3. 

— 80 Cf. Ap 7:1; 14:18; 16:5. 

— 81 Cf. M. E. Boismard, L'Apocalypse, en La Sainte Bible dejérusalem     p.so; A. Skrinjar, Antiquitas christiana de angelis septem ecclesiarum         (Ap 1-3): VD 22 (1942) 18-24.51-56; W. H. Brownlee, The Priestly             Character of the Church in the Apocalypse: NTSt 5 (19583) 224-225.

 


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