El ideal comunista
El ideal comunista francés de Marx no hay que
probarlo. Desde joven (1847) perteneció, con su amigo Federico Engels, a la
«Liga comunista», por encargo de la cual escribió con Engels, el Manifiesto
comunista en 1848.
Había ya
recibido de Proudhon las bases de algunas ideas que después desarrolló Marx,
había agitado la revolución francesa de 1848, como agitó luego la de la Commune
de 1871; había conocido los escritos del teórico Saint Simon, había visto los
ensayos de Owen y de Fourier. Todos le parecieron vanos y sin contenido. Él se
propuso formar un comunismo científico.
Para conocer qué profundamente comunista es Marx,
basta leer cualquier párrafo del Manifiesto comunista. La
convicción nace de pronto y por entero:
«Un espectro recorre Europa –así comienza el
Manifiesto–, el espectro del comunismo. Contra este espectro se han coligado en
santa jauría todas las potencias de la vieja Europa, el Papa y el Zar,
Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes… Dos
consecuencias se desprenden de este hecho: que el comunismo se halla ya
reconocido como una potencia por todas las potencias europeas; que es hora de
que los comunistas expresen a la luz del día y ante el mundo entero sus ideas,
sus objetivos, sus tendencias, saliendo al paso de ese ese espectro del
comunismo con un manifiesto del partido…»
«¿Qué relación guardan los proletarios con los comunistas
en general? Los comunistas no forman un partido aparte frente a los demás
obreros; no tienen intereses propios separados de los intereses del
proletariado…; los comunistas no se distinguen de los demás partidos más que en
esto: en que destacan y reivindican siempre en todas y en cada una de las
acciones nacionales de los proletarios los intereses comunes de todo el
proletariado independiente de su nacionalidad… Las tesis teóricas de los
comunistas… no son sino la expresión generalizada de las condiciones reales de
una lucha de clases existente, de un movimiento histórico que se va
desarrollando a la vista de todos… El proletariado no tiene patria… El
proletariado no tiene que romper más que sus cadenas… ¡Proletarios de todos los
países, uníos!»
No hace falta más. Se puede añadir, en plan de confirmación, las últimas palabras de El capital, de Marx:
«Al disminuir progresivamente el número de magnates
del capital, que usurpan y monopolizan todas las ventajas de este proceso de
transformación, crece la masa de la miseria, de la opresión, del
esclavizamiento, de la degeneración, de la explotación; pero crece también la
rebeldía de la clase obrera, cada vez más numerosa y disciplinada, unida y
organizada por el mecanismo del propio régimen capitalista de producción. El
monopolio del capital se convierte en grillete del régimen de producción, que
ha florecido con él y gracias a él. La centralización de los medios de
producción y la socialización del trabajo llegan a un punto que son ya
incompatibles con la envoltura capitalista. Esta salta hecha añicos. La hora de
la propiedad privada capitalista ha sonado. Los expropiadores son expropiados.»
(El capital, t. I, pág. 856.)
Si estos
documentos no bastan, vaya otro de Lenin. Cuando, en 1917, triunfa Lenin en
Petrogrado y Moscú, e impone el nuevo régimen, proclama Lenín:
«Nosotros somos descendientes directos de Carlos
Marx. Su doctrina no ha sido puesta en práctica hasta hoy; la propiedad privada
ha seguido reinando en los países socialistas. En Rusia se acabó la propiedad
privada de producción y de renta. Eso quiso Marx, eso quiere Rusia.»
Esa fue la
realidad. ¿Un testimonio? Ante una requisitoria de los periodistas americanos,
Stalin, que es otra autoridad en la materia, contesta:
«Yo entiendo que Lenin no introdujo en el marxismo
ningún principio nuevo, como tampoco borró ninguno de los viejos principios del
marxismo. Lenin era y sigue siendo el más fiel y consecuente discípulo de Marx
y Engels, y se basa plena e íntegramente en los principios del marxismo. Pero
Lenin no fue sólo un ejecutor de la teoría.» (Stalin, “Entrevista con la primera delegación
de obreros norteamericanos” 9 de septiembre de 1927; publicada
en Obras escogidas, de
C. Marx, edic. del Instituto Marx-Engels-Lenin, de Moscú.)
No es, pues,
extraño que un moderno investigador, S. Chang, estudiando estas cuestiones en
su tesis doctoral (1931) llegue a decir que el comunismo moderno está
identificado con el marxismo. Lo cual añade, lo digo no solamente por virtud de
testimonios, sino de mi propio estudio.
Marxismo y
comunismo son, pues, idénticos.
Socialismo y comunismo
Pero ¿el
marxismo no es el socialismo? Y el socialismo, ¿es comunismo?
La pregunta
tiene en nuestro caso un valor especial, porque estamos tratando de la
condenación del comunismo. ¿La vamos a extender al socialismo? Si es lo mismo,
indiscutiblemente que sí.
Apenas apareció
en el mundo el socialismo o el comunismo científico de Marx –entonces eran
iguales–, aparecieron los teóricos economistas, más o menos afines a las ideas
del pensador judío, divididos en socialistas revisionistas y en socialistas
ortodoxos. El primer grupo, capitaneado por Eduardo Bernstein, no quería
aceptar sin control todas las teorías de Marx, algunas de las cuales las creía
falsas; el otro, en cambio –a su cabeza iban Engels y Kautsky–, aceptaba el
marxismo con fe y convicción.
Esto en cuanto
a las ideas. Pero, ¿y en cuanto al método?
El comunismo marxista de El capital, de
Marx, no es sólo ideológico, es práctico; propugna y quiere la expropiación de
los potentados, ansía la dictadura del proletariado. Para eso hay que ser
revolucionario, y no todos tienen temple de revolucionarios y antiburgueses. La
burguesía es muy placentera, pese a Marx y a los mismos ortodoxos, que se dejan
seducir por sus delicias.
«El actual oportunismo –decía Lenin en 1914–,
personificado en su principal representante el ex marxista Kautsky, cae dentro
de las características que Marx asigna a la actitud burguesa, pues este
reconocimiento limita el reconocimiento de la lucha de clases a lo que las
instituciones burguesas permiten… El oportunismo se niega a reconocer el
principio de la lucha de clases al llegar al punto más esencial, el período de
tránsito del capitalismo al comunismo, al período del derrocamiento de la
burguesía y de su total anulación.» (Lenin, Carlos Marx, pág.
56). Es, como decía Lenin, «el liberalismo podrido que intenta revivir bajo la
forma de oportunismo socialista» (Lenin, Vicisitudes históricas de la
doctrina de Carlos Marx, 1913).
Lenin pone el
dedo en la llaga. Estos socialistas, que viven dentro de un acondicionado
oportunismo, viene a decir, se parecen a los estrategas de café o a los
predicadores que hablan y no dan trigo. Ahora no hay más que hacer una sencilla
aplicación.
El socialismo
en general –en España como fuera,– se ha nutrido de tres clases de hombres: el
proletariado que, ansiando mejoras, piensa hallarlas por el camino del
socialismo; el científico que estudia, discute o apoya las teorías marxistas en
su gabinete, bien acondicionado; el capitalista que, viendo la tormenta que
avanza, sale al campo con un mísero paraguas de concesiones, creyendo que con
ellas va a detener la revolución.
Cabe dentro de
los proletarios la clase interesante de los ex proletarios: es decir, de los
que fueron obreros, y son líderes; dejaron la herramienta para ir al mitin y a
la presidencia del sindicato. Es decir, hay socialistas que llamaríamos don
Juan del Pueblo (el soldado desconocido), el líder (Prieto, Largo Caballero,
Jouhaux, Blum, Bevin), el científico (Fernando de los Ríos, Lasky), y el
capitalista más o menos socializante por necesidades del bolsillo.
Las revoluciones no se hacen todos los días, ni los
revolucionarios surgen cada paso; en cambio, han menudeado –sobre todo en el
siglo XX– los Parlamentos, los Gobiernos y los diputados socialistas en
Francia, en Alemania, en Inglaterra, en España, en Italia, en Noruega, en
Suiza; y, sin embargo, a pesar de que desde treinta o más años, el mundo va navegando
hacia el socialismo, sigue la burguesía y sigue el proletariado, con reformas y
mejoras, es verdad, pero a cuyo socaire viven en perfecta y cómoda burguesía
los líderes, los parlamentarios, los gobernantes y los científicos
socialistas. No creen en el socialismo, mientras que el pueblo
todavía cree en él.
Y es que ese
socialismo actual es un comunismo desvaído, aguado, de vaselina,
contemporizador, que se vende y se compra, que avanza y retrocede, como las
mareas.
Compárese este
socialismo con el comunismo de Lenin, imponiendo en Rusia de golpe, en 1917, la
socialización y la expropiación de toda la propiedad privada inmueble. Lenin
tenía derecho a llamarse socialista y a reivindicarse auténtico sucesor de
Marx; los socialistas, generalmente, no lo tienen.
Por eso
aparecen tantísimos socialismos: socialismo de Estado, socialismo de cátedra,
socialismo educador, y hasta un híbrido y repugnante socialismo-religioso.
El ateísmo del socialismo
Pero en medio de todo esto hay una nube negra,
preñada de tormenta. En el orden religioso hay un punto de contacto fundamental
entre el socialismo y el comunismo, y es el materialismo y
la antirreligiosidad. La teoría materialista de la Historia de Marx
se salva de la catástrofe, y es admitida por todo el socialismo –hasta por una
buena parte del laborismo, que es la más aguada del socialismo–; del mismo modo
que el ateísmo y la irreligiosidad son dogmas impuestos análogamente al
socialismo que al comunismo. Por donde el socialismo viene a ser, en general,
tan ateo e irreligioso como el comunismo, aunque sin su bravura revolucionaria
y sin el ánimo de sacar de la doctrina todas las consecuencias que encierra; es
teórico, pero no práctico. Pero es tan ateo como el comunismo, y el principal
responsable de la pérdida de la fe en las masas obreras españolas y aun del
mundo.
Consecuencias
Varias
observaciones hay que hacer antes de terminar.
Es la primera
que conviene salir al paso de algunos católicos, poco formados, o tímidamente
escandalizables, que hablan del comunismo como de algo que no pretende más que
cierta vida en común dentro de un mejoramiento del pobre y del desvalido. Y aun
se admiran cuando oyen decir que los Pontífices condenan el comunismo.
No; esto no es
comunismo. Si el comunismo no fuera más que mejoramiento del pobre, elevación
del pueblo, salvación de la gente del hampa, todos podríamos y deberíamos ser
comunistas auténticos. No, comunismo no es eso. Ni siquiera es sólo afán de
colectivismo ni de vida en común, ni menos de nacionalización de empresas, aunque
este camino económicamente conduzca al desastre.
Algo muy
diverso es negar el derecho del ser humano a la propiedad privada de los bienes
legítimamente obtenidos, y admitir la posible renuncia a este derecho en
individuos determinados que adoptan una propiedad y una vida común, como lo
hacen los religiosos. ¿Cómo va a ser esto malo? No; lo que ocurre es que el
derecho legítimo de propiedad privada es, en su recto ejercicio, el camino
natural y ordinario por donde ha de andar la sociedad humana; lo otro es lo que
hacen unos pocos que se sacrifican por más altos ideales, no negando aquel
derecho en quien quiera ejercerlo, sino renunciando en sí mismos a su uso para
fines más elevados.
Conviene
también referirse aquí a otros que, desgraciadamente en España serán bastantes,
antiguos inficionados de viejo comunismo, que rehúsan dejar su veneno, que les
corroe el alma, aun cuando externamente no pueden alistarse a entidades
públicamente prohibidas y llenas de peligros.
El canon 1.325 distingue entre hereje,
apóstata y cismático. Hereje es el bautizado que, reteniendo
el nombre de cristiano, niega pertinazmente alguna de las verdades que hay que
creer como de fe divina o católica, o de ella duda; apóstata es el que se
aparta totalmente de la fe cristiana; cismático es el que no quiere sujetarse
al Sumo Pontífice y a los miembros de la Iglesia dependientes del mismo.
Por desgracia, en España hay aún muchos que,
habiendo estado inficionados de comunismo, viven con ánimo hostil a la
religión, desprecian los deberes de cristianos y la doctrina de la Iglesia,
ansían el triunfo de un bolchevismo ruso que cambie la faz de España. ¿Qué
decir de ellos? Rigurosamente hablando, son apóstatas en su fe; y a tal
naufragio les llevó sin duda el comunismo o socialismo, donde, a vueltas, de
otras doctrinas, bebieron esa ponzoña de enemistad contra la Iglesia. Son
comunistas, hoy durmientes, y por ello viven quizá en los linderos de la
censura como comunistas. Pero si tienen en su vida orientaciones y actividades
comunistas clandestinas, juzgo que incurren en la excomunión
del decreto de 1.º de julio; y si consciente y voluntariamente trabajan en el
comunismo, caen también en la censura del canon 2.314, párrafo 1.º, contra los
apóstatas.
El P. M. Fábregas, en un ponderado artículo, hace
una comparación exquisita y detallada entre la encíclica Humanum genus de
20 de abril de 1884, en la que León XIII condenó a los masones, y las diversas
encíclicas modernas, sobre todo la Divini Redemptoris contra
el comunismo, para descubrir una larga serie de analogías y casi identidad en
los ataques que a la Iglesia masones y comunistas dirigen, y en el modo secreto
de células que ambos mantienen. Según esta doctrina, podría aplicarse a los
comunistas la misma excomunión que en el canon 2.335 se lanza contra los
masones. Sin embargo, como toda interpretación de censuras ha de ser
restrictiva, concluye el P. Fábregas que, aunque de suyo no incurrieran en esta
excomunión los comunistas, son, sin embargo, vitandos. Y como el artículo del
P. Fábregas es anterior a la condenación del comunismo hecha por el Santo
Oficio el día 1.º de julio de 1949, hoy se podría más fácilmente aplicar
también a los comunistas esta censura, ya que el mismo Santo Oficio les aplica
otra más fuerte en el canon 2.314.
Hemos dicho que socialismo y comunismo son en el
fondo idénticos, aunque diversos en la forma de actuar. El laborismo, por
ejemplo, se contenta en gran parte con nacionalizar empresas, pensando que éste
es un medio apto para ir formando poco a poco la conciencia de que sobra la
propiedad privada; otros socialismos van más allá. En general, el socialismo –y
respeto excepciones de formas más desvaídas– es también materialista crudo,
ateo en sí mismo; enemigo de la unión, de la concordia de los hombres, y de la
Iglesia de Cristo. Y lo ha sido a todo lo largo de la Historia en sus doctrinas
y en sus manifestaciones políticas, antirreligiosas y sociales. Y para ello han
inventado una filosofía acerca de la religión, que comenzó con Marx y terminó
con el horrendo librito de Lenin: La religión.
Por
consiguiente, en virtud del decreto, parece que los que voluntaria y
conscientemente profesan la doctrina del comunismo (léase socialismo)
materialista y anticristiano y la defienden; y, sobre todo, de ella se hacen
propagandistas, son verdaderos apóstatas, y como tales incurren en las
excomuniones indicadas en el decreto, ni pueden acercarse a la recepción de los
Sacramentos.
Se dirá que las
palabras condenatorias del decreto son de estricta interpretación, y que no
pueden aplicarse a los socialistas lo que a los comunistas se les impone. Así
es, pero es que, en virtud del decreto, la condenación viene en virtud del
materialismo del anticristiano y de la apostasía, y éstas son, en ambos grados,
iguales.
Gran parte del
pueblo socialista o socialistoide español creo que no es todavía así. Ni puede
decirse que sea apóstata, aunque esté casi totalmente abandonado en sus deberes
religiosos, ni puede decirse que sea anticristiano si envía a sus hijos a la
escuela religiosa o a la catequesis. Pero de los jefes más o menos ocultos de
ese antiguo o moderno socialismo español, auténticos ateos y materialistas, no
puede hablarse tan benignamente. Que si hoy hubiera en España cierta libertad
para un socialismo al estilo de 1935 o 1936, podría acaso una parte de su masa
pasar por el Jordán del olvido o de la ignorancia, pero sus jefes caerían de
lleno en las censuras pontificias.
Comunismo y capitalismo
Condenación del
comunismo no quiere decir absolución del capitalismo anticristiano. Tan
condenado está el capitalismo liberal, sórdido, avaro, codicioso e injusto,
como el comunismo rabiosamente ateo. Quien adora a su bolsa en vez de adorar a
Dios es tan ateo como el que pone en la vida material toda su religión.
Entiéndase el capitalismo injusto, no el mero sistema económico, mejor o peor
para los fines del bienestar económico o social.
Entiéndase que
se habla de aquel capitalismo «basado en erróneas concepciones, capitalismo que
se arroga sobre la propiedad un derecho ilimitado, sin subordinación alguna al
bien común, condenado por la Iglesia como contrario al bien común, condenado
por la Iglesia como contrario al derecho natural». Así habló Pío XII en su
alocución de 1.º de septiembre de 1944.
El capitalismo
vicioso, arrastrado por los tres demonios sociales de la Humanidad, el ansia de
riqueza, la ambición y el abuso de la fuerza, es en sí mismo, dañoso, erróneo y
condenable.
Oposición de la Iglesia y del comunismo
Despréndese
fácilmente de todo esto la oposición violenta entre la Iglesia y el comunismo.
El comunismo es
puramente económico, se dice por algunos. No hay tal; lo hemos visto; es
esencialmente ateo, negador de la inteligencia y del espíritu, de la
providencia y del más allá, de la caridad de los unos para con los otros y de
los principales derechos humanos. Todo esto nos es economía, sino ética, moral,
teología y cristianismo.
Anticatólico
aparece el comunismo no solamente en la vida y escritos de sus corifeos, sino
en todas las campañas pasadas y presentes del comunismo y del socialismo contra
la Iglesia.
Por eso las frases que Pío XII dijo en más de una
ocasión, hablando del socialismo, en orden a su incompatibilidad con el
catolicismo, tienen toda su fuerza al final de este artículo: «Socialismo y
catolicismo son términos contradictorios». (Quadragesimo anno, núm.
49.)
Hoy es el
comunismo el enemigo número uno del catolicismo. Las razones están a la vista:
opera con armas de motivos económicos, que son las que al hombre material y
pobre más fuertemente dañan; opera sobre masas, que forman la mayoría del
mundo, y que son incontenibles cuando se desbordan; opera más violentamente
sobre elementos menos cultos y, por tanto, más inaccesibles a la defensa por la
vía del espíritu; opera con armas de auténticas fuerzas vivas: opera
brutalmente, ¿Quién puede contener una inundación, el golpe furioso del mar en
la tormenta?
Es, además, el
comunismo el enemigo número uno de la Iglesia porque tiene en algunas de sus
teorías y finalidades notas y rasgos de verdad, que acaso los católicos hemos
sido remisos en desgajarlas con valentía para declarar su valor: quiere elevar
al pobre y sacarlo de la miseria.
«El comunismo es un huracán terrible que se abate
sobre el mundo, amenazando con revolverlo todo. Pero un hilo de aquel viento es
cristiano. Acojámoslo pronto en nuestra vela.» (Ricardo Lombardi, La
doctrina marxista.)
Condenación del comunismo
Decreto de la Suprema Sagrada Congregación
del Santo Oficio
de 1.° de julio de 1949
(Acta Apost. Sed. de 14 de julio de 1949)
A esta Suprema Sagrada Congregación se han hecho
las preguntas siguientes: 1.ª, si es lícito inscribirse en partidos comunistas
o prestarles apoyo; 2.ª, si es lícito publicar, difundir o leer libros,
periódicos, diarios u hojas volantes que sostienen la doctrina o la práctica
del comunismo, o colaborar en ellos con escritos; 3.ª, si los fieles que
realizan, sabiéndolo y libremente, actos a los que se refieren los números 1 y
2 del presente decreto, pueden ser admitidos a los sacramentos; 4.ª, si los
fieles que profesan la doctrina del comunismo materialista y anticristiano, y
sobre todo los que la defienden o de ella se hacen propagandistas,
incurren, ipso facto, como apóstatas de la fe católica, en la
excomunión reservada en especial modo a la Sede Apostólica.
Los Emmos. y Rvdmos. Padres puestos para la tutela
de la fe y de las costumbres, teniendo presente el parecer de los Rvdmos.
Consultores en la reunión plenaria de la Feria III (en vez de la IV) el 28 de
junio de 1949, han decretado que se respondiera: Al 1.º: Negativamente: el
comunismo, de hecho, es materialista y anticristiano, y los dirigentes, por
consiguiente, del comunismo, aun cuando a veces de palabra declaren no combatir
la religión, de hecho, sin embargo, con la teoría y la acción, se muestran
hostiles a Dios, a la verdadera religión y a la Iglesia de Cristo; al
2.º: negativamente, porque son actos prohibidos por el mismo
Derecho canónico (can. 1.399.); al 3.º: negativamente, conforme
a los principios que se refieren a no administrar los sacramentos a aquellos
que no tienen la debida disposición; al 4.º: afirmativamente.
En la siguiente
Feria V (día 30 del mismo mes y año), Su Santidad Pío XII, en la acostumbrada
audiencia concedida a Su Excelencia Rvdmo. Monseñor Asesor del S. Oficio, ha
aprobado las deliberaciones de los Emmos. Padres y ha ordenado que se promulgue
en el Acta Apostólicas Sedis.
Roma, 1.º de
julio de 1949.
Decreto del Santo Oficio acerca de los
matrimonios de comunistas
(11 de agosto de 1949)
La exclusión de
los comunistas de la recepción de los sacramentos, ¿abarca también la
prohibición de celebración de matrimonio en el que, por lo menos, uno de los
contrayentes sea comunista?
En el caso en
que tal prohibición no se prevea, ¿el matrimonio de los comunistas debe regirse
conforme a los cánones 1.060 y 1.061, es decir, debe someterse a condiciones análogas
a las exigidas para matrimonios de personas de diversa religión?
Considerado el
carácter del sacramento del matrimonio, en el que los ministros son los mismos
contrayentes, y en el que el sacerdote es testigo oficial, el sacerdote puede
asistir al matrimonio de los comunistas conforme a los cánones 1.605 y 1.606.
En los matrimonios comunistas que se refieren a la respuesta 4.ª del decreto de
1.º de julio de 1949, hay que observar lo prescrito en los cánones 1.001, 1.102
y 1.109, párrafo 3.º del Código de Derecho canónico.
Cánones citados
en los decretos:
Canon 1.399.– Están
prohibidos por el Derecho mismo… 2.º, los libros de cualesquiera escritores que
defienden la herejía o el cisma, o ponen empeño en destruir de cualquier modo
los fundamentos mismos de la religión; 3.º, los libros que atacan de propósito
la religión o las buenas costumbres; 4.º, los libros de cualesquiera
acatólicos, que traten exprofeso de religión, mientras no conste que no
contienen nada contrario a la fe católica…; 6.º, los libros que impugnan o se
mofan de algún modo del dogma católico, los que defienden errores condenados
por la Sede apostólica, los que desprestigian el culto divino, los que intentan
destruir la disciplina eclesiástica y los que adrede injurian a la jerarquía
eclesiástica o al estado clerical o religioso…
Canon 1.060.– La Iglesia, prohíbe
severísimamente en todas partes que contraigan entre sí matrimonio dos personas
bautizadas, una de ellas católica y la otra afiliada a una secta herética o
cismática; y si hay peligro de perversión del cónyuge católico o de la prole,
también la misma ley divina prohíbe el casamiento.
Canon 1.061.– La Iglesia no
dispensa el impedimento de mixta religión, a no ser: 1.º, que haya causas
justas y graves; 2.º, que el cónyuge acatólico dé garantías de que no expondrá
al cónyuge católico a peligro de perversión, y que ambos las den de que toda la
prole será bautizada y educada solemnemente en la religión católica; 3.º, que
haya certeza moral de que se cumplirán las garantías dadas. II. Por regía
general, debe exigirse que las garantías se den por escrito.
Canon 1.065.– I. Apártese
igualmente a los fieles de contraer matrimonio con aquellos que notoriamente
abandonaron la fe católica, aunque no estén afiliados a una secta acatólica, o
con los que dieron su nombre a asociaciones condenadas por la Iglesia, II. No
debe el párroco asistir a estos casamientos sin consultar al Ordinario, el
cual, examinadas todas las circunstancias del caso, podrá permitirle que
asista, si hay causa grave y urgente, y el mismo Ordinario juzga, según su
prudencia, que está suficientemente asegurada la educación católica de toda la
prole y el alejamiento de peligro de perversión del otro cónyuge.
Canon 1.066.– Si un pecador
público, o uno que esté notoriamente incurso en censura, se niega a confesarse
antes, o a reconciliarse con la Iglesia, no debe el párroco asistir a su
matrimonio, a no ser que haya alguna causa grave y urgente, acerca de la cual
debe consultar al Ordinario, si es posible.
Canon 1.102.– I. Cuando se
trata de matrimonios entre una parte católica y otra acatólica, las preguntas
acerca del consentimiento deben hacerse según lo mandado en el canon 1.095,
párr. 1.º, número 3. II. Pero están prohibidos todos los ritos sagrados; y si
se prevé que de esta prohibición se han de seguir males más graves, puede el
Ordinario autorizar algunas de las ceremonias eclesiásticas acostumbradas,
excluida, en todo caso, la celebración de la misa.
Canon 1.109.– III. Por el
contrario, los matrimonios entre parte católica y parte acatólica deben
celebrarse fuera de la Iglesia, y si el Ordinario juzga prudentemente que no
puede cumplirse esto sin que de ahí se sigan mayores, males, se deja a su
prudente arbitrio el dispensar acerca de este punto, quedando en su vigor lo
que se prescribe en el canon 1.102, párrafo 2.º
FIN
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