Primera parte: Revelación sobre el estado espiritual de Las Siete Iglesias de Asia, 1,4-8.
Después del prólogo16, que ofrece ciertas semejanzas con el enca-bezamiento de los libros proféticos del Antiguo Testamento17, San Juan comienza su libro con una fórmula epistolar. En esto tal vez trate de imitar el modo de empezar de las epístolas paulinas y de los demás apóstoles.
4Juan, a las siete Iglesias que hay en Asia: Con vosotros sean la gracia y la paz, de parte del que es, del que era y del que viene, y de los siete espíritus que están delante de su trono, 5y de Jesucristo, el testigo veraz, el primogénito de los muertos, el príncipe de los reyes de la tierra. Al que nos ama y nos ha absuelto de nuestros pecados por la virtud de su sangre, 6y nos ha hecho un reino y sacerdotes de Dios, su Padre, a Él la gloria y el imperio por los siglos de los siglos, amén. 7Ved que viene en las nubes del cielo, y todo ojo le verá, y cuantos le traspasaron; y se lamentarán todas las tribus de la tierra. Sí, amén. 8Yo soy el alfa y la omega, dice el Señor Dios; el que es, el que era, el que viene, el todopoderoso.
San Juan se dirige a las siete Iglesias de la provincia proconsular de Asia, que comprendía la parte sudoccidental de la actual Turquía, y cuya capital era Efeso. Las siete iglesias locales o distritos religiosos, a modo de diócesis, eran: Efeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardes, Filadelfia y Laodicea. De cada una de ellas hablará con más detalle en Ap 2-3. W. M. Ramsay18 ha mostrado que las iglesias son escogidas siguiendo una vía imperial circular, al oeste de la provincia proconsular. Sin duda que en Asia Menor había más de siete iglesias; sin embargo, el número siete, número simbólico que indicaba plenitud, totalidad, es evidentemente elegido para simbolizar el conjunto de las cristiandades de la provincia proconsular de Asia. La tradición nos dice que San Juan residió la última época de su vida en Efeso. Y en dicha ciudad y en las regiones circunvecinas, donde estaban situadas las siete iglesias, ejerció su apostolado. Las cartas dirigidas a estas iglesias pueden ser consideradas como dirigidas de un modo mediato a todas las iglesias cristianas. Según esto, dice muy bien el Fragmento de Muratori: "lohannes enim in Apocalypsi, licet septem ecclesiis scribat, tamen ómnibus dicit ["Juan en el Apocalipsis, aunque escribe a las siete iglesias, todavía habla a todas]."19
A esas iglesias San Juan desea la gracia y la paz (v.4), comenzando con esta expresión el saludo epistolar. A semejanza de San Pablo, el autor del Apocalipsis junta el saludo griego gracia, Χάρις [jaris], con el saludo hebreo paz, salom, para significar todo el conjunto de bendiciones que deseaba a los fieles a quienes escribía. El término Χάριβ, gracia, sólo aparece aquí y en la fórmula final del Apocalipsis20. También es digno de tenerse en cuenta que en el cuarto evangelio se lee Χάρις sólo tres veces en el prólogo, y, en las epístolas joánicas, una sola vez en el saludo de la 2 Jn. Este fenómeno se explica si tenemos presente que San Juan suele expresar la idea de gracia con otras expresiones, como la luz, la vida, el amor. Junto con la gracia, que es la benevolencia divina21, les desea la paz, aquella paz que Jesucristo dejó a los discípulos al despedirse de ellos, y "que el mundo no puede dar"22. Esta gracia y esta paz proceden de Dios Padre, al cual designa con la extraña expresión de el que es, el que era y el que viene. Parece ser que esta frase es una explicación targúmica del nombre de Yahvé, para significar la eternidad de Dios, que domina todos los tiempos. El Targum de Jonatán (s.III-IV d.C.) sobre Dt 32:39 tiene: "Yo soy aquel que es, y que fue y que será." De igual modo, los escritores paganos atribuyen a Júpiter esta misma expresión: "Júpiter es, fue y será." El futuro será, que emplea el Targum de Jonatán y Pausanias, parece más apropiado para abarcar toda la duración de los tiempos. Sin embargo, nuestro profeta sustituyó el que será por el que viene, que concuerda mejor con el tema del libro, que es el de la venida de Dios a juzgar al mundo. Ερχόμενος [erjómanos] implica una inter-venciσn de Dios en la historia humana para llevar a cabo su plan salvífico. Después de mencionar al Padre Eterno como el que es, el que era y el que viene, el autor sagrado pasa a hablarnos de los siete espíritus que están delante de su trono. A propósito de esta expresión son posibles dos interpretaciones. La primera es la que cree que aquí San Juan se refiere a los siete ángeles de la tradición judía, que sirven ante el trono de Yahvé23. Y el hecho de que se hable de ellos antes de Jesucristo sería únicamente para indicar su posición junto al trono de Dios, sin que se quiera expresar jerarquía24. La segunda interpretación, que nos parece la más probable, es la que ve en esta frase una alusión al Espíritu Santo septiforme25. Esta manera de ver está avalada por varias razones: en la fórmula trinitaria inicial, los siete espíritus son mencionados antes de Jesucristo, y están colocados en el mismo rango que el Padre y el Hijo. Además, la gracia y la paz que Juan desea a sus lectores, son un don divino, que, en el Nuevo Testamento, es concedido por Dios y nunca por los ángeles. De ahí que la tradición latina admita unánimemente que este pasaje se refiere al Espíritu Santo. En cambio, la tradición griega está dividida: unos admiten la referencia al Espíritu Santo y otros a los siete ángeles26. Por consiguiente, creemos que la fórmula de Ap 1:4-5 es trinitaria y que supone la igualdad de las personas divinas, fuente indivisible de vida y de felicidad27. El hecho de que San Juan emplee la imagen de los siete espíritus para designar al Espíritu Santo, tal vez haya sido motivada por el simbolismo del número siete, que tanta importancia tiene en el Apocalipsis. Por otra parte, también el texto de Isaías de los siete dones del Mesías28, y el de Zacarías sobre los siete ojos divinos29, pudieron sugerir la imagen al vidente de Patmos. Del mismo modo que los siete cuernos y los siete ojos del Cordero simbolizan el poder absoluto y el conocimiento perfecto de Jesucristo, así también los siete espíritus simbolizan la plenitud de los dones divinos del Espíritu Santo, con los cuales consolará y fortificará a los fieles en la lucha que tienen entablada con las Bestias.
A Jesucristo se le designa, en nuestro pasaje (v.5), con varios apelativos, muy propios del Apocalipsis. Se le llama primeramente testigo veraz, como en Ap 3:14. Designación muy propia de San Juan, pues él mismo nos dice en el cuarto evangelio que Cristo vino al mundo a "dar testimonio de la verdad."30 El segundo título de Jesucristo es el ser primogénito de los muertos. Esto significa que Él es el primero que resucitó a una vida gloriosa e inmortal, y que, por lo tanto, es el fundamento y el garante de nuestra propia resurrección, como afirma también San Pablo 31. La expresión "primogénito de los muertos" supone una concepción curiosa del Seol-Hades: el Seol, o región de los difuntos, es concebido como una mujer encinta que retiene en su seno a los muertos, y la resurrección, como un nacimiento32. El tercer apelativo dado a Cristo es el de príncipe de los reyes de la tierra, pues le ha sido dado todo poder en la tierra y en el cielo 33. γ San Pablo enseña que, por las humillaciones de su pasión, Jesucristo recibió del Padre el título de Señor, con pleno poder en el cielo, en la tierra y hasta en los infiernos34. El título de Cristo-Rey es como el tema principal del Apocalipsis, e insinúa una oposición a los emperadores romanos 35. San Juan desea destacar la soberanía de Jesucristo sobre todos los poderes, principalmente sobre el poder imperial que se oponía violentamente a la difusión de la Iglesia en la tierra. Esto era necesario para consolar e infundir nuevo valor a los cristianos, mostrándoles la superioridad de Cristo sobre todos los poderes terrenos.
Jesucristo, además de ser Rey y Señor de toda la creación, es también el Redentor, que nos ama, y nos ha absuelto de nuestros pecados por la virtud de su sangre (ν.5)36. Jesucristo nos amó y nos dio la mayor prueba posible de su amor muriendo por nosotros37 y librándonos de los pecados en virtud de su sangre derramada. San Pablo dice lo mismo en su epístola a los Efesios: "Cristo nos amó y se entregó por nosotros en oblación y sacrificio a Dios"38 El rescate por la sangre es una doctrina común del cristianismo primitivo 39. Cristo es el Pontífice de la nueva alianza, que, en virtud de su sangre, se ha convertido en Mediador supremo entre Dios y nosotros y nos ha hecho participantes de su soberanía real y sacerdotal.
Jesucristo, después de absolvernos de nuestros pecados, nos ha constituido reyes-sacerdotes de Dios Padre (v.6). Formamos, pues, ahora un reino sacerdotal, una clase sacerdotal especial, como la que formaban los levitas en el Antiguo Testamento. Juan se refiere en este pasaje al Ex 19:5-6, en donde se dice que Yahvé eligió a Israel e hizo de él "un reino sacerdotal, una nación santa." Para los antiguos, el rey era el sumo sacerdote del dios nacional, lo mismo que el jefe de familia era el sacerdote familiar. Israel, la nación santa, la más próxima a Dios, estaba consagrada de un modo especial al culto de Yahvé, y en cuanto tal había de ejercer el sacerdocio en nombre de todos los pueblos de la tierra. San Pedro40 aplica las palabras del Éxodo a los cristianos: "sois linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido para pregonar el poder del que os llamó de las tinieblas a su luz admirable." Es en la Iglesia en donde se cumplen las promesas hechas al pueblo judío 41, pues los cristianos constituyen la continuación del Israel de Dios. Jesucristo se ha dignado comprar con su sangre para Dios hombres de todas las razas para hacer de ellos un reino y sacerdotes42. Es decir, Cristo, en cuanto Sumo Sacerdote del Padre43, ha conferido a sus fieles una parte de ese sacerdocio para que "cada uno ofrezca su cuerpo como hostia viva, santa, grata a Dios"44. Esta oblación, unida a la de Jesucristo, siempre resulta grata al Padre celestial, al cual es debida la gloria y la majestad de un imperio eterno45. El cristiano, incorporado a Cristo por el bautismo, se encuentra en una situación totalmente particular de proximidad y de unión íntima con El. Por cuya razón goza de un poder especial de intercesión delante de Dios, como gozaba el sacerdote levítico en la Antigua Alianza. Este sacerdocio de los fieles no presupone la transmisión de un poder especial, propio del sacramento del orden. El sacerdocio de los cristianos tiene más bien como finalidad el recordarles su dignidad de hijos de Dios, el valor de su bautismo y las obligaciones que en él han contraído, y el servicio religioso al que han sido llamados. Lo mismo que el antiguo pueblo israelita ocupaba una posición privilegiada entre todos los pueblos respecto de Dios, porque podía acercarse a Él, gozar de sus intimidades y hacer de intermediario entre Yahvé y todos los demás pueblos, así también los cristianos, por la gracia de adopción como hijos de Dios y por su íntima unión con Cristo, ocupan una posición absolutamente única que les permite interceder por las almas46.
La doxología del v.6 parece evocar en la mente del autor sagrado la última venida triunfal de Cristo sobre las nubes del cielo, ante la mirada atónita de todos los pueblos (v.y). El profeta está tan seguro de la próxima venida de Jesucristo, que lo presenta ya como avanzando en medio de las nubes. La imagen de la parusía de Cristo rodeado de nubes proviene del profeta Daniel, que en visión nocturna ve "venir en las nubes del cielo a uno como hijo de hombre"47. Nuestro Señor también se sirvió de ella delante del sumo sacerdote para confesar su mesianidad y su triunfo futuro48. La relación que tiene esta confesión de Jesús ante Caifás con su pasión redentora, recuerda a Juan un texto del profeta Zacarías: "Y a aquel a quien traspasaron, le llorarán como se llora al hijo único, y se lamentarán por él como se lamenta por el primogénito."49 El profeta alude a un llanto general a causa de la muerte de un justo traspasado, que parece haber sido víctima inocente del pueblo elegido. Yahvé llevará a cabo una efusión de gracias divinas sobre los moradores de Jerusalén, por cuyo medio Dios producirá en ellos un cambio interior, que les hará convertirse de nuevo a Él y llorar, con un duelo nacional, la muerte del misterioso justo. San Juan aplica el texto de Zacarías a Jesucristo crucificado por el mismo pueblo judío: Cristo es el Justo traspasado de la profecía. Pero también llegará un tiempo en que los judíos reconocerán su pecado y se lamentarán en señal de dolor y de arrepentimiento. En nuestro texto son todas las tribus de la tierra las que condividen los remordimientos de Israel.
La alusión a la crucifixión y a la lanzada de Cristo es bastante clara, tanto más cuanto que es Juan quien nos transmite la noticia de esta última50. La crucifixión parece asociada, en el v.7, a la gloria parusíaca, como en Mt 24:30.
La doble afirmación con que se termina el v.7: Sí, amén, indica la solemnidad y la convicción de lo que acaba de decir. Recuérdese el amén, amén del cuarto evangelio.
Del mismo modo que sucede al final de los oráculos proféticos, una declaración divina garantiza la verdad de lo que acaba de decir.
Las últimas palabras de esta sección están puestas en boca del Señor Dios (= Yahvé-Elohim). El que habla es el Padre, el cual hace una declaración de su eternidad: Yo soy el alfa y la omega (v.8), o sea el principio y el fin de las cosas. Esta designación simbólica de la divinidad — que en otros lugares será aplicada al mismo Cristo — por la primera y la última de las letras del alfabeto griego, tal vez sea la imitación de un procedimiento tomado de los rabinos. Estos también solían designar a Yahvé con la primera y la última de las letras del alfabeto hebreo: a/e/ y tau. En la literatura rabínica también se dice que el sello de Dios es el 'emet, es decir, la "fidelidad y la firmeza"; y esa expresión está escrita con la primera, la mediana y la última letra del alefato hebreo51. La expresión de San Juan también pudiera tener estrecha relación con la mística helenística de las letras, que era frecuente entonces. Así la serie αεηιουω [vocales griegas] en los papiros mágicos, significa la universalidad del mundo, y sirve, al mismo tiempo, para designar a la divinidad52.
Finalmente, el autor sagrado insiste de nuevo sobre la eternidad de Dios y sobre el poder absoluto que tiene sobre toda la creación: (Yo soy) el que es, el que era, el que viene, el todopoderoso (v.8). Con esto quiere tranquilizar a sus lectores, pues el Dios justo y triunfador del pasado continuará siendo el mismo en todos los tiempos, ya que su soberanía sobre todos los seres es absoluta.
Notas:
— 16 Cf, Jer 1:1-3.
— 18 The Letters to the Seven Churches of Asia (Londres 1904).
— 19 Cf. EB 4 Jn.57-59.
— 20 Ap 22:21
— 21 Cf. Lc 1:30.
— 22 Jn 14:127.
— 23 Cf. Tob 12:15. Ver también el Targum de Jonatán sobre Gen 11:7: "Dijo Dios a los siete ángeles que están en su presencia."
— 24 Cf. P. Jouon, Apocalypse 1:4: RSR 21 (1931) 486-487.
— 25 Cf. Is 11:2-3(LXX).
— 26 Cf. J. M. Bover, Los siete espíritus del Apocalipsis: Razón y Fe 52 (1918) 289-99; J. Lebreton, Histoire du dogrne de la Trinité7 (París 1927) p.628-631; E. B. Allo, Apocalypse (París 1933) p.8-9; A. Skrinjar, Les sept Esprits: Bi 16 (1936) 1-24.113-140; J. Michl, Die En-elvorstellungen in der Apokalypse des heiligen Johannes: I. Die Engel um Gott (München 1937) 112-210; E. Schweizer, Die sieben Geister in der Apokalypse: Evangelische Theologie n (1951-1952) 502-512; L. F. Rivera, Los siete espíritus del Apocalipsis: Revista Bíblica 64 (Buenos Aires 1952) 35-39-
— 27 Así lo cree también el P. E. B. Allo. Véase su obra U Apocalypse p.6.
— 28 Is 11:2-3.
— 29 Zac 3:9; 4:10.
— 30 Jn 18:37.
— 31 Cf. 1 Cor 15:20; Col 1:18.
— 32 Cf. Act 2:24. Véase también IV Esdrás 4:33-42. J. Chaine, Deséente du Christ aux en-fers: DBS II 414-415.
— 33 Mt 28:18.
— 34 Fil 2:6-9.
— 35 Cf. A. Gelin, Apocalypse, en La Sainte Bible de Pirot-Clamer, XII (París 1938) P-596s.
— 36 Los v. 5-6 constituyen una especie de doxología, la primera de las muchas contenidas en el Apocalipsis. Deben de ser sin duda ecos de las asambleas cristianas, que nos son conocidas por la 1 Cor y la Didajé. Estas doxologías, introducidas a veces con Allelu-Yah (Ap iq,iss), parecen ser una herencia del judaísmo. Son de gran importancia teológica, sobre todo para la cristología.
— 37 Jn 15:13.
— 38 Ef 5:2.
— 39 Cf. Mc 10:45; Rom 3:24; Heb 0:11-22.
— 40 1 Pe 2:9. Cf. M. García Cordero, El sacerdocio real en 1 Pe 2:9: CultBib 16 (1959) 321-323; véase en Recueil L. Cerfaux (Gembloux 1954) II p.283-315, el artículo Regale Sacer-dotium; R. B. Y. Scott, A Kingdom of Priests, en Oudtestamentische Studien VIII (Leiden 1950) p.213-219; J- Lécuyer, Le sacerdoce dans le mystére du Christ (París 1957) p.iyiss.
— 41 Ex 19:6; cf. Ap 5:10; 20:6.
— 42 Ap 5:9-10.
— 43 Heb 7:20.
— 44 Rom 12:1.
— 45 Cf. W. H. Brownlee, The Priestly Character ofthe Church in the Apocalypse: NTStS (1959) 224-225.
— 46 Cf. A. Gharue, Les Építres Catholiques, en La Sainte Bible, de Pirot-Clamer, XII P-453S. Véase también M. García Cordero, a.c.: CultBib 16 (1959) 322S.
— 47 Dan 7:13.
— 48 Mt 26:64; Me 14:62. Jesús también empleó la imagen de Daniel en el discurso escato-logico (Mt 24:30; Mc 13:26; Le 21:27).
— 49 Zac 12:10.
— 50 Jn 19:34-
— 51 Cf. G. Kittel, Theologisches Worterbuch zum N. T. I 2 ; S. bartina, Apocalipsis de San Juan, en La Sagrada Escritura. Nuevo Testamento III p.óoó.
— 52 E. B. Allo, o.c. p.8.
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