viernes, 30 de julio de 2021

LOS SANTOS DOGMAS DE LA RELIGIÓN CATÓLICA ROMANA - 5

 


II. La Teología como comprensión intelectual de la Revelación mantenida en la Fe. (continuación)

§ 2 

El objeto de la Teología 

1. Según lo que hemos expuesto hasta aquí, el objeto principal de la Teología es Dios, no considerado en Sí mismo o en su Majestad pura, sino en cuanto que se ha revelado a Sí mismo en Cristo, ha confiado su Revelación a la Iglesia para que por medio de ella sea anunciada a través de los tiempos. Es cierto que la Teología habla de realidad creada: cosas y hombre. Más aún, cabe decir que la Teología científica se ocupa detenidamente de esos objetos. Hablan, sí, de la criatura en cuanto está en relación sobrenatural con Dios participando de su Ser y Vida en la Gloria del Señor. No considera las cosas, la Teología, como son en sí mismas con sus esencias propias y sus relaciones inmanentes [inherente  a su ser mismo], sino en aquel tipo de relaciones que la unen con Dios y que están fundamentadas en la Creación y Revelación sobrenatural. El teólogo, pues,  no planteará problemas en torno a la esencia del hombre del mismo modo que el filósofo . La ve desde un ángulo diverso: constatación y explicación de las relaciones existentes entre Dios y el hombre, limitándose a las pertenecientes a la Revelación

2. El estado de la cuestión, según el modo de hablar escolástico, podría expresarse así: Dios y la- Creación son el objeto material de la Teología y el objeto formal es, según Santo Tomás (In Sent. I. prol. g. 1, art. 4). Deus sub ratione deitatis [Dios bajo razón de deidad]. Consideración que ha seguido precisándose más y más en la Teología  posterior. La Escolástica primitiva señalaba a Cristo como el objeto principal de la Teología, bien como Redentor o bien como exponente de la palabra o acción divinas. Entre los escolásticos actuales se realiza de nuevo esta definición de la Escolástica primitiva. 

Podríamos razonar de la forma siguiente: Dios revelado en Cristo para establecer su imperio en la Creación entera, es el objeto de la Teología. Dios quiere realizar con Cristo y por Cristo su voluntad salvífica de todo el género humano (lo. 17, 3). Resulta, pues, que la Teología considera la realidad en su totalidad, divina y creada, desde el plano de Dios y con relación a Dios. Es una ciencia  teocéntrica, en su sentido más estricto. Considera a Dios en tanto que es en Cristo creador de la vida sobrenatural y de la perfección del hombre; por consiguiente, en todas sus exposiciones y declaraciones tendrá que referirse a Cristo y al Reino de Dios que Cristo ha venido a instaurar en el mundo. 

Todo mirado con los ojos de Dios. Dios es para el teólogo la razón última del conocer (ratio cognoscendi [la razón de saber]), esforzándose por apropiarse mentalmente el autoconocimiento divino que Dios ha revelado, tomando así parte en el propio conocer de Dios [intratrinitario]. En la Edad Media se expresaba esto diciendo que Dios es el sujeto de la Teología. 

3. Trata, pues, la Teología de ver a Dios tal y como se manifiesta en el semblante de Cristo y la realidad no-divina, tal y como el mismo Dios nos la ha interpretado y declarado. Por ello sus exposiciones son las más reales, objetivas y seguras, las más sobrias y profundas. Gracias a la Fe, el teólogo se emancipa de las ilusiones o  elucubraciones fantásticas en que puede incurrir dejándose guiar solamente de su inteligencia natural. Cristo abre los ojos del teólogo; mejor, Dios es el que le dirige la palabra por medio de Cristo en el Espíritu Santo. He aquí por qué la Teología se esfuerza por ofrecernos conocimientos que rebasan la esfera de lo interesante o novedoso. Sus conocimientos son de carácter decisivo y  obligatorios para la vida perfecta del hombre. Sus afirmaciones ganarán en seguridad cuanto con mayor fidelidad reflejen el contenido de la Revelación. A medida, por el contrario, que se mezclen más reflexiones humanas será mayor la incertidumbre. Debe la Teología deslindar bien los campos: una cosa es lo que Dios garantiza con su Revelación que goza del máximo de certeza, y otra las explicaciones debidas a la especulación humana para que el lector u oyente no identifique de una manera peligrosa la Revelación con la explicación, concediendo a ésta un crédito mayor del que le es debido o del que exclusivamente corresponde a la Revelación (Cfr. § 4, núm. 5.)

 4. La Teología ha colocado en el centro de sus especulaciones al Señor y no al hombre, y en ello radica su diferencia primordial con las filosofías vitalista y existencial. La Teología no sólo habla de Dios en gran número de casos, sino que por lo general habla siempre de Dios. No importa que los capítulos dedicados dentro del Dogma al estudio de Dios ocupen o no menor extensión que los que se refieren al hombre y a la salvación; ¿acaso no se relacionan éstos en último término con Dios? La Teología, al hablar de la Creación, los Sacramentos, Postrimerías, Iglesia, en definitiva de lo que trata es de Dios. Dios es el creador de este mundo y su conservador; Dios es quien estableció los sacramentos, los Novísimos y quien instituyó la misma Iglesia. Aún el mismo lenguaje teológico se ocupa de que esto quede claro; así, no se titulan los capítulos, por ejemplo. Creación, Sacramentos, Novísimos, Iglesia, sino Dios creador. Dios fundador de los Sacramentos y de la Iglesia, Dios consumador de la salvación. 

5. La Teología se diferencia interna y esencialmente de la Metafísica—Ontología—por el hecho de que en ella se trata del Dios que se ha revelado en la Historia. La Metafísica estudia las esencias, incluso la de Dios, consideradas en sí mismas. La Metafísica  alcanzó su mayor grado de desarrollo con las figuras de Platón y Aristóteles; en sus obras se nos habla de Dios como Bien sumo. 

Ser y Conocer absolutos. Motor inmóvil. No hay camino directo para entroncar la Filosofía griega, sobre todo desde la aristotélica, con el Dios que se acerca al hombre y actúa en él. Porque este Dios de la Revelación es voluntad y fuerza; entra en la Historia y se presenta ante el hombre como persona activa, como Juez o Padre misericordioso, como Salvador y Consumador. Impelido por un amor verdaderamente abismal se entrega al hombre que le percibe a través de la fe en Cristo. La Teología trata del Dios que ha penetrado en la Historia para llevar a término la obra de nuestra Salvación. No es una ciencia de las esencias, según el sentido aristotélico, ni siquiera de las esencias sobrenaturalmente consideradas. Hay disciplinas teológicas en las que aparece con toda nitidez esto; pongamos el caso de las Ciencias bíblicas, la Historia eclesiástica o el Derecho canónico. Pero lo dicho conserva su validez también en la Dogmática, disciplina eje de la Teología. Un teólogo que tratase de practicar análisis esenciales sobrenaturales perdería de vista lo que es primordial y decisivo en el objeto de sus investigaciones: Dios, ese Dios que actúa y obra en la Historia humana precisamente por amor al hombre. 

Por consiguiente, la Teología no es un platonismo o aristotelismo sobrenaturalizado. Con esta afirmación no tratamos de escatimar o negar la importancia que el aristotelismo ha tenido en la comprensión interpretativa de las verdades reveladas; la Ontología aristotélica ha aportado valiosos medios a la Teología para exponer y explicar sistemáticamente la Revelación. La Metafísica de Aristóteles es investigación de las esencias; la Teología, por el contrario, es un conocimiento—informado por la fe—sobre el Dios que actúa y obra en Cristo. La Metafísica [la clásica] puede prestar a la Teología servicios inmensos de dos modos: primero, ofreciéndole indicaciones y puntos de vista a la razón del creyente cuando trata de pasar del conocimiento acerca del Dios activo al conocimiento del Ser y de la Esencia de Dios; segundo, contribuyendo a la explicitación de los símbolos e imágenes con que a menudo se nos ofrece envuelta la Revelación, dotándonos de conceptos que los esclarezcan y precisen. 

En esta unión cooperadora de la Ontología y la Teología es siempre esta última la que debe gobernar. Por eso no puede servir la Ontología griega netamente originaria, tal y como salió de las mentes de sus autores, saturada de paganismo y mito; tiene que sufrir numerosas transformaciones y cambios. A esta luz se  comprenderá la inmensa labor de Santo Tomás de Aquino al integrar la filosofía aristotélica en el seno de la Teología. 

6. Dios, actuante en el hombre y su Historia, el Dios que se revela, es el objeto de la Teología, cuyo ejercicio práctico presupone una serie de actitudes que debe el hombre adoptar frente a ese Dios. Actitud de respeto y obediencia, adoración y amor. Aun el teólogo considerado como investigador no está dispensado de observar esta actitud respecto de Dios. Nunca puede olvidar que Dios es Dios. Si lo olvidase, no solamente pecaría haciéndose reo de una trasgresión religioso-moral, sino incluso contra las exigencias mismas de la ciencia. El científico, es cierto, tiene que habérselas, en primer término, con conceptos, con su explicación y su interdependencia; pero ¿los conceptos no se refieren a una realidad? La realidad del teólogo es Dios; los conceptos suyos tienen que referirse a Dios. Una sola excepción podría presentarse: el caso de tratar los conceptos no en cuanto a tales, sino en cuanto son medios con cuya ayuda se pretende conocer a Dios. Sería exponer los conceptos de una manera nominalística [Que solamente existe de nombre, pero no es en realidad lo que ese nombre designa].

El teólogo tiene que poseer estas aptitudes aunque no está, naturalmente, obligado a actualizarlas en cada, momento. Es como un bagaje que debe acompañarle siempre a manera de una posesión inconsciente, de un temple interno.

(Continuará)

§ 3 

La Teología como ciencia

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